Colindancias 11 / 2020, 123-150

 

 

Antonio de Padua Andino Sánchez

 

Grupo de Investigatión (Cod.: HUM318)

Universidad de Granada, España

 

 

Los dos primeros capítulos

de la Segunda Parte del Quijote:

la cultura clásica al servicio

 

de la tarea narrativa

 

The First Two Chapters

of the Second Part of Don Quixote: Classical Culture in the Service of Narrative


 

 

 

 

 

“Nada fue escrito al azar en el Quijote

 

(Castro 1967: 407)

 

1.   De tener un “estéril y mal cultivado ingenio” a ofrecer “mucha erudición y aprovechamiento”

 

A diferencia de la Primera Parte, el uso profuso y sin complejos que Cervantes hace del acervo cultural transmitido por el mundo clásico de Grecia y Roma ya se anuncia sin paliativos en las mismas Aprobaciones que figuran en la presentación preliminar de la segunda entrega del Quijote. Así, la firmada como vicario general de Madrid por el Doctor Gutierre de Cetina anticipa los numerosos pasajes donde la reflexión filosófica va a aflorar en el texto1: “No contiene cosa contra la fe ni buenas costumbres, antes es libro de mucho entretenimiento lícito, mezclado de mucha filosofía moral” (665)2. O la suscrita por el Maestro Josef de Valdivieso, que apela al vínculo íntimo de la materia literaria mostrada por Cervantes con la literatura clásica grecorromana: “No contiene cosa contra nuestra santa fe católica ni buenas costumbres, antes muchas de honesta recreación y apacible divertimiento, que los antiguos juzgaron convenientes a sus repúblicas” (666).

 

Pero la afirmación definitiva, que contrasta radicalmente con la presentación de la primera entrega del Quijote, la sustenta El Licenciado Márquez Torres: “no hallo en él cosa indigna de un cristiano celo ni que disuene de la decencia debida a buen ejemplo ni virtudes morales, antes mucha erudición y aprovechamiento” (668). Todos los temores y dudas de escritor inseguro y aquella exhibición tramposa de farfolla sabionda del amigo del Prólogo de la Primera Parte, revelando un supuesto uso incompetente y lego de autoridades clásicas3, quedan obliterados por completo, como si nunca hubieran tenido lugar.

 

2.  El marco humanista de la primera escena

 

Y con la misma naturalidad, para empezar a construir la nueva aventura editorial, Cervantes enlaza el final de su anterior proyecto creativo con el inicio del presente, a pesar de haber mediado diez años entre ambos. Le interesa sobre todo porque de ese modo reclama rotundamente para sí la paternidad completa del personaje

 

 

1  En lo sucesivo, la alusión y cita de textos de la obra que aparezcan en el presente artículo remitirán a la edición de Don Quijote de la Mancha de Francisco Rico (2004, volumen 1), especificando entre paréntesis solo el número de página.

 

2  Toda letra en cursiva sobre texto ajeno es del autor del artículo.

3  Véanse Andino (2014: 757-768) y Andino (2019: 69-92).


 

 

y la identificación radical de su obra. Así lo había hecho saber expresamente en el Prólogo al lector: “advertirte que consideres que esta segunda parte de Don Quijote que te ofrezco es cortada del mismo artífice y del mismo paño que la primera” (677).

 

Por eso, lo primero que hace el alcalaíno es retomar la historia citando al auténtico Cide Hamete Benengeli (frente al extraño y apócrifo “sabio Alisolán” de Avellaneda) y abrir el primer capítulo para hablarnos “[d]e lo que el cura y el barbero pasaron con don Quijote cerca de su enfermedad”, en continuidad temporal con el último capítulo de la Primera Parte. De este modo, no son necesarias justificaciones externas del paso del tiempo, ni mucho menos de la más que evidente autenticación de obra y autor.

 

El primer tema por el que discurre la plática de los tres personajes reencontrados tras el mes de convalecencia de don Quijote es la política, lo que se da en llamar en la época “razón de estado y modos de gobierno”. El marco retórico en el que se encuadra el debate es resaltado a través de dos figuras señeras en la Antigüedad, el espartano Licurgo y el ateniense Solón:

 

Y en el discurso de su plática vinieron a tratar en esto que llaman razón de estado y modos de gobierno, enmendando este abuso y condenando aquél, reformando una costumbre y desterrando otra, haciéndose cada uno de los tres un nuevo legislador, un Licurgo moderno, o un Solón flamante; y de tal manera renovaron la república, que no pareció sino que la habían puesto en una fragua y sacado otra de la que pusieron; y habló don Quijote con tanta discreción en todas las materias que se tocaron, que los dos examinadores creyeron indubitadamente que estaba del todo bueno y en su entero juicio. (682)

 

Hace uso el narrador del sabor y el saber del mundo antiguo para realzar el tono sobrio, elevado y culto (sin descartar la ironía bondadosa) de quienes pretenden arreglar el mundo en una charla de amigos. Los mismos personajes helenos de referencia y atrezo mencionados por Cervantes aparecen en textos de Séneca y de Cicerón. En el primero (epist. 90, 6)4, son nombrados inmediatamente a continuación de uno de los pasajes utilizados como probable inspiración para el episodio más conocido y emblemático de la mentalidad utópica de don Quijote, el discurso que

 

 

4  Sed postquam subrepentibus vitiis in tyrannidem regna conversa sunt, opus esse legibus coepit, quas et ipsas inter initia tulere sapientes. Solon, qui Athenas aequo iure fundavit, inter septem fuit sapientia notos; Lycurgum si eadem aetas tulisset, sacro illi numero accessisset octavus. Zaleuci leges Charondaeque laudantur; hi non in foro nec in consultorum atrio, sed in Pythagorae tacito illo sanctoque secessu didicerunt iura quae florenti tunc Siciliae et per Italiam Graeciae ponerent.


 

 

 

hace a los cabreros en el capítulo 11 de la Primera Parte sobre “la Edad de Oro” (133). El texto del filósofo cordobés dice así:

 

Mas, después que, al inmiscuirse los vicios, los reinos se convirtieron en tiranía, empezó a haber necesidad de leyes, que también precisamente las gestaron en sus inicios los sabios. Solón, que refundó Atenas con una constitución justa, estuvo entre los siete notables por su sabiduría; si la misma época hubiera dado a Licurgo, se hubiera añadido como octavo a aquel número sagrado5.

 

También están presentes ambos legisladores sabios en el diálogo ciceroniano de Las Leyes (I, 57)6, en unión y competencia con el propio arpinate, pero haciéndolos ceder un paso atrás para poner de relieve el buen criterio del extraordinario orador romano como interviniente. Concurre, además, la circunstancia de que el Maestro Josef de Valdivieso en su Aprobación de esta Segunda Parte menciona precisamente a Cicerón y el libro primero de su obra De legibus (666). Si esta es la fuente que el alcalaíno tiene en mente, Cicerón podría ser el inspirador del término “nuevo legislador”, que encarnaría obviamente don Quijote en la escena cervantina como tercer miembro de la disputa dialéctica (los sosias de Solón y Licurgo serían, a su vez, el cura y el barbero). Y, como sucede en la dramatización castellana, en la obra latina la situación brota de una laguna textual, donde se deja a la especulación los meandros por donde pudo circular previamente la conversación:

 

QUINTO.—[Laguna en el texto original] Ni echo en falta las leyes de Licurgo, ni de Solón, ni de Carondas, ni de Zaleuco, ni nuestras Doce Tablas, ni los plebiscitos; sino que estimo que 7 en el discurso de hoy has de dar unas leyes y una disciplina del vivir, tanto para los pueblos, como también para cada cual.

 

Pero, además, el original latino nos puede aclarar y completar lo que solo puede atisbarse apenas esbozado en la versión adaptada castellana. Al igual que Quinto, hermano de Cicerón, eleva a este por encima de los grandes y famosos legisladores

 

 

5  Todas las traducciones del latín original, excepto las que se indican específicamente, son del autor del artículo.

 

6  QVINTVS . . . nec Lycurgi leges neque Solonis neque Charondae neque Zaleuci, nec nostras duodecim tabulas nec plebiscita desidero, sed te existimo cum populis, tum etiam singulis, hodierno sermone leges uiuendi et disciplinam daturum.

