Colindancias 12 / 2021, 265-272
DOI: 10.35923/colind.2021.12.14
Sonia Rico Alonso
Universidade da Coruña, España
Bustamante, Fernanda; Guerrero, Eva; Rodríguez, Néstor E. Escribir otra isla. La República Dominicana en su literatura.
Leiden: Almenara, 2021, 346 p.
Recibido: 18.11.2021 / Aceptado:
12.12.2021
El canon de la literatura dominicana contemporánea exigía una revisión y una actualización. Caracterizado por el androcentrismo y la tradición, se hacía necesaria la entrada de aires nuevos, de voces que, por diferentes causas, habían quedado excluidas de él y de otras que han surgido recientemente con propuestas rupturistas, que merece la pena estudiar e incorporar al discurso académico. Escribir otra isla. La República Dominicana en su literatura (2021) realiza de forma sobresaliente esta tarea. Coordinado por los investigadores Fernanda Bustamante, Eva Guerrero y Néstor
E. Rodríguez, este volumen colectivo pretende (y consigue) proponer un panorama no completo –no es su pretensión, tal y como establecen los coordinadores en la introducción–, pero sí amplio, abarcador y ecléctico, con el que se busca ampliar los puntos de vista sobre el prisma que constituye la literatura dominicana contemporánea.
Este volumen colectivo no surge, sin embargo, de forma espontánea. Es el resultado de
años de trabajo desde que en 2012 se estableció la Cátedra Pedro Henríquez Ureña de Estudios Literarios
Dominicanos dirigida por Eva Guerrero y
vinculada al Departamento de Literatura Española e Hispanoamericana de la Universidad de Salamanca, cuyos objetivos centrales son “promover el conocimiento de las letras dominicanas en
España, así como estimular la investigación en este campo” (17)1. Fruto de los esfuerzos realizados a lo
largo de estos años y de una colaboración estrecha con las instituciones dominicanas –no exenta de dificultades,
1 Todas las citas proceden del propio volumen reseñado, de
ahí que solo se indique la página.
debido a los cambios políticos e institucionales en ambos países–, sale a la luz el volumen colectivo que nos ocupa, punto y aparte en la trayectoria de la Cátedra, que revela la buena salud de que por fin gozan los estudios dominicanos en la actualidad. Escribir otra isla pretende precisamente lo que indica su título: proponer una visión alternativa y complementaria de la literatura de la isla caribeña desde finales del siglo XIX hasta la más cercana actualidad. Para ello, las dieciocho contribuciones que conforman el libro se articulan siguiendo un criterio temporal en dos bloques: “Entre siglos y primera mitad del siglo XX”, centrado en “obras propias del período en el que se instaura una tradición literaria en la República Dominicana y su acelerado desarrollo en la primera mitad del siglo XX” (14); y “Segunda mitad del siglo XX y nuevo milenio”, en el que se “atraviesa el horizonte de la guerra civil, el afianzamiento del orden neoliberal en los tempranos años ochenta y la indagación en la literatura del período de la tardomodernidad, incluyendo importantes modulaciones provenientes
de la producción extrainsular más contemporánea” (15).
El periodo de entresiglos y los comienzos del siglo XX los abre un trabajo de recuperación de la autora Amelia Francasci: “La farmacia y la emancipación de género en la literatura dominicana de entre siglos”, de Olga Nedvyga, en el que la investigadora analiza la obra de Francasci desde una óptica farmacológica. El enfoque del estudio es sin duda original, pues entiende la creación de la autora dominicana como un espacio fluido en el que convergen los postulados de las ciencias médicas y farmacéuticas y los de la religión católica. En este espacio se crea para la mujer “una relativa sensación de libertad mediante la recopilación de consejos contradictorios de diferentes sistemas del saber, pues a partir de ahí podían elegir qué autoridad seguir o bien descartarlas por completo” (36).
