Colindancias 11 / 2020, 171-182

 

 

José Cardona-López

 

Universidad Internacional de Texas A&M, Estados Unidos

 

 

 

La violencia en Pensamientos de guerra, de Orlando Mejía Rivera, la palabra que libera

 

The Violence in Thoughts of War by Orlando Mejía Rivera, the Word that Liberate


 

 

 

 

1. Colombia: violencia y literatura

 

Al período de la violencia social y política colombiana conocido como bipartidista o enfrentamiento entre militantes y simpatizantes de los partidos liberal y conservador, que va de 1946 a 1957, se le conoce como el de la Violencia, con inicial mayúscula. Tal vez ello se deba a que en esos años la violencia, cuyo escenario principal estaba en el campo, adquirió dimensiones atroces en la degradación humana, lo que al final, dice Rafael Rueda Bedoya, y ya “con expresiones más localizadas entre 1958 y 1966, […] costó al país entre 200.000 y 300.000 muertos y la migración forzosa de más de 2 millones de personas equivalente casi a una quinta parte de la población total, que para ese entonces alcanzaba los 11 millones” (2002: 72)1. Al período que prosigue y se extiende hasta nuestros días mediante las diversas expresiones de la lucha guerrillera, del narcotráfico, el paramilitarismo, agentes del estado y otros actores, se le conoce como la violencia, sin inicial mayúscula. En ambos períodos, además de la dinámica que anima la búsqueda de posiciones en el entramado del poder político, el capital ha hecho sus muy acostumbradas maniobras en contra de la población. Un resultado de este incesante carnaval de la plutocracia es que, según la CEPAL, en 2017 la desigualdad en Colombia fue la mayor de Latinoamérica y el Caribe, pues “el 1 por ciento más rico de la población concentra el 20 por ciento del ingreso” (Jairo Gómez 2018).

 

Según el resumen gráfico del Acuerdo de Víctimas publicado en el portal del Departamento Administrativo de la Función Pública del Gobierno de Colombia, la violencia que entre 1958 y 2012 ha padecido la sociedad colombiana se muestra en forma horrorosa y desgarradora ante quienes siguen vivos. Entre las cifras que presenta el resumen destacan: 218.094 personas muertas por el conflicto armado, 177.307 de ellas civiles; 6,41 millones de desplazados; 265.181 personas asesinadas (Acuerdo Víctimas 2016). El informe ¡Basta ya! Colombia: memorias de guerra y dignidad (2013), preparado por el Grupo de Memoria Histórica de Colombia, señala que para el mismo período citado 11.751 personas fueron asesinadas en 1.982 masacres; de estas, 1.166 fueron perpetradas por paramilitares, 343 por guerrilleros y 158 por la

 

 

1  Este período que cita el autor corresponde a los dos primeros gobiernos del Frente Nacional (Alberto Lleras Camargo, 1958-1962, liberal; Guillermo León Valencia, 1962-1966, conservador). Durante tal período la violencia no dejó de tener sus expresiones como continuación de la ya iniciada aun antes del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán el 9 de abril de 1948. Cabe resaltar que, respecto de la violencia colombiana de aquellos años, el libro La Violencia en Colombia. Estudio de un proceso social (1962) de Germán Guzmán Campos, Orlando Fals Borda y Eduardo Umaña Luna, fue el primer intento serio y académico por mostrarla y explicarla.


 

 

fuerza pública; 8,3 millones de hectáreas fueron despojadas o abandonadas; hubo 10.189 víctimas de minas antipersonales (Grupo de Memoria Histórica 2013: 36, 43, 48, 76, 93). A noviembre de 2011 el Registro Nacional de Desaparecidos reportaba 50.891 casos, de los cuales el Registro Único de Víctimas presentaba 25.007 casos como producto del conflicto armado (2013: 58). El informe señala queentre 1970 y 2010 se registraron en Colombia 27.023 secuestros asociados con el conflicto armado. Otros 9.568 más fueron hechos por la criminalidad organizada; 1.962, por otros autores; de otros 500 no se conoce a los responsables” (2013: 64). Entre 1980 y 2012 se estiman 150.000 asesinatos selectivos o “muertes menos visibles” (2013: 43). A estas cifras de la infamia que presenta el informe habría que agregar aquellas de muertos que menciona Rueda Bedoya2.