 

7  Le habla a su hermano Marco Tulio Cicerón.


 

 

de antaño (Cic. leg. 1, 58)8, Cervantes va a apostar también por la filosofía como modus loquendi en don Quijote, que se va a erigir en esta segunda entrega en arquetipo de sabiduría e ideal de cómo entender y afrontar el mundo si desterramos de él la insidia, la mediocridad y los intereses mezquinos:

 

MARCO [TULIO CICERÓN].—Verdaderamente, Quinto, es lo propio de esta discusión eso que esperas; ¡y ojalá también lo fuera de mi capacidad! Pero, ciertamente, así está la situación, que, puesto que conviene que haya una ley enmendadora de los vicios y encomendadora de las virtudes, de ella misma debe deducirse la ciencia de vivir. Así sucede que la sabiduría es la madre de todas las buenas artes; a partir de su amor encontró la filosofía en lengua griega su nombre, y nada más fecundo que ella, nada más productivo, nada más excelente ha sido dado por los dioses inmortales a la vida de los hombres. Porque ella sola nos ha enseñado no sólo todas las demás cosas, sino también, lo que es dificilísimo, a que nos conociéramos a nosotros mismos; y la fuerza de su ascendente es tanta y tanto su criterio, que habría que atribuirlo no a hombre alguno, sino al dios délfico.

 

Va a haber en todas sus manifestaciones una carga de autoridad moral que el autor dosificará con moderación para no caer en la erudición baldía y que sabrá mezclar igualmente con la acción disparatada y la vestimenta de su protagonista. Cervantes apuntala desde el primer momento el carácter definitivo de su antihéroe como loco cuerdo o cuerdo loco, confundiendo a cualquiera que tome una opinión demasiado apresurada. Lo tomarán por loco, pero pensará y discurrirá como el más cuerdo de los hombres. La contradicción la pondrá la línea que separa la cultura humanista de la sociedad degradada y retrógrada en valores del siglo XVII español.

 

Don Quijote no es un simple doble de su personalidad. Es una caricatura de su creador. Es un alter ego irrisorio, un anacronismo en la España barroca. Pero es que también su autor era un anacronismo en el mundillo literario donde triunfaba la promoción siguiente a la suya (Pedraza 2006: 73).

 

 

8  MARCVS: Est huius uero disputationis, Quinte, proprium, id quod expectas, atque utinam esset etiam facultatis meae! Sed profecto ita se res habet, ut quoniam uitiorum emendatricem legem esse oportet commendatricemque uirtutum, ab ea<dem> uiuendi doctrina ducatur. Ita fit ut mater omnium bonarum rerum <sit> sapientia, a quoius amore Graeco uerbo philosophia nomen inuenit, qua nihil a dis immortalibus uberius, nihil florentius, nihil praestabilius hominum uitae datum est. Haec enim una nos cum ceteras res omnes, tum, quod est difficillimum, docuit, ut nosmet ipsos nosceremus, cuius praecepti tanta uis et tanta sententia est, ut ea non homini quoipiam, sed Delphico deo tribueretur.


 

 

 

En el Renacimiento tardío que vive psicológica y literariamente Cervantes9, todo el saber heredado del mundo clásico tenía en cierto modo el propósito de señalar el deber de la conducta frente a la desviada forma a la que el ser humano se ve arrastrado, embrutecido, si no se pliega a tan doctas como veraces disciplinas. Entre el ser y el obrar, dualidad establecida por Aristóteles como consustancial a la naturaleza humana, que se trasluce en el pensar y actuar, don Quijote en su primera salida a la imprenta marcó su agón10 personal en la contradicción de ambas precisamente porque cuando la segunda (la acción) lleva a cabo la primera (la reflexión), se da el imposible, el choque brutal con la realidad.

 

Ahora esa caracterización fértil durante la primera entrega se vuelve a reestructurar trocándose en un modo nuevo que la crítica ha acrisolado bajo el nombre de ‘barroco’, palabra con la que suele definirse la segunda salida impresa del Caballero de la Triste Figura por el gusto de lo complejo y la mezcla de contrarios: “El Quijote [de la Segunda Parte] se nos presenta como literatura y realidad, poesía y verdad, atrevidamente confrontadas y mezcladas” (Bataillon 2014: 169).

 

La cultura barroca externa a Cervantes se centrará también en los temas como la desilusión, el espejo curvado de la opinión y de la mentira, el pesimismo vital, la fatalidad de lo efímero y la lucha inútil, sentimientos todos que son experimentados por los individuos a lo largo de la vida. De ahí que, a diferencia de la primera entrega donde es la visión de loco la que modifica y altera la realidad, en esta segunda “el héroe se mueve entre personajes que en la mayoría de las ocasiones se prestan a su manía, o para curarle de ella o para burlarse” (2014: 164). “Don Quijote y Sancho se mueven en un mundo quijotizado ” (Camón 1948: 453). La imagen de la derrota final, la reversión de la genial locura, que dará al traste con la vida del hidalgo aventurero, contrastará con la épica de los principios e ideales que encarnará el caballero andante frente a todo y a todos. Y es que “sobre esta segunda parte planea ya la sombra del pesimismo barroco, que aquí solo alcanza un matiz de melancolía” (1948: 455). Pues “con el segundo Quijote estamos plenamente dentro de la concepción estilística barroca” (Orozco 1992: 260).

 

 

9  “Si de España ha podido decir certeramente Menéndez Pidal que es la tierra de los frutos tardíos, de Cervantes podemos decir, una vez más, que es el fruto tardío de nuestro

Renacimiento” (Orozco 1992: 272-273).

 

10 Palabra en griego antiguo que significa etimológicamente ‘contienda’, ‘desafío’, ‘disputa’. Era el ‘debate’ o ‘contradicción’ formal que configuraba la acción (palabra de la misma raíz, pero latina, cfr. agere = “hacer”, “desarrollar) en una obra teatral. De ahí proceden los términos protagonista o ‘actor principal’ y antagonista o ‘actor opuesto al principal’; ambos desarrollan el agón o acción dramática.


 

 

Mas la confrontación ideológica en el Quijote de la segunda entrega se ubica literariamente entre el mundo de la cultura humanista —centrada en los modelos clásicos de Grecia y Roma, blasón y emblema del optimismo renacentista, hacedor de grandes Estados— y la complejidad del mundo moderno, diverso y controvertido, al que había devenido el siglo XVII. Cervantes, a través de su personaje principal, contrapone esencialmente el mundo virtual y libresco de los textos grecolatinos, evocadores de la sabiduría humanista y renacentista, al mundo real (y, desgraciadamente, decadente) de las decisiones políticas, religiosas y materiales de la España de Felipe III y su valido, el Duque de Lerma. Y, tras la ‘modernidad’ intelectual que avalan sus opiniones, la puesta en escena va a mostrarse, a modo de espejo, bajo la apariencia gráfica y visual de la caballería andante, que refleja, a su vez e inversamente, la imagen estereotipada de una España ya barroca, que lucha contra su tiempo, lo niega y lo quiere sustituir por el de las teorías contrarreformistas, doctrinas de vigencia medieval, como la de los caballeros andantes11: “Esta evasión de su momento, España la estetiza también y el barroco adquiere aquí un carácter nacional por esta inspiración en el pasado” (Camón 1948: 450).

 

En efecto, para sorpresa de sus contertulios, el consejo de nuestro hidalgo metido en disquisiciones políticas no puede ser otro que el devanado de sus absurdas lecturas; esto es, que el rey convoque a los caballeros andantes, capaces de aniquilar a muchos hombres de un solo tajo: “¿Por ventura es cosa nueva deshacer un solo caballero andante un ejército de doscientos mil hombres, como si todos juntos tuvieran una sola garganta, o fueran hechos de alfeñique?” (685).

 

No obstante, la imagen de una sola cabeza para muchos hombres no tiene exclusivamente su sede original en los libros de caballerías, sino, más bien, en una adaptación de lo que nos transmite el historiador Suetonio (70-126 d. C.) del emperador Calígula (Suet. Cal. 30)12. Tal hallazgo y localización literaria, recogidos igualmente en el segundo volumen complementario de la edición del Quijote de Francisco Rico (2004: 431), corresponden a Diego Clemencín: “Ofendido con la muchedumbre que aplaudía en contra de su agrado, exclamó: ‘¡ojalá el pueblo romano tuviera un solo cuello!’”.

 

O, más probablemente, por ser una lectura que con cierta seguridad tuvo en sus manos Cervantes y porque es la voz del filósofo preferido por el alcalaíno a la hora de que don Quijote exprese su pensamiento sobre cualquier tema, entendemos que

 

 

11  “Cervantes (en el Romanticismo alemán) tiene tanto éxito, en parte, por reencarnar los ideales cristianos y caballerescos medievales” (Porqueras 2003: 98).

 

12  Infensus turbae fauenti aduersus studium suum exclamauit: ‘utinam p. R. unam ceruicem haberet!’


 

 

 

sus palabras evocan mejor un párrafo de Séneca (dial. 5, 19, 2)13 referido al mismo emperador, que coincide además literalmente en el hecho de que la acción se realiza de un solo golpe y de una sola vez, como dice también don Quijote:

 

Y en este punto se contestará: “¡Menuda cosa!” Si despedazó a tres senadores como servidumbre inútil entre azotes y llamas un individuo que ideaba degollar al senado entero, que deseaba que el pueblo romano tuviera un solo cuello, para reunir en un solo golpe y en un solo día sus crímenes espaciados a lo largo de tantos lugares y momentos.

