Colindancias (2018) 9: 129-146
Antonio de Padua Andino Sánchez
IES "Alba Longa" Armilla,
Granada
La originalidad literaria del "amor de
comedias" en Celestina
The literary originality of "love of comedies" in Celestina
Recibido: 05.09.2018 / Aceptado:
02.12.2018
A. Los márgenes literarios y vitales de Celestina
Toda obra literaria se revela cuando tiene un cifrado que apela a unos
arquetipos humanos, a un molde de sensibilidad que, al reflejarse sobre la
realidad, traspasa toda armadura o indumentaria mental de la moda pasajera y
ulterior.
Igualmente, lo mismo que ha existido y existe una Historia de la humanidad,
de sucesos y episodios marcados en el espacio y el tiempo vivido y objetivable,
también ha existido y existe paralelamente una Historia de la literatura de
ficción, donde los sueños y artificios de la mente humana han cobrado forma y
sentido en otros decorados escenificados bajo gemelas
pero no idénticas unidades de lugar y tiempo.
Espejo frente a espejo, siempre ha sido menester interpretarlos, saber qué
está a uno y otro lado y por qué la imagen virtual refleja una realidad de una
manera y no de otra.
En Celestina, al
ser una obra surgida en los límites culturales del Renacimiento español,
resulta muy importante el papel que juega la tradición grecolatina rescatada en
esa época. Por eso, respecto a los múltiples interrogantes que presenta su
acabado, Ma Rosa Lida los ha vinculado todos a la fuente literaria
original:
El planteamiento de La Celestina es más elemental y más
pesimista [que el de Romeo y Julieta]: sin intromisión defuerzas externas muestra la trayectoria del amor
desbaratado en su propio curso. ¿Qyé sentido, pues,
tiene la inusitada sencillez del argumento y las inusitadas ProPorciones
de su realización?... Creo que una ojeada a la tradición literaria en que La
Celestina se inscribe, ayuda a comprenderlo. (1966: 63-64) [1]
En efecto, los 16
0 21 actos de duración no son una radiografía del momento histórico presente,
vivido o vivible, sino un retablo de personajes heredados de los libros. La
carne dramática es, en verdad, carne bibliófila. Y lo que contemplamos en
escena es puro arte, vinculado a otros artificios o artefactos anteriores,
aunque revestido someramente de ropajes coetáneos.
En esa línea
hereditaria y libresca Ma Rosa Lida asocia Celestina a la comedia
elegíaca y la comedia humanística. La primera, escrita en dísticos elegíacos
latinos, se desarrolló entre los siglos XII-XIII, principalmente en Francia e
Italia y acogía, siguiendo fundamentalmente los poemas elegíacos de Ovidio, el
ambiente de sus propios días. Pamphilus es el máximo
representante del género. Su parecido con Celestina reside en el papel de la
enamorada, que participa activamente e, incluso, toma la iniciativa en los
amores. Los servidores tienen un papel secundario, pero muestran una autonomía,
egoísmo y deslealtad semejante al de comedia castellana. El amor es siempre ilícito,
con algunos lances escabrosos y extremos que no impiden la simpatía de los
autores hacia los amantes (cfr. Lida de Malkiel 1966:
65-66).
La comedia
humanística surge en la primera mitad del siglo XIV, según se cree iniciada por
Petrarca, y su florecimiento alcanza en Italia hasta los primeros años del
siglo XVI. Las obras, escritas en latín, en verso o en prosa, a diferencia de
la comedia elegíaca, presentan un gran influjo de Plauto y Terencio, sobre
todo, en las más tardías. El tema es también el amor ilícito con un argumento
muy simplificado, donde suma todos los recursos que le brindaban la comedia
romana, la elegíaca y el teatro devoto medieval: la introspección, la elocuente
queja amorosa, los chistes y los lances lúbricos proceden tanto de la representación
medieval del amor como de la comedia elegíaca. Toma los personajes de la
realidad contemporánea y predomina el enamorado que deja la iniciativa a
allegados y servidores, mostrándose las más de las veces soñador e ineficaz.
Las enamoradas, en cambio, muestran pasión vehemente y protestan contra las
convenciones sociales que asfixian sus afectos. El criado es fiel, con
personalidad autónoma e iniciativas amorosas propias. Todos los personajes son
tratados con la misma simpatía artística, cualquiera que sea su condición moral
o social. La comedia humanística desapareció en Italia ante el triunfo de la
"comedia erudita", favorecida por el auge de todo cuanto supiese a
Antigüedad Grecorromana (cfr. Lida de Malkiel 1966:
66-68). Ya a comienzos del XVI, en competencia con la propia Celestina, se
publicó en lengua vulgar La Venexiana, comedia
anónima que destaca por el trazado de sus personajes y su intensidad afectiva,
estructurada ya en los cinco actos establecidos de rigor en el género.
Sin embargo,
admitiendo la posible influencia de ambas, hay que tener en cuenta, también,
que la publicación en imprenta de las obras de Plauto y Terencio constituyó un
suceso literario tanto o más contemporáneo y, sobre todo, más relevante que las
comedias elegíacas y renacentistas: "El primer autor de La Celestina
parece haber ido a buscar sus modelos de comedia en Plautoy,
sobre todo, en Terencio, más que en los humanistas del siglo XV italiano"
(Bataillon 1980: 519).