 

La violencia es un rasgo propio de la condición humana y las sociedades. En consecuencia, ha sido motivo de grandes obras en el arte y la literatura universal. En Colombia, para muchos escritores la violencia es un tema constante en sus novelas y cuentos. Si, en referencia a la búsqueda en vano de Arturo Cova y sus compañeros, al final del epílogo de La vorágine de José Eustasio Rivera se dice que ‘¡Los devoró la selva!’, pudiera afirmarse que hasta lo que va del siglo XXI a una gran parte de la literatura colombiana se la ha devorado el tema de la violencia. Decir lo anterior no apunta a negar la calidad literaria de algunas obras narrativas que sobre dicho tema se han escrito.

 

Frente a quienes empezaron a escribir sobre la Violencia en la década de los 50, Gabriel García Márquez parece aludir a la declaración final del texto de Rivera,

 

[a]pabullados por el material de que disponía, se los tragó la tierra en la descripción de la masacre, sin permitirse una pausa que les habría servido para preguntarse si lo más importante, humana y por tanto literariamente, eran los muertos o los vivos (énfasis mío, García Márquez, 2014)

 

 

2 Al cabo de una negociación de cuatro años, el 26 de septiembre de 2016, representantes del gobierno y de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) firmaron los

Acuerdos de Paz de La Habana”. Luego de los resultados de un plebiscito de refrendación de los acuerdos, en el que se impuso el ‘no’, se introdujeron algunas modificaciones al texto de los acuerdos. El 24 de noviembre de 2016 ambas partes firmaron el texto definitivo.

 

Como ha sido tradicional en Colombia, a los acuerdos de paz sigue el posterior asesinato de líderes sociales y aún guerrilleros. Según el Informe Nacional de Garantías y Derechos Humanos de la Coordinación Social y Política de Marcha Patriótica fechado el 20 de mayo de

2019, desde enero de 2016 fueron asesinados 702 líderes sociales y defensores de derechos humanos y 135 exguerrilleros de las FARC (Informe Nacional de Garantías 2019: 7).


 

 

 

Luego de aquellas páginas empapadas de masacres, que terminaron por ubicarse en el marco de una literatura testimonial a fuerza de las destrezas logradas por escritores en el manejo de sus materiales narrativos, va a producirse una literatura en la que sobresale la voluntad literaria y el oficio de la escritura. Entre estas obras destacan títulos como La calle 10 (1960) de Manuel Zapata Olivella, La mala hora (1962) de Gabriel García Márquez, El día señalado (1964) de Manuel Mejía Vallejo, Cóndores no entierran todos los días (1971) de Gustavo Álvarez Gardeazábal, Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón (1975) de Alba Lucía Ángel, Noche de pájaros (1984) de Arturlo Alape y Una y muchas guerras (1985) de Alonso Aristizábal. Ya entre las obras que narran nuevas expresiones de la violencia con otros actores se encuentran Noticia de un secuestro (1993) de Gabriel García Márquez, El leopardo al sol (1993) de Laura Restrepo, La virgen de los sicarios (1994) de Fernando Vallejo, Rosario Tijeras (1999) de Jorge Franco, Los ejércitos (2007) de Evelio José Rosero, 35 muertos (2011) de Sergio Álvarez, El ruido de las cosas al caer (2011) de Juan Gabriel Vásquez, Desaparición (2012) de Gustavo Forero Quintero, Tierra quemada (2013) de Óscar Collazos y La reina y el anillo (2016) de Luis González Sarmiento. En su intención de dar cuenta creativa y ficcional de la historia y sus realidades sociales, en las obras mencionadas hay una escritura que muestra la voluntad de dar mayor presencia a lo literario, de permitir que la palabra deje de ser cautiva del tema de la violencia y más bien se apropie del mismo para cumplir solo frente a los compromisos con la imaginación creativa. En igual dinámica, el tema de la violencia colombiana actual continúa como motivo de escritura literaria.