 

En todo caso, de ser cierta la cuna de la frase, es una muestra de la transferencia literaria de la ‘locura de los Césares’ a la locura de nuestro ingenioso hidalgo tomada de la letra impresa del hispanorromano Séneca, filósofo latino admirado por Cervantes desde los tiempos de la escuela erasmista de López de Hoyos14, y con el que solían identificarse por un sentimiento orgulloso de nacionalismo patrio los humanistas españoles, antes que una simple transcripción literaria del medievalismo trasnochado de los caballeros andantes.

 

3. El cuento del barbero: mundo libresco versus mundo real

 

Después de tamaña salida de tono de nuestro protagonista, el barbero trae a colación el cuento del loco de Sevilla. En él, tanto el graduado en cánones por Osuna, que manifestaba estar ya cuerdo, como el compañero de manicomio, que termina delatándolo, poseen la misma manía obsesiva: ambos pretenden ser dioses del Olimpo. De nuevo, la lectura del mundo clásico, con su aureola ficticia y extravagante, sirve de contrapunto para definir realidad y fantasía, locura y cordura: “No tenga vuestra merced pena, señor mío, ni haga caso de lo que este loco ha dicho; que si él es Júpiter y no quisiere llover, yo, que soy Neptuno, el padre y el dios de las aguas, volveré todas las veces que se me antojare y fuere menester” (689).

 

Para Cervantes, los testimonios literarios de la Antigüedad constituyen en sí igualmente un conglomerado de materia de ficción, de ensoñación de la realidad, de recreación de una imaginación que se aparta de los días corrientes, de lo convencional, de la normalidad, pero también de la mediocridad de la existencia.

 

 

13  Et hoc loco respondebitur: ‘magnam rem! si tres senatores quasi nequam mancipia inter uerbera et flammas diuisit homo qui de toto senatu trucidando cogitabat, qui optabat ut populus Romanus unam ceruicem haberet, ut scelera sua tot locis ac temporibus diducta in unum ictum et unum diem cogeret’.

 

14  Los humanistas del Renacimiento redescubren a Séneca y editan, no solo citan, su obra: “En estas tareas destacó Erasmo, muy inclinado a Séneca” (Blüher 1983: 44).


 

La conclusión inherente del relato de que el que es un loco no deja nunca de estar loco no pasa desapercibida para el ingenioso hidalgo, aunque, dada su singular demencia, no debería haberse dado cuenta. Responde al envite y lo hace otra vez desde el magisterio de las letras, de la cultura extraída de los libros. Alonso Quijano recrimina al barbero que no se ajuste al principio elemental retórico de que las comparaciones entre semejantes están viciadas de origen y son defectuosas para cualquier pretensión demostrativa: “Y ¿es posible que vuestra merced no sabe que las comparaciones que se hacen de ingenio a ingenio, de valor a valor, de hermosura a hermosura y de linaje a linaje son siempre odiosas y mal recebidas? (689).

Así es como recogía Celestina en la voz del criado Sempronio la misma expresión (“Toda comparación es odiosa” [Rojas 2011: 208]), muy probablemente tomada del Índice de las obras latinas15 de Petrarca (Comparationes non carent odio)16; porque así lo determinaban, por supuesto, los manuales de retórica al uso (Rhet. Her. 2, 45)17:

 

Asimismo, al comparar dos cosas resulta incorrecto destacar una y no hacer mención de la otra o debatirlas con demasiado descuido […]. Igualmente, al hacer una comparación es incorrecto creerse en la necesidad de reprobar una cosa por alabar otra […]. Pues no es necesario si se antepone a unos, reprobar a los otros: ya que puede actuarse de modo que se otorgue una parte determinada de la alabanza a unos, alabándose un poco más a los segundos, para que no se piense que se ha combatido contra la verdad por interés.

 

Además, eso es, precisamente, lo que se desprende de un pasaje de Séneca (epist. 43, 2)18: las cosas tienen un valor por sí mismas, no por su contraste con las demás.

 

Todo lo que sobresale entre cosas próximas es grande allí donde sobresale; pues el tamaño no tiene una forma concreta; la comparación lo magnifica o lo disminuye. Una nave, que es grande sobre un río, resulta minúscula en medio del mar; un timón, que es grande para una nave, es diminuto para otra.

 

 

15  Principalium sententiarum ex libris Francisci Petrarchae collectarum summaria Annotatio, publi-cada en el año 1497 (Deyermond 2008: 18).

16 “Las comparaciones no vienen desprovistas de odio”.

 

17  Item vitiosum est in conparandis rebus alteram rem efferre, de re altera mentionem non facere aut negle-gentius disputare […] Item vitiosum est in rebus conparandis necesse putari alteram rem vituperari, cum alteram laudes […] Non enim necesse est, si alteros praeponas, alteros vituperare: fieri enim potest, ut, quo[m] alteros magis laudaris, aliquam alteris partem laudis adtribuas, ne cupide depugnasse contra veritatem puteris.

 

18  Quidquid inter vicina eminet magnum est illic ubi eminet; nam magnitudo non habet modum certum: comparatio illam aut tollit aut deprimit. Navis quae in flumine magna est in mari parvula est; gubernaculum quod alteri navi magnum alteri exiguum est.


 

 

Así pues, frente a la comparación grosera, odiosa, que acaba de hacer el barbero, nuestro protagonista vuelve a reivindicarse en su grandeza como restaurador de los ideales de la “orden de la andante caballería”, que en realidad son los que se muestran al dictado de la épica clásica.

 

Yo, señor barbero, no soy Neptuno, el dios de las aguas, ni procuro que nadie me tenga por discreto no lo siendo; sólo me fatigo por dar a entender al mundo en el error en que está en no renovar en sí el felicísimo tiempo donde campeaba la orden de la andante caballería. Pero no es merecedora la depravada edad nuestra de gozar tanto bien como el que gozaron las edades donde los andantes caballeros tomaron a su cargo y echaron sobre sus espaldas la defensa de los reinos, el amparo de las doncellas, el socorro de los huérfanos y pupilos, el castigo de los soberbios y el premio de los humildes (690).

 

De este modo, don Quijote renueva el Mito de las Edades pasadas frente a la presente, tan “depravada”, y reedita de nuevo la idea virgiliana, entregada a Eneas en su visita a los Infiernos (En. 6, 851-853)19, respecto al papel al que estuvo predestinada Roma desde sus comienzos:

 

Mas tu profesión, ínclito romano,

 

será en gobierno de hombres tener mano.

 

Tu oficio, mientras te tendrá la Tierra,

 

será poner pacíficos preceptos:

 

a soberbios bajar con cruda guerra

 

y perdonar a humildes y sujetos (Hernández de Velasco [1555] 1982: 237)

 

Es evidente la fuente de la que se sirve: la traducción de Gregorio Hernández de Velasco de 1555. Pues en su texto, de edición contemporánea al alcalaíno, vierte subiectis (= ‘sumisos’) como “humildes y sujetos”20 y traduce artes (= ‘conocimientos prácticos’)21 por “profesión” y “oficio”, el que precisamente desempeñará don

 

 

19  tu regere imperio populos, Romane, memento / (hae tibi erunt artes), pacisque imponere morem,

 

/  parcere subiectis et debellare superbos = “Tú habrás de tener en mente gobernar a pueblos bajo tu imperio / (estas serán tus habilidades), e imponer la costumbre de la paz / perdonar a los sumisos y guerrear a los soberbios”.

 

20   En el último capítulo de la primera entrega, Cervantes, Sancho voz mediante, prevaricará los términos y, trabucándolos, el escudero exclamará a su amo: “¡Oh humilde con los soberbios y arrogante con los humildes!” (643).

 

21  La frase virgiliana dice: hae tibi erunt artes = “serán para ti estas habilidades” (es decir, “tendrás este saber hacer”).


 

 

Quijote como caballero andante. El modelo literario latino reproduce para Cervantes la fantasía épica de lo ideal, la literatura pura frente a la vulgaridad perentoria y viciada de los tiempos presentes. Y es, al mismo tiempo, lo que reivindica su personaje: ese mundo virtual transmitido bajo el soporte libresco que resulta mucho mejor y más adecuado para combatir los desperfectos y desafectos del mundo real.

 

No son los libros de caballerías de donde sale la fuerza motriz que anima y aviva su imaginación: los oropeles medievales y trasnochados son puro adorno, hojarasca y vestimenta fácilmente reconocible para la gente iletrada. Así hace accesible, de manera simplificada y sencilla, la historia a los más. El verdadero diálogo entre el autor y el lector inteligente se desarrolla en el limes literario del mundo clásico (Andino 2008: 506)22

 

En efecto, las fuentes de donde se nutre mayormente su creación son, sobre todo, las de los sabios escritos de la Antigüedad. Esa es la autoridad que las empuja y hace prevalecer las palabras del ilustrado hidalgo por encima de la casuística de los sucesos cotidianos. Y tal es lo que emplea cuando para hacer crítica de su época nuestro protagonista se sirve puntualmente del historiador latino Salustio (86-34 a. C).

