Colindancias (2015) 6: 63-80
Dóra Bakucz
Universidad Católica
Pázmány Péter
“Porque su aventura ya es parte de la larga memoria de los
pueblos”1 —Aventuras palimpsésticas de Don Quijote en la minificción argentina—
Recibido
12.08.2015 / Aceptado
19.10.2015
“[…]
Los niños la manosean, los mozos la leen, los hombres la
entienden y los viejos la celebran; y, finalmente, es tan trillada y
tan leída y tan sabida de todo género de gentes, que, apenas han visto
algún rocín flaco, cuando
dicen: allí va Rocinante” (Cervantes, en línea),
dice Sansón Carrasco
en el tercer capítulo de la La segunda parte del ingenioso
1
Borges, Jorge
Luis. “El acto del libro.”
(Epple 22)
caballero Don Quijote de la Mancha. Y Jorge Luis Borges, unos 350 años más tarde, en el marco de una conferencia que dio en la Universidad de Harvard, ‘contesta’ lo siguiente:
Evidentemente, uno nunca sabe lo que traerá el futuro. Supongo que el futuro, a la larga, traerá todas las cosas, así que podemos imaginar un día en el que don Quijote y Sancho, Sherlock Holmes y el doctor Watson seguirán existiendo, aunque todas sus aventuras hayan sido olvidadas. Pero los hombres, […] seguirán inventando historias para atribuírselas a esos personajes: historias que serán espejos de los personajes. (160)
Al hablar de las reescrituras, el Quijote es especial en el sentido de que los dos fragmentos que acabamos de citar se refieren a la popularidad, universalidad y al hecho de que la figura de don Quijote y todo lo que ha llegado a simbolizar su figura, invitan de manera peculiar al diálogo intertextual o hipertextual. Tal como en 2015 conmemoramos que La segunda parte del ingenioso caballero Don Quijote de la Mancha de Cervantes fue publicado hace cuatrocientos años, en el año 2005 se celebró el cuarto centenario de la publicación de la primera parte y, de muchas maneras, entre ellas con la edición de una selección de cincuenta minificciones con aventuras palimpsésticas de Don Quijote, es decir, textos breves que, de alguna forma u otra, evocan, reescriben, completan o continúan la novela cervantina. La presencia de los textos clásicos y canónicos de la literatura por parte de los autores no es un simple homenaje; por un lado estos textos son ejemplos vivos del afán posmoderno de revisitar el pasado y entrar en diálogo con la tradición desde una perspectiva nueva, y por el otro lado, sirven como confesiones metaliterarias y, así, hablan de nuestra actualidad, de nuestra manera de pensar y de ser. El género de la minificción o microrrelato (que desde el año 1981 —que es cuando aparece en la crítica literaria como género independiente— designa textos de más o menos de una página, base narrativa, pero de naturaleza proteica que integra elementos poéticos y ensayísticos) es una modalidad textual en la que la escritura palimpséstica, o sea, la reescritura de narrativas conocidas (de la mitología grecolatina, de pasajes bíblicos, de cuentos de hadas y de textos canónicos de la cultura occidendal) tiene una presencia muy fuerte, ya que estos textos contribuyen a la condensación de la narración y hacen posible llenar los huecos que causa la estructura elíptica, característica fundamental del género. Evidentemente, al evocar una fábula fija el
objetivo no es reproducirla, sino añadir un sentido plus; por lo tanto, el hipotexto u ‘original’ será el punto de partida, un medio con la ayuda del cual se realiza un contacto intertextual, más concretamente hipertextual, y se construye un campo metaficcional que hace posible una nueva interpretación. Aunque el género esté presente en muchas culturas y literaturas, en Hispanoamérica tiene una fecundidad extraordinaria, en general y también en lo que se refiere al contexto palimpséstico. La antología en cuestión de Juan Armando Epple, titulada Microquijotes, es un tomo que —conscientemente o no— refleja perfectamente lo anteriormente dicho.
Don Quijote es, pues, sin duda, la figura más conocida de toda la historia de la literatura en lengua española y sabemos también que la obra de Cervantes es considerada la primera novela de la narrativa moderna. En las minificciones del libro encontramos referencias tanto al carácter del protagonista y su modo de ver peculiar como alusiones a la complejidad estructural y conceptual de la novela, es decir, estos textos, de manera intertextual, reflexionan sobre los dos hechos que más han contribuido a la inmortalidad del héroe y del texto que le ha dado vida. Curiosamente la carrera de don Quijote fuera de la novela cervantina ha tomado dos caminos muy distintos desde su publicación hasta el presente:
1)
El que aprovecha el humor y las aventuras más divertidas y absurdas (dejando fuera de consideración toda la complejidad estructural y conceptual de la novela original, tomando todo lo que no tenga que ver
directamente con la fábula, la narración, como algo que sobra). Así son las adaptaciones abreviadas, las versiones de dibujos animados
y teatrales, entre otros. Estas variantes, normalmente, no van más allá de mostrar
las dos caras de los acontecimientos: una, la ‘real’, representada por el
entorno del protagonista y, sobre todo
por Sancho Panza, y la otra, la ‘idealista’, que representa el modo de ver de
don Quijote. Considerando estas versiones
poco se entiende
de por qué se considera esa obra de Cervantes la primera novela moderna.
