Colindancias
(2016) 7: 35-44
Anna Wendorff
Universidad de Łódź
Traducir lo telúrico. La casa que me habita de
Wilfredo Carrizales
Recibido: 31.09.2016 / Aceptado:
3.12.2016
Poeta, sinólogo, fotógrafo,
dibujante, traductor y promotor cultural, Wilfredo Carrizales
nació en 1951 en la pequeña ciudad industrial de Cagua, en el estado norte de
Aragua de Venezuelal Ha
publicado, entre otros, el poemario Mudanzas, el hábito (La Lagartija Erudita,
2003), el libro de cuentos Calmafinal (Coordinación
de Literatura de la Secretaría de Cultura del Estado Aragua, 1995), los libros
de prosa poética Textos de las estaciones (Letralia,
2003), Postales (Corporación Cultural Beijing Xingsuo,
2004), La casa que me habita (edición ilustrada; La Lagartija Erudita, 2004)
Vestigios en la arena (La Lagartija Erudita, 2007) y Merced de umbral
(Fundación Editorial El perro y la rana, 2016), el libro de brevedades Desde el
Cinabrio (La Lagartija Erudita, 2005), la antología digital de poesía y
fotografía Intromisiones, radiogramas y telegramas (Editorial Cinosargo, 2008), poemas en prosa con fotografías Claves
lanzados al espacio o a las aguas (Letralia, 2015) y minitextos y dibujos Fabulario minimalista (Letralia, 2012).
Al realizar la
traducción de una de sus obras, precisamente La casa que me habita, el
traductor se enfrenta con diferentes tipos de problemas que van más allá de la
complejidad lingüística. El principal de estos problemas es el empleo, manejo y
construcción de ciertas metáforas e imágenes usadas dentro del texto, el cual
además se escribió en prosa poética. Encontramos allí ciertas aproximaciones
culturales, geográficas y locales que representan el campo de dominio de un
escritor que se enmarca en una cierta literatura, podríamos decir telúrica (de tellus — tierra), y que ya se evidencia en Venezuela a
través de poetas como Fernando Paz Castillo, Antonio Ramos Sucre, o más
cercanos a nuestro tiempo en poetas como Eugenio Montejo. Las menciones aquí no
son vanas, ya que en cierta forma podemos afirmar que han influido en la
escritura de Carrizales. A partir de allí, el proceso de traducción implicó
investigar en torno a esos campos poéticos, tanto como lingüísticos. De la
misma manera, sobre esas expresiones que constituyen los parajes geográficos y
que están presentes en la textualidad marcada del escritor, solo así podremos
asentar en la lengua meta (polaco), una precisa y correcta estructura de la
expresión literaria del autor.
Anclado en ese
espectro telúrico, localista, de su lugar de origen hubo que partir entonces
primero de esos hallazgos para finalmente proceder a la escritura del texto
traducido. Nos proponemos mostrar cuál fue el destino de ellos y cómo se llevó
a cabo finalmente el proceso de traducción del texto, sin que ello lo afectase
demasiado en la medida de sus posibilidades.
El tema de la casa
como paisaje ha rondado la poética de Carrizales desde siempre. Carrizales ha
vivido apenas en un sinfín de casas, y casi podríamos afirmar que "habitan
en él" muchas de ellas, donde los mundos se trastocan y se transforman.
Fue por ello que cuando empecé a traducir La casa que me habita aparecieron en
derredor los derroteros del tema y sus distintos espectros de imágenes.
"La casa" es en la literatura venezolana la representación de un
mundo que constantemente se escinde y se amplía. De tal manera, que el proceso
de traducción del texto de Carrizales partió de comprender la casa, como imagen
primigenia en escisión. La casa es instinto y primitivismo. Debido a esta
compleja ambivalencia me tuve que enfrentar con la esencia misma que comprende
la metáfora usada por Carrizales, para quien,
La versión
revisada, actualizada y abreviada del artículo que se publicó por primera vez
en polaco bajo el título "Symbolika telluryczna w La casa que me habita Wilfreda
Carrizalesa", en lwona
Kasperska y Alicja Žuchelkowska, eds. Przekladjako akt komunikacji miçdzykulturowej. Poznaó: Wydawnictwo Naukowe UAM, 2013.