 

 

2. Otra opción de la palabra literaria

 

En la nouvelle o novela corta Pensamientos de guerra (2001) de Orlando Mejía Rivera la palabra literaria también se apropia del tema de la violencia, pero en ella hay un agregado, se hace una especie de vuelta de tuerca: el lenguaje mismo que nombra la violencia es cuestionado y la palabra trasciende a ser motivo de liberación para la creación literaria y para el destino final del personaje protagonista.

 

Mejía Rivera ha publicado diversos libros, entre los que sobresalen De clones, ciborgs y sirenas (2000) y los textos narrativos La casa rosada (1997), Extraños escenarios de la noche (2005), El asunto García y otros cuentos (2006), El enfermo de Abisinia (2008) y Recordando a Bosé (2009). Textos suyos han sido traducidos al alemán, francés, húngaro e italiano. En Francia la nouvelle objeto de estas líneas se publicó como Pensées de guerre en 2004.

 

En una ciudad de un país que no se nombra, un profesor es secuestrado en los momentos en que trataba de explicarle a sus estudiantes que todas las proposiciones


lógicas del Tractatus logico-philosophicus son absurdas, según lo plantea el propio Ludwig Wittgenstein. En un hueco de la selva, donde ahora padece su cautiverio, el profesor recuerda momentos y presencias clave de su vida, al tiempo que a su mente acuden ideas centrales de Wittgenstein. De esta manera, el recuerdo y la imaginación se aúnan para darle vida al filósofo y exponer las ideas de este. Con tal proceder del pensamiento se termina por elaborar una distancia entre el cuerpo y la mente, gracias a la cual la humanidad del profesor podrá atenuar la caída en el infierno en que se encuentra.

 

Pensamientos de guerra recibió en Colombia el Premio Nacional de Cultura 1998 en la modalidad de novela. Según aparece citado en la contraportada de la edición de 2001 de la nouvelle, el jurado del concurso señaló en el acta que había decidido otorgar el premio a esta obra

 

porque interroga sobre la condición del hombre en el mundo, por el modo original de organizar narrativamente el material complejo y profundo con el que trabaja, por su forma inteligente de plantear el conflicto entre lo corporal y lo mental, por su desafío filosófico y ético y por su intensidad narrativa. (Mejía Rivera 2001)

 

Rigoberto Gil Montoya interpreta Pensamientos de guerra como una “obra que indaga por la condición del ser frente a las atrocidades de los actos violentos, al hecho mismo de la palabra que nombra, y frente al destino de los seres que padecen el infierno del secuestro, de la inminencia de la muerte a manos de fuerzas oscuras y desconocidas” (2005: 85). Esta es una interpretación que considera el conflicto de la palabra frente a los horrores de la guerra. Para Roberto Vélez Correa el origen de la angustia existencial del secuestrado está en el hecho de que élextrae el sentido de su absurda y trágica condición en la elaboración de su personaje filósofo” (2003: 87). Por su parte, Fernando Reati discute la proyección del absurdo del cautiverio del profesor al argumentar que “[l]a violencia que ocupa a Mejía Rivera es una violencia universal y despojada de sentido, similar a la que en el frente oriental va marcando el diario imaginario de Wittgenstein hasta concluir en su teoría del silencio” (2008: 19). En las opiniones de Vélez Correa y de Reati se sugiere la identidad que entre prisionero y filósofo se alcanza en esta obra, la cual es fundamental para la organización y desarrollo de la narración.