2)
El
otro camino, sin embargo, casi se olvida de las aventuras y se centra principalmente en problemas y cuestiones que tienen
que ver con la dicotomía de realidad- ficción, su relación, su manera de ser, su función, su percepción, su complejidad, etc. En este caso las aventuras, la fábula misma
de la novela aparece de un modo abstracto, como portador de significados mucho más complejos y teóricos. Uno de
los seguidores de don Quijote en este camino, es, sin duda, Jorge Luis Borges. Su texto (cuento, aunque muchos
lo consideran ensayo) titulado “Pierre Menard, autor del Quijote” (publicado en El jardín de senderos que se bifurcan en 1941 y en Ficciones en el año 1944) es indudablemente un hito en el mundo de los textos de esta categoría. Sobre el texto mencionado de Borges existen
centenares, si no miles, de críticas, pero el escritor argentino no solo trata el tema del Quijote en este texto, sino también en muchos otros, por ejemplo en los que forman parte de la antología de Epple.
El objetivo de este artículo es estudiar algunos textos del tomo del crítico chileno, de autores argentinos, de las líneas de interpretación más significantes y con una atención especial en los microquijotes borgianos. El propósito es averiguar cuál de los dos caminos interpretativos queda más acentuado en las versiones estudiadas, si son considerables como lecturas (pos)modernas de la novela cervantina y, así, sirven como pruebas de la popularidad del texto de Cervantes (y del comentario de Sansón Carrasco), o más bien refieren a un estado ya más abstracto (mitificado) de la figura del protagonista y todo lo que ha llegado a simbolizar para el siglo XXI y, así, dejan la mayoría de las aventuras de los héroes olvidada y se interesan por la complejidad conceptual, filosófica y literaria de la historia.
La antología se publicó en 2005 y en seguida ha llamado la atención de la crítica. Resulta que el conjunto de los microrrelatos quijotescos se ofrece tanto para una clasificación respecto a las técnicas utilizadas a la hora de la reescritura como para estudiar la visión metaliteraria que transmiten los textos. Es lo que podemos observar en la mayoría de los acercamientos críticos que se han escrito y de los que presentamos brevemente algunos para establecer las líneas interpretativas que seguiremos a la hora del análisis de los textos elegidos de la antología. Como veremos, todos se basan en cierta categorización.
El mismo editor de la antología, Juan Armando Epple, en el prólogo del libro hace un repaso crítico de las piezas de la antología y llama la atención sobre algunas características que ofrecen una especie de clasificación de los textos: subraya el predominio de personajes que tenían una figuración un tanto secundaria y que aparecen como figuras protagónicas en los textos contemporáneos (resaltando la base polisémica del texto original), así como la reivindicación de Cide Hamete Benengeli como verdadero autor de la obra, la perspectiva de los personajes del entorno de Don Quijote, sobre todo Sancho Panza, Aldonza Lorenzo y/o Dulcinea del Toboso y Teresa Panza, de los que, como vemos, la mayoría son mujeres.
Fabián Vique, por su parte, en el artículo titulado “Minificciones quijotescas” propone una clasificación en la que distingue —entre otros— a) un tipo de texto que crea una prehistoria
que modifica radicalmente la aventura, b) otro que da una categoría de cuentos-ensayos, y c) otro que se caracteriza por intentos de recomposición del texto cervantino, variedad llamada “la corrección imposible” (Vique 14-16). Observa algunos casos de lecturas moralizantes y un número considerable de casos que eligen la temática de ‘realidad y ficción’.
Existe otro artículo —un análisis colectivo— muy exhausto sobre la antología que es un trabajo realizado en la Universidad Católica de Chile, titulado “En torno a los Microquijotes editados por Juan Armando Epple, una lectura compartida” y dirigido por Luis Correa Díaz, profesor de la Universidad de Georgia. Este texto crítico es un conjunto de ocho aproximaciones que toman ocho distintos criterios temáticos, teóricos, etc., de los que podemos destacar el análisis titulado “Don Quijote, figura pública” de Florencia Henríquez que habla justamente de lo que Borges veía como un posible futuro en la conferencia más arriba citada. El artículo estudia aquellos textos en los que el personaje de Don Quijote “se ha convertido en una figura autónoma respecto a la novela”, “el personaje aflora independiente de su creador” y de esta manera “nos hallamos ante [dos] minificciones que hacen uso de la imagen mitificada del personaje cervantino” (C. Díaz 77). Otro artículo analiza las versiones femeninas, otro las borgianas, otro las distintas poéticas cervantinas presentes en estas minificciones contemporáneas: en esta serie de aproximaciones la resemantización de ciertos episodios, personajes y lugares recibe la denominación de ‘lectura dialógica’ y hay un texto que habla de la serie de microrrelatos de David Lagmanovich bajo el título ‘alternativas intratextuales quijotescas’.