307-329.
la
casa es el cuerpo de "algo", de "alguien", pero también es
ella en sí misma. Visto desde la voz de un poeta y no de una poetisa (puesto
que yo no lo soy) los "cuerpos" literarios, metafóricos cambian. Así,
las imágenes de casas que aparecen en la literatura transforman el sentido del
espacio al que se refieren e intervienen en él y en el hecho literario mismo.
Apenas se empieza la lectura para hacer la selección de textos a traducir viene
a la memoria (o quizá Wilfredo Carrizales de su inconsciente lo invoca) una de
las lecturas del antiguo poeta japonés Ariwara no Narihira (825-880); en su libro, atribuido a él por
Jorge Luis Borges, Cuentos de Ise o Ise monogatari (s. X), el poeta
nipón canta e invoca:
Una vez un hombre [mientras se paseaba] cerca [de la casa] de una mujer,
que él había oído decir que allí habitaba, pero a la que no podía enviar ninguna
carta, pensaba:
Sois al igual que aquella higuera que en la luna se halla, con los ojos se
contempla, pero no puede tocarse con las manos.
(Ariwara, s. f.)
La mitología, la
metafísica, la expresión de ciertas sensibilidades, de ciertos mundos interiores
bordean la traducción de estos textos. Un misterio insondable de imágenes y de
la palabra del poeta enmarca su textualidad. Tal como expresa el propio
Bachelard, "la casa es primeramente un objeto de fuerte geometría"
(Bachelard 2000: 60), y Wilfredo no puede menos que ser atrapado en ella a
pesar de que él nos anuncia que la casa resulta "más allá de un simple
espacio limitado por el viento y los pedruscos del terreno" (Carrizales
2006: 10). Carrizales está circunscrito a ella y de alguna forma también se
transforma en su mundo interior. Como espacio exterior puede ser pétrea, pero
en cambio si viene de adentro acosan oníricas expresiones, sensualidades,
subjetividades. La casa es un centro y como tal obliga, te conduce, te lleva en
su seno. Te obliga a estar en ella, a permanecer, a retozarla. De este modo la
casa es dicho de una pasión: moverse, excitarse impetuosamente en su interior,
en nuestro interior.
Hay ruidos de pies descalzos en los umbrales de las puertas. La tierra
incita al polvo a profanar la inusual ternura del piso segmentado. Hay ruidos,
también, de pies que, en tiempos mejores, una vez estuvieron bien calzados.
Cuelgan boca abajo los recuerdos pendientes de trenzas y la brisa los mueve al
penetrar silenciosamente por las ventanas que se abren a los misterios mayores.
(12)
Algunas veces el
traductor tiene la obligación de "jugar" dentro del texto. Dicho de
otra forma, se podría afirmar que "pace" o que "bordea" la
corporalidad de la palabra poética. De manera que en medio de esos "juegos",
lingüísticos y a la vez estéticos, la traducción debe aproximarse a interpretar
un cuerpo complejo de metáforas, y a la vez tan rico, que el traductor se ve en
la obligación de sobrepasar los límites conferidos a la palabra poética. No
obstante, esos cambios poéticos hacen que se suspenda "temporalmente"
el proceso traductológico, porque es necesario primero "entrar" al
interior de la palabra, ir en búsqueda de su ritmo particular, para que
posteriormente se logre una cabal comprensión, así de la imagen, como de lo
dicho. De esta manera surge la pregunta ¿qué está allí?: poeta o espacio. Todo
bulle, es cadencioso, su trepidante ritmo se trepa como "los helechos... a
la cabellera de la visitante femenina" (7).
Así que el
traductor tiene que envolverse en este mundo prefijado por la fuerza interna de
los muros que rodean el espacio de la casa, las imágenes llenas de plasticidad,
de sonoridades, de ritmo. Por mencionar algunos de los elementos que expresan
la fuerza misma del texto y de las imágenes de la casa, se debe decir que en la
medida en que la lectura se desarrolla, el lector está presente ante un sinfín,
un universo inusitado de imágenes. Imágenes estas, que asaltan su memoria,
tanto intelectual, como sensorial y/o afectivamente, etc., y que llegan hasta
"tocar" el propio cuerpo del lector. Así tenemos: patios, rincones,
recovecos, cocinas, altos ventanales, jardines y vergeles, entre muchas otras.
