Colindancias 12 / 2021, 259-264


DOI: 10.35923/colind.2021.12.13


 

Yiyang Wu

Universidad de Sevilla, España

 

Davis González, Ana. Vanguardia y refundación nacional en Adán Buenosayres. Berlín: Peter Lang, 2021, 320 p.

 

 

Recibido: 20.11.2021 / Aceptado: 20.12.2021

 

En la crítica literaria contemporánea se presta cada vez más atención a la revalorización de algunas obras que han resultado difíciles de interpretar por su ubicación en el intersticio sutil entre épocas. Suelen ser modestamente recibidas por su complejidad ideológica pero su valor literario queda reivindicado décadas después gracias al cambio de paradigma sociopolítico y sociocultural. Hace falta un interés interdisciplinar y una vocación genealógica (en términos foucaultianos) para reinterpretar y revitalizar algunas producciones literarias del antaño. En el panorama de la literatura argentina del siglo XX destaca Adán Buenosayeres, la novela emblemática de Leopoldo Marechal, uno de los intelectuales nacional-católicos y peronistas que se adhiere paradójicamente a la tradición de la vanguardia martinfierrista. Tal paradoja suscita el interés de la joven investigadora argentina Ana Davis González, profesora de la Universidad de Sevilla y autora de La vanguardia y refundación nacional en Adán Buenosayres, libro de ensayo publicado por la prestigiosa editorial Peter Lang. Lleva a cabo una interpretación exhaustiva de la ideología política, la recepción, las alegorías, el pensamiento filosófico, el cronotopo y las tramas en Adán Buenosayres, desde el ángulo de la sociocrítica, reconsiderando su lugar en el campo literario argentino.

La investigación de Davis González consiste en mostrar, en la obra de Marechal, cómo la pulsión creativa heredada de los martinfierristas colma de sentido un concepto medio vacío como el nacionalismo; cómo la parodia y la transgresión características de la vanguardia se superponen, no sin conflictos, con la búsqueda de un ethos espiritual y transcendental, y cómo el presunto cosmopolitismo de Avant-garde se imbrica con el matiz autóctono y localista del discurso peronista. La confluencia


 

 

de la dualidad vanguardia-nacionalismo en la obra de Marechal constituye el foco de atención de Davis González, por lo que el libro en cuestión no sólo intenta aportar una reinterpretación de la ya conocida obra de Marechal, sino que procura cartografiar los choques ideológicos y estéticos de una Argentina situada en la disyuntiva política. Davis González reproduce los debates que tienen lugar en el campo intelectual argentino a partir de los años 20: surgen confrontaciones entre las revistas de ideología más católica y nacionalista (Primera Plana, Criterio, La nueva República, Sol y Luna, Cuadernos de FORJA, Número) que intentan restaurar la ética clásica mediante una interpretación “nacional” de la historia, y otras revistas de corte liberal, rupturista (Contorno) y cosmopolita (Sur), además de la revista emblemática Martín Fierro, predecesora de las otras; existe un polisistema intelectual compuesto por los intelectuales tanto detractores (Martínez Estrada, Eduardo González Lanuza, Borges) como defensores (Cortázar, Roger Pla, Xul Solar, Carlos Astrada, Severo Sarduy, Héctor Murena, Noe Jitrik, David Viñas, Ernesto Sábato, Rodríguez Monegal, Carlos Gamerro, Ricardo Piglia) de Marechal, quienes debaten sobre los problemas en torno a la configuración del ser nacional; también hace referencia a los académicos universitarios tanto nacionales como internacionales que investigan sobre la figura del autor durante los 70 años posteriores a la publicación de la novela (Graciela Maduro, Claudia Hammerschmidt, Javier de Navascués, Ana María Zubieta, María Rosa Lojo, Liliana Heker, Norman Cheadle, Mariela Blanco, Vicente Cervera Salinas, etc.).