 

Una selección de fragmentos de Séneca y de Salustio constituían el programa de enseñanza preuniversitaria que se impartía en el Estudio de la Villa de Madrid regentado por el erasmista Juan López de Hoyos (Close 2004: lxxiv-lxxv), y que no difería tampoco de la ratio studiorum de la escuela que los jesuitas tenían en Sevilla, que el propio Cervantes parece conocer bien, según refleja en la novela Coloquio de los perros (Valbuena 1967: 1003-1005). En todo caso, el mismo contexto de la exposición reclama al historiador latino como guía y doctrina23: las épocas pasadas eran señeras en diligencia, trabajo, virtud, valentía y práctica de las armas; ahora prima la pereza, la ociosidad, el vicio, la arrogancia y la palabrería en el quehacer guerrero. Don Quijote lo expresa así:

 

Mas agora ya triunfa la pereza de la diligencia, la ociosidad del trabajo, el vicio de la virtud, la arrogancia de la valentía, y la teórica de la práctica de las armas, que sólo vivieron y resplandecieron en las edades del oro y en los andantes caballeros (691).

 

 

22 “No son los caballeros andantes los que se retratan en la ambición del héroe manchego, sino los héroes antiguos” (Marasso 1947: 3). “Cervantes se esforzó por emparentarse, voluntariamente, con la continuada familia de Homero, de Platón y de Virgilio” (11).

 

23  “Cervantes leía a Salustio y le debe más de una enseñanza filosófica en el Quijote” (Marasso 1947: 22).


 

 

 

Ese es precisamente el tema que aborda el historiador latino en ambos prólogos de sus dos conocidas historiografías:

 

a)   En la Guerra de Yugurta (Bellum Iugurthinum), Salustio reprocha que en los tiempos presentes nadie quiera competir con los antepasados en honradez y esfuerzo (Sall, Iug. 4, 7)24: “¿Quién hay, en cambio, dentro de nuestro modo de vivir, que no entable competencia con su ascendientes en riquezas y dispendios, más bien que en honradez y diligencia?”;

 

b)   En la Conjuración de Catilina (De coniuratione Catilinae) hasta aparecen los mismos términos y contraposiciones morales que usa don Quijote (Sall. Catil. 2, 4-6)25: “Pues el poder se mantiene fácilmente con aquellas artes con las que se gestó en sus comienzos. Pero cuando se han instalado la ociosidad en lugar del trabajo, el vicio y la arrogancia en lugar de la moderación y la equidad, la fortuna se muda junto con las costumbres”.

 

Y es que casi todo el contenido del pensamiento de Cervantes, que desarrolla don Quijote, brota de las gestas y reflexiones escritas de la Antigüedad. Por eso, cuando alude al valor del auténtico caballero andante, “entregándose a las implacables olas del mar profundo, que ya le suben al cielo y ya le bajan al abismo, y él, puesto el pecho a la incontrastable borrasca, cuando menos se cata, se halla tres mil y más leguas distante del lugar donde se embarcó, y, saltando en tierra remota y no conocida, le suceden cosas dignas de estar escritas, no en pergaminos, sino en bronces” (690), el editor Francisco Rico, en el desarrollo de la nota a pie de página en su segundo volumen complementario, recuerda que “enfrentarse al mar borrascoso es una hazaña que se atribuye a Julio César” (Rico 2004: 433, vol. 2). Y, en efecto, así es como la recoge

 

Plutarco (Caes. 38):

 

En Apolonia, no teniendo César por suficiente las fuerzas que consigo llevaba, y retardándose demasiado las que estaban en la otra parte, perplejo e incomodado, tomó una resolución violenta, que fue embarcarse, sin dar parte a nadie, en un barquillo de doce remos y dirigirse en él a Brindis, estando aquel mar poblado de tantas naves pertenecientes a las escuadras enemigas. De noche, pues, envuelto en las ropas de un esclavo, se metió en el barco, y tomando lugar como un hombre oscuro, se quedó callado. Por el río Aoo había de bajar la embarcación al mar, y la brisa de la mañana, retirando las olas, suele mantener la bonanza

 

 

24  At contra quis est omnium his moribus, quin divitiis et sumptibus, non probitate neque industria cum maioribus suis contendat?

25  Nam imperium facile iis artibus retinetur, quibus initio partum est. Verum ubi pro labore desidia, pro continentia et aequitate lubido atque superbia invasere, fortuna simul cum moribus immutatur.


 

 

en la desembocadura; pero en aquella noche el viento de mar, que sopló con fuerza, no dio lugar a que aquella reinase. Acrecentado, por tanto, el río con el flujo del mar, le hicieron tan peligroso y terrible el ruidoso estruendo y los precipitados remolinos, que dudando el piloto poder contrastar a la violencia de las aguas, dio orden a los marineros de mudar de rumbo, con ánimo de volver al puerto. Adviértelo César, se descubre, y tomando la mano al piloto, que se queda pasmado al verle: “Sigue, buen hombre—le dice—; ten buen ánimo; no temas, que llevas contigo a César y su fortuna”. Olvídanse los marineros de la tempestad, e impeliendo con gran fuerza los remos porfían con ahínco por vencer la corriente; mas siendo imposible, y haciendo mucha agua el barco, con lo que se puso en gran peligro su misma persona, tuvo que condescender muy contra su voluntad con el piloto, que al cabo dispuso la vuelta. Al desembarcar sálenle al encuentro en tropel los soldados, quejándose y doliéndose de que no crea que con ellos solos puede vencer, y de que se afane y ponga en peligro por los ausentes, desconfiando de los que tiene consigo. (Plutarco 1979: 383-384)

 

4.  La cordura/locura de Don Quijote, compendio del saber rescatado de la Antigüedad

 

Igualmente describe, como si las hubiera visto, las facciones de “tales caballeros andantes en el mundo” (693), personajes todos literarios, o el tamaño de los gigantes, arguyendo y acreditando su existencia. Su posición al respecto es firme, haciendo venir en su apoyo los conocimientos irrefutables de la geometría: “También en la isla de Sicilia se han hallado canillas y espaldas tan grandes, que su grandeza manifiesta que fueron gigantes sus dueños, y tan grandes como grandes torres; que la geometría saca esta verdad de duda” (694).

 

La certeza, incuestionable para él, le viene de las lecturas de libros, esto es, de las fuentes que considera propias del saber según la visión humanista; pues tanto el discernimiento como el propio entendimiento se forjan, igualmente, de la imaginación que la letra impresa excita.

 

La derivación expositiva al hacer acopio de la geometría en medio de un debate sobre la virtud que entrañan los libros de caballerías o, lo que es lo mismo, la exhibición de alguien que muestra una autoridad erudita e ilustrada sobre los temas que van apareciendo, podemos encontrarla igualmente en el retrato que Cicerón hace de Sócrates, el más importante filósofo de la Antigüedad.

 

Pues el trasunto que Cervantes lleva en mente es situar a su personaje como faro de lo que debe ser, de esa sabiduría que nos ofrecen los libros, la tradición conservada


tipográficamente, valores todos universales e inmortales, pero desgraciadamente también inalcanzables al hombre concreto y pasajero de su tiempo. De ahí que, como el célebre orador latino (De re publica, I, 15)26, deje claro que sabe de muchos asuntos más, aunque se centre en el ser humano como tema de reflexión, a semejanza del Sócrates transmitido por Platón:

 

“Pero yo, Tuberón ―pues contigo puedo decir sinceramente lo que pienso―, en todo ese tema no estoy demasiado de acuerdo con aquel conocido nuestro27, que hace afirmaciones sobre cosas que apenas podemos sospechar por conjetura qué cualidades tienen, como si pareciera que las distingue con los ojos o las trajera y llevara claramente con la mano. Por eso también suelo considerar más sabio a Sócrates, que depuso todo interés en este asunto y dijo que las investigaciones que se hacían sobre la naturaleza o eran mayores de lo que la razón humana podía alcanzar o en absoluto atañía nada a la vida de los hombres”.

 

Y Tuberón: “No sé, Africano, por qué ha pasado a la memoria que Sócrates rechazó todo ese debate y tan solo solía investigar sobre la vida y sobre las costumbres, pues ¿qué autor podemos alabar más documentado sobre él que Platón? Y en los libros de éste en muchos pasajes habla Sócrates de modo que, aunque debate acerca de las costumbres, acerca de las virtudes, en definitiva, acerca de la política, sin embargo también se dedica a enlazar a la manera de Pitágoras los números, la geometría y la harmonía”.

