Colindancias (2016) 7: 79-87

 

 

Daniela Natale

Universidad del Sannio

 

 

María Zambrano y Teresa Pàmies: dos diferentes visiones del exilio

 

Recibido: 21.10.2016 Aceptado: 25.10.2016

 



 

 

 

Después de una sangrienta Guerra Civil, que había tenido una decisiva dimensión internacionall, una larga lista de intelectuales republicanos españoles se vieron forzados al exilio y tuvieron que recomenzar sus vidas en nuevas sociedades de acogida. Este cambio fue especialmente significativo para las mujeres, que habían vivido, en las tres primeras décadas del siglo XX, un conjunto de cambios sin precedentes en su situación social y que se encontraban ahora ante un nuevo panorama que exigía de ellas un duro y complejo proceso de adaptación. Políticas, intelectuales, escritoras y artistas que habían tenido un papel protagonista en la vida pública en los años veinte y treinta debían ahora luchar por la supervivencia en un contexto de nuevas dificultades y en un estado, muchas veces, de desolación y aislamiento.

Tras la derrota de 1939 centenares de ellas tuvieron que abandonar Espaíia, pero continuaron identificándose con la causa republicana, dejando testimonio de sus vidas y de su labor política, deseando que sus escritos se convirtieran en testimonio colectivo.

A pesar de la heterogeneidad que presentan las mujeres que emprendieron el éxodo, la mayoría provenía de un ambiente politizado del que con frecuencia fueron partícipes, como sucede entre aquellas que escribieron sus memorias. Estas mujeres proyectaban en sus escritos autobiográficos un modelo de mujer militante, autónoma, alejada del estereotipo femenino centrado en el hogar y en la familia. Ellas presentan imágenes de mujeres fuertes, coherentes políticamente, capaces de continuar la lucha, incluso en los momentos más difíciles y de desánimo. La mayoría de las escritoras exiliadas tenía que enkentar los difíciles problemas cotidianos en su prolongado peregrinaje, yno podía dedicarse a la escritura. Pero a esta regla general hay excepciones, por ejemplo María Zambrano, que escribió casi todas sus obras durante la expatriación, y Teresa Pámies que concibió muchas de ellas en el exilio. En la narrativa de estas dos escritoras, ganadoras de importantes premios literarios, el tema del exilio cobra relevancia y protagonismo. Ellas contribuyeron a la construcción de una identidad femenina en las especiales circunstancias de la diáspora, planteando modelos e imágenes de feminidad en sus creaciones, relatando la intrahistoria ( . Unamuno 1972), la que no sale en titulares de la prensa.

En abril de 1939 ya se habían marchado al exilio casi todas las mujeres que habían asumido responsabilidades públicas en el régimen republicano, las que habían gozado de mayor visibilidad política. Teresa Pámies y María Zambrano cruzaron la frontera con Francia a pie, junto a casi medio millón de personas que huían de los bombardeos y la represión, dejándose todo atrás y empezando una larga lucha por la supervivencia. Pámies en su libro Los que se fueron, relata el paso de la frontera, y las ilusiones de los fugitivos, que ella compartía:

 

La masa de la población civil seguían un impulso colectivo, pensando algunos que en Francia encontrarían al marido, al hijo, al padre, al hermano; que pasada la borrasca retornarían juntos a empezar de nuevo la vida en familia, aunque faltasen algunos, muertos en las trincheras, en los bombardeos o, sencillamente, desaparecidos en la vorágine de la guerra. (Pámies 1976d: 12-13)

 

 

 

1 Definida por Giuseppe Grilli (2002: 169) como la “Guerra de los Tres Años”.


 

 