Apropiándose de la teoría de campos de Bourdieu, que se enfoca en la naturalización de determinados saberes epistemológicos y de la teoría semiótica de los ideosemas, el primer y el segundo capítulo elucidan cómo las coordenadas históricas logran nutrir una producción novelística. La autora explica el modo en que la superposición de los distintos discursos sociales y de los capitales simbólicos durante una determinada época logra facilitar u obstruir la recepción de una obra específica: “la canonicidad podría definirse como la relación de una obra literaria con el centro del polisistema (Davis González 2021: 32).

En el caso de Adán, obra ambivalente que marca un antes y un después en la literatura argentina, nos enfrentamos a la sociedad argentina de la primera mitad del siglo XX, cuando predominan las distintas configuraciones discursivas y la fusión de las antípodas resulta imposible (universalidad/localidad, tradición/modernidad, representatividad/legitimidad, cultura dominante/dominada). Como la negación del mal del presunto liberalismo moderno, emergen el nacionalismo hispano-católico/ peronista y el pensamiento neotomista, que entran en conflicto con el nacionalismo de corte liberal decimonónico sustentado en un Occidente en decadencia. La vanguardia se refleja en las cuestiones formales de la novela (estructura, estilo


 

lingüístico y el uso de la parodia), mientras que el nacionalismo de Adán consiste en la búsqueda metafísica de los mitos (re)fundacionales de una nación argentina en plena transición. Adán sufre una ineludible marginación en el momento de su publicación al situarse en una “doble periferia” (73): la exquisitez lingüística, la complejidad experimental y la visión profética de la novela han hecho que se aleje del discurso divulgativo, populista y panfletario del peronismo; la estética vanguardista implica una poética ya obsoleta frente a las diferentes poéticas del realismo emergentes (el realismo existencialista, experimental, policial, nacionalista y costumbrista) y el género fantástico durante los años 40 y 50; la adhesión al ideal peronista y la parodia en la novela lo apartan también del propio movimiento martinfierrista y elitista que apuesta por una ideología liberal y de izquierdas ante la hegemonía política de la época.

Sin embargo, durante los años 60, los cambios en el terreno discursivo y estético, así como una óptica revisionista del peronismo a partir de la Revolución Libertadora, el Boom literario, que utiliza la vanguardia como forma de resistencia política, la Revolución Cubana, que impulsa una visión globalizadora que dota de sentido americanista a los problemas locales, la desmonumentalización de los escritores consagrados y la formación de un nuevo perfil de lector, permiten una relectura más radical de la obra polifónica de Marechal y de su escritura vanguardista, proceso que constituye una “canonización diferida” según la denomina la propia Davis González. Para la investigadora, uno de los mayores atributos de la obra consiste en generar “algún tipo de fractura” en el polisistema literario falsamente homogéneo. Es una fractura que conjuga al mismo tiempo con el discurso experimental de la vanguardia y la cultura de masas, cambia el modo de leer y genera significados nuevos durante la época literaria del Posboom y los años del kirchnerismo.

A lo largo del tercer y cuarto capítulo, la investigadora señala la intención de Marechal de desacralizar y resucitar el antiguo discurso vanguardista a través de una mirada paródica y alegórica que pertenece a la propia vanguardia. Al perder el espíritu autocrítico y autorreflexivo, la apariencia transgresora de vanguardia se tiñe del aura aristocrática que había querido eliminar. De esta manera, la novela se decanta por señalar la falacia de una generación de martinfierristas que se detiene en el puro formalismo y abandona lo épico y metafísico del género novelístico. La clausura del criollismo se realiza a través de la parodia, la exageración, el distanciamiento, la desmitificación del arquetipo del poeta de vanguardia que remite vagamente a algunos autores criollistas que han embellecido excesivamente la figura del gaucho. Diferente a los escritores criollistas que intentan afirmarse a partir de la invención de la tradición, la intención de Marechal de superarla trae como consecuencia “una parodia-homenaje” de la misma. Marechal yuxtapone lo elevado con lo bajo, criticando


 

 

el hecho de que Martín Fierro careció de una producción creativa trascendental a su tiempo” y “el criollismo como práctica discursiva que repite e imita una retórica anterior” (163, 167) y emitiendo unos comentarios que “oscilan entre la mistificación y el ridículo” (167). La praxis vanguardista ha sido parodiada cuando está presentada como un arte clausurado que se enfrenta a su propio final.

