Colindancias (2016) 7:227-237
El interlocutor incómodo.
Waldo Frank y su relación con el ensayo
latinoamericano
Recibido: 16.11.2016 / Aceptado: 12.12.2016
la coherencia, de la homogeneidad de destino artístico que hay en elProceso de su obra y sus viajes. Ello es que ha venido a
ser, gracias a este bien trazado destino, uno de los Personajes trágicos más
eminentes en el diálogo de las Américas. iGrande
orgullo para los que, en cierto modo, hemos tenido la suerte de llevarle la
réplica y acompañarlo un poco en sus etapas!
Alfonso Reyes
Cuando se
escriba con rigurosidad la historia del ensayo latinoamericano, sin duda se
designará como un punto de inflexión, como "momento decisivo", los
años que van de 1891 a 1949. Es un periodo de acentuación en el cuestionamiento
de la identidad local y regional. Eso lo sabemos bien. En 1891 José Martí
publicó en el diario mexicano El Partido Liberal su ensayo "Nuestra
América", y en 1949, a guisa de cierre, Octavio Paz dio a la imprenta El
laberinto de la soledad. Entremedio, podemos hacer una breve, pero contundente
lista de obras capitales: Ariel, Horas de estudio, Cuestiones estéticas, Visión
deAnáhuac, Seis ensayos en busca de nuestra exPresión, Siete ensayos de interpretación de la realidadPeruana, Radiografía de la Pampa. Durante sesenta
años, los ensayistas latinoamericanos revisaron el espectro de la identidad y
realizaron una inquisición a fondo; desde el liberalismo radical hasta el
conservadurismo más enervante, no dejaron de formularse las preguntas más
urgentes, todas ellas de corte existencial. En particular fueron decisivos los
años que median entre la década del veinte y la del treinta: días en que se
pusieron en práctica las primeras políticas culturales de corte masivo y
popular en casi toda la región. Ahí, el ensayo jugó un rol prioritario: fue, a
la vez, diagnóstico y pronóstico. Sondeo y exploración; confirmación y riesgo.
A la par de este
proceso, se desarrollaban proyectos de nación de corte masivo, que a su vez
proponían una redefinición de la función "civilizadora" del Estado.
La educación, como parte fundamental de dicho proceso, fue redimensionada como
estrategia de cambio social: vía de formación política y sensibilidad estética.
El tránsito entre un proceso y otro fue mediado por el discurso ensayístico.
Podríamos afirmar, entonces, que el ensayo confirmó, así, su dimensión pública
y programática: de la aristarquía propuesta en el
Ariel de José Enrique Rodó en 1900 hasta la trascendencia geopolítica de la
Raza cósmica de José Vasconcelos en 1925, la variación consistía en colocar la
dimensión cultural en el centro de los programas de renovación nacionales.
Estas
transformacionales no fueron producto de la casualidad: existían razones de
peso para confiar en el porvenir. Por encima de todo, prevalecía la certeza de
que pronto se alcanzaría la madurez política e intelectual, y el genio de cada
nación aparecería con nitidez. Asomaban por ahí, sin duda, las ideas de José
Ortega y Gasset en torno a las roles y protagonismos de las generaciones, y su
empeño en instaurar la razón vital. Sin embargo, había algo más. La base de esa
confianza radicaba en el contraste con el resto de las naciones occidentales,
en particular con los países que habían servido de modelo a seguir, y cuyo
presente se hallaba oscurecido por la neblina de la guerra. ¿Hasta qué punto
era posible articular un proyecto cultural con otro de corte político? He aquí
uno de los temas centrales del ensayo latinoamericano de la primera mitad del
siglo Wx. Estética y ética, vinculadas para regular,
o, mejor dicho, orientar las conductas públicas y privadas. La identidad se
volvió problemática en el mejor sentido de la acepción: como algo que está
todavía por definirse, y cuyos perfiles apenas son visibles con las nuevas
perspectivas de gobiernos y las novísimas maneras de exploración cultural y
literaria.