El paso de la frontera es la primera cesura política, existencial y afectiva para una masa humana que se separa de su tierra por haber sufrido una derrota traumática. La frontera es donde se materializa la separación del pueblo vencido, de los vencedores que van ocupando un territorio que ya no es republicano. Al abandono de España en condiciones límite, se añade la decepción por la dura acogida francesa. Dos aíios antes, en Cuando cramos capitanes, la dirigente comunista, había entrelazado la narración autobiográfica con la memoria de otros protagonistas de la diáspora, que ofrecen al lector testimonios directos de esta experiencia. Los últimos capítulos del libro narran la huida de Barcelona y su paso a Francia, donde fue internada en un campo de refugiados. Dentro de la descripción de la desbandada general en la frontera, y la desorientación total en la que se encuentran los refugiados, focaliza la atención sobre las dificultades de las mujeres, especialmente de las madres con hijos y la actitud extraordinaria de una de ellas, Neus, una mujer de Manresa, que con “un hijo en brazos y el otro cogido de la mano mandaba y organizaba inspirando valor a los demás”:

 

Aquella mujer me hacía comprender que no era hora de palabras; que todo lo que yo había proclamado por calles, plazas, cines, arenas, micrófonos, escenas y otras tribunas de Cataluíia y América, debía justificarlo en aquella pequeíia comunidad de fugitivos, de gente que no se conocía, de personas que nunca se habían visto entre ellas y que, en un sólo día, se convirtieron en una familia. (Pámies 1974b: 212)

 

Como nos cuenta Patricia Greene2, tras varios meses de encierro en este campo de refugiados, la joven Teresa, tenía solo 20 años, logró escaparse, huyendo hacia París, donde fue acogida por compañeros del Partido Comunista de España. Fue encarcelada por estar indocumentada y después fue expulsada de Francia. Así se marchó a la República Dominicana y Cuba. Finalmente se instaló en Ciudad de México, donde estudió periodismo. Fue discípula de Alfonso Reyes, en la Universidad Femenina.

Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, volvió a Europa y se instaló en Belgrado y después se trasladó a Checoslovaquia, donde residió hasta 1958 y trabajó como editora de Radio Praga. Fijó su residencia en París donde continuó su labor periodística, publicando artículos políticos y culturales. Tras 32 años de exilio, pero también de ininterrumpida militancia, Teresa Pámies regresó a Barcelona, donde residió desde 1971, desarrollando una relevante obra de carácter testimonial, comprometida con la democracia, las libertades, y los derechos de la mujer. Nos ha dejado un legado de obras —ensayos, artículos periodísticos, textos testimoniales, libros de viaje y novelas— plagadas de la historia de la Guerra Civil, la clandestinidad y el exilio. Con motivo de la concesión del Premio de las Letras Catalanas (2001), declaró a la prensa:

 

Tengo la pretensión de haber sido una cronista eficaz de mi tiempo. [...] Como la mayoría de escritores, mi obra ha sido motivada por mi experiencia vital. En el caso

 

 

 

2 Véase Zavala 2000: 100—107.


 

 

de mi generación, se trata de una guerra, de un exilio y un retorno al país antes de que los vencedores de la guerra fueran ahuyentados del poder3.

 

Pámies cultivó la memoria personal y generacional, indagando en la formación de su identidad como creadora y dando testimonio de la situación social de sus contemporáneos. Su obra es una constante llamada a la recuperación de la memoria histórica, a partir de textos donde hay una gran dosis de autobiografia testimonial. Contribuyó a la corriente fantástica, con interesantes aportaciones a la construcción de un imaginario femenino propio, cuestionando las bases androcéntricas de la cultura española. En 1986 publicó su primera novela en castellano, La Cúivn/n4, que ella misma en una entrevista definió como "un folleón histórico" ( . Pámies 1986). La protagonista, una mílitante comunista llamada, en la novela, Perpetua Cadenas, se inspira en un personaje real, una chica madrileíia que Teresa Párnies había conocido ema Barcelona de principios de la guerra. Esta mujer ya había aparecido en un libro anterior de nuestra autora, Quan erem Capitans (Cuando cramos Capitanes, 1974b). Perpetua es la síntesis de un conjunto de personas de esa época que se movían ema militancia comunista. La novela ofrece un testimonio de la generación de su autora. Tiene algo de memoria histórica, de documento y de reportaje. A través de la técnica de los "puntos de vista" se presenta la historia de la protagonista que morirá en la cárcel, despreciada por sus compañeros de militancia, acusada de "chivata". Pero, al final Párnies parece demostrar que no siempre la realidad es como parece, y no siempre los que han sido acusados de "traidores" o "desertores" han sido tales. Este libro de Párnies pretende ser una reconciliación con el pasado y con sus gentes. En su obra existe un reconocimiento dedicado a personas específicas —tanto conocidas como anónimas—que solidarizaron con los refugiados y que así pasan a formar parte de la memoria del exilio.