La última aproximación que consideramos es de Basilio Pujante Cascales: “El Quijote en una línea...” Sobre la base de los textos de Microquijotes y otras fuentes, en este artículo se describen diez tipos de intertextualidad que en parte coinciden con las categorías establecidas por los otros críticos, es decir: aparece la cita textual; la creación de un episodio que no aparece en Cervantes o, en algunos casos, la creación de nuevos personajes; pero menciona también, como método más frecuente, las nuevas perspectivas de episodios conocidos (lo que F. Vique, en su categorización menos exhausta llama ‘corrección imposible’); las distintas modificaciones que afectan al cronotopo, o sea, que ubican a los
personajes en un espacio y tiempo diferentes; las perspectivas femeninas —que subrayan todos los críticos, a pesar de que estas versiones según criterios interpretativos formaran parte de otras categorías—; así mismo habla también del interés de los microrrelatistas en la doble personalidad de Alonso Quijano / Don Quijote (pero lo mismo ocurre varias veces
con Aldonza y Dulcinea). Existen versiones de reescritura del Quijote que se centran en el acto de escribir la novela, juegos con el concepto de autoría (cuyo antecedente literario sería el cuento de Borges sobre Pierre Menard) y hay textos en los que se da una lectura de la novela por parte de uno de los personajes (Pujante Cascales 766-767).
Microquijotes es, pues, una selección de cincuenta minificciones quijotescas de escritores hispánicos (y un texto de Rubén Darío que muestra algunas características del género, pero sirve más bien como punto de partida.) En este caso nos centraremos en la lectura de las lecturas que hacen los autores argentinos antologados en el libro del crítico chileno. De los cincuenta microrrelatos que encontramos en la selección, dieciocho son de autores argentinos, lo que podría ser una mera casualidad, pero si seguimos el camino del género en los países hispanohablantes con la ayuda de las antologías más conocidas y prestigiosas —que es una de las formas naturales y características de la publicación de los
microrrelatos— veremos que la proporción es una prueba más de la fuerte presencia del género en Argentina. Los autores argentinos y sus textos de la antología son los siguientes:
Jorge Luis Borges, “Parábola de Cervantes y de Quijote” (p. 21), “Un problema” (p. 23), “El acto del libro” (p. 22)
Enrique Anderson Imbert, “La cueva de Montesinos” (p. 26)
Marco Denevi, “Proposiciones sobre las verdaderas causas de la locura de Don Quijote” (p. 27), “Don Quijote Cuerdo” (p. 28), “Dulcinea del Toboso” (p. 29), “Realismo femenino” (p. 30), “La mujer ideal no existe” (p. 31), “Crueldad de Cervantes” (p. 32), “Epidemias de Dulcineas en el Toboso” (pp. 33-34), “Los ardides de la impotencia” (p. 35)
Ana María Shua, “Máquina del tiempo” (p. 43)
Ramón Fabián Vique, “La trabajosa perdurabilidad del Quijote” (p. 45)
David Lagmanovich,
“Don Quijote y Dulcinea” (p. 59), “Pensaba
Sancho” (p. 61),
“Habla Aldonza” (p. 62), “El otro Quijote” (p. 63)2
El repaso de los textos de autores argentinos da resultados interesantes en varios sentidos: vemos que entre los autores figuran dos de la gran triada argentina de los clásicos del género de la minificción que son Borges, Cortázar y Denevi. En este sentido podemos
2 Todas las citas
literarias a continuación son de la antología de Juan Armando
Epple. Microquijotes. Barcelona: Thule Ediciones, 2005.
Las páginas están indicadas
en la lista de textos.
suponer que se trata de textos representativos no solo por aparecer en la antología, sino también porque son de autores destacados de la literatura argentina. Se trata de dieciocho textos, pero de seis escritores, en tres casos tenemos distintas variantes para el mismo tema del mismo autor: Borges, Denevi, y David Lagmanovich. Estudiando los 18 textos argentinos y partiendo de la clasificación de los críticos citados, podemos observar tres líneas principales en lo que se refiere a la reescritura:
En estos textos ocurre una resemantización de algún elemento conocido de la historia. Los nuevos puntos de vista, sea de un personaje por saber un detalle desconocido por otros, o el punto de vista femenino que en la mayoría de los casos también tiene la consecuencia de resemantizar algún hecho, lugar o personaje, en nuestra aproximación forman parte de esta categoría. En uno de los textos de Denevi podemos ver un ejemplo muy simple y claro:
Marco Denevi: Los ardides de la impotencia
Quizá Dulcinea exista, pero don Quijote le hace creer a Sancho lo contrario porque es incapaz de amar a una mujer de carne y hueso.