Desde otras
latitudes del orbe occidental, empero, no faltó quien pensara con idéntico
optimismo y tratara de estrechar los vínculos entre el "viejo" y el
"nuevo" mundo, aunque desde una orientación distinta, producto de
otra circunstancia y de otra relación con la tradición occidental, una relación
menos conflictiva, porque se asumía, de entrada, como su natural continuación.
Tal fue el caso del escritor y ensayista norteamericano Waldo Frank
(1889-1967).
Waldo Frank, nacido en el seno de una familia judía de la alta burguesía estadounidense de la costa este, fue, entre la década del veinte y la del treinta, un peculiar interlocutor de la intelectualidad latinoamericana. Dejando de lado los trabajos periodísticos y los libros de viajes y de ficción, como los de John Kenneth Turner (México bárbaro) y John Reed (México insurgente), que describieron y muchas veces denunciaron injusticias y "folclorismos" nocivos, Frank fue el primero que intentó establecer un diálogo con sus colegas del sur del continente. ¿Cómo fue que este peculiar norteamericano se convirtió, en muy poco tiempo, en el portavoz de la propuesta continental de fusionar las dos Américas en una sola, con un potencial de creación inusitado para aquellos días? Y más importante aún: ¿cómo logró convencer a sus pares hispanoamericanos de su propuesta? ¿Cómo pudo transitar, por ejemplo, de las propuestas socialistas y radicales de José Carlos Mariátegui a la aristocracia cultural de Victoria Ocampo con la mayor soltura? El espectro de las respuestas es muy amplio. Desde el ámbito norteamericano, por ejemplo, las razones son diversas, y hasta opuestas. Para el académico norteamericano Michael Ogorzaly, en su demoledor ensayo Waldo Frank. Prophet ofthe Hispanic Regeneration, Frank "told Latin American cultural elites what they wanted to hear, and thus assured himselfa high standing among them" (Orgarzaly 1994: 9). Por su parte, la investigadora Irene Rostagno define (y defiende) a Frank como el primer difusor de la cultura latinoamericana en el suelo estadounidense: "Long before Franklin D. Roosevelt launched the Good Neighbor policy, Frank brought back to his country men news of Latin America culture" (Rostagno 1989: 41).
Sin duda, y en
esto concuerdo con Ogorzaly, Frank elegía y
articulaba su discurso según quien fuera su interlocutor; pero, por otro lado,
los intelectuales hispanoamericanos estaban configurando sus propias
estrategias de descolonización epistémica, y el ejemplo de la cultura
norteamericana bien podría haberles servido de ejemplo: ¿cómo establecer un
diálogo en mejores circunstancias, de igual a igual? ¿Era posible? Sea de una
manera o de otra, Frank se granjeó la confianza de la heterogénea (y muchas
veces contradictoria) intelectualidad latinoamericana de la época. En este
ensayo, me gustaría describir su función como contraparte de algunas de las
grandes figuras de la intelectualidad latinoamericana y del ensayismo de la
época: Alfonso Reyes, José Carlos Mariátegui, Gabriela Mistral, Victoria
Ocampo, Pedro Henríquez Ureña, entre otras y otros. A pesar de las cercanías
(tanto culturales como intelectuales), la condición norteamericana de Frank
obligaba a una reubicación en el diálogo (ampliar o redefinir los alcances de
las políticas culturales que se estaban diseñando y poniendo en práctica en
aquellos días), y a repensar la condición latinoamericana desde otros
parámetros. Frank se autoproclamó profeta en nuestras tierras, con esa
indumentaria se presentó en las principales capitales latinoamericanas; sin
embargo, su discurso no buscaba el diálogo sino la confirmación, o, mejor dicho:
la auto-confirmación. Frank vino a Latinoamérica no a
estudiarla y describirla, sino a reafirmar sus propias ideas. Venía de una
profunda transformación personal, que lo había llevado del socialismo y la
teosofía a la búsqueda de una renovada forma de espiritualidad. Como muchos de
los artistas e intelectuales latinoamericanos, Frank había
"descubierto" su identidad particular, su diferencia, en Europa, en
la Europa trastocada por la primera gran guerra. Se supo entonces americano", y no sólo eso: entendió
que tenía una misión pendiente: hacer surgir las fuerzas renovadoras del suelo
del nuevo mundo. La potencialidad cultural como contrapeso a la hegemonía del
capitalismo moderno y de cuño norteamericano.