Por otra parte, la autora señala la vinculación del pensamiento marechaliano y el planteamiento aristotélico, al dar cuenta de que el novelista ha considerado la mimesis artística como la única vía encaminada a lo trascendental y al esplendor de algo verdadero, devolviéndole “al arte el espacio sacro del cual la vanguardia lo habría alejado” (171) y eliminando la existencia de la irracionalidad en algunos pasajes literarios, con el motivo de hacer regresar la literatura romántica-idealista anterior y consolidar una identificación colectiva de acuerdo con la ideología peronista. Al explicar la transferibilidad entre la cultura dominante y la subcultura a partir del romanticismo, Davis González sostiene que la intención de la refundación de una idiosincrasia argentina se afirma en la sublimidad y la solemnidad con que Marechal reivindica y codifica la figura de Santos Vega, héroe de la leyenda pampeana eclipsada por el gaucho arquetípico y monumental Martín Fierro. Mediante los procedimientos de mitificación se logra universalizar y “urbanizar” la figura de Santos Vega, produciendo un falso culto a la cultura dominada. La descripción del aquel gaucho fracasado sin el filtro del criollismo imperante pone de manifiesto una tradición necesaria de rescatar, lo que constituye otro síntoma del “romanticismo antimoderno”. De allí surge la comparación entre el esencialismo y patriotismo de Marechal en contra de una modernidad deshumanizadora y corrompida, y el pensamiento desarticulador y agnóstico de Borges y Martínez Estrada a partir de la Época Infame: mientras que el primero insiste en la construcción de un mito espiritual, el segundo denuncia “el peligro de engaño y falsificación que conlleva ese mito” (196) a favor de un universalismo desmitificador y un espacio bonaerense cosmopolita. Borges se muestra escéptico ante la canonización de Martín Fierro porque advierte la peligrosidad ante la confusión del valor estético con el moral, al mismo tiempo que Marechal halla en la novela una unidad, una ética del ser nacional y “un mensaje lanzado al futuro y dirigido a la conciencia nacional” (208), posición similar a la de Leopoldo Lugones. Afirma la investigadora argentina: “mientras Borges sí logra «universalizar las esencias nacionales», Marechal lleva a cabo el movimiento inverso: hacer de la tradición foránea un componente nacional al servicio de la patria” (213).

A partir de allí Davis González resalta algunas metáforas y alegorías espaciales que funcionan de acuerdo con el pensamiento espiritual y neoconservador de Marechal, quien intenta aportar “una narración que el pueblo perciba como propia”


 

(226): la presencia del Gliptodonte, el animal paleontológico oriundo de Argentina satiriza el concepto del humano moderno basado en el progreso; lo indio aparece para enriquecer la configuración del ser argentino; la figura de los foráneos habitantes de la Villa Crespo se vuelve positiva “desde una perspectiva de reivindicación nacional”

(26) cuando estos se asimilan a la idiosincrasia nacional y ayudan a construir una Argentina unida y constructiva, porque para Marechal, son los nuevos “argentinos desarraigados” quienes necesitan incorporarse al proyecto colectivo; los inmigrantes burgueses y los judíos están desdeñados por su vicio utilitario y materialista; Cacodelphia, la ciudad ficticia del pecado y un espacio dantesco, alegoriza el mal y la soberbia de la modernidad, mientras Calidelphia constituye un espacio ausente y utópico caracterizado por una profundidad espiritual y utópica que subyace bajo la apariencia superficial y vulgar de la Buenos Aires Visible; el espacio nocturno de Villa Crespo es el lugar donde el protagonista alcanza el ideal metafísico y “se culmina la comunicación entre el mundo divino y el terrenal” (221); la expedición a Saavedra representa el camino a lo indeterminado y lo enigmático en consonancia con el pensamiento religioso de Marechal, una indeterminación que borra cualquier antítesis “acorde a la dialéctica neotomista de lo terrestre frente a lo divino” (247); en la descripción de Maipú encarna una mirada hacia el pasado mítico y el futuro utópico deseado de “una Argentina invisible” que requiere de un líder espiritual. Todo eso pone en evidencia el cosmopolitismo trascendental de Marechal, cuyo nacionalismo “se sustenta en el pueblo, entendido como categoría dinámica, cambiante, abierta e inclusiva” (257) y constituye “un peronismo matricial… en potencia a la espera de su definición” (258).