Pues antes, durante la Edad Media, en España las referencias a Plauto y
Terencio fueron muy escasas. Con la aparición de la imprenta de Johannes
Gutenberg, entre 1441 y 1445, la difusión de los textos clásicos adquirió unas
proporciones jamás conocidas. Y, lo mismo que internet en nuestros días, supuso
la gran revolución cultural del siglo:
La edición príncipe de Plauto es la de G. Merula
(Venecia, 1472), a la que siguen otras varias dentro del mismo siglo XV, como
la de Euplio Escutario
(Milán, 1490) y Bernardo Sarraceno (Venecia, 1499). (Román Bravo 2007: 92-93)
En España la primera traducción de una comedia de Plauto es el AmPhytrion del doctor Francisco L. de Villalobos, médico de
Fernando el Católico y Carlos I (Zaragoza, 1515). (Román Bravo 2007: 95-96)
La edición príncipe de Terencio (anónima) se publicó en Estrasburgo en
1470. A ella siguen, dentro del mismo siglo XV, entre otras, la de Mureto (Venecia, 1472); la de Regio (Venecia, 1473), la de
Ascencio (Lyon, 1491) y la de Juvenal (París, 1492). A partir de 1500 las
ediciones y reediciones de Terencio se multiplican. (Román Bravo 2001: 112)
Aunque del siglo
XV son la mayoría de los códices conservados en nuestras bibliotecas, la
primera publicación española mecanizada de Terencio no tuvo lugar hasta 1498 en
Barcelona, editada por el alemán Juan de Rosembach.
Por lo que, evidentemente, los autores de Celestina, si no fue de esta,
tuvieron que hacerse con la lectura en latín de un ejemplar impreso en Italia,
pues la primera traducción de la obra completa al español fue del gran
humanista Pedro Simón Abril, publicada en Zaragoza en 1577 (cfr. Román Bravo
2001: 100-117), muy lejos ya de la primera aparición de Celestina.
Si vinculamos el tiempo del proceso de creación de la Tragicomedia a dichas
ediciones impresas, debemos de afirmar que las obras de Plauto y Terencio
fueron conocidas por Rojas y el primer autor en latín original, y en ambientes
estudiantiles. Pues es en el último cuarto del siglo XV, cuando por influjo de
Italia, hace su aparición Terencio en la escuela, para posteriormente ser
estudiado en las universidades ya durante todo el siglo XVI (cfr. Román Bravo
2001: 100-101). De hecho, la mayor parte de las ediciones de Terencio y todas
las de Plauto proceden de imprentas de la nación italiana en este periodo.
Así pues, por lo
que queda dicho, las comedias elegíacas y humanistas fueron otros tantos
intentos de recrear la obra de Plauto y Terencio con personajes, decorados y
vestimentas actualizadas, pero sin cambiar como lengua literaria el latín hasta
entrado el siglo XVI. En España, en cambio, de forma paralela, se abrió paso la
propuesta original de Celestina, entendida como la realización castellana, en
lengua vernácula. Las tres soluciones dramáticas constituyen formas
alternativas enraizadas al mismo tronco común literario: la comedia romana.
Todas usan los mismos recursos y personajes de partida, pero solo Rojas los
pone al servicio no de la simpatía o ludus litterarius, con que se prodigaban los autores de una y
otra variación, sino de la contemplación del fenómeno amoroso en el devenir de
la vida humana tanto a través del despliegue sórdido y egoísta de los
personajes como mediante la reflexión filosófica en el último acto, mediante el
monólogo final de Pleberio: ante el cadáver de Melibea, "el padre
pronuncia el largo lamento que encierra, no la moraleja, sino la desolada
lección moral de la obra" (Lida de Malkiel 1966:
77).
B. El argumento: "un amor de comedias"
El combustible
dramático de Celestina es, por tanto, el mismo que, como denominador común,
daba vida a las comedias latinas de referencia: "Los fines que mueven a
los personajes [en Celestina] se reducen a dos: el dinero y el sexo"
(Moreno Castillo 2010: 101).
Pero ambos temas
aparecen tocados peculiarmente por Rojas no de manera jovial y risueña, sino
desde una perspectiva egoísta, sórdida y pesimista:
Los Personajes que constituyen el mundo o la circunstancia que rodea a los
amantes se relacionan entre sí con desconfianza y por interés. Aunque proclives
a la locuacidad y buscándose ansiosamente unos a otros, todos están replegados
sobre sí mismos, abrazados a sus deseos, de manera que el otro es un
instrumento Para conseguir los propios fines. (Moreno Castillo 2010: 101)
La propuesta dramática original, feliz y divertida en un principio, es
revisada y redactada por Fernando de Rojas, dotándola de texto y contexto,
apurándola por completo hasta el desencanto. Los dos modelos de amar, de amos y
criados, que se ofrecen son recreados exclusivamente de manera artística,
retórica en el buen sentido de la palabra, es decir, con una lógica enhebrada y
consecuente, no empírica (ni, mucho menos, realista); porque su "ADN"
se encuentra en la comedia grecolatina, no en los pergaminos ni actas de
nacimiento o defunción de la época. En esto coincidimos plenamente con Menéndez
Pelayo:
Elicia y Areusa son figuras perfectamente
dibujadas, aunque episódicas en la Tragicomedia. Sirven para completar el
estupendo retrato de Celestina, mostrando los frutos de su enseñanza. Ni ellas
ni su maestra Pertenecen al mundo triste yfeo de la
Prostitución oficialy reglamentada, de las públicas
mancebías, sobre las cuales guardan nuestros archivos concejiles tan peregrina
cuanto lamentable documentación. (1947: 141)
En Celestina
criados codiciosos y taimados suplen a los astutos y ventajistas servi de la comedia romana; Calisto asume el papel de amens amansque, "enajenado y
enamorado" (Plauto / Román Bravo 2005: 22); Melibea es la hermosa que
consiente y transige a escondidas al amor y las dádivas de su compañero en
amores; Pleberio y Alisa son los viejos conservadores de siempre, los últimos
en enterarse.