 

Con estas mimbres el alcalaíno provoca que don Quijote sea una mezcla rara de cordura eminente, capaz de pontificar sobre conocimientos y meditaciones profundas, y de una ingenuidad utópica, rayana en el candor, alejada del ambiente común y corriente que lo rodea. Por eso, en esta segunda parte no abundarán los episodios de locura y alucinación, precisamente los que le dieron fama popular en

 

 

26  sed ego Tubero - nam tecum aperte quod sentio loquar - non nimis adsentior in omni isto genere nostro illi familiari, qui quae vix coniectura qualia sint possumus suspicari, sic adfirmat ut oculis ea cernere videatur aut tractare plane manu. quo etiam sapientiorem Socratem soleo iudicare, qui omnem eius modi curam deposuerit, eaque quae de natura quaererentur, aut maiora quam hominum ratio consequi possit, aut nihil omnino ad vitam hominum adtinere dixerit’. dein Tubero: ‘nescio Africane cur ita memoriae proditum sit, Socratem omnem istam disputationem reiecisse, et tantum de vita et de moribus solitum esse quaerere. quem enim auctorem de illo locupletiorem Platone laudare possumus? cuius in libris multis locis ita loquitur Socrates, ut etiam cum de moribus de virtutibus denique de re publica disputet, numeros tamen et geometriam et harmoniam studeat Pythagorae more coniungere’.

 

27  Se refiere a Panecio de Rodas (185-110 a. C.), filósofo estoico.


 

la Primera Parte28. (Ese filón ya lo había apurado Avellaneda, caricaturizándolo en extremo hasta encerrarlo, finalmente, en un manicomio). A diferencia de su homólogo apócrifo, Cervantes lo convierte en un caballero andante filósofo. Filosofar no es algo extraño a la labor de novelar en el alcalaíno, que de continuo sigue escrupulosamente los preceptos de Quintiliano (inst. 10, 1, 35)29 y de Horacio (ars 310-311)30: “El tema pudieron proporcionártelo los tomos socráticos, / y las palabras seguirán sin desgana al tema propuesto”.

Eso sí, contradictorio con el mundo cotidiano y burlado permanentemente por su cruda convención de la realidad. Para dirigir a su protagonista por las rutas marcadas en sus páginas, a Cervantes lo empuja el dictado de Aristóteles sobre la

 

poesía, más próxima a la reflexión filosófica que a cualquier otra disciplina:

 

[Para Aristóteles] “la poesía tiene más de lo filósofo y de agudeza que la historia, porque la poesía trata de las cosas más en lo universal, y la historia las trata en particular”. Ese mundo de la verdad posible o de lo verosímil, podía convertirse fácilmente en el paradigma del deber ser, de la ejemplaridad moral (Castro 1925: 35).

 

El episodio umbral de la obra finaliza encadenado al siguiente, técnica ya utilizada en la Primera Parte: “Y en esto oyeron que la ama y la sobrina, que ya habían dejado la conversación, daban grandes voces en el patio, y acudieron todos al ruido” (696).

 

 

28  En efecto, son los episodios de locura y alucinación en la Primera Parte los que le dieron —y le siguen dando todavía actualmente— fama popular. El Bachiller Sansón Carrasco los enumera en el capítulo tercero de la Segunda Parte: “—En eso —respondió el bachiller— hay diferentes opiniones, como hay diferentes gustos: unos se atienen a la aventura de los molinos de viento, que a vuestra merced le parecieron Briareos y gigantes; otros, a la de los batanes; este, a la descripción de los dos ejércitos, que después parecieron ser dos manadas de carneros; aquel encarece la del muerto que llevaban a enterrar a Segovia; uno dice que a todas se aventaja la de la libertad de los galeotes; otro, que ninguna iguala a la de los dos gigantes benitos, con la pendencia del valeroso vizcaíno” (II, 3, 707).

 

29   A philosophorum vero lectione ut essent multa nobis petenda vitio factum est oratorum, qui quidem illis optima sui operis parte cesserunt. Nam et de iustis honestis utilibus, iisque quae sint istis contraria, et de rebus divinis maxime dicunt, et argumentantur acriter, et altercationibus atque interrogationibus oratorem futurum optime [Socratici] praeparant = “Pero por culpa de los oradores, que cedieron su lugar a aquellos en la parte más excelente de su obra, es un hecho que tuviéramos que recurrir muchas veces a la lectura de los filósofos. Pues no sólo se ocupan a fondo de lo justo, honesto y útil, y de las cosas que son contrarias a eso, sino también de lo divino, e incluso debaten con agudeza, y hasta [los socráticos] preparan perfectamente al futuro orador con discusiones y preguntas”.

 

30 Rem tibi Socraticae poterunt ostendere chartae, / uerbaque prouisam rem non inuita sequentur.


 

 

 

5. La cultura clásica al servicio de la eficacia narrativa

 

El segundo capítulo, “Que trata de la notable pendencia que Sancho Panza tuvo con la sobrina y ama de don Quijote, con otros sujetos graciosos”, es un prodigio como estructura arquitectónica del relato. Don Quijote conoce que sus hazañas han sido publicadas por un moro, Cide Hamete “Berenjena” (703) —le cuenta Sancho­—, y que circulan por el mundo noticias hasta de cuando han estado a solas amo y escudero.

 

Dividido en dos coloquios, uno muy breve, el de Sancho con ama y sobrina, y otro más extenso, entre amo y criado, el capítulo centra sus ideas en torno a dos aspectos fundamentales: a) la unidad o cuerpo místico entre caballero y escudero, y

b)  la (mala) fama de todo héroe que se precie, expuesta a estar en boca de todos.

 

En ambos contextos la fuente de inspiración es, de nuevo y fundamentalmente, el mundo literario de Grecia y Roma.

En primer lugar, procedente de las quejas de Sancho ante la sobrina y el ama del hidalgo, don Quijote se atreve a iniciar un adagio latino, “Quando caput dolet, cetera membra dolent”, que repite la misma idea del cuerpo místico utilizada ya en la novela de El curioso impertinente de la Primera Parte31.

 

―Engáñaste, Sancho ―dijo don Quijote―; según aquello: ‘quando caput dolet...’, etcétera.

 

―No entiendo otra lengua que la mía -respondió Sancho.

 

―Quiero decir ―dijo don Quijote― que cuando la cabeza duele, todos los miembros duelen; y así, siendo yo tu amo y señor, soy tu cabeza, y tú mi parte, pues eres mi criado; y por esta razón el mal que a mí me toca, o tocare, a ti te ha de doler, y a mí el tuyo (699)

 

Varias fuentes clásicas, que con seguridad habían pasado ya al terreno eclesiástico, habilitan la idea de cuerpo místico o relación del todo con sus partes. Así consta en un episodio histórico relatado por Tito Livio (Liv. 2, 32, 8-12), recogido también en la Historia Antigua de Roma de Dionisio de Halicarnaso (Alonso y Seco 2002: 321-322) o en una fábula de Esopo (Bádenas y López Facal [1978] 1985: 99), aunque también aparece en la Política de Aristóteles: “El todo es necesariamente anterior a la parte” (García 2007: 48). Pero, sobre todo, hay un pasaje en Séneca (dial. 4, 31, 7)32 que contextualiza y eleva el tono y la autenticidad moral del respeto

 

 

31  Lotario argumentaba que “marido y mujer son dos almas, pero una sola voluntad”

 

(424).

 

32  Nefas est nocere patriae; ergo ciui quoque, nam hic pars patriae est -- sanctae partes sunt, si uniuersum uenerabile est; ergo et homini, nam hic in maiore tibi urbe ciuis est. Quid si nocere uelint manus pedibus, manibus oculi? Vt omnia inter se membra consentiunt quia singula seruari totius interest, ita homines singulis parcent quia ad coetum geniti sunt, salua autem esse societas nisi custodia et amore partium non potest.


 

 

que debe mediar entre amo y criado, que es lo que en verdad quiere puntualizar don

 

Quijote en su intervención. El fragmento del filósofo cordobés dice así:

 

Es sacrilegio hacer daño a la patria; por tanto, también a un ciudadano, pues éste es parte de la patrialas partes son sagradas, si el todo es venerable—; luego, también a un hombre, pues éste es ciudadano en la ciudad tuya más grande. ¿Qué pasa si las manos eventualmente quieren hacerles daño a los pies y los ojos a las manos? Lo mismo que todos los miembros están de acuerdo entre sí porque le interesa al todo preservar a cada uno por separado, así los seres humanos deben tener respeto por cada uno porque fueron engendrados para encontrarse y, a su vez, la sociedad no puede estar a salvo sin el cuidado y amor de sus elementos.