A continuación, Ramón Antonio Victoriano Martínez se ocupa de las “Repre- sentaciones del intelectual y la ciudad en La sangre (1914), de Tulio M. Cestero”. En la novela y, sobre todo, en su protagonista, Antonio Portocarrero, se plasma la lucha entre la ciudad letrada y la ciudad real, es decir, entre la intelectualidad y la política, encarnada en los hombres de acción. El fracaso del personaje debido a su pusilanimidad significa el triunfo de la ciudad real, la política, sobre la letrada. La novela “es, en este sentido, una acusación poderosa contra los letrados y su inca- pacidad para cumplir las promesas hechas en sus artículos, libros y reportajes” (51). Siguiendo la línea de Nedvyga, Eva Guerrero trae al presente la obra de Abigaíl Mejía en “Abigaíl Mejía: narrar entre República Dominicana y España. Hojas de un diario viajero (1919)”. La escritora es reivindicada como una de las voces más fecundas y relevantes de la literatura dominicana de la primera mitad del siglo XX, cuya obra revela una sensibilidad especial y un gusto único por la estética. Su diario de viaje recoge las impresiones durante el viaje de vuelta de España a República Dominicana
y revela la importancia trascendental que España tuvo en su formación. El texto también resulta interesante para ver cómo opera el género del diario de viaje desde una óptica femenina, género que, en general, solo practicaban los varones.
Guillermo Piña-Contreras presenta a continuación un estudio diferente a los demás que componen el volumen –más interpretativos–, pues se trata de un trabajo enmarcado en la crítica textual, que demuestra que el estudio del manuscrito contemporáneo es necesario y revelador. En “Historia de una escritura: La mañosa (1936), de Juan Bosch”, Piña-Contreras establece la existencia de cuatro manuscritos de la obra y apunta a la existencia de un quinto. Sería a partir del tercer manuscrito cuando empezaría a tomar forma la versión definitiva de la novela debido a transformaciones estructurales fundamentales. Además, se analizan los cambios entre la publicación original de 1936 y la edición cubana de 1940, modificaciones importantes que, en la reedición de 1966, Bosch obvió, hecho que se atribuye a su abandono de la pluma en favor de la actividad política.
De nuevo, alternamos con la reivindicación de otra autora injustamente olvidada. Sharina Maillo-Pozo, en “Vigencia de la ‘Materia reunida’ de Camila Henríquez Ureña. Algunas reflexiones desde el espacio académico estadounidense a su legado intelectual y feminista”, recupera la figura de la hija menor de la destacada familia homónima. Su legado se divide en dos vertientes: el pensamiento feminista, de plena vigencia, y la actividad poética. Ambas facetas, sin embargo, han permanecido ocultas: la primera, a causa de la invisibilización por parte de las instituciones académicas estadounidenses del legado de las mujeres no blancas; y la segunda eclipsada por su propia familia, en la que era la pequeña, hija de una gran poeta y hermana del intelectual más destacado de la época.
Sigue el trabajo de Eva Valcárcel “Un destino apasionado. Ideario de La poesía sorprendida”, en el que la autora realiza un recorrido por la historia, la estructura y la ideología de la revista y el grupo poético homónimo La poesía sorprendida (1943- 1947). Sin que prevaleciera ninguna estética en ella, la revista se basaba en el leit motiv “Poesía con el hombre universal”, según el cual la poesía se concibe como elemento intrínseco de la naturaleza humana. Es, además, “arma de resistencia” (108), y a través de ella se manifiesta el compromiso político de sus creadores y su concepción de la cultura como elemento de progreso y redención en plena dictadura de Trujillo; por último, el interés acerca de lo local y lo nacional desde una perspectiva universalista conecta al grupo dominicano con el movimiento surrealista.
Continúa este recorrido el texto de Danilo Manera “Trementina, Clerén y Bongó (1943), de Julio González Herrera”. La novela, nacida a raíz de la estancia de su autor en un centro psiquiátrico, le sirve a Manera para desmontar algunas interpretaciones (antihaitianismo, complicidad con el intervencionismo estadounidense, identificación
del protagonista con el dictador Trujillo, etc.) que la crítica ha sostenido en los pocos estudios que se le han dedicado debido al olvido en que cayó el autor a causa de su adhesión al régimen trujillista y a su desequilibrada vida. En definitiva, con la novela, González Herrera “construye un contra-discurso dentro de la misma ciudad letrada trujillista” (130), en cierto modo, tolerado por su condición de loco.