¿Cómo los concibió
y/o los desarrolló el primer autor y/o Fernando de Rojas? Salta a la vista: por
juego de oposiciones. En la edición de 1502, con el título ya consagrado de
Tragicomedia de Calisto y Melibea, el prólogo del autor explica que la obra se
inspira en la máxima del filósofo griego Heráclito (siglo VI a. C): "Todas
las cosas ser criadas [= "generadas", "desarrolladas"] a
manera de contienda o batalla"; es decir, "la guerra o discordia es
el padre de todas las cosas" (2011: 15). Así entiende Rojas la concepción
dialéctica de la vida de sus personajes, al entrar en liza siervos y señores,
jóvenes y viejos, hombres y mujeres, ingenuos y avispados. Pero no lo hace
cartesianamente, en historias lineales, ajenas y aparte, sino todas enlazadas,
ajetreadas, en un torrente de confusión donde unas afectan a otras. Es más,
hasta el mismo lenguaje batalla consigo mismo de forma promiscua, poniendo en
boca de criados, prostitutas y alcahueta lo mismo un estilo elevado y
latinizante que otro bajo, coloquial y vulgar. A la hora de poner en marcha la
acción, este modo de planteamiento dialéctico es el que mejor se presta a la
creación literaria, sobre todo la de perfil cómico y teatral. Así los
personajes y los encuentros en escena pueden desplegarse con mayor nitidez y
resulta más fácil para el autor combinarlos.
Rojas no pretende mostrar unos amores más espirituales que otros en la
obra. Todos son carnales. No existe mayor o mejor validez en unos que en otros.
La aparente objetividad para describirlos en toda su naturaleza tiene el mismo
tratamiento escénico que en Plauto y Terencio:
Plauto y Terencio no se sienten ni atraídos ni intimidados por el amor.
Para Plauto el amor no es más que un risible asPecto
de la molicie griega —amare (= "amar"),Pergraecari (="vivir a la griega",
"llevar una vida disipada y disoluta") van juntos en la enumeración
de desarreglos de un adolescente— y, aun en los raros casos en que no es puro
libertinaje, está tan lejos de dominar al enamorado que este siempre Puede
juzgar en río su error moral. Terencio expresa su
urbano menosprecio con la creación de apocados galanes, ansiosos de librarse de
su amor y más atentos a obedecer a sus padres que a corresponder a sus amadas.
(Lida de Malkiel 1970: 32)
La crítica actual
ya ha desestimado suficientemente el remedo de amor cortés de Calisto como amor
puro, ideal, frente a amor ponzoñoso, obsceno y carnal de los criados. Amor de
almas limpias frente a sexo de sucios establos. Hay, eso sí, pasión erótica,
que es concebida como una transgresión del equilibrio emocional de la persona;
tratamiento racionalista más en consonancia con el sentido propio que se le
daba en la Antigüedad que con la religiosidad moral vigente en la época:
"En las dos escenas de La Celestina en que Calisto hace el amor con
Melibea hay una violencia y una desarmonía que ilustran esa tendencia de
Calisto a situarse ante su felicidad como objeto de posesión" (Moreno
Castillo 2010: 127).
Ese es el tema que
aborda y desarrolla Rojas bajo su lupa literaria de muchos aumentos y con
moroso detalle: la efímera contundencia que tan desbordante sentimiento ejerce
en el devenir humano; o, dicho con las mismas palabras de Ma Rosa
Lida con las que iniciábamos este artículo: "la trayectoria del amor
desbaratado en su propio curso" (1966: 63), apurado hasta las últimas
consecuencias.
Nuestra aportación
consiste en intentar comprenderlos mejor dentro del esquema amoroso del género
de origen. A este fin es menester retrotraerse a las mismas fuentes literarias
que Celestina tiene en común y en paralelo con la comedia elegíaca y
renacentista: las comedias romanas.
Suele explicarse
el amor en Plauto y Terencio como herramienta al servicio de la acción, como un
"ardid ingenioso", como un elemento de laboratorio literario, donde
"la comicidad radica precisamente en ese juego de ingenio" (Lida de Malkiel 1970:32). Pero suele pasar desapercibido cómo lo
interpretaban defacto los espectadores coetáneos del
teatro romano para que este cumpliera su objetivo eficazmente: hacerlos reír.
Un botón de muestra de vis comica en asunto de
amores es el Mercator de Plauto, donde también existe la habitual oposición
jocosa entre los dos modelos de amor: uno, de sentido común, sano y corriente,
frente a otro, loco, insano y disparatado, absurdo y risible.
Se distinguen
ambos nada más comenzar la obra. En el Prólogo el personaje principal, el joven
Carino, tiende un lazo de complicidad con el público.
Esta licencia literaria era una prerrogativa propia de la comedia y, al mismo
tiempo, un modo de rebajar y acercar las tablas dramáticas a la sandalia común
de todos los días. La industria de entretener pasaba por otorgarle al público
cierta superioridad moral sobre los comportamientos que iban a representarse en
escena. Desde esas dos orillas era como tenía lugar y era posible la risa:
todos sabían en qué consistía el "amor" real y auténtico y podían
reírse a mandíbula batiente cuando fueran a verlo caricaturizado en la acción
teatral.
¿Y en qué
consistía el amor, el amor natural, de sentido común y sano, para los
espectadores coetáneos de Plauto? Pues, según las confidencias de los
personajes de la obra, cuando se prestaban a congeniar con el público y dejaban
aflorar la sensatez compartida, el amor era una práctica ordinaria, un elemento
más de la economía doméstica; esto es, vivía integrado en el conjunto de bienes
disponibles para uso y consumo del varón en sociedad. Por ejemplo, el anciano Demifón en la obra plautina lo describe así:
Poco tiempo ya me queda de vida. Me entregaré a losplaceres
del vino y del amorpara alegrar mis días. Pues a la
edad que yo tengo resulta más razonable darse a la buena vida. Cuando eres
joven y te hierve la sangre, no queda más remedio que dedicarse a ganar dinero.
