Colindancias (2016)
7: 141-154
Bojana Kovačević Petrović
Universidad de Novi Sad
Visiones mexicanas de la identidad hispanoamericana: José Vasconcelos, Alfonso Reyes, Octavio Paz y Carlos Fuentes
Recibido: 31.09.2016 / Aceptado:
3.12.2016
Uno de los eternos temas de las investigaciones iberoamericanas es la identidad. En este artículo lo examinaremos desde cuatro ángulos: cuatro puntos de vista que tienen mucho en común. Cabe decir que los cuatro escritores mexicanos, en cuyas reflexiones está basada nuestra investigación vivieron durante varias temporadas fuera de México, lo que les ofreció tanto un panorama diferente hacia su país y el continente latinoamericano, como un amplio conocimiento de circunstancias a nivel global. Alfonso Reyes, Octavio Paz y Carlos Fuentes fueron embajadores de México en países diferentes y frecuentemente invitados a varias universidades y Vasconcelos, como Rector de la Universidad Nacional y Secretario de la Educación Pública, daba conferencias sobre el movimiento intelectual contemporáneo de su país, la originalidad americana y el arte creador de su continente en Perú, Cuba, Estados Unidos.
Durante el siglo XX, “los mexicanos tenían la preocupación de definir quiénes eran como nación” (Feeney 2007: 1), pero su preocupación fue el resultado “de un largo proceso que se inició con la Independencia y que, en quienes lo pusieron en marcha y lo impulsaron en el siglo XIX, como Andrés Bello y Domingo Faustino Sarmiento, tenía por meta la ‘construcción de América”’ (Gutiérrez Giradot 1997: 8). Los intelectuales en la época posrevolucionaria, “se dieron la tarea de implementar símbolos nacionales y desarrollar movimientos artísticos, cinematográficos y literarios que explicaran lo que significa ser mexicano” introduciendo “la herencia indígena como parte integral de ‘lo mexicano”’ (Feeney 2007: 1). Más de tres décadas de gobierno de Porfirio Díaz (1876-1910)1, “el pensamiento ateneísta de Caso y Vasconcelos, los intentos socialistas de Cárdenas en el contexto de una sociedad capitalista, son caminos envueltos en múltiples contradicciones” (Béjar y Moreno 2011: 3) para el pueblo y el gobierno mexicano que ha buscado siempre “la emancipación de un sistema político que se resiste a considerarlos ciudadanos verdaderamente libres. El mexicano se siente engañado una y otra vez por la ‘historia oficial”’ (3).
El primer pensador de dimensión continental que aparece en la historia de México, según afirma Leopoldo Zea, el creador mexicano de la idea de América y el precursor de la filosofía mexicana y americana sobre América, que florece en nuestro tiempo (Posada 1963: 379-380), es José Vasconcelos, cuya teoría de la formación de la futura raza iberoamericana nace muy temprano2, porque: “al joven maestro le mueve una voluntad de futuro, de futuro hispanoamericano” (383). Por otro lado, Alfonso Reyes, gran conocedor de la literatura europea y la antigüedad grecolatina, está muy interesado en España y para profundizar sus conocimientos sobre el país ibérico él “acentúa su conciencia de hispanoamericano y mexicano, pero confirma que su tradición es también la española” (Gutiérrez Giradot 1997: 12).
En el libro mexicano más influyente del siglo XX, Laberinto de la soledad, Octavio Paz hace muchas preguntas, y ofrece varias respuestas. En los pensamientos más profundos
1 Ante la invasión de Emiliano
Zapata y Pancho Villa, y su grito “¡Tierra y libertad!”, Porfirio Díaz escapó a París y residió allí hasta su muerte.
2 Hay que tener en cuenta que el
patriota y revolucionario nicaragüense Augusto César Sandino (1895-1934), cuya
lucha nacional se convirtió en la hispanoamericana, propuso la creación de una
alianza latinoamericana y ofreció su
visión de las raíces indohispanas. Véase Cuevas
Molina y Barberousse Alfonso (2012).
sobre el hombre mexicano (e hispanoamericano) Paz ve la soledad como “el fondo último de la condición humana” (1998: 82) y considera que el hombre es el único ser que se siente solo y el único que es búsqueda de otro, porque nacer y morir son experiencias de soledad (82).
En cuanto a la obra de
Carlos Fuentes, diríamos que su opus, a cambio
o aparte de La edad del
tiempo, igual podría titularse En busca de la identidad alcanzada. De
hecho, entre más de setenta libros que ha publicado o se han publicado de manera póstuma, no hay casi ninguno que no trate el tema de la
identidad, de una u otra manera, de
paso o a propósito. En otras palabras, “es uno de los códigos paraliterarios que dan
unanimidad a su narrativa” (Csikós 2007: 59). Su búsqueda empieza con Los di“as enmascarados (1954) y La regián
mós transparente (1958) y termina con la segunda
edición de El espejo enterrado3 (2010), el libro crucial
en cuanto a ese tema. Sin duda, en muchos de sus cuentos Carlos Fuentes “pone
en relieve los diferentes componentes de la identidad del ser mexicano como son, por ejemplo, las sobrevivencias del pasado, la constante presencia
de los dobles,
la hipocresía o el problema
de disfrazar(se) y ocultar el verdadero rostro” (67).