Llega el turno de tratar el género del cuento y de hablar de nuevo de Juan Bosch de la mano de María del Rocío Oviedo y Pérez de Tudela, quien en “Del mito a la ironía. Catarsis y tragedia en los cuentos de Juan Bosch” estudia el componente trágico, mítico y catártico en los relatos del escritor. Sus cuentos revelan vicios y virtudes sociales, convirtiendo el relato en una búsqueda ética que entronca con el mito y con la tragedia griega. Pero, la “catarsis boschiana busca, más que la purificación y la liberación, suscitar en el lector la compasión y el horror ante la denuncia de un sistema basado y fundado en injusticias” (137). En un paso más, los Cuentos escritos en el exilio muestran un empleo generalizado de la paradoja, que evoluciona en ironía: “desde lo heroico al desencanto; si bien recupera el mito a través de la acción trágica, no elimina la imposibilidad de un futuro ni el desengaño que traslada su carga melancólica” (149).
Cierra este gran bloque dedicado al cambio de siglo y a la primera mitad del siglo XX el trabajo de Catherine Sawyer “‘Contracanto a Walt Whitman’ (1952), de Pedro Mir, y la descolonización de lo humano”. En el marco de la literatura comparada, Sawyer analiza el poema de Mir en relación con “Canto a mí mismo” (1855), de Whitman. El dominicano desenmascara la subjetividad occidental hegemónica que emana del texto de Whitman, que, en último término, sustenta “el individualismo y la violencia imperialista y racista” (153): el sujeto poético del estadounidense no es representante universal de la especie humana, sino del “sujeto burgués occidental blanco” (153). No obstante, Mir cae en un error semejante al integrar al esclavo negro en el concepto general de pueblo, borrando su discurso de la historia, de modo que “aunque Mir logra revelar la hipocresía del yo poético de Whitman, su contravoz colectiva termina por reproducir la misma transparencia universalizadora que critica en Whitman” (154).
Como podemos observar, este primer bloque de trabajos del primer periodo cronológico objeto de estudio busca fundamentalmente, por una parte, revelar autores y obras que han quedado en el olvido por diversas razones –son los casos de la mayoría de las autoras, por su condición de mujeres, o de la obra de González Herrera, por ejemplo, por cuestiones ideológicas–; y, por otra, aportar nuevas ópticas sobre la obra de determinados escritores, reconsiderando, ampliando, modernizando y corrigiendo, en algunos casos, las interpretaciones que de ellas se habían realizado. Con ello se aporta un visión moderna de la literatura dominicana de este periodo,
que la pone en valor y revela cómo dialoga con otros discursos y tradiciones –el surrealismo europeo, en el caso de “La poesía sorprendida”; Walt Whitman por parte de Pedro Mir; Juan Bosch y la tragedia griega clásica, etc.–, erigiéndose como sistema literario propio con unas particularidades únicas producto de su historia con- temporánea, su condición de isla dividida en dos estados, la lacra de la esclavitud, etc. Llega el turno de la segunda sección de Escribir otra isla, compuesta de estudios dedicados a la segunda mitad del siglo XX y las dos décadas que llevamos del presente siglo XXI. De nuevo, como en la sección anterior, asistimos a un equilibrio en el tratamiento de las voces autorales femeninas y masculinas, que revela cómo el androcentrismo del canon literario dominicano –aunque aplicable a cualquier otro– no refleja tanto la realidad de la creación literaria como el sistema ideológico que lo
sostiene y el interés aún existente en mantener al margen las voces femeninas.
Dicho esto, este segundo bloque se abre con el trabajo de Sandra Alvarado Bordas “‘Ficciones oscuras’: control autoral y violencia sexual en Escalera para Electra (1970), de Aída Cartagena Portalatín”. Tal y como señala la investigadora, la novela de Cartagena Portalatín “resulta central para la comprensión de la historia literaria dominicana y de las estructuras de género que regulan las dinámicas actuales de poder que permean todas las instituciones” (185). Mediante técnicas como el fragmentarismo, el control autoral que ejerce la voz narradora, su dificultad para narrar ciertas escenas, etc., la escritora “pone en primer plano distintos tipos de violencia hacia la mujer, en especial la violación sexual y las problemáticas de representación que suponen estas escenas” (185). De esta forma, da cuerpo a través del texto al trauma y la violencia sistémica que se ejerce contra la mujer.