 

En noventa y seis páginas, Mejía Rivera desarrolla el amplio y complejo mundo de Pensamientos de guerra. Lo hace con una construcción narrativa de gran economía expresiva, característica que por su naturaleza de narración breve es propia de la nouvelle. La obra comprende siete capítulos, cuatro llamados “El prisionero” y tres,


“La Historia.” Los primeros están divididos en ocho fragmentos numerados sin que la continuidad se rompa entre cada uno de ellos. Los capítulos de “La historia” son pasajes imaginarios de la vida de Wittgnestein en la Primera Guerra Mundial. El primero de “La Historia” se llamaAño de 1914”; el segundo, “Año de 1915”; y el tercero comprende tres fragmentos, uno para cada uno de los años 1916, 1917 y 1918. Los capítulos de “El prisionero” son narrados por una voz omnisciente en tercera persona, los de “La Historia”, por una primera persona, que es la de Wittgenstein. Al amparo de la estructura señalada, en esta nouvelle hay un discurso subjetivo destinado a plantear que los horrores de la violencia no pueden ser nombrados por la palabra, pues pertenecen al terreno de lo indecible.

 

Al final el profesor deja de hablar sobre Wittgenstein y se da cuenta de que solo es un esqueleto, entonces “[c]ree sentir que se sonríe” y suspende el diálogo con su imaginación porqueahora llegó la hora de guardar silencio, que es de mal gusto que los muertos sigan hablando” (Mejía Rivera 2001: 96). Puede ser que él haya estado muerto desde hace tiempo, pero de ello no se ha percatado en razón de la distancia que con sus pensamientos y la palabra se produjo entre mente y cuerpo3. Luego de la muerte, el prisionero ha logrado por fin la libertad al restablecer la unión entre cuerpo y mente y hundirse en la tierra. Ya antes de saber que ha muerto, ha creído recordar o escribir o soñar versos de Nelly Sachs:

 

Apretad ¡oh! Apretad en el día de la destrucción el oído atento a la tierra,

y  escucharéis cómo en la muerte comienza la vida (2001: 95)

 

La libertad que con la muerte logra el prisionero es subrayada cuando este “[s] e sorprende al no encontrar las esposas metálicas en sus muñecas” (2001: 96). Por su parte, Wittgenstein será hecho prisionero en un campo de Como, y en la nouvelle dirá: “La guerra me salvó. La guerra salvó mi vida. No qué hubiese hecho sin ella” (2001: 92)4.

 

 

3  En la literatura colombiana reciente se encuentra algo similar en Hilos de fuego (2013) de Robert Shaves-Ford Dunoyer. Es una conmovedora novela corta que relata la vida de Kurt

 

Crünwel, el protagonista. Durante la ocupación de Francia en la Segunda Guerra Mundial, luego de que los alemanes hayan sido atacados por gente campesina de la población de Mieux, a lo que siguen las consecuentes retaliaciones del ejército invasor, el horror que debe presenciar Kurt lo llevará a perder la sensibilidad de su cuerpo.

 

4  Estas, así como las posteriores citas de palabras de Wittgenstein, son tomadas de las que aparecen en la nouvelle, e igualmente las que corresponden al Tractatus logico-philosophicus.


 

 

3.  La identidad entre el profesor secuestrado y Wittgenstein: no todo lo posible es pensable

 

Howard Nemerov plantea que en una nouvelle el tema de la identidad aparece de manera obsesiva, sobre todo gracias al recurso del doble (cfr. Cardona López 2003: 54). En Pensamientos de guerra, este tema, aunque sin el recurso del doble, cobra presencia en la proyección que en Wittgenstein tiene el secuestrado, la cual se expone y desarrolla intensamente en la narración. El profesor tiene un viejo proyecto de escribir una biografía crítica de su admirado Wittgenstein, veinte años llevaba leyendo y releyendo el pensamiento del filósofo austriaco, gozando con el Tractatus y las Investigaciones Filosóficas, y con ese hombre desgarrado y místico de los Diarios Secretos y la correspondencia amorosa. (Mejía Rivera 2001: 20)

 

En el hueco en que padece su secuestro, el profesor imagina a su Wittgenstein en la guerra y avanza en el desarrollo de las ideas que en su seminario sobre el filósofo quiso llevar a cabo con sus estudiantes.