Su relación para
con la "otra" América fue larga y no es este el momento ni el lugar
para dar cuenta cabal de ella. Así, me gustaría concentrarme, por el contrario,
en un periodo específico: su viaje "iniciático" por América Latina en
1929 y las conferencias y charlas que dictó, durante su travesía, en las principales
ciudades del subcontinente y que reunió en un volumen titulado Primer mensaje a
la América hispana. Este libro contiene sus principales postulados en torno a
la idea de una América potencial, previamente desarrollados en sus obras más
importantes, como: OurAmerica (1919) y The Rediscovery dAmerica (1929).
La dedicatoria
del libro nos da una pista del camino recorrido hasta el descubrimiento de esta
nueva veta cultural, y nos permite reconstruir la historia de esta amistad poco
común entre intelectuales de las dos Américas. Waldo Frank consagra este texto
a su "primer amigo de Hispano América": Alfonso Reyes. Fue él quien
llevó su "primer mensaje a mis hermanos de Hispano América" (Frank,
Primer mensaje: 3). Reyes conoció a Frank en Madrid en 1924, cuando éste
trabajaba en su libro Virgin Spain,
coincidieron después en Nueva York y París, y finalmente en 1929, en el barco
Voltaire que los hizo cruzar el Río de la Plata ["Nos acercaban viejos
impulsos de cordialidad humana, y la fe en el sentido propio de América"
(Reyes 1997: 140)]. El escritor regiomontano se convirtió así en el
deuteragonista de las peripecias latinoamericanas de su amigo yanqui. Al
rememorar aquella amistad, Reyes sintetizaba los ideales que los unían como
interlocutores:
Los escritores de esta generación americana —Waldo y yo somos
contemporáneos estrictos— nunca nos hemos resignado, ni en uno ni en otro lado
de la frontera lingüística, a considerar el mundo americano como un acaso de la
historia y de la geografía, sino que le hemos encontrado un sentido en cierto
modo profético. Lo hemos visto como una aspiración en los destinos de la
sensibilidad y la cultura. (citado por Frank 1950: 20)
Frank había ido
entonces a España en busca de una alternativa para lo que él entendía como la
decadencia de la cultura occidental (previa mediación de Oswald Spengler).
Buscaba la esencia de los pueblos en el aspecto comunitario, que el capitalismo
galopante estaba "destruyendo" en las naciones más
"civilizadas". En España virgen apuntaba: "la energía de un
pueblo es la suma de sus impulsos personales. La raza dinámica es aquella en la
que el individuo como individuo es incompleto" (Frank 1950: 255). Reyes lo
hizo virar y le mostró la posibilidad que Hispanoamérica representaba para su
proyecto. Una vasta tierra, en donde la cultura y la naturaleza no habían roto
completamente sus lazos. "Si yo me he aproximado a España, es porque
quiero entrar en la América Hispana por el camino real de la historia"
(Reyes 1997: 141), le escribió a su amigo mexicano en una carta.
Alfonso Reyes
entendía esta obra de Frank como una sinfonía, o, para parafrasear al propio
autor, como "historia sinfónica": "Así como la sinfonía se
desarrolla en el tiempo para recogerse en una unidad anímica, así Virgin Spain de Waldo Frank se
tiende sobre el tiempo, en cuanto es 'historia', para reintegrarse toda en el
instante poético, en cuanto es 'sinfonía"' (137).