 

Antes de entrar en el segundo leitmotiv del capítulo, al preguntarle a Sancho qué dicen de su persona, por un lado, don Quijote le exige una respuesta al estilo de Tácito33 (sine ira et studio), esto es, sin añadir ni quitar nada por rechazo o lisonja; y, por otro, alude en una muestra de ironía ovidiana a la edad de hierro actual, pero que debería llamarse ‘de oro’, por su aprecio al vil metal:

 

Finalmente, quiero, Sancho, me digas lo que acerca desto ha llegado a tus oídos: y esto me has de decir sin añadir al bien ni quitar al mal cosa alguna; que de los vasallos leales es decir la verdad a sus señores en su ser y figura propia, sin que la adulación la acreciente u otro vano respeto la disminuya; y quiero que sepas, Sancho, que si a los oídos de los príncipes llegase la verdad desnuda, sin los vestidos de la lisonja, otros siglos correrían, otras edades serían tenidas por más de hierro que la nuestra, que entiendo que de las que ahora se usan es la dorada. Sírvate este advertimiento, Sancho, para que discreta y bienintencionadamente pongas en mis oídos la verdad de las cosas que supieres de lo que te he preguntado (700)

 

Diego Clemencín, editor y comentarista del Quijote en el siglo XIX, respalda como fuente literaria posible de que entre príncipes se abuse del vicio de la lisonja un texto de Quinto Curcio (Historiarum Alexandri Magni Macedonis, lib. VIII, cap. 5)34. Sin embargo, la referencia a la ‘edad dorada’, tal como la menciona Ovidio (ars 2, 277-280)35, es, amén de desconocida e insospechada actualmente para los hispanistas, la única que explica el sentido irónico de la frase de don Quijote, es decir, de Cervantes. El poema latino reza así:

 

 

 

33 Tac. ann. 1, 1.

 

34  Non deerat talia concupiscenti perniciosa adulatio, perpetuum malum regum, quorum opes saepius adsentatio quam hostis evertit = “A quien ambicionaba tales honores no le faltaba la perniciosa adulación, el mal eterno de los reyes, cuyos poderes ha subvertido más a menudo la lisonja que el enemigo”.


 

 

En verdad ahora estamos en los siglos dorados: con el oro

 

sobreviene muchísimo prestigio: a fuerza de oro se consigue el amor. Aunque vengas tú mismo en persona, Homero, acompañado por las Musas, si no has traído nada, te irás, Homero, afuera.

 

Así lo dejó claro también don Quijote en la primera entrega, en su discurso ante los cabreros: “Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase […]” (133).

 

La nota con que Diego Clemencín interpreta este pasaje es un ejemplo de hasta qué punto resulta relevante localizar debidamente la fuente que inspira a Cervantes. A sabiendas de que “nadie se persuadirá que [Cervantes] quiso sinceramente elogiar un siglo y un gobierno que le trataba con tanta injusticia, tanto más, que cuando llegaba la ocasión no disimulaba lo descontento que estaba de su suerte” (1967: II, 2, nota 11), al no comprender que don Quijote lo dice en el mismo sentido que el poeta Ovidio y con el mismo matiz que en su propia perorata ante los cabreros, la desorientación es total y absoluta, y llega a afirmar que Cervantes “escribía con negligencia” (1967: II, 2, nota 11), cuando es todo lo contrario: “Nada fue escrito al azar en el Quijote” (Castro 1967: 407)36:

 

Cervantes, diciendo por boca de don Quijote que otros siglos correrían si llegase la verdad desnuda, sin los vestidos de la lisonja, a los Reyes, harto indicó que no llegaba de esta suerte en su tiempo, mostrando como con el dedo el ministerio del Duque de Lerma. Pero, o temeroso del poder del privado, o poco amigo de zaherir a los demás, o quizá acordándose de las relaciones del Duque de Lerma con su bienhechor el Conde de Lemos, tiró a templar su expresión, añadiendo que otras edades habían sido más de hierro, y que la presente podía llamarse dorada. Esta hubo de ser la

 

 

35  Aurea sunt vere nunc saecula: plurimus auro / Venit honos: auro conciliatur amor. / Ipse licet venias Musis comitatus, Homere, / Si nihil attuleris, ibis, Homere, foras.

36  “Los cervantistas han creído sorprender en el Quijote más errores de información de los que realmente tiene, los que en verdad son muy pocos, quizás ninguno, si descubrimos la intención de los personajes de la novela” (Marasso 1947: 11-12).


 

progresión de las ideas y verdadera intención de Cervantes, porque nadie se persuadirá que quiso sinceramente elogiar un siglo y un gobierno que le trataba con tanta injusticia, tanto más, que cuando llegaba la ocasión no disimulaba lo descontento que estaba de su suerte. Las tres partes del período realmente se contradicen: la primera condena su edad: la segunda la excusa, y la tercera la lisonjea. La primera es el genuino y verdadero juicio de Cervantes; creyendo en seguida que se había deslizado y mostrado más de lo que convenía, quiso suavizarlo con lo siguiente, pero después le pareció poco, y lo reforzó con lo último. Fácil le hubiera sido refundir el período y corregirlo radicalmente; pero escribía con negligencia y no sabía borrar lo que una vez había escrito” (Clemencín 1967: II, 2, nota 11)

 

Error y dudas que persisten hasta nuestros días, también, en la edición última del Quijote de Francisco Rico: “DQ se refiere a la idea anteriormente expuesta del presente visto como edad de hierro frente a la antigua edad de oro (cfr. I, 11, 133, n. 24, y II, 1, 691, n. 73), pero el sentido de la última frase [‘entiendo que de las que ahora se usan es la dorada’] es dudoso” (2004: 700, nota 28).

 

Todo lo contrario asegura Américo Castro: “Cervantes, por dicha, no fue ‘hombre de su tiempo’, sino alzado sobre y contra él” (1967: 326); hecho que el pasaje de Ovidio y el alegato sobre las Edades de la primera entrega confirman.

El segundo aspecto que centra el episodio sucede a la hora de ejemplificar cómo todos los héroes se encuentran en boca de la maledicencia. Ante este reparo, cabe conjeturar si al héroe de Lepanto acaso no le complacía demasiado el reduccionismo carnavalesco del populacho (que derivó literariamente en la caricatura de Avellaneda) al convertir a sus personajes en los estereotipos de un loco famélico desaforado y un gordinflón tonto sin luces, dejándose de apreciar el gigantesco trabajo filológico y humanista que sustentaba su creación. Contra esto, don Quijote, aludiendo a la vez a algunos personajes de las novelas de caballerías, pone en valor, sobre todo, a los modelos del Mundo Antiguo que tuvieron que soportar también el descrédito de su fama:

 

―Mira, Sancho ―dijo don Quijote―: dondequiera que está la virtud en eminente grado, es perseguida. Pocos o ninguno de los famosos varones que pasaron dejó de ser calumniado de la malicia. Julio César, animosísimo, prudentísimo y valentísimo capitán, fue notado de ambicioso y algún tanto no limpio, ni en sus vestidos ni en sus costumbres. Alejandro, a quien sus hazañas le alcanzaron el renombre de Magno, dicen dél que tuvo sus ciertos puntos de borracho. De Hércules, el de los muchos trabajos, se cuenta que fue lascivo y muelle. […] Así que, ¡oh Sancho!, entre las tantas calumnias de buenos, bien pueden pasar las mías, como no sean más de las que has dicho (702)

 


 

La idea principal de que la virtud es perseguida por la envidia está servida como concepto base en Séneca (epist. 87, 34)37: “Contiene la virtud también la causa que precede a la envidia; pues a muchos se les tiene envidia por su sabiduría, a muchos por su justicia.”

 

Mas que tal malicia acose sin descanso a quienes descuellan ya lo advierte Ovidio (Rem. 369-370)38: “Contra lo más elevado acomete la envidia; los vientos fustigan las cimas más altas: / Contra lo más elevado acometen los rayos lanzados por la diestra de Júpiter”.

 

La idea de disfrutar calumniando o calumniar para divertimento y escarnio del personaje notable puede comprobarse en las fuentes clásicas de las que con cierta seguridad se nutre Cervantes, ya sea para ilustrar el amaneramiento de Julio César y la ebriedad de Alejandro Magno, tomados de Plutarco, o para aludir discretamente a la frivolidad burlona del verso de Marcial donde se exhibe la bisexualidad de Hércules:

a)   “JULIO CÉSAR, ambicioso y algún tanto no limpio, ni en sus vestidos ni en sus costumbres”. La ambición unida a su capacidad de liderazgo puede leerse in extenso en Plutarco; no solo las malas artes y maniobras poco ortodoxas para hacerse con el consulado (Caes. 14), sino también su sobresaliente valor como general invicto de las guerras de las Galias (Caes.15). En cuanto a su aseo personal y hábitos morales, el testimonio de Plutarco (Caes. 4)39 procede de la opinión que tenía de él Cicerón.

