Colindancias
(2018) 9: 161-171
Ignac
Fock
Universidad de Ljubljana
Metáfora y metonimia: dos prólogos de
Eusebio de Pedro Montengón
Metaphor and metonymy: Two prologues of Eusebio by Pedro Montengón
Recibido: 07.05.2018 / Aceptado:
23.07.2018
1. Introducción
Toda obra literaria consiste principalmente en un texto, pero este jamás se
presenta solo, sino que va acompañado por una serie de elementos secundarios,
textuales o no, que lo complementan, los Paratextosl : el título, el
nombre del autor, la paginación, el tamaño, epígrafes, ilustraciones y,
finalmente, el prólogo. Conceptual y formalmente el prólogo proviene de la
antigüedad clásica: del prólogo dramático, que daba a conocer los antecedentes
mitológicos de la tragedia, y del exordio, que en la retórica anunciaba el tema
del discurso. Ambos se empeñaban en captar la buena voluntad (captatio
benevolentiae) del espectador o del oyente, de ahí que el prologuista y el
orador con frecuencia usaran motivos con valores meramente funcionales, unos
recursos que en la tradición literaria se fijaron como tópicos. Como
procedimiento retórico por medio del cual el autor alza su obra al pedestal del
arte y de la ficción, el prólogo se fue convirtiendo en un elemento
convencional en la tradición literaria.
Este artículo
trata de los dos prólogos de la novela Eusebio. Historia sacada de las memorias
que dejó él mismo, escrita por Pedro Montengón y Paret (1745-1824) y publicada
en cuatro tomos entre 1786 y 1788: "Prólogo" a la PartePrimera y el
"Aviso" con el que empieza la Parte tercera. A pesar de las similitudes
que podremos comprobar a través de los principales estudios teóricos dedicados
al prólogo, estos dos prólogos se distinguen en su tratamiento del lector, lo
que cambia radicalmente sus imágenes retóricas y poéticas como también el lugar
que ocupan en el marco de la obra entera.
Pretendemos
demostrar que el primer prólogo de Eusebio establece con el texto de la novela
una relación metafórica: no tiene una función retórica plena, sino que
atestigua el fondo doctrinal de la novela, aunque su referente se halla fuera
de la misma. El segundo prólogo, en cambio, establece con el texto de la novela
una relación metonímica, de contigüidad: señala a la novela, orienta e influye
intencional y abiertamente al lector, tratando de funcionar como un puente causal-consecutivo.
Asimismo, se podrá observar que ese desajuste prologal provoca un cambio
considerable y novedoso relativo a la distancia ética tomada por el
autor-prologuista, aunque narratológicamente este permanece idéntico.
2.
El prólogo: un
recurso retórico y literario
En su estudio ya
"clásico" dedicado al prólogo, Alberto Porqueras Mayo combinó el
enfoque histórico-literario con el filológico y el retórico para sostener que
en el Siglo de Oro español el prólogo disponía de todas las características del
género literario. Propuso una clasificación doble de los prólogos, según la
forma exterior y, más importante, según el contenido: prólogo presentativo,
preceptivo, doctrinal y afectivo (Porqueras Mayo 1957: 114-117). A continuación
partió del estudio de Ernst Robert Curtius Europäische Literatur und
Lateinisches Mittelalter (1948) para comentar la presencia del tópico en los
prólogos; el teórico alemán había dividido los tópicos en cinco categorías y
una de ellas es la tópica exordial. Porqueras Mayo observó que los intentos de
originalidad en el prólogo giraban en torno al contacto con el lector, y sobre
este inciden casi siempre también los tópicos (Porqueras Mayo 1957: 140-143).