Dejando de lado,
momentáneamente, la relación con Reyes, ¿cuál era el conocimiento que se tenía
del escritor norteamericano en Latinoamérica? José Carlos Mariátegui apuntaba
previamente y a guisa de presentación al público de la región:
Sólo una élite conocía (en 1925) los libros de Waldo Frank. El público
hispanoamericano no sabía casi nada de su autor. La Revista de Occidente había
publicado un ensayo de este gran contemporáneo. Un año antes, Valoraciones, la
excelente revista del grupo 'Renovación' de la Plata, y otros órganos de
continente habían revelado a Frank a sus lectores publicando el sencillo y
hermoso mensaje a los intelectuales hispanoamericanos de que fue portador en
1924 el escritor mexicano Alfonso Reyes. (Mariátegui 1987: 182)
Mariátegui fue
uno de los principales difusores de la obra de Frank en Hispanoamérica, en
particular había dado cuenta de OurAmerica,
considerada por él como la más inteligente interpretación de los Estados
Unidos. El intelectual peruano destacaba la confección que allí hacía Frank de
una peculiar tradición norteamericana que incluía a escritores e intelectuales
como Whitman, Thoureau, Emerson y Lincoln. Hacía
énfasis, además, en los cimientos culturales que el norteamericano señalaba: el
pionero, el puritano y el judío. Esta genealogía servía para contrarrestar el
lugar común que colocaba al país norteamericano como una nación materialista
"Y no me parece posible dudar que la actitud de los pueblos
hispanoamericanos ante los Estados Unidos debe apoyarse en un estudio y una
valoración exactos del fenómeno yanqui." (Mariátegui 1987: 184) Con
generosidad ofreció a Frank las páginas de su revista Amauta para reproducir
íntegramente su libro El redescubrimiento de América.
Por su parte,
Pedro Henríquez Ureña, en su libro fundamental Seis ensayos en busca de nuestra
exPresión (publicado en 1928), expresaba, al hablar
de las nuevas generaciones de autores norteamericanos: "Entre los
reconstructores, legión nutrida e infatigable, Waldo Frank despierta nuestra
simpatía, porque ha sentido hondamente la atracción del mundo hispánico y busca
en él tesoros cuyo secreto llevará consigo para enriquecer su tierra
natal" (Henríquez Ureña 1960: 315).
Entre la
publicación de España virgen y su arribo a los pueblos del sur, Waldo Frank
aquilató un prestigio poco común, hizo de su interés por las naciones
hispanoamericanas el pasaporte que le franqueó la entrada a nuestros países;
pero, sobre todo, preparó el terreno para exponer su discurso: tomó nota de los
impulsos que movían y animaban a la heterogénea clase intelectual local y
estableció las debidas correspondencias. Se percató de la ausencia de un "guía
espiritual", que convocara a las diversas voces intelectuales y
estableciera un programa de "acción espiritual". Para tal efecto,
debía adentrase en la sinuosa e imbricada geografía sureña, presenciar y
experimentar sus particularidades, encontrar pistas y crear (o inventar) un
vínculo común.
Entre junio y
diciembre de 1929 Waldo Frank emprendió un largo viaje por Latinoamérica, que
comprendió México, Argentina, Chile, Bolivia, Perú, Cuba Uruguay, Ecuador,
Colombia, Panamá, Honduras y Nicaragua, además de breves estancias en Brasil y
Uruguay. Fue invitado, por diversas autoridades culturales y personajes de la
elite intelectual, a dar conferencias y charlas. Frank aprovechó la ocasión
para hacer la presentación de él mismo y de su proyecto de vasto aliento: hacer
visible la "América potencial".