 

Pero es en las Vidas de los Doce Césares, de Suetonio (Iul. 45)40, como señala Clemencín (1967), donde se explicitan más los defectos del general romano que don

Quijote aduce: ese acicalamiento excesivo, amanerado, impropio de hombre cabal.

 

 

37  Habet virtus quoque praecedentem causam ad invidiam; multis enim propter sapientiam, multis propter iustitiam invidetur.

38  Summa petit livor; perflant altissima venti: / Summa petunt dextra fulmina missa Iovis.

 

39   “Cicerón, pues, que parece fue el primero que advirtió y temió aquella aparente serenidad para el gobierno, a manera de la del mar, y que en la apacibilidad y alegría del semblante reconoció la crueldad que bajo ellas se ocultaba, decía que en todos los demás intentos y acciones suyas, notaba un ánimo tiránico. ‘Pero cuando veo -añadía- aquella cabellera tan cuidadosamente arreglada, y aquel rascarse la cabeza con sólo un dedo, ya no me parece que semejante hombre pueda concebir en su ánimo tan gran maldad, esto es, la usurpación del gobierno’” (Plutarco 1979: 359).

 

40  Fuisse traditur excelsa statura, colore candido, teretibus membris, ore paulo pleniore, nigris vegetisque oculis, valitudine prospera, nisi quod tempore extremo repente animo linqui atque etiam per somnum exterreri solebat. Comitiali quoque morbo bis inter res agendas correptus est. Circa corporis curam morosior, ut non solum tonderetur diligenter ac raderetur, sed velleretur etiam, ut quidam exprobraverunt, calvitii vero


 

Se cuenta que fue de estatura elevada, blanca palidez, miembros torneados, cara excesivamente rellenita, ojos negros y vivaces, salud buena, a pesar de que en su última época de repente solía tener desvanecimientos e incluso sobresaltarse en sueños. Perdió la conciencia dos veces en medio de la gestión de los asuntos a causa de la enfermedad comicial.41 En lo relativo al cuidado de su cuerpo, era muy coqueto, al punto de no sólo afeitarse y cortarse el pelo concienzudamente, sino también depilarse, como algunos le reprocharon, mas llevaba muy mal la fealdad de su calvicie, consciente de que a menudo era la causante de las burlas de sus detractores. Por eso había cogido la costumbre de echarse su escaso cabello desde la coronilla hacia delante y de todos los honores decretados por el senado y el pueblo ningún otro recibió y usó con más agrado que el derecho de llevar siempre una corona de laurel. También cuenta que se hacía notar con el atuendo: pues se ponía la laticlavia ribeteada hasta las mangas y nunca con un cinturón que le ciñera por encima demasiado, y con la cintura ciertamente bastante holgada; de ahí salió el dicho de Sila advirtiendo a menudo a los senadores de que se guardasen de un jovencito tan mal ceñido.

 

b)  ALEJANDRO MAGNO, “con ciertos puntos de borracho. Así es como lo define Plutarco (Alex. 4): “[…] y a Alejandro, lo ardiente de su complexión le hizo, según parece, bebedor y de grandes alientos” (Plutarco 1979: 297).

Pero más adelante el propio Plutarco (Alex. 23) contradice tal calificativo, achacándolo a malas interpretaciones, como hace ver don Quijote:

 

Aun respecto del vino era menos desmandado de lo que comúnmente se cree; y si parecía serlo, más bien que por largo beber era por el mucho tiempo que con cada taza se llevaba hablando; y aun esto, cuando estaba muy de vagar, pues cuando había que hacer, ni vino, ni sueño ni juego alguno, ni bodas, ni espectáculo, nada había que, como a otros capitanes, le detuviese, lo que pone de manifiesto su misma vida, pues que habiendo sido tan corta está llena de muchas y grandes hazañas (313)

 

 

deformitatem iniquissime ferret saepe obtrectatorum iocis obnoxiam expertus. Ideoque et deficientem capillum revocare a vertice adsueverat et ex omnibus decretis sibi a senatu populoque honoribus non aliud aut recepit aut usurpavit libentius quam ius laureae coronae perpetuo gestandae. Etiam cultu notabilem ferunt: usum enim lato clavo ad manus fimbriato nec umquam aliter quam [ut] super eum cingeretur, et quidem fluxiore cinctura; unde emanasse Sullae dictum optimates saepius admonentis, ut male praecinctum puerum caverent.

 

41  Epilepsia o ‘morbo comicial’, llamada así porque si se producía entre los asistentes una crisis epiléptica, ello impedía la continuación de esta asamblea (Segura 1985: 130).


 

 

Diego Clemencín (1967) recuerda los excesos de Alejandro en el vino, evocando como fuente a Quinto Curcio (Historiarum Alexandri Magni Macedonis, lib. VIII, cap. 2)42. Mas el efecto corrosivo de la crítica por la embriaguez encuentra su marco moral, sobre todo, en Séneca (epist. 83,19)43, donde precisamente se utiliza el ejemplo de Alejandro en el sentido del reproche que don Quijote denuncia. Indudablemente, esta y no otra debió de ser la fuente que manejó Cervantes:

 

Acuérdate del ejemplo de Alejandro el Macedón, que en medio de un festín ensartó a Clito, el más querido y leal a su persona, y quiso morir cuando se dio cuenta del crimen y, desde luego, debió hacerlo. La embriaguez tanto excita como destapa cualquier vicio, aparta la vergüenza que frena las malas inclinaciones; pues más se abstienen de lo prohibido por el pudor de caer en falta que por su buena disposición.

 

Líneas más abajo, el filósofo cordobés (epist. 83, 23)44 culmina el retrato ignominioso de quien fue el personaje histórico más admirado y emulado de la Antigüedad:

 

A Alejandro, de quien hace un momento he hecho mención, lo dejaron marchar intacto tantas marchas, tantas batallas, tantos inviernos, a través de los que había pasado venciendo las dificultades de espacio y

 

 

42  Male humanis ingeniis natura consuluit, quod plerumque non futura, sed transacta perpendimus. Quippe rex, postquam ira mente decesserat, etiam ebrietate discussa magnitudinem facinoris sera aestimatione perspexit. Videbat, tunc immodica libertate abusum, sed alioqui egregium bello virum et, nisi erubesceret fateri, servatorem sui occisum. Detestabile carnificis ministerium occupaverat rex, verborum licentiam, quae vino poterat inputari, nefanda caede ultus = “Mal ha mirado la naturaleza por el carácter humano, que las más de las veces sopesamos no lo que va a pasar, sino lo que ya ha pasado.

 

Efectivamente, el rey, después que se había apartado la ira de su mente, despejada la borrachera, contempló la magnitud de su crimen con una valoración a destiempo. Veía que no sólo había abusado de una inmoderada licencia, sino que en otro orden de cosas había sido asesinado un hombre excepcional en la guerra y, si no le ruborizara confesarlo, su propio salvador. El rey había desempeñado la detestable función de verdugo, vengando con un asesinato infame el desahogo con las palabras, que podía imputarse al vino”.

 

43  Refer Alexandri Macedonis exemplum, qui Clitum carissimum sibi ac fidelissimum inter epulas transfodit et intellecto facinore mori voluit, certe debuit. Omne vitium ebrietas et incendit et detegit, obstantem malis conatibus verecundiam removet; plures enim pudore peccandi quam bona voluntate prohibitis abstinent

44 Alexandrum, cuius modo feci mentionem, tot itinera, tot proelia, tot hiemes per quas victa temporum locorumque difficultate transierat, tot flumina ex ignoto cadentia, tot maria tutum dimiserunt: intemperantia bibendi et ille Herculaneus ac fatalis scyphus condidit.


 

de tiempo: la desmesura en el beber y aquella famosa y fatal copa herculana45 lo enterró.

 

c)  HÉRCULES, “lascivo y muelle”. Llevado quizás por la alusión de Séneca a la copa “herculana”, Cervantes añade en la relación de héroes maltratados por la fama a Hércules. Pero la terminología que utiliza alude más a un prejuicio del lector del siglo XVII que a los propios sucesos del hijo de Zeus y Alcmena. ‘Muelle’, del latín mollis, en la acepción de ‘flexible’, ‘blando’ o ‘suave’, es la misma raíz latina de mulier, ‘mujer’, que califica etimológicamente a la hembra como sexo ‘débil’ o ‘voluble’, y se puede aplicar también en un varón a ‘afeminado’, ‘voluptuoso’ o, de manera más descarnada, a aquel que disfruta con prácticas homosexuales. Don Quijote/ Cervantes pudo inferir tal calificativo a raíz de la lectura de los amores de Hércules con el joven Hylas. El muchacho es mencionado por Virgilio (ecl. 6, 41-44) a manera de topos literario o lugar común de pena y lamento, debido a su desdichada pérdida en la expedición de los Argonautas. Otro poeta de la edad augusta, Propercio (1, 20, 45-52) narra la historia completa, justamente en un ejercicio poético dirigido a Galo para advertirle cómo un amor puede ser arrebatado por la mala suerte. Pero en ambos casos el tratamiento es respetuoso y normal, tal como se entendían los amores de adultos con efebos en la antigua y legendaria Hélade.