María Zambrano, filósofa comprometida, discípula de Ortega y Gasset, se quedó en Barcelona hasta el 25 de enero de 1939, pero tuvo que resignarse al exilio, yse fue a Francia. Empezó así un largo peregrinaje que duró cuarenta y cinco años, que la llevó a Cuba, México, Puerto Rico, Roma y Ginebra, llevando consigo el compromiso de no olvidar nunca, y de sobrevivir en los espacios de la memoria. Toda su obra es una reflexión sobre el sentido del destierro y el exilio’. Su escritura se constituye en un espacio para exorcizar la pena del exilio, “quien no tiene patria, halla en el escribir su lugar de residencia”‘, escribía Teodoro Adorno, célebre exiliado.

El exilio, para María Zambrano, fue un largo deambular, un continuo desplazarse de ciudad en ciudad y de un país a otro, hasta 1984, cuando, a los ochenta años, regresó a Madrid. El exilio le generó un sentimiento de abandono, de desposesión, de una identidad perdida que reclamaba rescate. En el exilio pareció encontrar el lado más profundo de sí misma, su conexión con el alma y el cuerpo.

 

 

Véase Obiols 2001: 40.

Novela que yo misma he traducido al italiano, con el título Jn Sofliata, publicada en 2013 por Bonanno Editore, gracias a las ayudas a la traducción del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte del Gobierno Español.

' Véase Moreno Sanz ed. 1993: 607-629.

6 Véase Said 2005: 530.


 

 

El 28 de enero María Zambrano cruza la frontera francesa, sin privilegios, y del brazo de Antonio Machado. Este momento aparece obsesivamente en sus escritos. En un artículo de 1940, titulado Confesiones de una desterrada, ella recuerda la hora exacta en que sus pies pisaron el exilio:

 

Unas voces dijeron a nuestro lado: “¿Q_ué hora es?”. “Las dos y veinte”. Y, en el instante mismo de levantar los pies del suelo de la tierra de España, en el vacío sin límites que dejaba la patria a nuestra espalda, sentimos llegar para instalarse definitivamente lo que siempre llega cuando hemos perdido algo: una deuda, un deber. El deber de recoger esa experiencia, de clarificar en enseíianza, en clara y compleja “razón de amor” todo el dolor de todo un pueblo. (Zambrano 1940: 44)

 

En Los bienaventurados (1990: 44) afirmará la irreversibilidad del paso de la frontera: Ya nunca más se repararía, o se repararía sin volver nunca a recuperar la situación que se perdía en ese momento.

En las palabras de su Antígona, el personaje femenino protagonista de la tragedia de Sófocles, pero asimilable a la misma escritora, la experiencia individual del destierro adquiere una dimensión colectiva:

 

Y yo sabía ya, al entrar en una ciudad, por muy piadosos que fueran sus habitantes, por muy benévola la sonrisa de su rey, sabía yo bien que no nos darían la llave de nuestra casa [...]. Hubo gentes que nos abrieron su puerta y nos sentaron a su mesa, y nos ofrecieron agasajo, y aún más. Éramos huéspedes, invitados. Ni siquiera fuimos acogidos en ninguna de ellas como lo que éramos, mendigos, náufragos que la tempestad arroja a una playa como un desecho [...]. Creían que íbamos pidiendo porque nos daban muchas cosas [...]. Pero nosotros no pedíamos eso, pedíamos que nos dejaran dar. Porque llevábamos algo que allí, allá, donde fuera, no tenían; algo que no tienen los habitantes de ninguna ciudad, los establecidos; algo que solamente tiene el que ha sido arrancado de raíz, el errante, el que se encuentra un día sin nada bajo el cielo y sin tierra: el que ha sentido el peso del cielo sin tierra que lo sostenga. (Zambrano 1989b: 90-92)