En la obra de todos los escritores encontramos la misma palabra crucial: el mestizaje,
porque en el mestizo “hay un aborigen que se encubre para no ser visto, para no ser descubierto; queda por muerta su condición pre-colombina. Pero también hay un español que encubre su condición socio-cultural, su precariedad de origen” (Sepúlveda 1993: 45). Desde luego, el opus de Vasconcelos, Reyes, Paz y Fuentes tiene mucho más en común y en las páginas siguientes presentaremos unas líneas de su entrelace.
La Raza Cósmica de José Vasconcelos
Una de las primeras ideas de José Vasconcelos (1882-1959) fue el concepto de la quinta raza, la raza matriz de la nueva era de civilización o “la raza cósmica”, mencionada por primera vez en 1905, en su tesis titulada Teoría dinámica del derecho. Allí ofreció su visión del futuro de la “raza latina” o sea del mestizaje americano, y sembró “el germen de todo su pensamiento social aplicado al mundo hispanoamericano” (Posada 1963: 381). Un aito antes de publicar el ensayo Jn raza cósmica, “una de las primeras descripciones de esta raza universal aparece en la obra Jn revulsián de la energi“a” (Jacinto Zavala 1991: 121) en 1924.
La idea la amplió en su libro-ensayo homónimo publicado en 1925 y repetido en 1948, con el prólogo del autor. La tesis central de su libro es que “las distintas razas del mundo tienden a mezclarse cada vez más, hasta formar un nuevo tipo humano, compuesto con la selección de cada uno de los pueblos existentes”4 (Vasconcelos 1948: 2), es decir “una raza
Por cierto,
en la introducción de su libro, Fuentes menciona que el poeta
mexicano-catalán Ramón Xirau ha titulado uno de sus libros ñ’EspiJ Soterrat (A/ espejo enterrado), “recuperando una antigua tradición
mediterránea no demasiado
lejana de la de los
más antiguos pobladores indígenas de América.
Un espejo: un espejo que mira de las Américas al Mediterráneo, y del Mediterráneo a las Américas” (2010:
11).
En ñn raza cósmica
José Vasconcelos subraya
que tenemos el deber de formular las bases
de una nueva civilización
(1948: 29) y las cuatro
civilizaciones que más tienen que
contribuir a la formación de la América Latina son
España, México, Grecia y la India.
Él propone incluso la idea de
levantar cuatro grandes estatuas de piedra como símbolos de cuatro grandes razas
contemporáneas: la Blanca, la Roja, la Negra y la Amarilla “para indicar que
América es hogar de todas y de todas necesita” (34).
hecha con el tesoro de todas las anteriores, la raza final, la raza cósmica (34). El “cultural caudillo” de la Revolución mexicana proclama la abolición de toda discriminación racial que suprimiría las barreras geográficas y la idea de educar a todas las gentes en la igualdad’ y sostiene que en el mestizaje complejo de la América Latina influían varios factores: “en pueblos como Ecuador o Perú, la pobreza del terreno, además de los motivos políticos, contuvo la inmigración española” (4). Por otro lado, subrayando que América Latina es un continente antiguo con una larga tradición y que la versión del “descubrimiento” de los europeos es inaceptable, Vasconcelos añade que “la raza que hemos convenido en llamar atlántida prosperó y decayó en América” (7), continente de los cuatro hermanos: el negro, el indio, el mongol y el blanco.
Mostrando argumentos que “la civilización no se improvisa ni se trunca, ni puede hacerse partir del papel de una constitución política; se deriva siempre de una larga, de una secular preparación y depuración de elementos que se transmiten y se combinan desde los comienzos de la historia” (9), basa su tesis en tres aspectos fundamentales: “i) la teoría de la formación de la raza cósmica, ii) la factibilidad de su surgimiento y predominio y iii) el factor espiritual que lo caracteriza” (Jacinto Zavala 1991: 122). Vasconcelos nos recuerda que la energía de toda una raza la paralizan la pérdida de las libertades públicas y la ignorancia (1948: 11) y que la emancipación hizo que “los españoles, por la sangre o por la cultura” (12) renegaran de su tradición y rompieran con el pasado.