 

Francisco Rico, en su segundo volumen complementario, tras interpretar la expresión cervantina “lascivo y muelle” por “amigo de placeres y comodón”

(2004: 439, vol 2), se limita a apuntar una nota de Diego Clemencín para el hecho de que “muchas semblanzas burlescas de Hércules proceden remotamente de la Apocolocyntosis de Séneca”. No obstante, allí no hemos visto que aparezca nada que haga referencia al héroe y semidiós en la faceta aducida, ni ninguna mención a su trato con Hylas.

 

Resulta más probable que el pasaje que utiliza Cervantes sea de Marcial

 

(Mart. XI, 43)46, un texto propio de los ambientes estudiantiles, donde se dan dos coincidencias: 1) en el interior de sus versos aparece el término ‘lascivo’, y 2) con

 

 

45  Se decía también de Hércules que era un gran bebedor y, por eso, a las copas beocias de plata las llamaban así.

 

46   Deprensum in puero tetricis me vocibus, uxor, / corripis et culum te quoque habere refers. / Dixit idem quotiens lascivo Juno Tonanti! / Ille tamen grandi cum Ganymede jacet. / Incurvabat Hylan posito Tirynthius arcu: / tu Megaran credis non habuisse natis? / Torquebat Phoebum Daphne fugitiva: sed illas / Oebalius flammas jussit abire puer. / Briseis multum quamvis aversa jaceret,

/  Aeacidae propior levis amicus erat. / Parce tuis igitur dare mascula nomina rebus / teque puta cunnos, uxor, habere duos.


 

 

 

cierta seguridad es posible que Cervantes conociera el desdoro de su contenido, como atestigua el hecho de que lo ponga más adelante entre las lecturas diarias de don Lorenzo, el hijo del Caballero del Verde Gabán: “Todo el día se le pasa en averiguar si dijo bien o mal Homero en tal verso de la Ilíada; si Marcial anduvo deshonesto o no en tal epigrama” (824).

 

Un ejemplo, precisamente, que puede poner en duda la honestidad y el decoro del poeta Marcial es el epigrama donde aparecen sin atenuantes, con toda su crudeza, el adjetivo ‘lascivo’ y el hábito sexual al que el pudor y recato pueden aplicar el epíteto de voluptuoso o ‘muelle’, asociados ambos calificativos al esforzado Hércules:

 

Pillado dentro de un chaval me riñes, esposa,

 

con terribles voces y me repites que tú también tienes un culo.

 

¡Cuántas veces le dijo lo mismo Juno al lascivo Tonante! Sin embargo, él se acuesta con el orondo Ganímedes47. Dejado a un lado el arco, doblaba el Tirintio48 a Hilas: ¿Crees tú que no tuvo a Mégara49 para engendrar hijos? Esquivaba en fuga Dafne a Febo: pero el niño

 

de Ébalo50 dispuso que aquellas llamas se extinguieran. Aunque Briseida se acostaba muchas veces vuelta de espaldas, el Eácida51 tenía a su suave amigo más cerca.

Por tanto, deja de dar nombres masculinos a tus partes y piensa que tú, esposa, tienes dos coños.

 

Sin trucos ni ambages, constantemente, el tejido con el que el alcalaíno va a ir dando contenido y forma a la narración va a ser el producto de estudio y conocimiento muy presente de la literatura grecolatina, pero tamizándolos, sin revelarlos del todo ni apurar su datación y exégesis literaria. Pues siguiendo los preceptos de Quintiliano (inst. 10, 4, 1), Stilum non minus agere cum delet (“No menos hace la pluma cuando borra”), Cervantes evita ser minucioso y exhaustivo cuando utiliza sus fuentes literarias, aunque la consideración de sí mismo tenga que morderse

 

 

47  Hermoso príncipe troyano raptado por el dios Zeus, quien lo convirtió en su amante y en el copero de los dioses.

48  Hércules se crió en Tirinto, ciudad de la Argólide.

 

49  En la mitología grecorromana, Mégara o Megara fue la primera mujer de Hércules.

 

50  Jacinto, joven héroe amante del dios Apolo, era hijo de Ébalo, rey de Esparta (Ov. met. 10, 162-219).

51  Aquiles, hijo de Peleo y nieto de Éaco.


 

la lengua para no decir más. Así lo afirma en el capítulo 44 de esta segunda parte, refiriéndose al supuesto narrador del Quijote, Benengeli: “[…] teniendo habilidad, suficiencia y entendimiento para tratar del universo todo, pide no se desprecie su trabajo, y se le den alabanzas, no por lo que escribe, sino por lo que ha dejado de escribir” (1070).

 

De este modo, toda erudición es sacrificada en aras de la eficacia narrativa, dosificándola, como hemos podido ver en estos dos primeros capítulos de la segunda entrega. Cicerón, Séneca, Salustio y Plutarco como prosistas, así como Virgilio, Horacio, Ovidio y Marcial como poetas se aúnan a ellos para dar textura en segundo plano tanto al discurso sobrio, altivo y comedidamente erudito de don Quijote como a la misma estructura de las situaciones y pensamientos escenificados por el narrador y sus protagonistas. Y es que, desde la Edad Media y los comienzos del Renacimiento español, “transferir sententiae a una obra propia incrementaba su valor. Se esperaba que los lectores las reconocieran y este reconocimiento agregaba un cierto placer intelectual al beneficio moral obtenido” (Deyermond 2008: 17).

 

En consecuencia, no escribe ni improvisa Cervantes sobre blanco, sino que regenera, asocia y se apoya siempre en elementos de otros pasajes clásicos de sabiduría reconocida. Pues desde los malogrados tiempos de su prólogo de La Galatea (1585), siempre sintió íntimo orgullo y suficiente capacidad para saber transformar y convertir la literatura grecolatina en literatura española:

 

De más que no puede negarse que los estudios de esta facultad52 (en el pasado tiempo, con razón, tan estimada) traen consigo más que medianos provechos, como son enriquecer el poeta, considerando su propria lengua y enseñorearse del artificio de la elocuencia que en ella cabe, para empresas mas altas y de mayor importancia, y abrir camino para que, a su imitación, los ánimos estrechos, que en la brevedad del lenguaje antiguo quieren que se acabe la abundancia de la lengua castellana, entiendan que tiene campo abierto, fértil y espacioso, por el cual, con facilidad y dulzura, con gravedad y elocuencia, pueden correr con libertad, descubriendo la diversidad de conceptos agudos, graves, sotiles y levantados que en la fertilidad del los ingenios españoles la favorable influencia del cielo son tal ventaja en diversas partes ha producido, y cada hora produce en la edad dichosa nuestra […]. (Valbuena 1967: 608-609)

 

Esa fue siempre, desde nuestro punto de vista, hasta el final y desde el principio, la primera intención y la justificación de todo su empeño literario como escritor.

 

 

52    Se refiere a la dedicación del escritor a la producción literaria, tan valorados antaño en la Antigüedad Grecorromana, al punto de llegar a conservarse a través del tiempo.


 

 

 

Abreviaturas de autores y obras grecolatinas citados, según el índice alfabético del Thesaurus linguae Latinae, Leipzig 1900:

 

Cic. leg. = Cicerón, Las Leyes.

 

Hor. ars = Horacio, Arte Poética.

 

Liv. = Tito Livio, Desde la fundación de la ciudad (Ab urbe condita)

 

Mart. = Marcial, Epigramas.

 

Ov. ars = Ovidio, Arte de amar.

 

Ov. Rem. = Ovidio, Remedios de amor.

 

Plv. Caes. = Plutarco, Vidas Paralelas (César).

 

Plv. Alex. = Plutarco, Vidas Paralelas (Alejandro Magno).

 

Qvint. inst. = Quintiliano, Instituciones oratorias.

 

Rhet. Her. = Retórica a Herenio (anónimo).

 

Sall, Iug. = Salustio, Guerra de Yugurta.

 

Sall. Catil. = Salustio, La conjuración de Catilina.

 

Sen. epist. = Séneca, Epístolas Morales a Lucilio.

 

Sen. dial. 4 y 5 = Séneca, Diálogos (De ira –“Sobre la ira”, libros segundo y tercero)

 

Suet. Cal. = Suetonio, Vidas de los Doce Césares (Calígula)

 

Suet. Iul. = Suetonio, Vidas de los Doce Césares (Julio César)

 

Tac. Ann. = Tácito, Anales.

 

Verg. En. = Virgilio, Eneida.

 

Verg. ecl. = Virgilio, Bucólicas (Églogas).

 

 

 

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