Para nosotros, el concepto más relevante que define Porqueras Mayo es el de la
"permeabilidad", pues deriva de la relación entre el prólogo y
"su" texto, que es el tema de este escrito:
El prólogo recibe, por su proximidad al libro que acompaña, unas marcadas
influencias que lo atraviesan, modelan y transforman. Su carácter introductorio
a algo, hace que este algo se prolongue hasta él y le revista de sus
características. De aquí que el género se torne algunas veces subgénero
dependiente de un género más potente al cual presta un "servicio" o
"funcionalidad" precisos. (Porqueras Mayo 1957: 100)
En la teoría de la
narrativa, el estudio de referencia es el de Gérard Genette (1987), quien
establece que el prólogo (préface) es "toute espèce de texte liminaire
(préliminaire ou postliminaire), auctorial ou allographe, consistant en un
discours produit à propos du texte qui suit ou qui précède" (1987: 164),
pero, como todo paratexto, es un discurso heterónomo, auxiliar, destinado a
prestar servicio al que es su causa primaria: el texto (cfr. 1987: 17). Genette
divide los prólogos según el rol y el régimen de la instancia prologal, esto
es, la figura narrante del prólog0[1] . Así fija diez tipos de prólogos y les atribuye sus respectivas funciones.
Otras investigaciones narratológicas o continúan la línea de Genette con
ciertas modificaciones o lecturas críticas o tratan de armar otro concepto
ontológicamente parecido al del paratext0[2] . El denominador común de estos estudios es la separación ontológica entre
el prólogo y la novela, y no suelen detenerse en la relación entre ambos.
Sin embargo, fue
gracias a su posición en la obra literaria que el prólogo se convirtió en el
punto de arranque para la subversión, la parodia y, por lo tanto, para la
originalidad y la modernización[3] La novela moderna, que se articuló en el siglo XVIII, es un producto de la
burguesía ilustrada, un testimonio de la secularización de la cultura y, a la
vez, uno de los apoyos más importantes de ese proceso (cfr. Todorov 2006).
Implica una lectura desprovista de dogmas, lo cual se refleja en su base
ideológica, pero también en su estructura narrativa.
Alberto Caturla
Viladot se dedica a la dimensión pragmática del paratext05 , que él
entiende como un espacio limítrofe "a orillas del texto". Cabe
destacar una aportación suya que es crucial para nuestro análisis. Según él,
cualquier paratexto está involucrado en el carácter de enunciad06 de
la novela, pero no (solo) en el sentido literal, llevando a cabo una acción o
una función (diría Genette), sino también por imprimirle un tono al texto
principal el cual, inserto en el espacio paratextual, nunca nos llega
"neutro":
El espacio paratextual contribuye a la intención comunicativa del enunciado
y le imprime una determinada entonación. [ . . . ] Además, el paratexto en
general puede verse como un repliegue sobre el propio enunciado principal que
contribuye a imprimir sobre el mismo una acentuación determinada. (2005: 53)
Siendo el lugar
privilegiado para realizarlo, el prólogo desempeña su papel modernizador en el
sentido preceptivo —todo lo relativo a la novela como género literari07—
y en el sentido intelectual y doctrinal, ya que tiene la capacidad de matizar,
teñir y entonar el "mensaje" novelesco.
1 Véase
Genette (1987 y 1982).
3. "El hombre es el objeto de este libro"
La novela de Montengón cuenta la historia de un niño de seis años llamado Eusebio que tras sobrevivir un naufragio en las costas norteamericanas es adoptado por un matrimonio de cuákeros. El cestero Jorge Hardyl se ocupa de su educación, pero sustituyendo el dogmatismo católico por los preceptos de Epicteto sobre el estoicismo, la responsabilidad y la disciplina, y por el empirismo de Locke8 . Acompañado por Hardyl,
refiere a
una solución artística que se ha vuelto original por oponerse al modelo
preestablecido y al cliché; véase Lotman (1977). Patricia Waugh, por su parte, define la parodia como "creation plus
critique" (2001: 68, 69). Linda Hutcheon, finalmente, en su estudio sobre
la metaficción entiende la parodia de Cervantes como "an intent to unmask
dead conventions by challenging, by mirroring" (2013: 18, 23).