El elemento resemantizado o reinterpretado es la motivación de don Quijote para enamorarse de Dulcinea, que en esta versión no es otra cosa, sino una maña empleada por el protagonista de la novela. Según la explicación de este minitexto, el amor hacia Dulcinea es consecuencia de la impotencia del héroe. Lo que ocurre, pues, es algo que implícitamente está también en la novela: el hecho de quién es el engañado y quién engaña depende siempre de la perspectiva; el Quijote mismo es el gran ejemplo literario de la relativización de los puntos de vista que determinan los límites entre realidades y ficciones. El otro ejemplo de esta línea atribuye cuestiones determinantes a un detalle muy práctico y banal:
David Lagmanovich: Pensaba Sancho
Al final del ciclo de sus aventuras, mientras el buen Quijano yacía en espera de la muerte, pensaba Sancho que tanto esfuerzo no debería ser en vano. Se decía: ¿Por qué no habría yo de continuar las hazañas del ingenioso hidalgo? No me lo impiden cuestiones de sangre, pues mi amo me enseñó que cada uno es hijo de sus
obras. ¿Osaré proseguir su tarea? Tal vez algún historiador futuro hablará de la primera salida de Sancho, el sucesor de Don Quijote. Si no fuera tan difícil adelgazar...
Lagmanovich sigue la vieja receta de los cuentos literarios y emplea la sorpresa final, integrando un elemento —el peso y la gordura de Sancho— que no sigue para nada la lógica de la narración, la idea solemne de continuar con ‘las hazañas del ingenioso hidalgo’ cuando él ya no está en condiciones de hacerlo. La resemantización ocurre con el desenlace que podemos interpretar como una simple gracia final, pero también como la típica excusa banal ante un gran reto.
La segunda línea de reescritura sería la de dar una nueva perspectiva ficcional o dentro de la ficción de Don Quijote, o con referencia a la totalidad de la novela. Es el tipo de texto donde la lectura metaficcional tiene un papel primordial. El primer ejemplo es de Enrique Anderson Imbert que hace referencia a un episodio concreto de la novela cervantina y aprovecha para hacer desembocar dos ficciones en una realidad (o en una ficción común): la del sueño de don Quijote sobre Montesinos y la de Montesinos. El texto es el siguiente:
Enrique Anderson Imbert: La cueva de Montesinos
Soñó don Quijote que llegaba a un transparente alcázar y Montesinos en persona
—blancas barbas, majestuoso continente— le abría las puertas. Solo que cuando Montesinos fue a hablar don Quijote despertó. Tres noches seguidas soñó lo mismo, y siempre despertaba antes de que Montesinos tuviera tiempo de dirigirle la palabra. Poco después, al descender don Quijote por una cueva, el corazón le dio un vuelco de alegría: ahí estaba nada menos que el alcázar con el que había soñado. Abrió las puertas un venerable anciano al que reconoció inmediatamente: era Montesinos.
-¿Me dejarás pasar? -preguntó don Quijote.
-Yo sí, de mil amores —contestó Montesinos con aire dudoso—, pero como tienes el hábito de desvanecerte cada vez que voy a invitarte...
No solo se trata de meterse entre los niveles de ficción de la novela de Cervantes, sino hay otro aspecto que acentúa el lugar del texto citado en esta categoría: como advierte Raúl Brasca en un artículo donde busca una posible respuesta a la pregunta de qué entra y qué no entra en la definición de ‘microficción’, “La cueva de Montesinos de Enrique
Anderson Imbert es la reescritura, en un contexto diferente, de La casa encantada, un
anónimo recogido por Beneth Cerf en su antología de 1944. […] El autor sitúa la historia dentro de otra historia, el Quijote, y al hacerlo le abre un universo de sentido que antes no tenía.” (Brasca 500) En este sentido no solo se encuentran dos planos imaginativos de ficción dentro de la narración que conocemos de Cervantes, sino al mismo tiempo se trata de la fusión de dos narraciones, ya que tienen en común el juego con las distintas perspectivas que representan uno u otro personaje.
Fabián Vique, en su minificción quijotesca, presenta un punto de vista que queda fuera de la narración, la observa entre distintos contextos temporales que vincula a distintos personajes y da diferentes perspectivas a toda la novela.