Resultan y son confines de zonas olvidadas, distancias, grandes extensiones.
Todo en la poesía de Wilfredo Carrizales está inundado por sus espacios íntimos
e interiores y, al contrario de cerrar el mundo, lo abren, lo perpetúan hacia
lo infinito, por lo que podemos retomar a Bachelard: "Pero el complejo
realidad y sueño no se resuelve nunca definitivamente. La propia casa, cuando
se pone a vivir de un modo humano, no pierde toda su 'objetividad"'
(Bachelard 2000: 60).
El polaco es una
lengua de extrema precisión, una pequeña escisión en la palabra puede
significar el cambio total de una imagen, una expresión. De manera que la
palabra puede significar el mismo mundo que habita al poeta, o el mundo que
habita en el lector. Es por ello que traducir a La casa que me habita exigió
una doble, triple, múltiples lecturas, precisamente para que, como afirma
Bachelard, esa casa no perdería toda su objetividad y conservaría lo humano,
solo en tanto, si desde el poeta, así como desde el poemario, se ofrece permiso
para ello.
Los factores
relevantes con respecto a una posible traducción tomando como la lengua meta la
lengua polaca que destacarían a la hora de realizar la traducción fueron sobre
todo los relacionados con el contexto cultural. El traductor, como mediador
entre culturas, tiene que conocer los aspectos culturales tanto de Polonia como
de Venezuela, sus corrientes, la visión del mundo, que poseen unos y otros
lectores. Por esa razón tenemos que destacar que "Tres ideas estelares
configuraron la imagen de la América Latina: la unión, el telurismo, la
latinidad. De las combinaciones posibles de estas tres ideas han salido
discursos filosóficos, programas políticos, proyectos de integración y teorías
literarias" (Rojas Mix 2008: 5).
Nos vamos a
concentrar en uso de uno de esos aspectos, a saber el telurismo. Parafraseando
a Julius Evola podemos decir que entre el hombre y la
tierra hay una relación clandestina de carácter psíquico y vivo (Evola 1984). El editor de La casa que me habita, Jorge
Gómez Jiménez, reza que esta obra "está construida en forma de breves
retazos, es un canto al amor como fuerza telúrica y cobijo de los amantes"
(Gómez Jiménez, en Carrizales 2006: 3). Lo telúrico se expresa a través de la
especificidad de las imágenes, representando a la tierra como un espacio
puramente geográfico. No se debe olvidar que la poesía latinoamericana, y
especialmente la venezolana, adoptó al paisaje, como tema primordial de su
expresividad y de su profundidad poética. De manera tal que el traductor debe
comprender que esa "casa" no es solamente edificio, lugar, espacio,
es también paisaje o geografía.
Carrizales no se
aparta de esa tradición paisajística, ya que está simbólicamente vinculado a la
tierra. Podemos decir que en sus poemas usa los espacios de la casa como
espacios geográficos, construye una poética de la casa, desde sus imágenes de
la intimidad. Al modo de Bachelard, Carrizales forma una psicología de la casa;
o como diría el propio Bachelard un cierto topoanálisis
entendido como "el estudio psicológico sistemático de los patajes de
nuestra vida íntima" (Bachelard 2000: 31).
Por otro lado,
"leyéndolo" en sentido junguiano, la casa
aparece como un instrumento de análisis para el alma humana o quizás también
significa vivir en la casa desaparecida como la habíamos soñado. La casa en la
obra de Carrizales se vuelve un símbolo importante que representa geografía
vital. Todos sabemos pues que el paisaje influye en la vida cotidiana del ser
humano.
Cuando nos
adentramos en las imágenes poéticas carrizalianas,
ante nuestros ojos inmediatamente aparece Venezuela destacada en todos los
sentidos: las formas de la casa y su alrededor (un patio postergado, la
hamaca), la flora (los helechos, las flores de azahar, el sándalo), los
fenómenos geográficos (la brisa nocturna, las futuras lluvias, el límite
pluvioso, el viento, los rocíos, céfiros, estación húmeda y fresca), los aromas
(claves de olor, canela, nuez moscada, jengibre, ajíes, los frutos, aromas y
fragancias de orquídeas, el perfume de rosas, el aroma del mar), los rumores
(pájaros, pies descalzos), los sentidos táctiles (calor aquiescente, cálido),
la vista (los grises, pálido azul, los verdes, manchas pardas o rojizas, la
claridad, albura, blancor, selenita, púrpura).