 

En las narraciones de las vidas del filósofo y del prisionero hay algunos elementos de convergencia que contribuyen a subrayar la identidad lograda entre ellos. Para Wittgenstein solo es tolerableseguir viviendo si asumo que la existencia es una tragedia cuyo modelo repetimos todos los seres humanos y cuyo original se remonta a un principio del cual perdimos la memoria” (2001: 92). Para el prisionero “[l]as flores y el revoloteo de los colibríes hacen pensar en que la tierra es el paraíso perdido por la amnesia de los dioses” (2001: 95). En el filósofo, “la existencia”, la vida, acontece en una tragedia; para el prisionero, en un paraíso olvidado. Con las declaraciones de uno y otro tal vez se sugiere que la vida deja de ser sueño cuando los dioses abandonan a los hombres para dejarlos en manos de la historia, esa pesadilla de la que en Ulises trata de despertarse Stephen Dedalus. El Wittgenstein de Pensamientos de guerra existe en la tragedia de la historia, en los años exactos de la Primera Guerra Mundial; el prisionero, en un mundo que todavía llega a llamar paraíso. En ambos casos se reclama el olvido, o bien de los hombres, o bien de los dioses. Desde luego, es la historia lo que va a determinar el destino final tanto del filósofo como del prisionero, solo que en el caso del prisionero él podrá empezar a vivir el sueño de la vida al lograr la muerte.

 

A medida que el profesor recuerda pasajes amables de su vida e imagina la de Wittgenstein, va afirmando su existencia con las palabras, que “son semillas de mundos nuevos que han llovido de constelaciones lejanas” (2001: 95). Igual ha


ocurrido con el filósofo, cuyaspalabras son semillas para abonar el árido y estéril terreno de la filosofía Occidental” (2001: 43). Ambos procuran trascender mediante la palabra, pero en el camino hallan que esta no alcanza a nombrar lo indecible.

 

La voz en tercera persona que narra el cautiverio del profesor se agota en sus palabras cuando la obra termina, cuando ya no hay nada más que contar sobre su protagonista. Es similar al “Élque en La muerte de Artemio Cruz (1962) de Carlos Fuentes deja de hablar del pasado del protagonista porque este ya ha muerto y corresponde al fragmento ausente en su estructura al final de la novela. La voz en primera persona que en la obra de Mejía Rivera narra sobre Wittgenstein es la que en el texto mismo agota la palabra frente a lo indecible. Así, la palabra en manos del profesor imaginando a Wittgenstein encuentra las limitaciones y absurdos del lenguaje expresado en las proposiciones lógicas del Tractatus:

 

Pensar es hablar y el habla está sometida a una necesidad lógica y a una imposibilidad lógica. Estos son nuestros límites. Todo lo pensable es posible, pero no todo lo posible es pensable. ¿Qué es aquello que es posible pero no es pensable y por lo tanto no puede ser dicho? ¿Qué es lo que puede ser mostrado pero no expresado con palabras? (2001: 62-63)

 

Al considerar que no todo lo posible es pensable y que pensar es hablar, pudiera decirse que se está frente a los desafíos que la literatura sabe asumir. La literatura, a pesar de todas las limitaciones del lenguaje, lleva lo pensable y lo posible hasta sus únicos límites, los de la imaginación, y se hace a sus estratagemas para hablar y callar, nombrar o elaborar silencios, decir o mostrar. Por otra parte, habría que señalar que la filosofía plantea propuestas para explicarse el mundo y vivir en él, mientras el ser vive su existencia, que solo culmina con la muerte. Por el contrario, la literatura, sobre todo en sus formas narrativas, logra poner ante los ojos del lector un proyecto de vida con sus ideas y explicaciones del mundo y, además, las encarna en un personaje que puede llegar a terminar su existencia a la luz del pensamiento, quizá filosófico, que lo ha orientado. Dicho de otra manera, si la filosofía propone, la literatura dispone.