 

Zambrano concebía el exilio en clave mística, como un rito de iniciación que ha de ser consumado atravesando varias moradas, hasta alcanzar el “verdadero exilio”. Al referirse al camino seguido por el exiliado, dice: “Ir despojándose cada vez más de todo eso para quedarse desnudo y desencarnado, tan solo y hundido en sí mismo y al par a la intemperie, como uno que está naciendo y muriendo al mismo tiempo, mientras sigue la vida” (Moreno Sanz ed. 1993: 382).

Ella afirmaba que los dos estadios previos que se deben padecer antes de convertirse en un exiliado son, el del refugiado, y, después el del desterrado. El primero es aquel que todavía no experimenta el abandono, porque se siente acogido por un nuevo lugar donde puede construirse un espacio propio, y que todavía alimenta la esperanza de volver a su tierra, y por eso sufre solo por la expulsión y la lejanía física de su país perdido. En cambio, la


 

 

condición de exiliado es la de aquel que ya ha perdido toda esperanza de regreso y vive, por ello, en la ausencia no solo de la propia tierra, sino de cualquier tierra. Vive en el no-lugar, en el desamparo. Le caracteriza no tener lugar en el mundo, ni geográfico, ni social, ni político, ni ontológico. No ser nadie, no ser nada. Haberlo dejado de ser todo para seguir manteniéndose en el punto sin apoyo ninguno:

 

Fui alguien que se quedó para siempre fuera y en vilo. Alguien que se quedó en un lugar donde nadie le pide ni le llama. Ser exiliado es ser devorado por la historia. Y su lugar es el desierto. Para no perderse, enajenarse, en el desierto hay que encerrar dentro de el desierto. Hay que adentrar, interiorizar el desierto en el alma, en la mente, en los sentidos mismo, aguzando el oído en detrimento de la vista para evitar los espejismos y escuchar las voces. (Zambrano 1990: 36)

 

En los últimos años de su exilio, al ser interrogada sobre las razones por las cuales no regresaba a España, contestaba siempre que amaba su exilio como su verdadera patria, y por eso para ella era difícil abandonarla. Según María Zambrano el exiliado es alejado también del acontecer colectivo, es expulsado de la historia. Vive en sus márgenes, en un pasado fijo y solidificado, en un “fragmento absoluto” de la historia, que no acaba nunca de pasar. Porque el exiliado está obligado a rendir cuenta de lo sucedido en España, está condenado a ir enumerando los hechos que ha vivido para ver si puede extraerles algún sentido. Por ello, es un “deshecho” de una historia truncada.

Para Zambrano la experiencia del exilio supuso un punto de inflexión no solo en su vida, sino, sobre todo, en su pensamiento. Para ella el exilio representó una experiencia compleja cuya significación no se agota en una mera dimensión autobiográfica o histórica, como acontecimiento determinado por unas concretas circunstancias políticas y sociales, sino que esta dimensión histórica es transcendida, en primer lugar, por una dimensión metafísica, en la que el exiliado aparece como arquetipo de la propia condición humana y, en segundo lugar, por una dimensión mística, en la que el no-lugar del exilio deviene el espacio de la revelación del ser. La principal tarea de la razón poética es hacer que el hombre supere su exilio metafísico y retorne a la unidad primera de la que se desgajó al comenzar su existencia en solitario.