Fabián Vique: La trabajosa perdurabilidad del Quijote
Muerto Quijano, El Caballero de la Blanca Luna sale a la caza de Avellaneda y otros burladores, acompañado del fiel Sancho. Vencidos los impostores, dejan la quema de las imitaciones y blasfemias en manos del cura y el barbero. Entretanto, los Duques y Fernando invierten en loas, panegíricos, traducciones y reimpresiones. Montesinos crea en los lectores la ilusión del texto barroco. El canónigo lo torna legible entre los neoclásicos. Dulcinea lo vuelve romántico, y el cautivo, modernista. Cide Hamete Benengeli lo distribuye secretamente entre los vanguardistas. Ginés de Pasamonte lo representa como obra surrealista o neo realista. Altisidora dicta conferencias bajo el título “El Quijote, pastiche postmoderno”. La sobrina, Teresa Panza, Cardenio y los demás, esperan su turno.
Dado nuestro contexto cultural y temporal, nos tendríamos que identificar con la visión de la doncella Altisidora, que habla del Quijote como de un ‘pastiche posmoderno’, que, de acuerdo a la actitud rebelde y poco respetuosa de esta figura femenina de la novela y ofreciendo una lectura metaliteraria, alude a la falta de autenticidad u originalidad del texto.
Sin entrar en los detalles de las posibles interpetaciones que representan los personajes, podemos decir que esta versión llama la atención a que la perdurabilidad del Quijote, que aparece en el título, se debe a la multiplicidad de lecturas que ha ofrecido en el pasado, ofrece en la actualidad y ofrecerá en el futuro, puesto que hay personajes cuyo tiempo todavía no ha llegado.
El tercer ejemplo que citamos es un texto de Ana María Shua que, como Enrique Anderson Imbert, juega con dos textos previos y los une en un tercero. La gran diferencia es que en este caso la autora convierte en hipotexto tanto la novela cervantina como su hipertexto borgiano sobre el gran proyecto de Pierre Menard:
Ana María Shua: Máquina del tiempo
A través de este instrumento rudimentario, descubierto casi por azar, es posible entrever ciertas escenas del futuro, como quien espía por una cerradura. La simplicidad del equipo y ciertos indicios históricos nos permiten suponer que no hemos sido los primeros en hacer este hallazgo. Así podría haber conocido Cervantes, antes de componer su Quijote, la obra completa de nuestro contemporáneo Pierre Menard.
La autora, pues, sigue la cadena inter- o hipertextual, invirtiendo el orden cronológico de la composición de los textos en cuestión. Como dice Velebita Koricancic en su artículo “Las estrategias lúdicas en los micro-relatos de Ana María Shua”: “La significación surge a partir de las refracciones de la tradición literaria. […] De esta manera, Shua homenajea a dos grandes escritores de la lengua española. Además, al situar a un personaje textual y a un escritor de la vida real dentro del mismo plano enunciativo, descubre la inestabilidad de las categorías «realidad» y «ficción» en su literatura” (7). Es decir, hace lo mismo que hizo Cervantes en el Quijote y, en este sentido, se declara seguidora de la herencia cervantina.
Jorge Luis Borges también es considerado gran lector y seguidor de esta herencia que no conoce —o, mejor dicho, borra conscientemente— las fronteras entre realidades y ficciones. La tercera línea que observamos, entre las versiones de microquijotes argentinos,
es la que más interés tiene si nos motiva seguir el proceso de abstracción de la historia, la figura y la novela de Don Quijote. Es la variedad de reescritura que uno de los críticos (Vique) ha llamado ‘ensayo’, otro (Basilio Pujante Cascales) ‘pseudo-ensayo’ y un tercero (Miguel Arce Viaux, del grupo de la lectura crítica colectiva) ‘una parabólica solución’. Estos textos, que son básicamente las minificciones de Borges, refieren a la interpretación de la totalidad de la novela o del fenómeno que simboliza la historia y no apuntan a detalles o interpretaciones concretos.
En El Hacedor de
Borges hay dos textos que evocan el Quijote de Cervantes, de dos
maneras bien distintas, pero conceptualmente con algunos puntos en común: “Un problema” y “Parábola de Cervantes y el Quijote”. En La cifra encontramos otro texto, “El acto del libro”, que no menciona el nombre del caballero andante ni el de su escritor, creador o hacedor, pero el lector en seguida lo identifica por otras alusiones. Estos son los tres textos que también Juan Armando Epple ha incluido en su antología y que estudiaremos a continuación:
En “Un problema” el narrador empieza advirtiendo que se trata de un planteamiento virtual: “Imaginemos que...”, acentuando que estamos en un contexto ficticio y después buscando explicaciones ficticias para la cuestión que, ya en sí, es fruto de la imaginación. Desde el punto de vista de la narración, es una minificción típica del autor y, como veremos, también es típico en el sentido de que aparece en el texto la problemática de las perspectivas de realidad-ficción.