Gran conocedor de la tradición literaria occidental, fundador de varias instituciones difusoras del conocimiento, “padre” de la revista literaria Cuadernos americanos y la casa editorial Fondo de Cultura Económica, creador del Colegio de México y amigo de decenas de escritores españoles y europeos, Alfonso Reyes influyó en muchos escritores e intelectuales de su época y a posteriores, entre ellos a Octavio Paz y Carlos Fuentes. Pero hay que tener en cuenta que Reyes volvió a México con 50 aíios, después de dos décadas pasadas en el servicio interior y unas decenas de libros publicados. Un erudito y diplomático, Reyes consideraba que era necesario hacer unos vínculos constantes y vivos entre las tradiciones mexicanas y la realidad inmediata de ese país, para generar un impacto en la transformación de las personas y las sociedades que allí viven6. Publicó varios ensayos de sus reflexiones sobre el pasado, el presente y el destino de América, entre los cuales uno de los más significativos es “Posición de América”. Allí, Reyes se hace muchas preguntas (igual que lo ha hecho Vasconcelos y lo harán Paz y Fuentes en sus respectivas obras cruciales, El laberinto de la soledad y El espejo enterrado). Él pregunta y afirma:
' Vasconcelos
en su ensayo explica que el segundo imperio egipcio fue formado por la raza
mestiza y que la cultura helénica
fue el resultado de una mezcla de razas, linajes y corrientes; él subraya que
las invasiones de los bárbaros produjo las nacionalidades europeas tras mezclarse con los galos, celtas,
hispanos, aborígenes etc.
6 Véanse “A vuelta de correo”,
“Notas sobre la inteligencia americana” (1936), “Atenea Política” (1932) y
otros ensayos recopilados en la antología América en el pensamiento de Alfonso Reyes
(Reyes 2012).
Veamos primero las homogeneidades, después las diferencias, y preguntémonos finalmente si tales diferencias son irreductibles por naturaleza, o reducibles por efecto voluntario de la educación y por el grado de evolución al que ha llegado sociedades americanas. Si este último extremo nos da una conclusión positiva, nuestra tesis estará demostrada y no nos quedará más que cerrar estas páginas con una excitación o peroración final, de acuerdo con los cánones de la antigua Retórica, hacia la armonía americana. (1997: 186)
Su concepto de la “cultura de las humanidades” que compartía con Pedro Henríquez Ureíia, “no solo pretendía renovar la vida espiritual y cultural de México y de Hispanoamérica, sino darle sustancia histórico-cultural y con ello sembrar con moral el terreno de una política hispanoamericana del futuro” (Gutiérrez Giradot 1997: 10). En sus pensamientos sobre los ejes del Descubrimiento, Alfonso Reyes afirma que América, desde la época muy remota, “pudo ser objeto de ciertas visitas informales, visitas que el mundo no estaba aún preparado para aprovechar y ni siquiera para interpretar en su justo sentido, aunque indudablemente dejan su rastro en la imaginación” (Reyes 1997: 17). Pensando en las rutas de la futura población hispanoamericana, Reyes reflexiona sobre la posibilidad de casuales desembarcos asiáticos en las costas del Pacífico (21), los escandinavos en América por las rutas del Atlántico, invasiones mongólicas y por fin afirma que tras el Descubrimiento de Colón “la fábula se interpone, y el deseo de encontrar acá la verificación de sus prejuicios mitológicos nos priva de alguna descripción comparable a su vivacísima descripción de las tempestades marítimas” (43). Asimismo, Reyes se hace la pregunta que refleja su preocupación por el futuro: ¿Q_ué haremos con América? (58) Una de las razones desde luego las vemos en el hecho que “la nación se dio cuenta de que la educación popular no es un sueíio utópico sino una necesidad real y urgente” (Restrepo David 2014: 101).
Acordándose de los momentos de su niíiez, cuando aprendía literatura sentado en las rodillas de Alfonso Reyes, Carlos Fuentes explica el valor universal y nacional de su gran amigo y maestro de la siguiente manera:
Nos damos cuenta, en nuestros mejores momentos, que mientras más auténtica es nuestra experiencia, más se hunde en las raíces de nuestro origen y más se abre a otra fórmula excelente de Alfonso Reyes: ser generosamente universales para ser provechosamente nacionales. (2002: 82)
Las máscaras de la soledad
de Octavio Paz
El único mexicano Premio Nobel de
literatura hasta ahora, poeta, ensayista y diplomático Octavio Paz siempre
mantuvo una voz activa y fuerte
en cuanto a los problemas
de su país y el continente hispanoamericano, abarcando todo un crisol de temas
actuales. Preocupado por la evolución de la identidad mexicana, Paz en Los hijos del limo subraya
que en los finales
del siglo XIX “las clases dirigentes y los grupos
intelectuales de América
Latina descubren la filosofía positivista y la abrazan con entusiasmo” (Paz 1999: 159)
y que hacia1880 surge el modernismo, como “la crítica de la sensibilidad y el corazón —también
de los nervios— al empirismo
y el cientismo positivista” (160).