Así que al final, cuando ya eres viejo, es cuando debes entregarte al ocio y
hacer el amor, mientras puedas. (Plauto / Román Bravo 2005: 44)
Es fácil darse cuenta de que no era un amor casto, evocador o romántico;
era un amor de consumo personal, identificado con el concepto actual de la
palabra sexo: una aspiración material, pegada al cuerpo como los placeres
gustativos del vino y del alimento. De hecho la
práctica del sexo en aquel tiempo histórico no era tabú, sino perfectamente
legal y asequible entre los hombres libres. Las tres alternativas establecidas
y bien vistas para disfrutarlo eran: a) la prostitución; b) la compra-venta de una esclava; c) y el matrimonio.
Curiosamente este
"amor sexual", aceptado e instituido socialmente para mayor placer
del varón, del que el público que asiste a la comedia romana tiene perfecto
conocimiento y que comparte con los personajes en abierta complicidad, conlleva
como objeto de deseo a la mujer en el sentido literal de "objeto", de
disfrute carnal. Por eso era cosa natural que un hombre se implicara
sabrosamente en su consecución desde todos los ángulos que la sociedad le
permitía: tanto si estaba soltero como casado. Su intervención se ejercía en
calidad de usufructuario, a beneficio propio, masculinamente. Qye un hombre se desviviera por el amor de una única mujer
en especial, era un modo de alienarse, perder el control de sí y de todo,
dejaba de ser masculino. De ahí que el enamorado cómico, prendado de la belleza
de su hermosa amante, se comportara como un auténtico enajenado, con unos modos
impropios de su condición varonil. El joven Carino lo
describe así:
Pero el amor
viene escoltado también por otros muchos males que todavía no he mencionado:
insomnio, aflicción, desorientación, miedo y exilio, estupidez y necedad,
temeridad, imprudencia, sinrazón, desmesura, insolencia, lujuria y
malevolencia, indigencia, afrenta y derroche, hiperlocuencia
e hipolocuencia. iY esto
explica por qué el enamorado no dice más quePalabras
improcedentes e inútiles en el momento más inoPortuno!
(Plauto / Román Bravo 2005: 20)
Calisto también define su estado de enamorado con una retahíla de
sentimientos contrapuestos: "¿Cómo templará el destemplado? ¿Cómo sentirá
aquel que consigo está tan discorde, aquel en quien la voluntad a la razón no
obedece, quien tiene dentro del pecho aguijones, paz, guerra, tregua, amor
enemistad, injurias, pecados sospechas, todo a una causa?" (Rojas 2011:
32-33).
Al otro lado de
este amor excesivo y paródico queda la mujer. ¿Cómo siente la mujer el amor en
la comedia romana? Tenemos en esta obra plautina dos testimonios: la de la
joven y hermosa Pasicompsa y la de la vieja esclava
Sira, presente y futuro realizado de un mismo rol de género, cuyos márgenes
socialmente están también muy restringidos en el ámbito del mundo real, al otro
lado de las tablas del escenario.
En primer lugar,
todas las mujeres, en tanto proyección psicológica de la mentalidad varonil,
son sospechosas de prestarse al "juego irregular de Cupido", como un
sino irremediable de su género. Pasicompsa, la
protagonista enamorada, lo admite:
PASICOMPSA: Pero te advierto, buen anciano, que no estoy acostumbrada a
transportar bultos ni a apacentar el ganado en el campo ni a criar niños.
LISÍMACO: Si eres buena, te irá bien.
PASICOMPSA: Entonces, pobre de mí, estoy perdida. LISÍMACO: ¿Por qué?
PASICOMPSA: Porque en el país del que vengo, era a las malas a las que les
iba bien.
LISÍMACO: Parece que quieres decir que no hay en el mundo ninguna mujer
buena. PASICOMPSA: No, no lo digo. No es mi costumbre Pregonar lo que creo que
todo el mundo sabe. (Plauto / Román Bravo 2005: 41)
En segundo lugar,
a diferencia de la vieja esclava Sira, el amor es entendido por la joven e
ingenua Pampsicosa como algo recíproco que implica
completa fidelidad mutua, un concepto completamente fantasioso, iluso y pueril
para la áspera y encallecida mentalidad de los espectadores: "Y nos hemos
jurado el uno al otro, yo a él y él a mí, que ni yo haría el amor con otro
hombre ni él con otra mujer, sino sólo entre nosotros, yo con él" (Plauto
/ Román Bravo 2005: 43).