5
También Genette
había hablado de la "fuerza ilocutoria del paratexto" (1987: 16-17).
6
Caturla Viladot
propone enfocar el paratexto a través de la teoría bajtiniana sobre el
enunciado.
7
Visto que el
gusto moderno requiere una representación verosímil del mundo circundante y
unos héroes con los que el lector, hombre común, pueda identificarse, los
novelistas, además de ir cambiando los temas y los personajes, recurren a las
técnicas que permiten cumplir con tales requisitos: las novelas se presentan
como correspondencias y manuscritos encontrados, como diarios, memorias,
relatos de viaje. .. No en balde aparecían en los prólogos dieciochescos
fórmulas como "esto no es una novela" e incluso discusiones
autorreferenciales en torno al mismo término "novela".
8
No solo el
marco educativo de Eusebio es un compendio del pensamiento filosófico
ilustrado, también el hecho de que él "renació" en las costas del
Nuevo mundo para crecer en una familia de cuákeros tiene un significado
ideológico. Entre los enciclopedistas, el cuaquerismo fue un sinónimo de la
austeridad y del justo medio, de la honestidad, del pacifismo, de la tolerancia
religiosa y del deísmo. Voltaire escribió sobre los cuákeros en las obras
Lettres philosophiques (1734), Essai sur les moeurs (1754) y Traité sur
el joven Eusebio viaja a Inglaterra donde aprecia la naciente industria, el
progreso y el bienestar público. Reflexiona sobre la tolerancia y los
perjuicios causados por el fanatismo religioso.
Gracias a su ejemplaridad en tratar el conjunto de
los temas ilustrados, Eusebio podría pasar por una obra de programa. Además,
Montengón no compuso una sátira9, sino que se dedicó a la educación
moral e intelectual del individu010. Pero el enciclopedismo de
Eusebio no se adecúa en todos los aspectos a la tradición literaria de la que
se nutre. Es sabido que Rousseau consideraba al hombre como naturalmente bueno,
sus vicios siendo de proveniencia externa; Montengón, en cambio, opina que
desde el nacimiento le acompañan al hombre los gérmenes tanto de la virtud como
del vicio, pero gracias a la buena educación y al conocimiento de la naturaleza
llega a desarrollar y a consolidar su lado positivoll
Maurizio Fabbri,
quien analiza los paralelismos entre Eusebio y Emilio, constata que la educación
de Eusebio transmite la propuesta de cómo el ser humano al integrarse en la
sociedad y al llegar a serle útil, podrá ir aprendiendo a defenderse de ella.
En la novela, el estudioso nota dos modos de comportamiento relativamente
esquemáticos, casi dos moralejas: la indiferencia frente a las paradojas de la
vida y a las contradicciones sociales, y la búsqueda del refugio en la
naturaleza (cfr. Fabbri 1972: 72-73).
Por su parte,
María Isabel Román Gutiérrez entiende las modificaciones del pensamiento rousseauiano
como autocensura por parte de Montengón, jesuita, quien habría procurado
esquivar la censura eclesiástica12 : en efecto, su doctrina no se
opone directamente al dogma del pecado original (1989: 283). Pero lo que llama
especialmente la atención es que, al hablar de las modificaciones ideológicas y
de las atenuaciones del pensamiento ilustrado en lo tocante a la religión, la
autora se refiere al (primer) prólogo de Eusebio.
3.1 El primer prólogo de Eusebio
Este prólogo es del tipo autorial auténtico asumible (préface auctoriale
authentique assomPtive). Es autorial porque el supuesto autor del prólogo
equivale al autor de la no-
la tolérance (1763) expresando una gran admiración por sus virtudes
sociales, aunque al mismo tiempo aprovechó su ejemplo para reprobar el
catolicismo; véase García Lara (1998: 59).
9
Lo hubiera hecho Isla en Fray Gerundio,
partiendo de la predicativa posbarroca, y lo haría, unos años más tarde y ya
con un toque prerromántico y costumbrista, Cadalso en Cartas marruecas.