El eje de su obra ensayística y su pensamiento sobre la identidad yacen en su libro de ensayos El laberinto de la soledad(1950), su búsqueda de identidad de los mexicanos, cuyo carácter es “un producto de las circunstancias sociales imperantes en nuestro país; la historia de México, que es la historia de esas circunstancias, contiene la respuesta a todas las preguntas” (Paz 1998: 29). Presentando a dos tipos humanos: Don Nadie, español y Ninguno, hispanoamericano, Octavio Paz “habla del hombre latinoamericano como de alguien que se ha perdido de vista, que se siente lejano, en una lejanía infinita de la que le es imposible rescatarse” (Sepúlveda 1993: 51). Pero con el paso del tiempo, circunstancias, desarrollo de la consciencia —“a los mexicanos nos hace falta una nueva sensibilidad frente a América Latina” (Paz 1998: 81), escribirá Paz en A/ laberinto de la soledad— y un gran esfuerzo individual y colectivo de dejar de esconderse bajo muchas máscaras, los mexicanos
—y asimismo los hispanoamericanos— “se vuelven sobre sí mismos, descubren su identidad y se deciden a participar en la historia mundial” (79).
El tema de la identidad cultural mexicana, la mexicanidad, aparece también en otras obras de Octavio Paz —en Conjunciones y Disyunciones (1969), por ejemplo—, pero en todas sus reflexiones Paz afirma que el mexicano es un ser “cargado de tradiciones y costumbres, tanto en su pasado como en su presente, es decir en todas sus dimensiones” (González di Pierro 2010: 149). En su opinión, “el mexicano y la mexicanidad se definen como ruptura y negación. Y, asimismo, como búsqueda, como voluntad por transcender ese estado de exilio. En suma, como viva conciencia de la soledad, histórica y personal” (Paz 1998: 36). En el capítulo VII de El laberinto de la soledad, dedicado a las seíias de la identidad y titulado “La ‘inteligencia’ mexicana”, Paz explica que la mexicanidad no se puede identificar de otra forma o con tendencia histórica concreta, “es una manera de no ser nosotros mismos, una reiterada manera de ser y vivir otra cosa. En suma, a veces una máscara y otras una súbita determinación por buscarnos, un repentino abrirnos el pecho para encontrar nuestra voz más secreta” (70).
Carlos Fuentes y diálogos con espejo
Casi toda la producción literaria de Carlos Fuentes está impregnada de los temas mexicanos e hispanos, a partir de su primer libro lot di“as enmascarados (1954) donde uno de los cuentos, Chac Mool, juega con la identidad como encarnación de la viva cultura prehispánica; pasando por la primera visión moderna de la ciudad de México en la novela La regián mós transparente (1958), donde el personaje de Ixca Cienfuegos refleja el puente entre los mundos, mitos y razas, y terminando con la actualizada y ampliada edición de El espejo enterrado (2010), que ofrece sus reflexiones sobre España y América, y La gran novela latinoamericana (2011) que abarca la evolución de la novela hispanoamericana desde el descubrimiento de América hasta el siglo XXI. Convertido en “un mito vivo de México”
Enrique Krauze, persona
crucial de la ruptura de amistad
entre Paz y Fuentes, subraya que nadie en México, salvo Paz, había visto en la
palabra soledad un rasgo
constitutivo, esencial, del país y de sus hombres, de su cultura y de su
historia. Véase Enrique Krauze, “La soledad del laberinto”, en línea.
(Béjar y Moreno 2011: 6), Carlos Fuentes nos ofrece un panorama de reflexiones sobre España y América en la obra publicada en las vísperas de la celebración de los cinco siglos del descubrimiento del Nuevo Mundo (1992, 2010). Utilizando el símbolo de los mitos indígenas
—espejo— para establecer un diálogo entre las dos culturas —la española y la prehispánica— Fuentes nos enseíia que los espejos simbolizan la realidad, el Sol, la Tierra y sus cuatro direcciones, pero también que “el espejo salva una identidad más preciosa que el oro que los indígenas le dieron, en canje, a los europeos” (2010: 13). Consta mencionar que en su gran novela Crrro Nostra (1975) Fuentes ve el espejo como símbolo crucial que refleja España en América Latina y viceversa; en esa novela, el autor menciona la palabra “espejo” 277 veces a lo largo de la obra8.
Sumamente interesado en los mitos prehispánicos, la historia española yla conquista de América, vinculada con la “leyenda negra”9, Fuentes hace constantes comparaciones entre el pasado y el presente que “aparecen en sus obras por estar a flor de piel, día a día, en su ser. Son amargas en la búsqueda, modernas en el estilo y originales en su presentación” (Martínez 1982: 743). El tema del mestizaje, directamente relacionado con la identidad nacional e individual mexicana e hispanoamericana, asimismo está presente en toda su obra, como el punto de partida, de encuentro y de conflicto del Viejo y Nuevo mundo y el conflicto interno del hombre hispanoamericano.