Suenan estos
juramentos a inocencia, a irrealidad, a inmadurez, cuando tal aserción se
confronta con la voz experimentada (la voz del futuro de Pasicompsa,
tal vez) de la vieja esclava Sira. Parecen así de estúpidas, precisamente,
porque esas son las infantiles reglas del juego, propias de mujeres, que
incumple de continuo egoístamente la estirpe varonil. La anciana se dirige al
público a manera de denuncia por la discriminación injusta e inveterada de la mujer
durante siglos, pero sus palabras (no nos engañemos) no tienen otro objetivo
que servir de chiste y cebar la superioridad social del público masculino
asistente. Este oye las quejas femeniles como estímulos de su hombría sobre
ellas; al fin y al cabo, para la masa de gente allí reunida la escena es una
caricatura burda y chistosa. La hipótesis que la vieja
esclava expone para la reflexión al final de su perorata tiene seguro el "ianda ya!" incrédulo y a coro del público,
convencido de que las mujeres son todas más enamoradizas y suelen irse más
fácilmente con unos y con otros. Solo precisan que cualquiera quiera arrimarse
con la pretensión de seducirlas:
iPobres mujeres! i Qué dura es la ley a
las que viven sometidas, y cuánto más injusta que la que se aplica a sus
maridos! Porque, si un marido tiene una amiga a escondidas de su mujer y
se entera ésta, nada le ocurre al marido. Pero, si una mujer sale de casa a
escondidas del marido, éste la lleva a juicio y la repudia. Si
la mujer que es honrada, se conforma con un solo marido, aor
qué no ha de conformarse el marido con una sola mujer? Os aseguro, por
Cástor, que si se castigase al marido que tiene una amiga, de la misma manera
que se repudia a las mujeres que han cometido algún desliz, habría más maridos
sin mujer, que mujeres hay sin marido. (Plauto / Román Bravo 2005: 58)
En definitiva, ya
sean doncellas de buena familia destinadas al matrimonio, o
"chavalas" (puellae) serviles dedicadas a
la mera satisfacción sexual del varón, en la sociedad romana ambas soportaban
la misma condición de género sometido al modelo patriarcal de convivencia. Esta
era en la comedia, cual espejo, la imagen que reflejaba la realidad cómplice,
comunicada del mundo corriente y de aplauso que tenía enfrente. Y estos eran en
el desarrollo dramático los límites de la cordura y de la mente considerada
socialmente sana y varonil: tanto solteros como casados, los hombres
disfrutaban del "amor sexual", o sea, del "amor sensato",
como un bien de consumo egoísta hecho a su medida. Las mujeres eran para lo que
estaban, o engañadas por una ilusoria fidelidad aparentemente mutua, o
decepcionadas definitivamente del comportamiento desleal y permisivo de la
comunidad masculina con la que tenían que convivir. Curiosamente, siendo las portadoras
de la hermosura y del amor, no les alcanzaba a ellas disfrutar las mieles de su
atracción por igual; a lo más que llegaban en cuanto a complicidad, era a ser
cortejadas mediante un trato vano, ilusorio y estúpido, producto del autoengaño
o la enajenación de los amantes ocasionales que la Fortuna ponía a su alcance.
Pues Carino y su padre Deifón
(al igual que Calisto) no pretendían engañar a la mujer de sus deseos para
satisfacer sus pasiones íntimas; simplemente estaban locos, o sea, enamorados,
y con eso se convertían en diana de la burla del público
asistente. Si hubieran estado cuerdos, no le habrían dado tanta
importancia a ese amor, porque en realidad podían alternarlo con otros amores
con total serenidad, provecho y sentido común. Así era como pensaba el público
de muchedumbre y soldadesca que acudía a ver el Mercator. Así es como debía ser
y tenía toda aprobación en la vida real. Y así lo recogía la comedia romana en
sus páginas, inmarcesibles y supervivientes al paso del tiempo. Pues "Elpatrón de la sexualidad en la sociedadPatriarcal
romana es el hombre, cuyo papel de género depende de su sexo biológico,
caracterizado entre otras cosas por impulso irrefrenable, promiscuidad,
agresividad, violencia" (López López 2003: 146).
Veamos entonces
ahora cómo se convertía el "amor sexual", cotidiano, sensato, vulgar,
corriente y masculino, con el que cualquiera trataba en su vida diaria en
"amor de comedias", en "amor afeminado", en "amor de
risa".
Plauto establece
dos niveles de burla, dos caricaturas. La primera, la del viejo Demifón. Todo su comportamiento es excesivo, ajeno a su
condición de casado y a su edad avanzada. En el primer encuentro con su amigo
Lisímaco lo exterioriza para su propio escarnio como si fuera otra vez, ridículamente,
un niño:
DEMIFÓN: Hoy he emPezado a ir a la escuela, Lisímaco,ya he aprendido tres
letras.
LISÍMACO: ¿Cómo que tres letras?
DEMIFÓN: Sí: la a, la m, la o; amo.
LISÍMACO: ¿Tú con tus cabellos blancos, amas, dePravadísimo
viejo? (Plauto / Román Bravo 2005: 31)
La burla, el
chiste, sin más oropel estético, es el modo de caracterizar las pasiones en el
anacrónico apetitofebril del padre anciano: "La
comicidad plautina más atenta a la diversión de los espectadores, le lleva a
simplificar los caracteres y los tonos emotivos y a empeñarse ante todo en
producir efectos cómicos" (Pociña Pérez 1997:
33).
Pero Demifón de joven también disfrutó del amor
cotidiano y corriente. Por eso puede distinguir perfectamente las dos maneras,
sana e insana, de entregarse a su anhelo, habiendo en tiempos compartido una de
ellas, al menos, con la de los supuestos espectadores:
Y allí veo yo de repente a una joven de extraordinaria belleza, que trajo
mi hijo de esclava para su madre. Y en cuanto la veo, me enamoro de ella, pero
no como un hombre cuerdo, sino a la manera de los locos. He estado enamorado
yo, por Hércules, en otro tiempo, cuando era joven, pero nunca tan locamente
como ahora. Lo único que sé, por Hércules, es que estoy Perdido. (Plauto /
Román Bravo 2005: 29-30)
En cambio, en la
segunda caricatura, la del joven Carino, el autor
lleva a las tablas los aprietos que en un hijo supone pretender satisfacer sus
intereses íntimos y esquivar, a la vez, la dureza y fría voluntad paterna. Si
apartamos el conflicto paternofilial propio de la comedia, el material que nos
queda es el mismo que tenía a su disposición la poesía lírica griega arcaica y
helenística; es decir, todos sus recursos expresivos al uso, como, por ejemplo,
alusiones a episodios mitológicos para ilustrar los sentimientos del enamorado:
"CARINO: Penteo dicen quefue
despedazado por las Bacantes. Pero eso, a mi juicio
no fue más que una solemne tontería, en comparación con los tormentos que
desgarran mi corazón" (Plauto / Román Bravo 2005: 39).