 

El profesor no logra explicarse lo que le sucede, estásecuestrado sin saber por quién ni por qué” (2001: 15) y su mente acaba por vaciarse “de los recuerdos propios de su vida, que ya no sabe nada de nada” (2001: 56). En este proceso, su ser termina por ocuparse solo de pensar y hablar de su filósofo preferido. Lo pensable en él es el Wittgenstein en el frente de batalla oriental de la Primera Guerra Mundial, el mismo que acaba por establecerque todas las proposiciones lógicas escritas en el


Tractatus son absurdas” (2001: 15), como señaló el profesor a sus estudiantes cuando inauguraba su seminario inconcluso. Puede decirse entonces que la vida del profesor estaría encerrada en dos absurdos que son esenciales para el desarrollo de la obra: el de su cautiverio y el que plantea Wittgenstein en su obra.

 

El profesor alcanzará la imposibilidad de pensar y hablar de lo indecible, y encontrará el silencio como asilo de la palabra ante el absurdo del lenguaje. Hacia tal fin él se dirige mediante el proceso de distanciamiento entre cuerpo y mente que desarrolla gracias a sus labores con el pensamiento al amparo de su recuerdo del filósofo. Para el profesor, la guerra de su país se representa en los horrores a que es sometido en su cautiverio y, a la vez, le ha permitido realizar su seminario en la imaginación. Si a pesar de todo para el filósofo “la guerra ha sido mi salvación” (2001: 62), para el profesor la de su país también ha sido la suya. Solo bajo las condiciones atroces que él padece ha podido refugiarse en el pensamiento para concluir su obra.

 

En “El milagro secreto” de Jorge Luis Borges, antes de que a Jaromir Hladík lo alcance “el plomo germánico, en la hora determinada [...] en su mente un año transcurría entre la orden y la ejecución de la orden” (1974: 512). Ese año se lo otorga Dios a Hladik para que termine una pieza teatral que tenía incompleta. Un amparo de orden teológico similar va a encontrar Wittgenstein con sus ruegos a Dios de que lo ilumine y lo acompañe para escribir su obra (Mejía Rivera 2001: 37, 39, 41, 61, 64, 90). El profesor, en cambio, quienno creía en ninguna ideología política de derecha ni de izquierda, ni en religiones, ni en utopías mágicas o tecnocráticas de desarrollo social” (2001: 15), desde su cautiverio en un hueco de la selva tendrá tiempo y ocasión para imaginar, pensar y hablar del filósofo, para proseguir en el seminario que dictaba a sus estudiantes.

 

Cabe mencionar que, si bien el profesor de Pensamientos de guerra no escribe una obra teatral, esta nouvelle encontrará sus propias formas de mise en scène. Desde los planteamientos sobre la nouvelle que en el siglo XIX desarrollaron escritores alemanes como August Wilhelm Schlegel, Theodor Storm y Paul Ernst, se ha observado y discutido la cercanía y similitudes de esta forma narrativa con el drama. En igual sentido abunda Dean S. Flower, quien dice que es posible encontrar nouvelles adaptadas en libretos teatralesmás a menudo que los cuentos o las novelas”, y agrega que ello obedece a las “limitaciones similares” de la nouvelle y el teatro: “reparto limitado, escenario, tiempo, tema, y una acción como decía Aristóteles, ‘completa y entera’” (citado por Cardona López 2003: 57). La obra de Mejía Rivera fue llevada al teatro en 2006 por el Departamento de Artes Escénicas de la Facultad de Artes Integradas de la Universidad del Valle de Colombia, dirigida por Douglas Salomón. Ya en 2001 había tenido una versión operística por parte de Héctor Fabio Torres, la cual se presentó con la Orquesta Sinfónica Juvenil de Colombia, el Taller de Ópera y el Grupo de Danzas de la Universidad de Caldas5.