El propósito
de la travesía tenía como objetivo la escritura de un futuro libro sobre
Hispanoamérica (complemento a sus reflexiones sobre la "esencia" del
pueblo norteamericano). Mientras tanto, dejaba un primer mensaje, primigenio
testimonio de su experiencia con la otra América:
Propiamente, esos discursos y charlas fueron una especie de introducción a
un mensaje; y el mensaje será el libro que estoy escribiendo. Antes de dar este
mensaje era natural presentarme a mí mismo, hablar de mi país, de mis ideas
sobre la vida moderna, de mi visión del nuevo mundo, hablar incluso de mi
persona. Y esto es he hecho en las conferencias que ahora presento a los
lectores. (Frank Primer mensaje: 11)
Un dato para
tener en cuenta es que se dirige a sus interlocutores en español: "Porque
aunque entre vosotros me siento como en mi casa, estoy muy lejos de sentirme
cómodo en vuestra lengua. Por eso no quiero dirigirme a vosotros en inglés, aun
cuando así me entendierais mejor". Postula, inmediatamente después, la
condición de hermandad entre las Américas. El representa a la hermana mayor;
es, a su manera, el Big Brother que no sólo nos observa y vigila, sino también
nos aconseja y recrimina cuando es "necesario": "A veces, parece
que los hermanos se han hecho para torturarse unos a otros" (16). Desea
parecerse a sus compañeros que habitan al sur del río Bravo, pero no puede
evitar hacer énfasis en la diferencia: por más que persigan fines comunes, él
tiene claro que ha andado un trecho más largo.
Su intención
es clara:
Estoy aquí, amigos míos, en primer lugar porque soy un artista. No he
venido a predicar, ni a escudriñar. Vengo porque lo que más me importa en el
mundo es la creación: la creación estética, espiritual. Y hace tiempo que vengo
sintiendo la necesidad de crear algo aquí, entre vosotros, con mis propios
medios y a mi humilde manera. América es un organismo potencial: un todo
latente. (16-17)
América tiene
que ser creada por los artistas. Frank siente que es en estas tierras donde aún
se puede crear desde la nada: hacer del artista el fundador del genio del
pueblo: "y sólo en la medida en que ellos hayan cumplido su tarea de
creación podrán los políticos y los críticos llevar adelante lo que haya sido
creado" (17). Lo que parece no tomar en cuenta es la historia
latinoamericana, llena de ejemplos de intensiones similares que terminaron en
desastres políticos y económicos. La clase intelectual y artística
latinoamericana llevaba varias décadas luchando por los mismos fines, buscando
incorporar las demandas culturales en los proyectos de nación. Como resultado,
salvo honrosas excepciones, había recibido, en cambio, la persecución política
y el exilio. No hace falta recordar aquí que cuando Waldo Frank arribó a México
en 1929, José Vasconcelos perdía, vía el fraude electoral, las elecciones
presidenciales. Los militares expulsaban al filósofo de la república.
Sin embargo,
él mantenía sus postulados: al ser creada por los artistas, América, afirmaba,
podría ser concebida, sentida y disfrutada por toda la comunidad de pueblos. La
estética como vía de retorno al comunitarismo primigenio. El regreso, no
obstante, no sería un retraso, sino lo opuesto: la manifestación plena de la
vanguardia intelectual. La confirmación de que América ha relevado a la vieja
Europa y ahora se hace cargo del legado cultural. Ya José enrique Rodó había
señalado, al despuntar el siglo XX, a la juventud como una fuerza potencial,
pero sólo en la medida que pudiera incorporar, en sus procesos formativos, la
perspectiva del humanismo moderno.