10
Son innegables
el influjo de Emilio de Rousseau y el de Telémaco de Fénelon; véase Granderoute
(1985). En cuanto a la composición, Guillermo Carnero (1995/2: 995) constata
algunas similitudes con Marivaux, Prévost y Richardson, sobre todo por las
narraciones intercaladas que complementan semánticamente a la principal y no se
limitan a ser unos episodios metadiegéticos aislados.
11
Así viene
descrito el carácter del héroe en la novela: "Eusebio era vano, astuto,
ambicioso, pusilánime, soberbio, envidioso. Tenía todos los defectos que
contrae el hombre desde la cuna. ¿Ha desarraigado Hardyl tales vicios? No; esto
es imposible en la naturaleza del hombre, pues si fuera posible no
necesitaríamos entonces de virtud, pero bien si hales disminuido las fuerzas,
las ha sujetado y rendido. [...] Bajo de su enseñanza ha cobrado amor a la
virtud y horror al vicio" (Montengón 1998:214-215).
12
A pesar de
todo, la exposición de sus ideas le causó a Montengón serios problemas con la
censura. Se vio obligado a ir modificando la novela, "desequilibrándola y
perjudicando, claro está, su coherencia ideológica" (Román Gutiérrez 1989:
283). Además, según la autora, "sería difícil deslindar las modificaciones
del propio Montengón de las del censor" (1989: 283).
vela; es auténtico porque la posibilidad de atribuir la autoría del prólogo a una persona real (Pedro Montengón) es confirmada por todos los indicios (para)textuales aunque esta persona no lo firmó; y es asumible porque el presunto autor, aunque no asume explícitamente la autoría de la novela que sigue, tampoco la niega (cfr. Genette 1987: 181182). Según Genette, este tipo, que denomina "prólogo original", es el "prólogo por excelencia" y cumple con las funciones más primordiales y tradicionales: le asegura al texto una buena lectura, a saber, le asegura la lectura y consigue que esa sea buena, apropiada, conforme al interés del autor. Las funciones del prólogo original se distribuyen entre las que justifican por qué leer la obra y las que precisan cómo leerla[4] . Pero el "cómo" responde tanto al modo de leer como al modo en que el libro es escrito y, por lo tanto, apunta a una correlación entre la técnica narrativa, el estilo y el contenido de la obra por una parte, y, por la otra, las proporciones éticas e intelectuales del lector. Es innegable que tal noción del lector coincide con el concepto del lector modelo (lettore modello) fijado por Umberto Eco: según él, el lector ante todo es una estrategia narrativa[5]
Consciente de lo
discutible que podría ser su novela, Montengón no se vuelve satírico o esquivo,
sino que opta por una postura seria y austera oponiéndose a los que lean desde
una perspectiva filosófica altanera: siendo una novela ilustrada, Eusebio es
destinado a todos.
El hombre es el objeto de este libro: las costumbres y las virtudes morales
son el cimiento de su religión. Católico, al tuya es sola verdadera, sublime y
divina; mas tú no eres solo en la tierra y el Eusebio está escrito para que sea
útil a todos. El impío, el libertino, el disoluto, no se mueven por objetos de
que hacen burla, ni se dejan convencer de razones que desprecian; y aquellos
mismos que desde el trono de su altanera filosofía, querrán tal vez dignarse de
poner los ojos en el Eusebio, lejos de aprovecharse de su lectura, le volverían
con desdén el rostro después de haberle
arrojado de sus manos, si en vez de la doctrina del filósofo gentil
Epicteto, vieran la de Kempis, o la de otro católico semejante. Tal es la
extravagancia de la mente y la depravación del corazón humano. (Montengón 1998:
80)
No se puede
esperar que el rigor doctrinal automáticamente goce de la simpatía del lector,
pero está claro que Montengón, en calidad de prologuista, al evitar toda
ambigüedad moral trata de acercarse al principal destinatario que hay que hacer
más propenso, el lector católico. García Lara constata que el escritor
emprendió un proyecto muy atrevido al hacer coexistir las leyes naturales con
el dogma católico y la filosofía moral con el cristianismo, sobre todo en el
marco de un proyecto educativo (cfr. García Lara 1998: 54, 59).