Imaginemos que en Toledo se descubre un papel con un texto arábigo y que los paleógrafos lo declaran de puño y letra de aquel Cide Hamete Benengeli de quien Cervantes derivó el Don Quijote. En el texto leemos que el héroe (que, como es fama, recorría los caminos de España, armado de espada y de lanza, y desafiaba por cualquier motivo a cualquiera) descubre, al cabo de uno de sus muchos combates, que ha dado muerte a un hombre. En este punto cesa el fragmento; el problema es adivinar, o conjeturar, cómo reacciona don Quijote.
Que yo sepa, hay tres contestaciones posibles. La primera es de índole negativa; nada especial ocurre, porque en el mundo alucinatorio de don Quijote la muerte no es menos
común que la magia y haber matado a un hombre no tiene por qué perturbar a quien se bate, o cree batirse, con endriagos y encantadores. La segunda es patética. Don Quijote no logró jamás olvidar que era una proyección de Alonso Quijano, lector de historias fabulosas; ver la muerte, comprender que un sueño lo ha llevado a la culpa de Caín, lo despierta de su consentida locura acaso para siempre. La tercera es quizá la más verosímil. Muerto aquel hombre, don Quijote no puede admitir que el acto tremendo es obra de un delirio; la realidad del efecto le hace presuponer una pareja realidad de la causa y don Quijote no saldrá nunca de su locura.
Queda otra conjetura, que es ajena al orbe español y aun al orbe del Occidente y requiere un ámbito más antiguo, más complejo y más fatigado. Don Quijote –que ya no es don Quijote sino un rey de los ciclos del Indostán– intuye ante el cadáver del enemigo que matar y engendrar son actos divinos o mágicos que notoriamente trascienden la condición humana. Sabe que el muerto es ilusorio como lo son la espada sangrienta que le pesa en la mano y él mismo y toda su vida pretérita y los vastos dioses y el universo.
La historia bien conocida del Quijote de Cervantes se evoca en el primer párrafo con una sola frase entre paréntesis, y al mismo tiempo se plantea la posibilidad (‘imaginemos’) de descubrir un fragmento más de la historia, escrita o transcrita por Cide Hamete Benengeli, en el que ocurre el acontecimiento que significa el ‘problema’ prometido en el título y que plantea interpretar el narrador. El juego al que invita consiste, al parecer, en juzgar un acto ficticio de un personaje ficticio dentro de una historia ficticia conocida, pero con una consecuencia no ficticia. Como las tres soluciones ofrecidas por el narrador
vienen ya calificadas por él, (una es “de índole negativa”, otra “patética” y la tercera “verosímil”) la adivinanza resulta ser pura retórica. La verdadera solución está en el último párrafo, que parece un colofón (“Queda otra conjetura...”), ya que en las dos anteriores se ha concluido perfectamente la cuestión planteada. Don Quijote aparece al final reencarnado en otro personaje, en “un rey de los ciclos de Indostán”, con lo que queda revelado que el protagonista cervantino ha sido un pretexto para mostrar las dificultosas relaciones que puede haber entre realidades y ficciones, formando parte de una serie de personajes presentes en las distintas culturas desde siempre. El problema, pues, por un lado consiste en cómo reaccionar si alguien pasa de una ficción a otra, de una realidad a otra, es decir, fuera
del espacio y dimensiones que le corresponden. Por el otro lado se trata de un juego con las perspectivas, como si se tratara de un laberinto de capas de ficción —de las cuales una se llama realidad—, y solo si observamos el problema desde una distancia adecuada para ver qué es lo que queda fuera de nuestro alcance, podemos ver que nuestra realidad, así como la de Cervantes y la de don Quijote, forman parte de una serie de continuidades que hace que los remotos tiempos “de los ciclos de Indostán” y los de don Quijote se acerquen cada vez más y, al mismo tiempo, se alejen de “la condición humana”.
Según el título, el segundo texto es una parábola (es decir, un texto que contiene, del que se deduce alguna verdad importante o una enseñanza moral), “Parábola de Cervantes y de Quijote”:
Harto de su tierra de España, un viejo soldado del rey buscó solaz en las vastas geografías de Ariosto, en aquel valle de la luna donde está el tiempo que malgastan los sueños y en el ídolo de oro de Mahoma que robó Montalbán.
En mansa burla de sí mismo, ideó un hombre crédulo que, perturbado por la lectura de maravillas, dio en buscar proezas y encantamientos en lugares prosaicos que se llamaban El Toboso o Montiel.
Vencido por la realidad, por España, don Quijote murió en su aldea natal hacia 1614. Poco tiempo lo sobrevivió Miguel de Cervantes.