Es un ámbito
geográfico condicionado por la calidez climática, la vegetación turgente, la tropicalidad que caracterizan esta geografía. Casi podría
hablarse de la geografía novelada de Venezuela. Carrizales describe la casa
como los conquistadores (Colón, Cortés, Bolívar; etc.) describían en sus cartas
América Latina, con un asombro verbal, mágico, exótico, indescriptible
(Conteras 2007: 18). Tanto como otros autores latinoamericanos, subraya su
origen, sus raíces, su identidad con el objeto de proteger su mundo, protegerse
de sus "contrarios", de las otredades que vagan en su memoria
interior, incluso frente a lo español. Tanto como muchos otros compatriotas
suyos el protagonista de la obra escoge el espacio, su espacio, ese espacio que
es implícitamente venezolano, donde la territorialidad no solo es expresión de
identidad local, social, cultural, sino también individual y de diferenciación
con el otro.
Carrizales toma de
la novela regionalista sus elementos más expresivos, pero no para representar
al indio, lo usa en la forma atípica, solo inspirándose en esa tradición que
por excelencia se vuelve latinoamericana. Qyeremos
decir que la novela de la tierra se inscribe dentro de un "super-regionalismo". Son las novelas de la pampa, de
la sierra, de la selva, de los ríos, indianista, gauchesca, etc. Como en estas
novelas, Carrizales nos muestra los largos murales de paisajes, descritos en
tono épico-lírico, pero su paisaje es más íntimo, más interior,
más limitado, ya no sirve para la tendencia moralizante de la literatura
telúrica de los 40 y 50, sino que construye las imágenes por alternancia del
elemento humano y del ambiente geográfico, donde la naturaleza cobra los rasgos
humanos y el ser humano se naturaliza. Como en el poema de Fernando Paz
Castillo "La mujer que no vimos":
Se alejó lentamente por entre los taciturnos pinos, de frente hacia el
ocaso, como las hojas y como la brisa, la mujer que no vimos.
(Paz Castillo, citado por Sambrano Urdaneta 1994: 199)
Como razonablemente observa Brian Christian, el traductor de La casa que me
habita al inglés, esta "es una obra a la vez meditativa y dinámica,
pensativa y profundamente vibrante. Sus cuarenta poemas en prosa, son
filosóficos, se podría decir fenomenológicos: investigan la relación del yo con
el cuerpo y con el mundo" (Christian, s. f.). Se podría añadir asimismo
que esta obra representa la poética de lo grande y de lo pequeño, donde lo
grande es intimidad protegida, un "no-yo" que protege al yo, que
representa la maternidad de la casa. Mientras que lo pequeño es la región de la
intimidad, la intimidad del espacio interior, pues como afirma Bachelard
"la poesía es una metafísica instantánea. En un breve poema, debe dar una
visión del universo y el secreto de un alma, un ser y unos objetos, todo al
mismo tiempo" (1999: 93).