Si leemos con
atención el primer prólogo, podemos comprobar que va más allá de un discurso
doctrinal: parece simbolizar ese proyecto del autor. Bifurca al público o,
mejor dicho, aísla a un lector —el destinatario del prólogo, el lector
católico— de todos los demás. No obstante, ninguno de ellos es bueno, perfecto
o, en términos narratológicos, "modelo". El tratamiento no dialéctico
del lector incluso corresponde más al concepto del horizonte de expectativas
definido por Wolfgang Iser en conexión con su lector implícito (der implizite
Leser) [6] . Aunque el lector de Eusebio no "flote" a flor del texto, sí que
allí termina por flotar el fondo (sic) ideológico: conciliar la religión con
las leyes naturales. Montengón aquí no habla de cómo debe ser el lector, sino
de cómo debe ser la lectura que haga cualquier lector, cuando al final le pide
al lector católico: "Deja, pues, que estos tales vean la virtud moral
desnuda y sin los adornos de la cristiana, para que reconociéndola después
ataviada con ellos, puedan tributarle mejor sus sinceras adoraciones"
(Montengón 1998: 80). El impío, el libertino y el disoluto, pero también el
altanero filósofo ilustrado, o no se convencerán o se indignarán, por eso el
autor le ruega al lector católico que sea más sensato, o bien, como si quisiera
simplificar —siempre favorable al católico, pero sin menoscabo a su propia
doctrina— la cuestión de la tolerancia religiosa y de la filosofía moral por
medio de la moderación; desde luego, muy a la ilustrada.
3.2 El segundo prólogo de Eusebio
El subtítulo de
Eusebio es Historia sacada de las memorias que dejó él mismo. En la novela, que
se presenta como memorias para insistir en la verosimilitud, este es el único
indicio de la estrategia de autentificación, pues el narrador de la novela es
omnisciente y heterodiegético. El autor entonces no intenta persuadirnos de que
esté publicando una obra ajena —memorias escritas por Eusebio—, pero sostiene
que la historia de Eusebio
no es un fruto de su imaginación[7] . Es otro
argumento para calificar el primer prólogo de autorial auténtico asumible o,
brevemente, de prólogo original. El segundo prólogo, que encabeza la tercera
parte de la novela y es titulado "Aviso", es tipológicamente igual.
Para ilustrar el
comportamiento deseado del lector (modelo), Montengón se sirvió de una anécdota
sobre la representación de una de las tragedias de Eurípides, Belerofonte[8]. Explica Montengón: "Se representaba en
Atenas la tragedia de Eurípides en que es gravemente castigado Belerofonte por
su excesiva y descarada codicia. Para hacer de ésta una viva pintura, el poeta
pone en boca de Belerofonte estos versos" (Montengón 1998: 533). Sigue el
poema en forma de silva y que es un elogio al dinero. Belerofonte prefiere
morir a vivir pobre, dice que "los caudales son el supremo bien de los
mortales" (1998: 533) y valen más que la ternura de la madre, la hermosura
de Venus y el amor humano o divino. Montengón cuenta que el público,
escandalizado, quiso echar del teatro a Belerofonte y a Eurípides, quien se vio
obligado a sosegar a los espectadores, rogándoles que esperaran hasta el último
acto "en que vería[n] lo que le acontecía al que así ensalzaba a las
riquezas" (1998: 533).