Para lograr este
efecto el teatro "vampiriza" un género literario hermano y adosa
conceptos extraídos de otras construcciones poéticas a la acción de personajes
habituales de su trama. Precisamente, en llevar tales envolturas literarias a
escena radica su hilarante comicidad. Porque la poesía elegíaca erótica, de
sentimientos minimalistas del yo, archiconocida para el comediógrafo, como
gestor de literatura que también era, resultaba completamente desconocida para
el gran público de a pie de escenario.
Y en eso consistía
el asombro que pretendía provocar. Era un amor que no era real; no podía serlo.
Era selectivamente exquisito y literario, tan alejado de la vida cotidiana que
solo era comprensible para el gran público si se concebía y se presentaba
exclusivamente como cosa de estúpidos, de locos, de amentes
amantesque: "La comedia se desarrolla dentro de
unos cánones argumentales típicos, que la convierten en agradable a una masa de
espectadores que no requiere una formación especialmente exquisita" (Pociña Pérez 1997: 35).
Todo esto, de un
modo casi pedagógico, el joven Carino en el prólogo
del Mercator lo presenta al público, no solo para ganarse las simpatías y la
comprensión de su arte, sino para explicarles una visión estéticamente distinta
de lo que pudieran entender y conocer por la propia experiencia de la vida.
Pues los está llevando, sin que lo sepan, a la contemplación del amor pulsado y
vibrado por la elegía y los versos líricos. Desde la superioridad que otorgaba
la vulgaridad cómplice y en contraste con la realidad grosera, todo el alarde
sentimental que destilaba la poesía culta se convertía en motivo de risa y
burla teatral.
El mismo, el joven
Carino, se ofrece como vasija cristalina a través de
la cual se observan los estragos del amor. Pero su referente caricaturizado es
la poesía griega que inspiraría en tradición directa, posteriormente, a los
poetas elegíacos romanos del siglo primero anterior y posterior de nuestra era:
Catulo, Propercio, Horacio, Tibulo
y, sobre todo, por su repercusión literaria ulterior, Ovidio.
En cuanto a la vis comica que el primer autor de
la Comedia de Calisto y Melibea quiere poner de relieve al comienzo de la obra,
es este "amor pasión", lírico y literario, consistente en atender al
deseo sexual de manera única, exclusiva y extravagante, llegando incluso hasta
la blasfemia. Lo refleja perfectamente en el diálogo primero entre Calisto y
Sempronio:
CALISTO. ¿Qué me repruebas?
SEMPRONIO. Qye sometes la dignidad del hombre a
la imperfección de la flaca mujer.
CALISTO. ¿Mujer? io grosero! iDios, Dios!
SEMPRONIO. ¿Y así 10 crees, 0 burlas?
CALISTO. ¿Qye burlo? Por Dios la creo, por Dios
la confiesso y no creo que hay otro soberano en el cielo aunque entre nosotros mora.
SEMPRONIO. (Ja! ija! [ja! ¿Oístes
qué blasfemia? ¿Vistes qué ceguedad?) CALISTO. ¿De qué te ríes?
SEMPRONIO. Ríome que no pensaba que había peor
invención de pecado que en Sodoma.
CALISTO. ¿Cómo?
SEMPRONIO. Porque aquellos procuraron abominable uso con los ángeles no
conocidos, y tú con el que confiesas ser dios.
CALISTO. iMaldito seas, que hecho me has reír, lo
que no pensé hogaño. SEMPRONIO. ¿Pues qué? ¿Toda tu vida habías de llorar?
CALISTO. Sí.
SEMPRONIO. ¿Por qué?
CALISTO. Porque amo a aquella ante quien tan
indigno me hallo que no la espero alcanzar. (2011: 37)
Esta inferioridad del amante respecto a la amada forma parte de la
tradición con la que se presentaba el "amor pasión" del poeta
elegíaco, que no es más que desorden interior, enfermedad del ánimo,
feminización de los auténticos impulsos viriles. Calisto lo encarna y el criado
Sempronio se burla de él, oponiendo otro concepto de amor que solo se justifica
pragmáticamente en el placer físico, el "amor sexual", identificando
lo erótico con lo estrictamente coital (Moreno Castillo 2010: 126), del mismo
modo que lo entendía la plebe romana que acudía al teatro.
Y, en la práctica,
gracias al seguimiento pormenorizado de Rojas, ese es precisamente el deleite
que experimenta Calisto, de un modo compulsivo y egoísta,
"depredador", más cercano a la satisfacción de una obsesión íntima
que a la comunicación eficaz con otro ser semejante. Calisto, como los criados,
busca satisfacer también su deseo carnal, el único que está presente bajo las
dos máscaras del "amor de comedias" en Plauto y Terencio:
"Calisto, en cuanto entra en el jardín, lo que quiere es satisfacer la
urgencia de su apetito. No va hacia Melibea, sino hacia elplacer
que su cuerpo le proporcionará: su deseo no se acompasa con el deseo de la
muchacha, sino que satisface elsuyo doblegando el de
ella" (Moreno Castillo 2010: 128).
Pero con Melibea ocurre lo mismo. Ella interpone al principio, tal como
Ovidio describe, una primera prudencia, discreción y miedo al qué dirán; pero
cae en un estado similar de erotismo que Elicia y Areusa.