Christian continúa
su análisis de traducción refiriéndose al fragmento del poema "Silence" que dice: "The
world was more in me than I in it" y observa que
"para Carrizales el escenario del libro es La casa que me habita, no La
casa que yo habito. Se plantea una paradoja familiar, entonces, cuando nos
enteramos de que, al avanzar el libro, la casa que habita en él también
contiene al poeta" (Christian, s. f.). Y después sigue citando a
Bachelard: "Una casa tan dinámica permite al poeta habitar el universo. O,
dicho de otra manera, el universo viene a habitar su casa". (Bachelard
2000: 63). Es un mundo que vive en mí, que crece dentro de mí. "Se ve
desde ahora que las imágenes de la casa marchan en dos sentidos: están en
nosotros tanto como nosotros estamos en ellas" (23). La casa es todo un
mundo y Carrizales nos muestra en su obra cómo nos enraizamos en nuestro
"rincón del mundo" a través de la casa misma. Así Bachelard
nuevamente nos reafirma "todo rincón de una casa, todo rincón de un
cuarto, todo espacio reducido donde nos gusta acurrucarnos, agazaparnos sobre
nosotros mismos, es para la imaginación una soledad, es decir, el germen de un
cuarto, el germen de una casa" (127). Pero, Carrizales no se arrincona, no
se queda escondido en la casa. Hace de ese lugar pequeño, de ese escondrijo,
muy bien explicado por Bachelard, una metáfora, donde la intimidad del lugar
"secreto" lleva al poeta a la consagración del acto poético. Acto con
el que se enfrenta durante el proceso de escritura. La complejidad de imágenes
que el autor registra sobre los pequeños lugares de la casa torna aún más
oscuro el texto, especialmente si se trata de traducir estas imágenes. Pero,
Bachelard no quiere alertarnos sobre la "borrosidad" que traen las
imágenes, así como tampoco de su complejidad. En realidad, nos dice que allí es
el lugar donde lo íntimo, está más a flor de piel. Si el rincón, como afirma
Bachelard, es el lugar donde podemos vernos a nosotros mismos, o estar en
nuestra más profunda intimidad, el traductor podrá ver en esas imágenes la
esencia misma del poeta, y al contrario de oscurecer sus metáforas, se las
revelará.
El libro es en
igual medida erótico. La noción del espacio se relaciona con el aspecto
temporal y este a su vez con lo erótico como algo interior, como bachelardiana "intuición del instante" (Bachelard
1999), instante poético e instante metafísico. Lo erótico es un elemento
fundamental en la prosa poética carrizaliana, es
simbólicamente erótica, en el sentido de Georges Bataille,
o sea lo erótico como "uno de los aspectos de la vida interior del
hombre" y también representando un amor que no existe sin erotismo (Bataille 1985: 33). La casa hace una referencia a la
corporalidad, la casa es un cuerpo femenino, un cuerpo de imágenes. Lo erótico
es el cuerpo, cuerpo se relaciona con lo femenino y a su vez lo femenino con la
geografía, así que en este caso podemos igualar al cuerpo: casa y tierra.
Las imágenes
poéticas de todas las obras de Carrizales y sobre todo de La casa que me habita
están pobladas de símbolos femeninos, entre los cuales destaca la mujer que
representa la tierra y se asocia con la fertilidad como la imagen arquetipal tierra-madre, o como también: la casa, el
vientre femenino, el gato.
Christian
clasifica igualmente a La casa que me habita como un libro ecológico y así
sigue su reflexión:
una celebración de un mundo en el que cada parte está animada, desde la
arquitectura a la flora, por las fuerzas de la naturaleza, por el poeta mismo,
y su amada. Es una declaración sobre el papel y la naturaleza del yo en un
cuerpo/mundo en el que está fuera de nuestra conciencia o control. Algunos de
estos acontecimientos parecen totalmente extranjeros o foráneos; a otros los
consideramos "nuestros" o incluso "nosotros". (Christian,
s. f.)
Según lo que el propio Christian nos explica, se debe entender que en la
literatura de Carrizales la palabra, así como sus respectivos usos, procede
"animando" a través de las imágenes el entorno en el que aparece. La
casa es en Carrizales mucho más que un espacio donde se habita, sino que es
también "un mundo lozano . . . ] elaborado, tanto en [su] interior como hacia afuera" (Christian, s. f.) que expone
cualidades vegetales y místicas. De tal forma que en el mundo imaginario del
autor la casa opera no solo como un tropo fijo, limitado, sino que se refiere a
la naturaleza propia de lo humano (el mundo interior, de él mismo) y del mundo
exterior. La casa de Carrizales no pertenece a un mundo físico neutral, inerte,
sino todo lo contrario, se configura como parte de un mundo vegetal y por ende
del paisaje mismo, así como del que le rodea o de aquel que está dentro de ella
misma.
En La casa que me
habita el traductor, queriéndolo o no, debe oscilar entre dos diferentes modos
de traducción como son: la extranjerización y la domesticación, conceptos de
Lawrence Venuti presentados en el libro The Translator's Invisibility. La extranjerización es una estrategia
orientada por la cultura de la lengua de origen, que intenta en la medida de lo
posible resguardar el extranjerismo de la cultura de la lengua de origen.