La tragedia de
Eurípides es conservada en fragmentos y el más conocido es el así llamado
"discurso ateísta": Belerofonte afirma que los dioses deberían velar
sobre la justicia, pero como en el mundo hay tantas injusticias, concluye que
los dioses no existen. En el prólogo de Eusebio el orgullo "ateísta"
es sustituido, por razones obvias, por la codicia. Esta transposición vendría a
ser de la mano de Montengón y lo más probable es que también lo es la anécdota
sobre Eurípides. Sin embargo, el novelista español hubiera podido inspirarse en
Aristófanes[9] , en cuya comedia Las Tesmoforiantes Eurípides aparece en un rol parecido,
pero es acusado de la misoginia (cfr. Lefkowitz 1989). El "Aviso"
termina con la siguiente moraleja:
Ruego del mismo modo a los que echan de menos la religión en las primeras
partes del Eusebio que tengan en suspensión sus quejas hasta la cuarta parte,
en que verán suplido con ventajas este defecto. La comedia no es peor porque en
el desenlace de su nudo muestre con sorpresa una imagen no esperada y del todo
opuesta a lo que se creía y manifestaba. (Montengón 1998: 533)
Es decir que un
lector bueno no debe ser como los atenienses y debe resistirse a sacar
conclusiones sin haber leído la novela hasta el final. La comedia no es peor
porque el desenlace sea inesperado o incluso contrario a lo que se espere; en
el caso de la novela, en cambio, podríamos sospechar que no se trate (solo) de
la calidad sino (también) de la cantidad: Eusebio consta de mil páginas y
posiblemente la anécdota sirva de estímulo, disfrazado de moraleja, con el
objetivo de captar, de nuevo, la atención, la buena voluntad y principalmente
la paciencia del lector.
Pero si somos precisos, ¿podría tratarse aquí de otra manera de captar otro
tipo de benevolencia? El primer prólogo ha sido clásicamente doctrinal: en él
repercuten evidentemente la estructura y el fondo doctrinal de la novela y,
asimismo, expone un mundo ideológico aparte de lo puramente literario. A la
vez, se ha ido volviendo afectivo, intensificando su técnica de diálogo con el
lector (cfr. Porqueras Mayo 1957: 115-117). El lector ha sido el destinatario
de la doctrina filosófica y la lectura de la novela ha sido usada como el tema
o el medio apropiado para demostrarlo; si conocemos el fondo ilustrado, y
católico, del jesuita Montengón, la estructura y la inclinación del prólogo nos
han resultado lógicas. A primera vista, el segundo prólogo no se aparta mucho
del esquema: en el primero, el prologuista ha pedido al lector católico que no
insista en que todo el mundo lea el libro de la manera que él hubiera querido
—"mas tú no eres solo en la tierra" (Montengón 1998: 80)—, puesto que
otras lecturas también resultarán gratificantes cuando, terminado el libro, su
objetivo pedagógico sea alcanzado: "Deja, pues, que estos tales vean la
virtud moral desnuda y sin los adornos de la cristiana, para que reconociéndola
después ataviada con ellos, puedan tributarle mejor sus sinceras
adoraciones" (Montengón 1998: 80). En el segundo vuelve a recurrir al
mismo lector católico porque, de todo los lectores mencionados en el primer
prólogo, ¿quién otro habrá añorado la religión? ¿Qyién otro podría ser el
destinatario de las palabras siguientes?: "Ruego del mismo modo a los que
echan de menos la religión en las primeras partes del Eusebio que tengan en suspensión
sus quejas hasta la cuarta parte, en que verán suplido con ventajas este
defecto" (Montengón 1998: 533).
Sin embargo,
aunque tipológicamente son iguales, existe una gran diferencia entre los dos
prólogos. El primero usa el tema de la lectura de la novela para apoyar la
doctrina, que debido a la "permeabilidad", coincide con la de la
novela. El segundo, en cambio, usa un ejemplo —en el sentido de exemPlum; una
técnica que de por sí no es novedosa— para incitar a la lectura de la novela en
el sentido más clásico y tradicional de todo prólogo original: para asegurar la
lectura y para asegurar una lectura apropiada. También el carácter afectivo del
segundo prólogo es más destacado: desvanecen la distancia y el tono solemne del
primer prólogo. Ciertamente, por vía del afecto —y del efecto artístico— se
puede plantear un tema con más eficacia y conseguir la finalidad
"funcional" con mayor facilidad.