Tiene roce y goce físico. Solo se queja de querer participar del festín
amatorio con más dulzura, con más agrado para sus sentidos femeninos y, en su
despedida suicida, con más tiempo. Casi, diríamos, que reafirma el placer del
amor, lo reivindica en su identidad como protagonista de su propia vida, al
igual que hicieran las amantes femeninas del teatro romano:
MELIBEA: Por mi vida que aunque hable tu lengua
cuanto quisiere, no obren las manos cuanto pueden. Está quedo, señor mío. Bástete, pues ya soy tuya, gozar de lo esterior,
desto que es propio fruto de amadores; no me quieras
robar el mayor don que la natura me ha dado. Cata que del buen pastor es
proprio tresquilar sus ovejas y ganado, pero no destruirlo y estragallo. (2011: 273)
Sobre el erotismo de la obra, Gerald Brenan dice:
No hay en sus relaciones nada del encanto o la dulzura que se ve en Romeo y
Julieta. Su pasión tiene una violencia inhumana que pasa completamente por alto
la naturaleza y la identidad de la Persona amada. Sí, apenas se ve en el jardín
con su "preciosa perla" y su "angelical imagen", Calisto
mete su mano por debajo de las
faldas de la joven y pide a esta, como hubiera podido hacerlo a una criada,
que le entregue inmediatamente su virginidad. (citado por Moreno Castillo 2010:
130)
Todas las manifestaciones amatorias de la obra son, en verdad, variaciones
activas del mismo fenómeno que se perfila dramáticamente como nudo del
argumento. La pulsión sexual o erótica descrita tanto en unos como en otros
pertenece a la esfera del arte, a la tradición del género literario, que se
intenta exportar al castellano. Ambos son "amores de libro".
C. La conclusión "filosófica" del drama
Non laudare rem
sed artem ("no prendarse de la realidad —que
refleja— sino de su composición artística") fue la expresión latina con la
que en el prólogo de la versión inglesa de La
Celestina, Ihe Spanish Bawd (La alcahueta española), James Mabbe
en 1631 defiende la legitimidad del arte de representar la vida, sin necesidad
de aplaudir "la materia de la imitación, sino la pericia y destreza del
artista que ha representado tan al vivo el objeto que se proponía" (cfr.
Menéndez Pelayo 1947: 197).
La razón de la advertencia se debe a que el destinatario, si la cultura
literaria no le acompaña para captar lo que la obra debe a la comedia romana,
solo es capaz de entender la ejecución dramática como modelo moral o paradigma
social, identificándolo y aplicándolo todo de forma inmediata a lo real.
No es cosa nueva. Así entendían los relatos de ficción los contemporáneos
de Luciano de Samósata en el siglo II d. C., y así lo
asimilarán, por ejemplo, en sus lecturas tanto Alonso Quijano mientras se iba
transformando poco a poco en don Quijote como el ventero y sus acólitos, la
masa que leía de oído y configuraba en sus mentes ese universo ordenado de
acontecimientos narrados en los libros de caballerías (cfr. Andino Sánchez
2017: 21-22).
Pero la realidad
que pinta el mundo de Celestina no es ni idílica ni feliz, a pesar de haber
salido de las comedias romanas. Según describe Pleberio en el Auto XXI a modo
de corolario de los hechos dramatizados, es un mundo que alberga "un
laberinto de errores , una morada defieras , dulce
ponzoña, vana esperanza, falsa alegría, verdadero doloÈ';
un mundo falso que ceba a los humanos "con el manjar de sus deleites"para, al mejor sabor, descubrirles "el
anzuelo" cazando las voluntades. Un mundo, en fin, que promete mucho y
nada cumple echándonos de la vida "porque no le podamos pedir que mantenga
sus vanos Prometimientos" (2011: 340-341). Con esa reflexión nos dice que
la historia de Calisto y Melibea viene a destapar toda la falsedad del mundo,
utilizando para ello como centro de atención el amor de unos jóvenes amantes
junto a una camada de "fieras humanas" cegadas por la sacrafames auri ("maldita
sed de dinero"), tal como lo hubiera dicho el filósofo Séneca, de gran
actualidad en tiempos de Rojas, recogiendo los versos del poeta Virgilio:
"Quid non mortalia Pectora cogis, auri sacrafames? (¿Qié no obligas [a hacer] a los corazones mortales, maldita
sed de oro?)" (Eneida, III, 56-57).
Así pues,
personajes, trama y diálogos detallan y avientan el tema erótico de las
comedias de Plauto y Terencio al natural, con la mezcla de intereses egoístas y
miserables que campean, también, en las piezas originales. Rojas traslada al
público lector y oyente el sentimiento amoroso tal cual se muestra en los
modelos latinos de referencia, pero minuciosamente, en toda su expansión. Por
eso el concepto de amor aparece degradado, intoxicado por la propia miseria
humana solipsista, fatua y banal, incapaz de salir de
su absurda incomunicación que tienen de serie los patrones literarios de
partida. Sus devaneos y peripecias nos dicen que, al fin y al cabo, el amor es
una trampa más de la vulgar naturaleza que acecha al hombre como al resto de
los animales. Todo lo más que puede llegar a hacer la estirpe humana para
diferenciarse es contarlo, convertirlo en materia verbal, para vivirlo
ilusamente en un formato tan vacío como el aire de las palabras.