Continuando con el rescate de las voces que se sitúan en los márgenes, Alain
B. Atouba Edjeba recupera la poesía de Juan Sánchez LaMouth en “Heterotopía y representación de subjetividades afrodescendientes en la poesía de Juan Sánchez LaMouth”. Su poesía se centra en la historia de los afrodescendientes de su país, en la que constituyen hechos fundamentales la trata, la industria de los ingenios o la travesía oceánica. Por esta razón, Atouba Edjeba focaliza el análisis en dos espacios centrales para el negro: el barco, lugar de sufrimiento y pérdida de la identidad, pero a la vez creación de una nueva y espacio de resistencia; y la plantación, escenario de la marginación y la explotación. Así, ambos espacios constituyen “tropos heterotópicos que dan cuenta de la relación estrecha entre capitalismo y esclavitud. También instauran una poética melancólica del barco al revelar la experiencia colectiva de anonimato y marginalidad extrema de los negros” (209).
Sigue el trabajo de Fari Rosario “La poética de lo maravilloso y lo siniestro en la novelística de Marcio Veloz Maggiolo”, en que se conecta la obra del dominicano con la teoría de Alejo Carpentier. La novelística de Veloz Maggiolo constituye “una
deconstrucción y una relectura de la cultura dominicana” (228). Rosario la concibe como una cartografía que representa, cuestiona y reelabora la memoria, el devenir histórico y la mitología en torno al sujeto caribeño: “la poética narrativa de Veloz Maggiolo se torna un ejercicio de descolonización […], pues valora y explora en su discurso narrativo diversas expresiones que se relacionan con lo residual, lo mítico, lo atávico y lo marginal” (228). La inclusión de este discurso alternativo caracterizado por la hibridez funciona como polo que altera y tensa la narración desde un punto de vista semántico y simbólico.
Retomamos el estudio del género poético, esta vez con el trabajo de Néstor
E. Rodríguez “Opacidad y errancia en la poesía de Norberto James Rawlings”. Partiendo de los postulados de Édouard Glissant que reconocen la diferencia, la existencia del otro como sujeto político –opacidad–, negando en consecuencia los asideros epistemológicos –errancia–, el sujeto poético de James Rawlings entra en conflicto con el proceso de modernización llevado a cabo tras la guerra civil y la consolidación del neoliberalismo en el país mediante la inclusión de la voz de los sujetos otros, lejos de cualquier nacionalismo institucional. Con ello revela la ruina del sujeto a consecuencia de los hechos históricos, pero apunta también a la posibilidad de una salida, de una utopía.
Llega el turno de Violeta Lorenzo Feliciano, quien en “Burladores burlados. Astucia y sororidad en dos cuentos de Ángela Hernández” se ocupa de los relatos “El suegro” y “El mejor” (1989). Enmarcados en el fin de la dictadura de Trujillo y en el régimen de Balaguer, los personajes femeninos viven subyugados a una figura masculina. Ellas reproducen las convenciones propias de su condición en dicho marco social e ideológico. La realización reiterada de lo esperado, baja la guardia de los controladores y crea un espacio mínimo para la transgresión. Estos cuentos “no necesariamente destruyen la heteronormatividad o la feminidad normativa, pero apuntan a cómo en ciertos contextos la performance de la esposa sumisa o de la anfitriona perfecta pueden usarse para fomentar la sororidad y librarse de individuos sexistas que responden a los intereses de aparatos represivos” (258).
A continuación, Jochy Herrera, en “Mar y pensamiento en la obra de José Mármol”, analiza la poesía del dominicano desde dos ejes: el elemento mar, poniendo énfasis en su comparación con la poesía nerudiana; y la teoría del pensamiento y la poesía extraíble de su lírica. Herrera ve en Mármol la voz más representativa de la Generación del Ochenta, aquella que se alejó de la poesía como arma ideológica, del realismo socialista, etc. y puso en el centro de la reflexión creativa al lenguaje mismo, fundamento de la realidad. El poema se convierte así en “hogar del pensamiento”
(263) y, en consecuencia, la escritura deviene para Mármol en búsqueda permanente de aunar pasión, razón y creación, en conflicto filosófico persistente que determina su modus videndi.