4. Conclusión: metáfora y metonimia
Hemos visto que
los dos prólogos de Eusebio, aunque tipológicamente iguales son autoriales auténticos y coinciden
también en su inclinación doctrinal y afectiva— no ejercen las mismas funciones. Sus
respectivas estructuras empiezan a hacerse más obvias a través de la aplicación
consecutiva de las teorías de Genette, Porqueras Mayo, Eco e Iser[10] , aunque estas siguen sin aclarar la problemática
que, a pesar de todo, ayudan a delimitar: la relación que establecen los dos
textos secundarios con el primario.
La relación entre
el primer prólogo y la novela puede calificarse de metafórica: la doctrina
expuesta representa el fondo filosófico y el objetivo pedagógico de la novela,
a la cual también da la entonación. Es decir que en el marco de la novela
entera el primer prólogo no tiene funcionalidad narrativa, pero sí tiene un
significado. Por otra parte, la relación entre el segundo prólogo y la novela
puede calificarse de metonímica: entre la instrucción al lector, ilustrada por
la moraleja, y la misma novela existe una sucesión lógica, la contigüidad que
trata de un nexo causal-consecutivo.
El segundo prólogo
aprovecha el valor y el influjo de autor para apuntar a la novela o, más
precisamente, a las partes de la novela que le siguen. En el primer prólogo, en
cambio, el autor se aprovecha de su posición de autoridad y respeto para
exponer algo que revela el mismo fondo doctrinal que el de la novela, pero que
ontológicamente es separado de ella. Por lo consiguiente, la distancia ética
entre el prologuista y el lector, o entre el autor y la novela, aumenta en el
primer prólogo y se reduce en el segundo. Este cambio, al fin y al cabo, puede
explicarse por los principios que rigen los tropos que hemos usado para
ilustrarlo: la metáfora es la sustitución por semejanza, la metonimia la
sustitución por procedencia, causalidad o sucesión.
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[1] Según el rol que tiene el prologuista en la obra literaria, el prólogo puede ser autorial (si el presunto
autor del prólogo también es el autor, real o presunto, de la obra), actorial (si es un personaje de la obra) o alógrafo (si es un tercero). Según el régimen del prologuista, el prólogo puede ser auténtico
(si la autoría del prólogo es confirmada por los todos indicios paratextuales) o, mutatis mutandis,
apócrifo o ficticio; véase Genette (1987: 181-186).
[2] Otras investigaciones narratológicas o
continúan la línea de
Genette con ciertas
modificaciones o lecturas
críticas (cfr. del Lungo 2009) o
tratan de armar otro concepto ontológicamente parecido al del paratexto: Susan Sniader
Lanser (1981) incluye el
prólogo en la
así llamada estructura extraficcional (extrafictional structure) y Brian Richardson introduce el término antetexto (antetext) para designar "the
prefatory and
framing material provided by the
author that circumscribes the narrative proper"
(2008: 113).
[3] Mencionemos uno de los ejemplos más destacados. Si Don Quijote es una parodia de la novela caballeresca, del mismo modo el
prólogo a la Primera parte es un hipertexto del prólogo tradicional,
a saber, una reacción autorreferencial y metaficcional a las proporciones
formales y funcionales del prólogo y del exordio clásicos. Francisco J. Martín
incluso sostiene que con Don
Quijote nació el prólogo moderno "como entidad literaria en su propio derecho": "si Miguel de Cervantes Saavedra es el 'padre' de la novela moderna, lo es también del 'prólogo novelístico"'
(Martín 1993: 77, 79).