Para los dos, para el soñador y el soñado, toda esa trama fue la oposición de dos mundos: el mundo irreal de los libros de caballerías, el mundo cotidiano y común del siglo XVII.
No sospecharon que los años acabarían por limar la discordia, no sospecharon que la Mancha y Montiel y la magra figura del caballero serían, para el porvenir, no menos poéticas que las etapas de Simbad o que las vastas geografías de Ariosto.
Porque en el principio de la literatura está el mito, y asimismo en el fin.
En los últimos dos párrafos —la parte reflexiva— aparecen alusiones a otras ficciones, al Orlando Furioso de Ariosto y a Simbad de Las mil y una noches, elevando todas estas obras literarias a un nivel abstracto para ilustrar la enseñanza o conclusión con la que
acaba el texto (o para atribuirles el valor alegórico que requiere la parábola). En este texto la aproximación es diferente, pero la temática, al fin y al cabo, es la misma: la manera de ser de la literatura, la ficción. Respecto al texto anterior, aquí el nuevo elemento es el tiempo que con el efecto de ir debilitando las oposiciones —hasta tal punto que al final las elimina— contribuye al nacimiento de los mitos que el texto considera como alfa y omega de la literatura. De la misma manera como en “Pierre Menard...”, vemos cómo se pone en duda la razón de ser de cualquier interpretación, reinterpretación, lectura o relectura, lo que plantea la cuestión de qué es el canon, el fundamento de aquellas fábulas que con el tiempo pierden la relación directa con la realidad y, al mismo tiempo, llegan a formar parte de la tradición, convirtiéndose en una especie de mitos.
Es justamente el tema de la mitificación el que nos conduce al siguiente texto, un poco más tardío, titulado “El acto del libro”:
Jorge Luis Borges: El acto del libro
Entre los libros de la biblioteca había uno, escrito en lengua arábiga, que un soldado adquirió por unas monedas en el Alcana de Toledo y que los orientalistas ignoran, salvo en la versión castellana. Ese libro era mágico y registraba de manera profética los hechos y palabras de un hombre desde la edad de cincuenta años hasta el día de su muerte, que ocurriría en 1614.
Nadie dará con aquel libro, que pereció en la famosa conflagración que ordenaron un cura y un barbero, amigo personal del soldado, como se lee en el sexto capítulo. El hombre tuvo el libro en las manos y no lo leyó nunca, pero cumplió minuciosamente el destino que había soñado el árabe y seguirá cumpliéndolo siempre, porque su aventura ya es parte de la larga memoria de los pueblos.
¿Acaso es más extraña esta fantasía que la predestinación del Islam que postula un Dios, o que el libre albedrío, que nos da la terrible potestad de elegir el infierno?
En este texto no aparece ni un solo nombre propio de persona que haga referencia a la novela cervantina, pero el lector que conoce mínimamente el texto del Quijote, lo identifica en seguida, gracias a las alusiones a la edad del protagonista, al tiempo de la
acción, a otros personajes, etc. El texto nos sitúa en una biblioteca donde se encuentra el texto supuestamente original, en lengua árabe, que el protagonista tiene en la mano, pero no lee, sin embargo, hace todo lo que está escrito / soñado en él. Y lo hace en un tiempo circular, en un tiempo mítico, ya que poco a poco pierde los vínculos con este guión y pasa a la memoria colectiva, a la “larga memoria de los pueblos”. Como dice Kyung-Won Chung en su trabajo titulado “La huella del Quijote en Jorge Luis Borges”, “El libro mágico escrito en arábigo no se encuentra en ningún lugar menos en las manos de ‘el hombre’ quien no lo lee en realidad. A lo mejor, para él no es necesario leerlo, ya que don Quijote se hizo mito que vive todo el pueblo.” Y en cuanto a la lectura borgiana añade: “Borges considera este libro como el sagrado que equivale a la Biblia o el Corán, porque profetiza la vida futura de ‘el hombre, don Quijote’. En la parte final se nota esta comparación teológica entre los tres libros ‘sagrados’ ” (Chung 1240).