El primer obispo mexicano, Vasco Vázquez de uiroga (1470-1565), “llegó a México en 1530 con la Utopía de Tomás Moro bajo el brazo y aplicó sus reglas a las comunidades indias: propiedad colectiva, jornada de seis horas, eliminación de lujo, magistrados familiares electivos y distribución equitativa del trabajo” (Béjar y Moreno 2011: 23). La pretensión de los conquistadores españoles fue mezclarse con los indígenas, lo que produjo las primeras contradicciones de la tierra hispanoamericana: “Los criollos eran espaíioles y no lo eran. Habían nacido en América, como los indios, y compartían muchas de sus creencias. Los criollos despreciaban a los indios con la violencia con que envidiaban y aborrecían a los españoles” (29).
Hay que tener en cuenta que todos los escritores y pensadores mexicanos mencionados en nuestra investigación empezaron a tratar el tema de la identidad/hispanidad
'
Fuentes sugiere la
importancia de ese objeto/símbolo en el primer capítulo de Terra
Nostra, cuando
Polo Febo busca las cartas que Madame
Zaharia siempre
deja separadas junto al espejo;
asimismo el capítulo IV lo titula “¿Quién eres?”. Otro capítulo relacionado
con el tema es “Día del espejo
humeante” de la segunda parte del
libro (El Mundo Vuevo).
Se trata de una de las alusiones a las leyendas de dos dualidades opuestas:
Quetzalcoatl, “La Serpiente Emplumada” y Tezcatlipoca, “El Espejo Ahumado”,
también presentes en otras obras suyas.
La escritora española Emilia Pardo Bazán fue la primera persona que utilizó el
término “leyenda negra”,
en 1899 en París, pero se considera que el pionero del uso de esa noción fue el sociólogo e historicista Julián Juderías en 1914. Sobre la violencia de los conquistadores
españoles escribió Bartolomé de las Casas en su Brezísima relación de la destruicián de las Indias,
Hernán Cortés en sus cartas-crónicas dirigidas al rey Carlos V, historicista argentino Rómulo Caribia, profesor de la literatura hispanoamericana Miguel Martínez y muchos otros. Se renovó
el interés sobre ese tema en 2015, cuando los periódicos españoles publicaron
nuevos datos sobre el genocidio, señalando así que las enfermedades acabaron con
el 95% de la población (Cerveza 2015).
a una edad muy temprana. Vasconcelos se dedicó a ese tema como “un hombre joven que expresa el sentimiento épico y vitalista de un pueblo joven que, a pesar de sus desventuras, tiene fe en su fuerza y en su destino y vive de cara al porvenir” (Posada 1963: 382). Por otro lado, él se convirtió, con sus ensayos, conferencias y pensamientos, en “el profeta de Rivera, Orozco, Portinari y Guayasamín, de Vallejo, Neruda, Guillén y Paz, de los novelistas y músicos de nuestros días; en el profeta de la actual estética, creadora” (393). De todas formas el profeta y el visionario, Vasconcelos nos advirtió, hace casi un siglo, que:
Hay cierta fatalidad en el destino de los pueblos lo mismo que en el destino de los individuos; pero ahora que se inicia una nueva fase de la Historia, se hace necesario reconstituir nuestra ideología y organizar conforme a una nueva doctrina étnica toda nuestra vida continental. Comencemos entonces haciendo vida propia y ciencia propia. Si no se liberta primero el espíritu, jamás lograremos redimir la materia. (Vasconcelos 1948: 29)
El cosmopolita Alfonso Reyes tenía su propia visión muy concreta de la Utopía de América, que “empezó siendo un ideal y sigue siendo un ideal. América es una Utopía” (1997: 60). El principio de su concepto era la lucha contra el estatismo y la regresión “que han dominado la historia de Hispanoamérica y de Espaíia” (Gutiérrez Giradot 1997: 16). El libro de ensayos un Última 'ala, Reyes sostiene que “América fue la invención de los poetas, la charada de los geógrafos, la habladuría de los aventureros, la codicia de las empresas y, en suma, en inexplicable apetito y un impulso por trascender los límites” (Reyes 1997: 14) y en su ensayo “El destino de América” él nota que los ojos de la humanidad definen el nuevo continente como “posible campo donde realizar una justicia más igual, una libertad mejor entendida, una felicidad más completa y mejor repartida entre los hombres, una soñada república, una Utopía” (58).