Nótese que la función crítico-innovadora de la
parodia ha sido
defendida por muchos teóricos desde diferentes puntos de vista. Yuri Lotman habló de la estética de identidad y de la estética de oposición; la última, que aparece en el barroco, se
[4] Les thèmes du pourquoi y les thèmes du comment, respectivamente. Tal prólogo subraya la importancia de la obra por su utilidad documental, intelectual, moral, religiosa, social o política. Puede defender o negar la modernidad o la tradicionalidad de la obra y su veracidad, y asimismo funciona como un pararrayos frente a eventuales críticas. Asimismo puede
indicar el género ("esto
(no) es una novela")
y el contexto (cuando el libro consta de varios tomos), declara la intención de
autor o se encarga de establecer el contrato de ficción para que los lectores, por ejemplo, no traten de buscar en los personajes ficcionales a personas
reales, etc. Véase Genette (1987: 202-211).
[5] Se trata de un lector presente y ubicable en el texto porque, según Eco, la participación del lector es necesaria para la actualización del texto,
pero la clave de este
proceso está en la
producción y ni siquiera
se limita a la recepción:
"Possiamo dire meglio che un testo è un prodotto la cui sorte interpretativa devefar parte del proprio meccanismo generativo: generare un testo significa attuare una strategia di cui fan parte le previsioni delle mosse altrui" (Eco
1979:54). Al establecer su
propia estrategia narrativa, el autor toma en consideración una serie de competencias —relativas al conocimiento
de la tradición y de las convenciones— que le dan el contenido y el significado a su expresión literaria,
y simultáneamente
debe prever que el lector posea iguales competencias. Es decir que el autor prevé a un lector que sea capaz de participar en la actualización del texto de la misma manera en que el autor lo ha concebido, y que al interpretar el texto actúe del mismo modo en que ha
actuado el autor al escribirlo. Pero no es suficiente "prever" al lector deseado: es preciso crear el texto de tal
modo que este lector aparezca en él. Por lo consiguiente, el lector modelo no solo está presente en el texto, sino que influye en la creación, convirtiéndose en una estrategia narrativa. Véase Eco (1979: 50-66).
[6] A diferencia del lector modelo, el lector implícito es una abstracción y solo designa una categoría en la recepción de la obra literaria. La última, según Iser, tiene dos polos, el artístico y el estético, que representan el texto escrito y la realización del mismo, respectivamente. La obra literaria entonces no es idéntica ni al texto ni a su realización, sino que acaba por flotar a medio camino entre ambos. Lo que le da la existencia, es el acercamiento mutuo o, en términos de Iser, la convergencia (convergence) entre el texto y el lector. El texto o es sugestivamente insuficiente y deja espacios vacíos que el lector tendrá que ir llenando, o es exigente y sugiere demasiado: "ANhat constitutes this form is never named, let alone explained in the text, although in fact it is the end product of the interaction between text and reader" (Iser 1974: 276).
[7] La estrategia de autentificación más usada en la novela dieciochesca, sin duda alguna, es el tópico del manuscrito
encontrado (véase arriba),
pero este comporta los dos matices porque atañe, primero, el hallazgo del manuscrito y, segundo,
el contenido del mismo:
"après l'authenticité des lettres, celle des faits" advierte Versini (1979: 52) en su estudio sobre la novela epistolar. En nuestro caso, obviamente, solo se afirma
la autenticidad de los
hechos.
[8] Belerofonte, hijo del rey Glauco de
Corinto y de
Eurímede, era un héroe de la mitología griega. Con una brida de
oro domó al caballo alado
Pegaso y, montado en él, mató a Qiimera, un
monstruo híbrido que tenía el
cuerpo de cabra, la cabeza de león y la cola de dragón. Lleno
de presunción, tras su hazaña quiso volar al monte
Olimpo, pero fue castigado por su orgullo: Zeus envió una avispa que para que enfureciera a Pegaso, Belerofonte perdió el equilibrio, cayó de su espalda y murió.
[9] En efecto, Montengón fue un conocedor de las letras clásicas y, además, tradujo a Sófocles.
[10] Indirectamente, esto demuestra también
la absoluta necesidad de un cierto eclecticismo teórico a la hora de analizar la estructura narrativa del prólogo.