Vemos que en los tres textos hay ciertos elementos en común: las distintas perspectivas; la consideración de la dicotomía realidad/ficción, cordura/locura, realismo/idealismo como una sola unidad; ver la ficción como un sueño, es decir, una proyección del subconsciente; y, lo que más nos interesa esta vez, el hecho de considerar a Don Quijote como un personaje mitificado y toda su historia como una especie de mito. Mito, quizás no en el primer sentido de la palabra, porque no se trata de la interpretación del origen del mundo u otros grandes acontecimientos de la humanidad. Sin embargo, en un sentido más general, que aparece como segunda acepción en el diccionario de la Real Academia, sí puede servir como descripción del fenómeno: “Historia ficticia o personaje literario o artístico que condensa alguna realidad humana de significación universal” (RAE). Para Barthes el mito es, en primer lugar, “un habla”, o sea, es un sistema semiológico de “esquema tridimensional” de tres elementos: “el significante, el significado y el signo”. Pero, dice el mismo Barthes, “el mito es un sistema particular por cuanto se edifica a partir de una cadena semiológica que existe previamente: es un sistema semiológico segundo. Lo que constituye el signo (es decir el total asociativo de un concepto y de una imagen) en el primer sistema, se vuelve simple significante en el segundo” (Barthes 129). Y plantea la siguiente pregunta, muy lógica: “Entonces, ¿todo puede ser un mito?” Y la respuesta es: “Sí, yo creo que sí, porque el universo es infinitivamente sugestivo. Cada objeto del mundo puede pasar de una existencia cerrada, muda, a un estado oral, abierto a la aproximación de la sociedad” (125). Y es lo que pasa, lo que ha pasado con Don Quijote. Incluso el tiempo
necesario, el ‘tiempo remoto’ parece cumplirse, pues cuatrocientos años parecen ser suficientes para que el proceso se lleve a cabo. Pero, ¿cómo sigue este proceso? Otro importantísimo ‘mitólogo’, Lévi-Strauss, en su libro titulado Antropología estructural dice lo siguiente sobre esta cuestión: “El mito se desarrollará como en espiral, hasta que agota el impulso intelectual que le ha dado origen” (252). La historia de don Quijote, según el testimonio de todos estos textos que hemos estudiado, sigue con dicho impulso, sin duda. La cuestión de cómo percibimos la realidad y dónde están los límites de una percepción válida es una pregunta eterna que tiene que ver hasta con estos comienzos en los que nacen los mitos que a veces se concretan en manifestaciones literarias, es decir, en la literatura, que luego, al cabo de mucho tiempo, pueden desembocarse otra vez, pero solo en casos especiales, en mitos. “Porque en el principio de la literatura está el mito, y asimismo en el fin”, como dice el mismo Borges.
Hemos visto que las críticas se ocupan, sobre todo, de las técnicas de la reescritura en las minificciones recogidas y de las formas de modificación que se observan en los textos. No es sorprendente, ya que el conjunto de las cincuenta versiones de microquijotes invita al crítico a la clasificación, para observar qué es lo que realmente ocurre con la novela cervantina en estos microrrelatos. Pero, repasando los artículos, llama la atención también que los textos antologados apenas aparecen en la crítica literaria separados; siempre se refiere a ellos en plural, como una serie, como una unidad de varios elementos: o variantes para temas distintos del mismo autor o variantes para el mismo tema de distintos autores. Por lo tanto, surge la pregunta de qué es lo que constituye aquí la obra de arte, cada texto en sí, las variantes por autor, o la antología misma. En caso de los autores argentinos la construcción de las unidades formadas por varias piezas, es aún más frecuente. Los casos de excepción son justamente los que ofrecen una reflexión sobre la totalidad de lo que es el ‘fenómeno Don Quijote’ que realmente poco tiene que ver con el argumento o detalles concretos de la historia. En este sentido también las conclusiones de las críticas concuerdan perfectamente: “Los elementos metaliterarios que llevan de la minificción a la novela son los que están en el texto cervantino especialmente en la segunda parte: los lectores que intervienen, las explicaciones sobre los sucesos de la primera, las referencias al texto de Avellaneda” (Vique 16), como dice Fabián Vique, es decir, los autores de minificción juegan con las herramientas de Cervantes creando textos que dialogan con el Quijote, y/o con el
mito del Quijote. Epple llega a una conclusión similar cuando dice: “Pero las minificciones
no se proponen reinterpretar la obra original, sino intervenir en su lectura y resemantizar episodios para ampliar su radio de significaciones” (13). Pujante Cascales, por su parte, resume aún más y dice que estas versiones son capaces de “condensar su espíritu (el de la novela) en una página o en una línea” (768).
Volvemos a la pregunta que planteamos al comienzo, si el hecho de que Don Quijote siga tan vivo (y no solo en la minificción sino en muchos otros géneros) se debe a que la novela nunca se haya dejado de leer o es gracias a nuevas historias que inspira este héroe individual, loco-cuerdo de más de cuatrocientos años. A nuestro entender no es que la novela “los niños la manoseen, los mozos la lean, los hombres la entiendan y los viejos la celebren” (aunque este último quizás sí), sino más bien se trata de que a lo mejor, si bien la mayoría de sus aventuras han sido olvidadas, los hombres —los escritores— siguen inventando historias para atribuírselas a estos personajes: “historias que serán espejos de los personajes” (Borges 160), como dice Borges, y, gracias al contenido metaliterario de las reescrituras, también espejos de nuestra actualidad.
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