Octavio Paz nos acuerda que “las utopías del XVIII fueron el gran fermento que puso en movimiento a la historia de los siglos XIX y XX. La utopía es la otra cara de la crítica y solo la edad crítica puede ser inventora de utopías” (1987: 21) pero en cuanto a la identidad mexicana / hispanoamericana, hay poco optimismo en sus palabras: “hemos llegado al límite: en unos cuantos años hemos agotado todas las formas históricas que poseía Europa. No nos queda sino la desnudez o la mentira” (Paz 1998: 81).
Unas décadas después, Fuentes, sumamente inspirado, escribirá palabras que leemos como si fueran escritas a cuatro manos con Alfonso Reyes: “las victorias de lo humano son mayores en México. Por extrema que sea nuestra realidad, no negamos ninguna faceta de la misma, ninguna realidad del cosmos. Intentamos, más bien, integrarlas todas en el arte, la mirada, el gusto, el sueíio, la música, la palabra” (Fuentes 2013: pos. 6637). Pero la aportación de Carlos Fuentes al pasado, al presente y al futuro lo nota el exdirector del Instituto Cervantes, Víctor García de la Concha, quien, tras la muerte de Fuentes en 2012, subrayó que el escritor mexicano era “el gran profeta de la idea de que el espaíiol une dos mundos por encima de países e ideologías” (García de la Concha 2012).
De cierta manera, Vasconcelos tenía mucha razón al decir que “la colonización espaíiola creó mestizaje; esto señala su carácter, fija su responsabilidad y define su porvenir” (Vasconcelos 1948: 15) y que “ya nadie puede contener la fusión de las gentes, la aparición de la quinta era del mundo, la era de la universalidad y el sentimiento cósmico” (30).
Los intereses, los pensamientos y las vidas entrecruzadas afirman que los cuatro escritores seguían una ruta, con ciertas desviaciones, y que tenían mucho en común. El pensamiento del “humanismo crítico” de Octavio Paz, “profundamente alejado del ‘hombre de letras’ Alfonso Reyes o del ‘hombre de libros’ José Vasconcelos. Sin embargo, son precisamente Reyes y Vasconcelos los antecedentes intelectuales que permitieron el surgimiento de pensadores como Paz” (Béjar y Moreno 2011: 7).
La correspondencia que Alfonso Reyes y Octavio Paz mantenían entre 1939 y 1959
—84 cartas escritas hasta la muerte de Reyes— (Reyes/Paz 1998), el primer libro publicado por la Fundación Octavio Paz, se considera “un clásico de la bibliografía historiográfica de la literatura mexicana” (Ortiz Flores 1998: 565). Los vínculos entre ellos son todavía más profundos: Reyes había apoyado a Paz “para obtener la beca Guggenheim en 1943 y diez años después, a su regreso a México, nuevamente fue ayudado por él para ingresar como becario a El Colegio de México” (565). Por otro lado, Octavio Paz ofreció un gran apoyo a su amigo “Alfonso el Sabio” cuando éste se hizo candidato para el Premio Nobel de Literatura (1949), le dedicó a Reyes “El jinete del aire” (1960) a propósito de su muerte “para decir que éste siempre fue un enamorado de la mesura y la proporción” (Restrepo David 2014: 108) y varias veces mencionaba que quizá las palabras centrales de su obra fueron “pacto”, “acuerdo” y “equilibrio” (109).
Varias décadas después, en su enciclopedia personal En esto creo, Carlos Fuentes escribirá: “Mi generación recuerda con verecundia latina a dos grandes maestros de nuestra juventud. El mexicano Alfonso Reyes y el espaíiol Manuel Pedroso. Dos sabios que además eran amigos. Su enseñanza intelectual era inseparable de su enseíianza cordial” (2002: 4). En la literatura mexicana, Paz y Fuentes en varias ocasiones han tenido un diálogo apasionante. En la obral0 y en los pensamientosll de los dos escritores las ideas se entrecruzan, y en este artículo mencionaremos unos que consideramos significantes para nuestra investigación.
Dos motivos relacionados, presentes en la obra de Octavio Paz y Carlos Fuentes, son La Chingada y la Malinche. Amante e intérprete de Hernán Cortés, la mujer náhuatl llamada Malinali Tenépatl, Malintzin, la Malinche o Doña Marina fue identificada como “la primera madre del mestizaje, con lo cual se hace imposible separarla de la descendencia actual, y a través de ella se vincula el pasado con el presente en esa condición de ser todos hijos del
1'
Cabe mencionar que Carlos Fuentes dedicó a Octavio Paz y a
su segunda esposa Marie José Tramini la novela Zona sagrada (1967) y Octavio Paz
escribió el prólogo a la recopilación de cuentos de Carlos Fuentes Cuerpos y ofrendas (1972).