Frank no deseaba
cumplir con las "obligaciones" del norteamericano típico, al menos
así exponía a los cuatro vientos ante sus interlocutores hispanoamericanos:
Yo podría, en el mundo moderno, dedicarme a muchas otras cosas. Por
ejemplo, a ganar dinero, a o a excitar y complacer mis sentidos. O bien podría
encerrarme en la torre de marfil, para comulgar con una alta y secreta Musa o
con algún Dios superior y esquivo al mundo. Pero hace tiempo que tales
actividades me han parecido mucho menos dignas que la otra: la que nos solicita
a todos cuantos nos sentimos americanos. (17-18)
Esa condición
que pregonaba, era, en realidad, característica de su generación, participante
de una suerte de revolución cultural que sacudió a las conciencias de la
juventud norteamericana al estallar la primera gran guerra y que desembocaría
en la llamada "Generación perdida", cuyas mejores señas de identidad
serían la expatriación y la búsqueda de sentido en ese autoexilio inducido. Un
rechazo instintivo al desarrollo y empoderamiento capitalista de su país.
¿Cuál era la
premisa de esta propuesta? ¿Se sostenía sobre bases sólidas, o representaba
sólo la ilusión de un "renegado" ciudadano de los Estados Unidos?
Siendo herederos de muchas culturas, los americanos, sostiene el escritor
estadounidense "somos también los padres potenciales de una nueva cultura"
(18). Tal potencialidad sería la clave
para correr el
riesgo. Asumir la mayoría de edad, y construir un repertorio propio de teorías
y conocimientos. Para el norteamericano, valía la pena arriesgarse.
La cultura que
Frank tenía en mente, no era de clase ni correspondía a una aristocracia
específica (a diferencia de Rodó), sino era de masas, una "cultura
humana" incluyente, que abarcara, en la medida de
lo posible a todas las categorías sociales:
Ya veis que os hablo abiertamente: quiero que me recibáis como hermano.
Pero no haya lugar a engaño. Qiiero que quede bien
claro entre nosotros que si a veces doy en ser crítico —y crítico más bien
áspero— mi impulso profundo es siempre el crear belleza, y cada vez más vida,
aquella vida cuya conciencia y cuya experiencia conocemos bajo el nombre mismo
de belleza. (20)
La estética como
ética, como vía para gobernar los destinos de la polis. No deja de ser curioso,
sin embargo, que Frank no expuso, en ninguna de sus conferencias, un plan
concreto para conquistar tal objetivo. Y no lo hizo porque ello hubiera
implicado un imbricado proyecto político que se adaptase a cada una de las
realidades locales. Tal vez por ello, el ensayista norteamericano apostaba por
la clase intelectual: deberían ser los artistas, escritores, pensadores quienes
propiciaran la metamorfosis. Difícil empresa, teniendo en cuenta la coyuntura,
y el oscuro panorama que se asomaba el despuntar la década del treinta.
No obstante,
su pregón fue bien recibido. Mariátegui confesó sin ambages: "Lo que más
me ha aproximado a Waldo Frank es cierta semejanza de trayectoria y
experiencia. La razón íntima, personal, de mi simpatía por Waldo Frank reside
en que, en parte, hemos hecho el mismo camino" (Mariátegui 1978: 192). La
identificación se convierte en el punto de encuentro, prosigue el crítico
peruano: "En esta parte, no hablaré de nuestras discrepancias. Su tema,
espontáneo y sincero es nuestra afinidad. Diré de qué modo Waldo Frank es para
mí un hermano mayor" (192) 1 Ambos se descubrieron americanos
en Europa, y ambos entendieron que debían hacer algo al respecto: cada cual
actuó a su modo, y aquí las semejanzas se disiparon.