Edward W. Said (2005: 530) afirma que la cultura occidental moderna es en gran medida obra de exiliados, emigrados y refugiados. Uno de los pilares sobre los que esta se asienta es el tema del regreso a la patria, al hogar, después de la expulsión del “paraíso”, así que la vida se concibe como exilio, como tránsito. Para las mujeres exiliadas tras la derrota de la República, el regreso a la patria perdida supuso, en ocasiones, el enfrentamiento con algunos de los fantasmas de su pasado (r . Nieva de La Paz 2004: 43), como ocurre, por ejemplo, en Memoria de los muertos (1981a, 1981b), de Teresa Pámies, donde la protagonista, trasunto de la propia autora, cuando regresa del exilio a su pueblo, se encuentra con el fantasma de su madre, muerta ahogada en oscuras circunstancias, con el que dialoga acerca de su destino y su historia.

Claudio Guillén, en su ensayo El sol de los desterrados: Literatura y exilio escribe:


 

 

 

Innumerables los desterrados. Repetida, reiniciada un sinfín de veces, interminable, la experiencia del exilio a lo largo de los siglos. Sin embargo ésta cambia. Se modifican sus consecuencias, sus dimensiones, sus acentuaciones y desequilibrios. No cabe poner en duda la importancia de los condicionamientos históricos que modelaron en su día una experiencia tan específica, tan inextricablemente unida al devenir político y social de los pueblos. Es ello lo que asombra a los estudiosos, antes que nada, [...] las dimensiones oceánicas del tema, la infinitud del exilio y de las respuestas literarias al exilio. (Guillén 1995: 11)

 

En un artículo que lleva por título “Amo mi exilio”, Zambrano escribe, desde la mirada del regreso, que el exilio que le ha tocado vivir es esencial:

 

Yo no concibo mi vida sin el exilio que he vivido. El exilio ha sido como mi patria o como una dimensión de una patria desconocida, pero que una vez que se conoce, es irrenunciable. Confieso, porque hablar de ciertos temas no tiene sentido si no se dice la verdad, confieso que me ha costado mucho trabajo renunciar a mis cuarenta años de exilio. (Zambrano 1995: 13-14)

 

Y tanto llega a dolerle el desexilio, que confiesa que sintió como si la despellejaran

(‹:fr. Zambrano 1995: 14).

En conclusión, la recuperación de la memoria resulta una constante fundamental de la narrativa de estas escritoras comprometidas, pertenecientes a diferentes clases sociales. Las dos tuvieron que exiliarse de España hacia América Latina, y desde allí se establecieron en Europa.

La lengua castellana —para Pámies también el catalán, la lengua de su militancia, durante un tiempo prohibida por la Dictadura Franquista— fue el único equipaje que ambas escritoras se llevaron hacia el destierro, lo que les sirvió para integrarse activamente en los medios culturales de los países de acogida, y para la creación de la mayor parte de su producción literaria. Sus largos exilios culminaron en una repatriación, en cierto sentido, triunfal. Recibieron importantes premios y reconocimientos nacionales. Teresa Pámies y María Zambrano fueron las que más éxitos obtuvieron en su “desexilio”. En ello sin embargo no hay que ver ni una recompensa ni una reparación. Los desastres de la guerra permanecieron y marcaron sus vidas y sus obras. La posibilidad de recuperar años de soledad y a veces de desesperación no dependió de ningún efecto positivo de la desgracia y derrumbe sufridos. La capacidad de asumir el revés existencial, político y cultural fue exclusivamente fruto de su terca voluntad de enfrentarse a una realidad hostil, y en el fondo, apego a un ideal que no abandonaron nunca.

Las dos asumieron el pasado de una forma diferente, pero con algún punto en común o bien con diferencias representativas de las dos caras de la militancia en el contexto de la Segunda República, como es obvio, debido a las circunstancias que fueron distintas, a la índole y a la misma formación y experiencia. No obstante, en ellas coincide que la escritura


 

 

les sirve para recomponer su identidad y dar coherencia a su vida, principalmente la infancia, es el punto de referencia del que parten para entender el pasado y afrontar el futuro.

Sus recuerdos son el espacio para afirmar la propia identidad, que de individual se transforma en colectiva, dejando testimonio a las futuras generaciones de su compromiso con el momento histórico en el que vivieron.

 

 

 

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