1'
Los dos dejaron la diplomacia por causa de la misma persona:
Paz en 1968, cuando Gustavo
Díaz Ordaz ordenó la matanza de
los estudiantes en Tlatelolco y Fuentes en 1977,
cuando le nombraron a Díaz Ordaz el embajador de México en España.
primer bastardo mestizo” (Roldán Rueda 2012: 4). Octavio Paz ve en la Malinche —la figura básica de la identidad mexicana— a la Chingada, la madre violada, porque “la idea de la violación rige oscuramente todos los significados” (Paz 1998: 2). En otras palabras, la Chingada “corresponde histórica y simbólicamente a la Malinche, la india violada por el conquistador Cortés. De esta violación histórica nace el mexicano y su repudio hacia la misma, expresado en el vocablo La Chingada” (González 2012: 18). En el capítulo “Los hijos de la Malinche”, Paz explica las múltiples (agresivas, humillantes, ofensivas) matices de la palabra chingar y afirma que el grito de guerra /Viva Mcxico, hijos de la Chingada! es dirigido a “los extranjeros, los malos mexicanos, nuestros enemigos, nuestros rivales. En todo caso, los ‘otros”’ (Paz 1998: 31). Asimismo, Paz nota que “la extraña permanencia de Cortés y de la Malinche en la imaginación y en la sensibilidad de los mexicanos actuales revela que son algo más que figuras históricas: son símbolos de un conflicto secreto, que aún no hemos resuelto” (36).
Otro mexicano, gran alumno de Octavio Paz y, hasta el momento
de la discrepancia, su buen amigo, Carlos Fuentes continuó su
investigación y reflexión sobre el tema de la Malinche,
presente de la manera muy palpable en sus novelas Jn regián mós transparente (1958), Cambio de piel (1967), Terra
nostra, La cabeza de
la hidra (1978), el libro de cuentos El Naranjo (1994)12, los libros de
ensayos Tiempo mexicano (1971) y El espejo enterrado’3, la
recopilación de sus textos Los disco soles de Mexico y
obra de teatro Todos los gatos son pardos
(1970). Asimismo,
el tema de la Malinche (junto con Hernán Cortés) lo podemos
considerar obsesivo para Fuentes porque en una decena de obras —novelas,
cuentos y ensayos— el escritor mexicano lo menciona
o lo
abarca, de paso o a propósito:
en /nçuir/n compañi“a (2004), En esto creo (2002),
Cervantes o la crítica de la lectura (1976),
Diana o la cazadora solidaria (1994), La frontera de rriJ/‹s/(1995), ún silla del óguila (1993), Los años con Laura Diaz (1999) y La nueva novela hispanoamericana (1969).
En el Homenaje a Carlos Fuentes Octavio Paz reflexiona sobre su primer libro, Los días enmascarados-, se hace la pregunta “qué hay detrás de las máscaras?” y ofrece su visión de la posible respuesta: “El vaso de sangre del sacrificio prehispánico, el sabor de la pólvora, la madrugada del fusilamiento, el agujero negro del sexo, las arañas peludas del miedo, las risotadas del sótano y la letrina” (Paz 1971: 17). Aunque, “la presencia imperecedera del pasado indígena en la psique del mexicano se puede ver ya en Los dias enmascarados (1955), en relatos como ‘Chac Moo1’ y ‘Tlactocatzine, del jardín de Flandes”’ (González 2012: 16), la primera novela de Carlos Fuentes ofrecerá una influencia todavía más evidente: es “en La regián mós transparente que se aprecia mejor la huella de Paz, pues no sólo trata de presentar
12 Los personajes/narradores de los cinco cuentos de este libro reconsideran la importancia de su papel en la historia de México a través de los mitos, la historia
(los círculos del tiempo) y el
mestizaje, cuyo símbolo es el naranjo.
13 En el capítulo “Vida y muerte del mundo
indígena” de ñ/ espejo enterrado, Fuentes afirma que la amante de
Cortés “se convirtió en ‘mi lengua”’ (2010: 133) Y todavía más: “la Malinche
estableció el hecho central de nuestra civilización multirracial, mezclando el
sexo con el lenguaje. Ella fue la madre del hijo del conquistador,
simbólicamente el primer mestizo. Madre del primer mexicano, del primer niño de
sangre española e indígena.” (2010: 139).
el origen indígena-europeo del mexicano, sino también su historia y una indagación del pasado, presente y futuro de México en base a sus orígenes” (16).