 


 

4.  De la vida a la muerte, de decir a mostrar: hacia una conclusión Mediante el distanciamiento entre cuerpo y mente que el profesor establece

 

y legitima con las labores de la palabra mientras piensa en el filósofo y desarrolla su seminario, él logra también redimirse en su caída en el infierno del cautiverio, al tiempo que su vida poco a poco se consume hasta la muerte. Y quizá desde la muerte es como finalmente termina la empresa que se ha propuesto llevar a cabo para hablar sobre quien concluye callar ante lo indecible. Así, en esta nouvelle se encontraría una paradoja: apoyado en su propio Wittgenstein, el profesor ha pensado, hablado desde la muerte, mientras que el filósofo ha preferido dejar de hacer lo mismo desde la vida.

 

Hallar lo indecible es estar frente al absurdo principal del lenguaje, y ello sugiere pasar de decir a mostrar, lo que en el profesor secuestrado de Pensamientos de guerra es un proceso que implica pasar de la vida a la muerte. Así pues, ante los horrores de la guerra serían los muertos quienes pueden lograr el estado de callar ante lo indecible. En esta lógica, los vivos deberían ascender en lo que dicen hasta encontrarse con las limitaciones del lenguaje. Para el caso de la violencia colombiana, muchos de quienes han hablado tanto de ella estarían en una labor en la que todavía no hallan aquel absurdo del lenguaje, por eso de manera interminable continúan pronunciando y repitiendo un discurso inagotable cuya palabra es la de una sociedad en que muchos engranajes son aceitados por la fatalidad ideológica y la de poderhablar el mejor español del mundo’. Apresados, además, por este candado verbal, los que en Colombia han hablado de la violencia no han sabido que, como dice el Wittgenstein del prisionero, “[s]i le damos importancia a las palabras luego de utilizarlas, ellas nos aplastan. Nos limitan en la pegajosa estupidez de la erudición” (Mejía Rivera 2001: 87-8).

 

El secuestrado de Pensamientos de guerra sabe muy bien del absurdo del lenguaje y de aquellapegajosa estupidez de la erudición”. El narrador dice que el profesor “[c] ree oírse reír al pensar que un solo muerto real se hace pipí sobre los miles de discursos que se han pronunciado sobre la paz” (2001: 52). En razón de las proyecciones universales que en esta nouvelle se encuentran, los otros miles de discursos que hablan de la paz en el mundo podrían recibir igual tratamiento diurético por parte de un muerto víctima de la guerra, de la violencia.

 

En entrevista concedida a Marcos Fabián Herrera Muñoz, el autor declara respecto de esta nouvelle:

 

 

5  La ópera puede verse en: http://vimeo.com/3149596.


 

 

Lo que quizá traté de reflejar es que el problema de los colombianos radica en que ejercemos desde hace siglos una forma de violencia ‘sin sentidoque se perpetua a misma, como una maquinaria perversa y amoral de guerra, y ni siquiera existen discursos que justifiquen su continuación o su extinción (Herrera Muñoz 2012)

 

Con estas palabras, pareciera que, de forma similar a lo que piensa el profesor secuestrado, Mejía Rivera también tendría claro que quienes en Colombia escriben sobre la violencia por fin debieran enfrentarse a las limitaciones y absurdos del lenguaje. Ojalá corran más páginas que muertos antes de que esto se logre.

 

 

 

 

Bibliografía

 

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