Más que por su
discurso, Frank llamaba la atención por la actitud asumida. Brillaba sobre su
cuerpo el aura del renegado, y él no tardaba en aclarar que sus críticas se
hacían extensivas, sin transacciones, para su propio. El no odiaba a su nación,
aclaraba, sino al contrario: deseaba un mejor destino para su hogar, un destino
espiritual. Modernidad significaba, en su lectura, caos y transición. Estados
Unidos es un país moderno, por lo tanto, quedaría en el pasado una vez que se
haya realizado la transición. Deseaba unir el destino de las Américas, no sólo
para socorrer a nuestras naciones, sino para salvar a la suya. "Y he
venido, pues, hasta vosotros para poder compartir con vosotros más íntimamente
la tarea
Un poco más abajo afirma Mariátegui: "Europa me reveló hasta qué punto
pertenecía a un mundo primitivo y caótico; y al mismo tiempo me impuso, me
esclareció el deber de una tarea americana" (1978: 192).
creadora de
nuestra generación, que es el dar ser a una América íntegra" (Frank Primer
mensaje: 22).
En México, por
ejemplo, admitía que venía a aprender[1] . Y anunciaba de nuevo su visión: "El mundo occidental
está en crisis. Todo el pasado levanta a América al primer término; de manera
que América no es ya solamente la culminación de lo que ha sido, sino el cuerpo
de lo que será. Es el futuro y el destino de Occidente" (28). No sería
arriesgado afirmar que esta visita alentó a los movimientos estudiantiles que,
por esos días, marchaban en las calles exigiendo la autonomía universitaria, y
cuya victoria sería una de las pocas satisfacciones para la intelectualidad
mexicana tras la represión del gobierno de Plutarco Elías Calles.
El discurso de
Frank se vestía, en la región, con el atuendo de la profecía: "Lo más
precioso que poseo es mi conocimiento del destino de nuestra generación"
(29). La complicidad sería el vínculo, el lazo de unión.
Al otro extremo
del subcontinente, en Bueno Aires, animó a Victoria Ocampo para que se
arriesgara a la aventura editorial y publicara una revista que confirmara la
identidad diferente de los sudamericanos. El resultado fue Sur. En el primer
número, aparecido en 1931, Ocampo publicó una carta abierta a Waldo Frank, y en
ella dio cuenta de la genealogía de su publicación periódica. Dice ahí:
"usted me reprochaba con violencia mi inactividad y yo le reprochaba, no
menos violentamente, que me supiera usted apta para ciertas labores. Entonces,
por primera vez, el nombre de esta revista —que no tenía nombre— fue
pronunciado" (Ocampo "Carta a Waldo Frank"). Victoria le confesó
a su interlocutor norteamericano que ella sola no habría incurrido en el
despropósito de fundar una publicación periódica de orientación hispanoamericanista:
Durante la última semana de su estadía en Buenos Aires, el tema de la
revista volvió constantemente a nuestras conversaciones. Sus argumentos tenían
el aspecto de una ofensiva, y los míos el de una de esas resistencias pasivas
que acaban con la tenacidad inglesa en la India. (Ocampo "Carta a Waldo
Frank").
Así, entre los
dos polos culturales de mayor repercusión en Latinoamérica, Frank estableció una
red comunicativa inusual para su tiempo (pero cuya operatividad se debió, en
gran medida, a la coyuntura misma), que intentaba pasar por encima de las
diferencias regionales y de los diversos proyectos políticos de las naciones
hispanoamericanas. Los puntos de apoyo para su pregón se encontraban en el
futuro. La revisión del pasado sólo serviría para ayudar a cambiar el porvenir.
La recepción de
este primer mensaje fue atenta y expectante, los grupos letrados quedaron a la
espera de la segunda misiva: una invitación a la acción, al procedimiento. Este
mensaje nunca llegó. Alfonso Reyes lo advirtió al dar cuenta de la impronta que
dejaron las conferencias y charlas de Frank por la América Latina:
"quedamos emplazados para el ya urgente Segundo mensaje, en que Waldo
Frank recoja sus experiencias ulteriores, y dé respuestas a las objeciones que
América le haya ido proponiendo" (Reyes 1997: 143). De llegar, el escritor
norteamericano tendría que convertirse en un maestro de dificultades (ya había
sido de facilidades, siguiendo la distinción que hacía Gabriela Mistral entre
dos tipos de educadores e intelectuales: los que abren el camino y los que lo
corrigen, en su primer viaje). Reyes le prevenía a su amigo: "iAtención, Waldo, porque hay por el cielo de América un
desconcierto de doctrinas y dogmas, nube en que van tronando juntos todo el
bien y el mal!" (Reyes 1997: 143-144).