Finalmente, el entrecruzamiento de los cuatro grandes literatos mexicanos lo encontramos en la excelente entrevista que Fernando Sánchez Dragó le hizo a Carlos Fuentes en el programa “Negro sobre blanco” de la Radio-Televisión Espaíiola el 13 de julio de 1998, donde Fuentes declara que Octavio Paz le ayudó atravesar la selva de la literatura y
un hombre como Alfonso Reyes al ocuparse de los griegos, de Goethe, de Góngora, que no era nuestro en aquel momento todavía, enriqueció nuestra cultura y nos hizo sentir que no éramos tan huérfanos, que pertenecíamos a una cultura muy vasta, en la cual en la base está las grandes creaciones de las culturas aborígenes de México, pero también la aportación hispánica, mediterránea e incluso negra. Esto es lo que hace la singularidad de América Latina, la raza cósmica de la que habla José Vasconcelos. (11’ 30”)
Conclusiones finales
En
los cinco siglos de la identidad hispanoamericana hay numerosas lagunas dejadas por los conquistadores y los primeros cronistas, y mucho
sufrimiento que provocaron las dictaduras
y las juntas militares, pero no cabe
duda de que uno de los rasgos principales y constantes de los países hispanoamericanos
es la cultura, la memoria (colectiva e individual), las
lenguas indígenas como elemento desconocido por los conquistadores y la lengua española como la piedra de toque de la unidad de la gente
que desde 1492 vive en el continente hispanoamericano. Pero la esencia
de su ser y de su cultura,
el cruce de todos los caminos de su historia, es la identidad. Reflexionando sobre todos esos temas,
Vasconcelos, Reyes, Paz y Fuentes siempre están preocupados por el pasado, el presente y el futuro
hispanoamericano, y la relación
interna o entrecruzada entre ellos.
Comparando las actitudes de los cuatro escritores/pensadores mexicanos, desde el punto de vista del siglo XXI, podemos estar de acuerdo con que un mexicano —y un hispanoamericano— no es ni indio ni español, ni únicamente mestizo. Después de la Revolución Mexicana, la identidad empezó a vivir cambios profundos: de clases, de consciencia, de educación, de globalización. Los cuatro grandes mexicanos consideraban a La Malinche la madre del primer mestizo —y asimismo del primer mexicano— pero también el puente entre dos mundos entrecruzados, la traductora que ayudó a la nueva raza a aceptarse, asimilarse, reconocerse y apoyarse. Lo indígena es lo mexicano, lo hispano-americano, lo mestizo y lo ibero-afro-americano. La quinta raza de Vasconcelos, el primer pensador del nuevo continente que propuso la homogenización de las cuatro razas, ofrece la idea de la unidad óptima y optimista de la(s) gente(s) y las sociedades, el eje del mundo futuro. Si la geografía sigue siendo un obstáculo, dice Vasconcelos, deberíamos poner en orden el espíritu y depurar las ideas1‘. Tal vez bajo la influencia de Vasconcelos, Octavio Paz consideraba que
1‘
Todavía más, Vasconcelos dirá y repetirá
que “La raza hispana en general tiene
todavía por delante esta misión de descubrir nuevas zonas en el espíritu ahora que todas las tierras
están exploradas” (1948: 33).
un mexicano —un hispanoamericano—
no era ni mestizo ni espaíiol ni indígena sino un
hombre, la persona que pertenece a
este mundo, a su propio universo1’. Y así llegamos al puente de Carlos Fuentes, que en sus
novelas y sus ensayos
junta dos continentes, dos
mundos y todas las razas que crearon la
identidad hispanoamericana.
No cabe duda que Vasconcelos, Reyes, Paz y Fuentes, junto con otros
tantos escritores mexicanos e hispanoamericanos, aparte de dejarnos una obra de
gran valor literario, influyeron el
desarrollo de la consciencia de sus compatriotas y la búsqueda de la
identidad del hombre hispanoamericano, empezando con la idea de la
primera cultura esencialmente universal, verdaderamente cósmica, y terminado
con la máxima tolerancia sugerida en el epílogo de El espejo enterrado. La influencia de sus obras primero llegaba
a los escasos lectores, pero
con el paso de los años y con los cambios dentro de las sociedades, el público
se volvía cada vez más amplio y más educado. A los finales del siglo
XX, y todavía más en el siglo XXI, la economía, el mercado libre, las
nuevas tecnologías y la globalización mundial ofrecieron otras rutas de cambios
de la identidad, que —como afirma Fuentes en el epílogo aíiadido
en 2010 al Espejo enterrado— el hombre hispanoamericano por fin ha encontrado; tiene ahora otra tarea y otro
objetivo: aceptar las diferencias entre individuos, razas, sociedades e ideas. A los escritores contemporáneos les
toca abrir los pasos nuevos de América Latina. Esta vez quizás no llegarán
tarde para el banquete de la civilización.
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1’ En A/ espejo enterrado, Fuentes
afirma: “Poco a poco, nos dimos cuenta de que la búsqueda de una identidad
cultural no se agotaba en los
extremos del cosmopolitismo o del chauvinismo,
de la promiscuidad o del
aislamiento, de la civilización o de la barbarie, sino que apuntaba hacia un
equilibrio inteligente y bien gobernado entre lo que éramos capaces de tomar
del mundo y lo que éramos capaces de
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