Se abre en este punto un subtema dentro de los tratados en el volumen que nos ocupa. Es el de las voces de los emigrados a Estados Unidos, de quienes han crecido en el país norteamericano, cuya identidad es híbrida: ni dominicanos ni estadounidenses. Es el caso de la creadora Josefina Báez, de quien se ocupa Fernanda Bustamante Escalona en “‘Aquí en el ni e’ se reescribe la novela’. Celebración de la comunidad y la escritura diaspórica en voces de mujeres con conciencia mestiza, en levente no. Yolayorkdominicanyork (2010), de Josefina Báez”. El texto, caracterizado por la hibridez, da cuerpo a “una conciencia/escritura mestiza-diaspórica que legitima la voz de los ausentes” (16). A través de diversas técnicas como la polifonía, el fragmentarismo o la saturación, Báez exhibe la cotidianidad desde todos sus ángulos, creando un texto incómodo “que vela por legitimar el potencial desestabilizador de las identidades fronterizas mestizas, y el de las propias mujeres, celebrando lo múltiple, lo diverso, lo heterogéneo, lo complementario, pero restregándonos que aquello no necesariamente es armonioso” (301).
En el marco del sujeto diaspórico, se estudia también la obra de Rey Andújar en “Escribir la antillanía bella, terrible, trágica. El hombre triángulo (2005) y las performances literarias de Rey Andújar”, de Catherine Pélage. El concepto eje en torno al que gira el trabajo es el de performance literaria (“obras que se basan en una presencia central del cuerpo en movimiento, en un deseo de abrirse al mundo y de borrar fronteras entre géneros artísticos”, 309), aplicable no solo a las creaciones del artista dominicano, sino a su propia teoría artística declarada. Partiendo de esto se analiza su novela El hombre triángulo, entendiéndola como una performance literaria, con la que se subvierten tópicos, gestos, el propio discurso histórico, dando lugar a espacios nuevos y líneas de acción que permiten la evolución y revelan otra República Dominicana.
Escribir otra isla se cierra con el trabajo de Rita De Maeseneer y Marie Schoups, “‘El rastro de su fragancia como una firma asfixiante en el aire’. Una exploración de los sentidos en ‘Los trajes 1975’ (2017), de Rita Indiana”. Retomando el concepto de performance aplicable también a las creaciones de Indiana, el cuento “Los trajes 1975” es analizado desde una perspectiva sensorial, priorizando, eso sí, los sentidos tradicionalmente considerados inferiores: el gusto, el tacto y el olfato, por ser precisamente aquellos más inestables. Con ello, la autora rompe con la epistemología occidental resaltando el valor de lo ambiguo, que se simboliza de forma magistral en los trajes del protagonista, visuales, pero también tangibles y sobre los que deposita su fragancia: esa “firma asfixiante en el aire” que, de forma contradictoria y ambigua, revela la violencia encubierta que recorre el cuento.
Llegados a este punto, queda patente que Escribir otra isla. La República Dominicana en su literatura (2021) cumple con lo que augura su título: presenta una
selección de excelentes trabajos sobre la literatura dominicana más reciente, que instaura otro modo de mirar y entender la literatura del país caribeño. Y lo hace no solo mediante la proposición de un canon en buena parte alternativo al establecido
–como ya mencionamos, androcéntrico y conservador–, en el que cabe destacar el papel principal que ocupan las autoras, sino también integrando a la visión los ángulos más controvertidos, polémicos, desagradables y marginales, que también son y están en esta literatura isleña y forman parte de la identidad dominicana. Rey Andújar, en una conferencia en 2015, señalaba la intención de “quitar el color de la postalita del Caribe” (305), es decir, romper con los estereotipos, deshacer los clichés de sol, playa y sonrisas, en definitiva, ampliar el objetivo para que la foto de la postal abarque toda la complejidad de la realidad dominicana. A ese propósito contribuyen las creaciones de los autores analizados e interpretados en Escribir otra isla, haciendo que la foto final abandone la bidimensionalidad para constituir un verdadero poliedro en que cada una de sus diferentes caras es reflejo de la isla, islas otras, pero todas ellas valiosas, reales y necesarias.