El tiempo
pronto revelaría las dificultades para la concreción de esa potencialidad.
Antes, sin embargo, cabría preguntarse: ¿cuál fue la diferencia, o, mejor
dicho, el impedimento en el diálogo (lo que convirtió a Frank finalmente en un
interlocutor incómodo) entre el ensayista norteamericano y sus pares de
Hispanoamérica? Básicamente, fue la incompatibilidad de contextos: mientras
Frank abogaba por un renacimiento cultural (auspiciado, indirectamente, por la
hegemonía económica y política de los Estados Unidos), sus amigos sureños
buscaban no sólo tal renacimiento, sino principalmente una descolonización
epistémica.
Como mencioné
hace un momento, el tiempo y la historia así lo confirmaron: tras el desenlace
de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos se encumbró como potencia mundial,
perdiendo el poco interés que había mostrado por establecer una diplomacia
horizontal para con las naciones vecinas del sur. Los mismos intelectuales y
creadores latinoamericanos reaccionaron y se recluyeron para atender nuevas
preocupaciones. Daré un breve ejemplo. Cuando Gabriela Mistral ganó el Premio
Nobel de Literatura en 1945, recibió una carta de felicitación (tal vez debería
calificarla como "carta de indignación") de Waldo Frank, fechada el
15 de diciembre de ese año. La misiva parte de las congratulaciones esperadas
por la cortesía más básica y pasa con rapidez a la indagación: Frank desea
saber de ella, pues hace mucho tiempo no recibe ni un telegrama suyo. El
escritor norteamericano se encontraba en Truro, Massachusetts, desconectado del
mundo, extrañando a los amigos y a los viajes. En la
carta, primero le reclamaba a la recipiendaria
del Nobel su largo silencio
epistolar: "Not even a word from you after I had
sent you my book, South American Journey: I do not now ifyou
received it: I do not now ifyou liked it —or approved
of the words on it about you" (Frank, "Carta a Gabriela
Mistral"). Después, hacía
extensiva su indignación para con el resto de sus pares latinoamericanos:
"In fact, except for letters from
Victoria Ocampo, I have mostly
silent from my friends in America
Hispana(Frank "Carta a Gabriela Mistral").
La misma
búsqueda del discurso ensayístico hispanoamericano cambió su eje de gravedad,
dejó de indagar en el sino de la identidad, y se enfocó con mayor ahínco en los
problemas sociales, y en las demandas políticas de justicia y representación.
La Guerra Fría nos hizo despertar a la realidad del subdesarrollo.
Entre el avance
imperialista norteamericano y la marginación y censura de la reflexión crítica
local (su expulsión de la esfera pública latinoamericana) a partir de la
segunda mitad del siglo XX, la distancia de la separación se hizo aún mayor.
Frank quedó como un
antecedente
que no tuvo continuación, como un aventurado interlocutor que trató, con los
medios que tenía a su alcance, de romper barreras y desarmar estereotipos.
Hoy, cuando
suena clamores desaforados a favor de un muro que divida de nuevo y aún más) a las Américas, echamos de menos
sus esfuerzos.
Bibliografía
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Instituto de las Españas en los Estados Unidos, 1930.
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<http://www.memoriachilena.cV602/w3-article132050.htm1> [25/07/2016]
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ROJO, Grínor. Dirán que está en la gloria
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[1] De su estadía mexicana dio cuenta, entre otros, el crítico Julio Jiménez Rueda: "Waldo Frank has been, for the past month, the guest ofthe University ofMexico. He has given a series oflectures which have awakened in the evolution of our America" (citado por AA. VV. 1930: 79).