En este aspecto, la autora formula la poética del “romanticismo antimoderno para describir el choque inesperado entre vanguardia y nacionalismo en la figura de Marechal, quien “ve en la utopía nacionalista una solución real en su enfrentamiento al liberalismo y la democratización del arte” (105). “Antimoderno” se asocia con la disconformidad del autor con la fugacidad, la transitoriedad y la banalidad de una modernidad de corte liberal que se contrapone a sus propios principios (autocrítica y autorreflexión) y una literatura de vanguardia que persigue obsesivamente lo destructor y lo inmediato al rechazar la virtud de los valores clásicos y una jerarquía armoniosa de la sociedad; “Romanticismo” por la insistencia de Marechal en proyectar una mirada nostálgica en la tradición para su reinterpretación, y en encontrar un arraigo en un pueblo espiritual ante el progreso, la mercantilización y la vulgaridad social que está experimentando el pueblo argentino durante la Época Infame. Esa línea de pensamiento ha sido inculcada por la Revolución Conservadora y el peronismo católico de derecha de la primera mitad del siglo XX que intenta oponerse al liberalismo radical e inventa una tradición hispano-católica frente a la


 

 

presencia europea y norteamericana. Busca al mismo tiempo lo transcendental, una idiosincrasia representativa de la nación, una unidad colectiva y una guía necesaria para las masas frente a los significantes vacíos de una modernidad progresista. Para la autora, existe en la obra de Marechal una imbricación entre un nacionalismo, más restaurador, utópico, ontológico y subversivo que totalizador, y una vanguardia, más renovadora, vital y comprometida que estética, formulando “una pregunta por lo nacional que se responde a través de la retórica de la vanguardia” (108). Por lo tanto, no podemos decir que la obra es peronista sino “de alguna manera, crea o anticipa el peronismo en la ficción, pero no como partido político propiamente dicho sino como doctrina filosófica o ideología” (258).

Conviven así dos ideosemas organizadores opuestos que son la vanguardia y el nacionalismo en la obra de Marechal. Resignificando el término “ficción orientadora” de Nicolás Schumway, Davis González señala el valor “refundacional” de la novela marechaliana “tras el umbral que supuso el Centenario” que responde “al cometido de reivindicar lo nacional” (23). A pesar de que la obra se tiñe inevitablemente de matices locales, para la autora, se vuelve universal teniendo en cuenta la imposibilidad de las oposiciones antitéticas: “Es universal puesto que, como veremos, vanguardia y nacionalismo son dos cuestiones que sintetizan el pensamiento político y artístico del siglo pasado. Pero también es nacional porque Marechal las ubica en un contexto geopolítico particular: el martinfierrismo y el peronismo” (26). Es allí donde radica el sentido cosmopolita de Adán en el siglo XXI que se repite a lo largo del libro de Davis González: la alegoría de un viaje atemporal de un personaje autorreflexivo adquiere “una contraposición a todas las posibilidades del campo literario vigente”

(265) con el motivo de responder tanto las cuestiones locales como las globales que aparecen como “fenómenos suspendidos en el tiempo que reaparecen en diferido” (141). Se nos muestra un personaje “de yecto” sumido en “un estado de crisis existencial y agonía” (83) que oscila entre “el derecho hacia lo nuevo” orientado al mismo tiempo por la “pulsión hacia lo antiguo” (90). El enfoque de Davis González consiste en captar algún sentido atemporal que radica en la coincidentia oppositorum de los elementos contradictorios (lo sublime y lo ridículo, la cultura élite y la popular) en una “obra inorgánica” (266). Se revela así el axioma en la investigación literaria de hoy: el encuentro de los puntos de vista contrapuestos y múltiples que desgarra una taxonomía establecida y una cosmovisión antitética que se germina desde Facundo de Sarmiento, sin caer en ningún momento en un relativismo absoluto.