Mientras que la domesticación hace referencia a una estrategia de traducción
que está orientada por la cultura de la lengua de destino, en la que se intenta
llegar a una traducción transparente y natural, para minimizar la extrañeza de
la cultura del texto de origen. A nuestro juicio, aunque unas partes del texto
original para el receptor de la cultura meta puedan traer dificultades a causa
del carácter extraño o extranjero y el texto le puede resultar opaco, el traductor
debería en este caso servirse de la llamada extranjerización, manteniendo el
carácter extraño del texto meta ya que son precisamente esas imágenes
"extrañas", las que le permiten crear una reflexión telúrica del
espacio que se representa. Es esta geografía poética la que constituye el
dominante de la traducción. El traductor debería trasladar los significados de
un territorio lingüístico al otro, sin perder "por el camino" el
contexto histórico, social y cultural de la cultura de origen, que en dicha
obra parece fundamental.
En buen grado, la
traducción literaria depende del género en cuestión. La obra carrizaliana, siendo prosa poética, es un género híbrido,
pero que se acerca más a la traducción poética, debido a la sobrecarga estética
presente en el texto. El traductor puede elegir entre construir un texto meta
adecuado a las convenciones de la cultura meta, lo que garantizaría su
aceptación y reconocimiento como texto poético; o alejarse de esas
construcciones y "reelaborar" lo poético en la cultura de destino,
acción que consideraríamos más adecuada. En ese caso, el texto podría resultar
extraño y por ello no alcanzar el estatus poético de dicha cultura. Compartimos
las reflexiones de los llamados Translation Studies, a partir de las obras, sobre todo de Gideon Toury e Itamar Even-Zohar,
quienes piensan que las traducciones literarias son de suma importancia dentro
de la cultura meta, ya que el traductor asimila la otredad, a su cultura de
origen.
Tenemos que añadir, asimismo, que algunas partes de La casa que me habita
pueden plantear al lector, e igualmente también al traductor, problemas de
comprensión tanto leves, como fuertes, debido a la elevada abstracción y
conceptualización en el uso e implementación de metáforas rebuscadas que posee
el texto en cuestión. Todo este entramado hace que las imágenes doten al texto
de una armonía, por demás particular, que lo aparta del lenguaje cotidiano y lo
acerca al llamado lenguaje literario. Debido a este cúmulo de consideraciones
el traductor tiene que estar sumamente atento al desarrollo de los esquemas y
operaciones de traducción. Veamos lo que en tal sentido opina Elizabeth Collingwood-Selby:
Las distintas lenguas humanas son lenguas de diversas comunidades, y cada
comunidad acuerda representar, a través de un nombre que arbitrariamente
inventa, las cosas que, quiere comunicar. Esto explica que existan las diversas
lenguas, y que las diversas lenguas tengan nombres diferentes para decir las
mismas cosas. (1997: 86)
Además en los
textos de corte poético ninguna palabra sobra ni se encuentra en texto por pura
casualidad. Como comenta Collingwood-Selby:
"entender cabalmente una obra es entender exactamente lo que el autor ha
querido decir a través de ella; es descubrir detrás de cada palabra y de cada
frase, intacta, la intención de su autor- aquello que ella o él tenía en mente
al momento de escribir lo que escribió" (89).
A la hora de traducir la obra de Carrizales, se hace indispensable tener un
conocimiento profundo de aquella literatura latinoamericana que ha tenido como
fuente, lo telúrico. El traductor literario debe tener una sólida formación en
este campo del conocimiento, ser un gran lector de literatura, tener una
especial sensibilidad hacia el hecho mismo que le compete, de otro modo no le
resultará, al menos, mínimamente posible comprender o abordar una obra de esta
naturaleza. Así como lo ha expresado Bachofen (1956), el traductor que quiera
abordar un texto como el de Carrizales, tendrá que estar familiarizado con la
tipología de dos modelos antitéticos: "uránico-masculino" y "telúricofemenino", para que a través de ellos pueda
vincularse a los tropos de la vida misma. Uránico y telúrico representan
simbólicamente la fertilidad encarnada en la figura de la Gran Madre Tierra, y
su sentido de pertenencia e identidad, son elementos que nos llevan en la obra
de Wilfredo Carrizales, a La casa que me habita.
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