Así es,
precisamente, como lo entiende Celestina, y con esa calculada frialdad
materialista se lo revela a Pármeno desde su bregada vida de burdel:
El deleite es con los amigos en las cosas sensuales y especial en recontar
las cosas de amores y comunicarlas: "Esto hice, esto otro me dijo, tal
donaire pasamos, de tal manera la tomé, así la besé, así me mordió, así la
abracé, así se allegó. iOh qué habla, oh qué gracia,
oh qué juegos, oh qué besos! Vamos allá, volvamos acá, ande la música, pintemos
los motes, cantemos canciones, invenciones justemos. ¿Qyé
cimera sacaremos o qué letra? Ya va a la misa, mañana saldrá, rondemos su
calle, mira su casa, vamos de noche, tenme el escala,
aguarda a la puerta. ¿Cómo te fue? Cata el cornudo, sola la deja. Dale otra
vuelta, tornemos allá". Y para esto, Pármeno, ¿hay deleite sin compañía? Alahé, alahé, la que las sabe las
tañe. Este es el deleite; que lo ál [lo demás] mejor
lo hacen los asnos en elprado. (2011: 77-78)
La vocación
literaria de Rojas no es, en absoluto, de corte religioso o, como él mismo dice
en su autodefensa, de interés moralizante: es claramente filosófica. Lo pone de
manifiesto cuando admira "las deleitables fontecicas
defilosofía" (2011: 6) y al "granfilóso"" (2011: 7) que ve en el texto y en el
autor del Auto Primero. Por eso,filosóficamente,
hace una reflexión dramatizada del planteamiento original de los patrones
heredados de la comedia (personajes, trama, situaciones), y los exprime hasta
las últimas consecuencias en el marco de la propia lógica que emana su
contenido: "En la visión del mundo de La Celestina vivir es no enterarse
de que se vive, todo es una danza ciega en la que sólo se puede ser un canalla,
un ingenuo o un desesperado . . ] La ley del mundo es el egoísmo" (Moreno
Castillo 2010: 107).
Efectivamente, es
un egoísmo que la propia Celestina concibe como la secreta urdimbre que enlaza
a unos individuos con otros; es decir, constituye la auténtica regla del juego
de las relaciones sociales: "Estos señores deste
tiempo más aman a sí que a los suyos, y no yerran. Los suyos igualmente lo
deben haceì' (2011: 73).
Ma Rosa
Lida describe certeramente el producto literario elaborado por Rojas: "Con
esta visión desolada construyó Rojas su drama, un drama sin héroes ni villanos,
una guerra de egoísmos igualmente destructores: amor egoísta de unos nobles
amantes, codicia egoísta de unos servidores, rencor egoísta de unas Perdidas" (1966: 25).
Rojas se vale,
desde nuestra interpretación, del material teatral en torno al amor, siguiendo
escrupulosamente los esquemas canónicos latinos de esa tradición literaria. Lo
hace, reflexivamente, con todo detalle, derivando del carácter de los
personajes su actitud y de su disposición, su comportamiento, su ethos:
"La estructura subyacente puede interpretarse [ . . . ]
como una estructura muy trabada, en la que elPersonaje
determina la acción, la acción transforma alPersonaje
y un inexorable encadenamiento de causas lo gobierna todo" (Deyermond 1980: 486).
El hombre
renacentista es un hombre "moderno", "modus hodiernus",
"del modo de hoy", "actual". Se asoma al pasado que le trae
el conocimiento y los recursos de la literatura clásica, pero no para otra cosa
que para entender su propio presente. No es un copista medieval. Por eso, Rojas
reinventa y recrea un universo textual a imitación de los modelos clásicos,
sostenido al margen de la realidad misma pero actualizado: los personajes,
aunque vistan ropas de la época, no tienen actas notariales de nacimiento ni
son remedos de auténticas personas de carne y hueso.
El escritor del
Renacimiento español, del que Cervantes será fruto tardío, descubre el mundo
que le rodea y, siendo plenamente consciente por primera vez (gracias a artilugios
como la imprenta), también descubre su representación simbólica a través del
lenguaje, de la letra escrita, transmitida a lo largo de los siglos, que le
trae a sus días un acervo cultural fresco y novedoso, y que él lo siente
completamente veraz en su mente. La reacción inmediata es asimilar esa materia
con los símbolos lingüísticos de su día de hoy, su ropaje moderno, su
existencia directa, para coordinar la mirada virtual actual con la del pasado.
Más tarde, Don Quijote será exponente del fracaso y frustración de ese
maravilloso mundo de ideas recreadas en el pensamiento frente al mundo
cotidiano, real y físico que habita. Pero Rojas está todavía en el primer
descubrimiento, en la deconstrucción y asimilación de los símbolos y valores de
la Antigüedad, de sus textos, de su lenguaje, estudiándolos concienzudamente
para hacerlos coincidir casi "científicamente" con la expresión
propia, con la lengua vernácula y el ambiente de sus días. Y se sumerge en la
obra literaria buscando respuestas, desarrollando los componentes heredados y
colocándolos en la lógica de los acontecimientos. Así, toma prestados los
elementos originales de la acción y consigue mantenerlos intactos, describiendo
de forma coherente el devenir del diseño de partida. Y este devenir, como diría
en el siglo I d. C. el poeta Lucano respecto a la gloria de Roma, se manifiesta
con "la degradación irremediable de la Naturaleza" de los personajes
del drama, "inexorable", "motivado por la seriesfatorum"
o "encadenamiento de los destinos" de unos y otros (cfr. Andino
Sánchez 2013: 16).
Todo ocurre en
Celestina como una sucesión trabada de avatares hasta apurar el fin de todos
sus protagonistas. La muerte de Calisto, que parece forzada, es previsible
según su carácter volátil y atolondrado. Ocurre por accidente. No cabía esperar
otra cosa. Es una muerte poco "épica" o nada "heroica", que
son otros términos emparentados con la seriedad y el prestigio que suele
atribuirse en literatura a dicho lance. Pero, en cambio, es muy humana. En la
filosofía grecorromana de consolación (siguiendo a Séneca y Cicerón como
exponentes) se entendía que el dolor es mucho mayor si es inopinado, si es
imprevisto: cuando la muerte del ser querido sobreviene sin avisar.
En cuanto a la
muerte de los malhadados criados y Celestina, el propio Calisto la justifica,
en buena lógica de causa/efecto, por las trazas de sus personalidades:
Ellos eran
atrevidos y esforzados: ahora o en otro tiempo de pagar habían.
La vieja era mala yfalsa, según parece que hacía
trato con ellos y así que riñeron sobre la capa del justo. Permisión fue divina
que así acabase en pago de muchos adulterios, que por su intercesión o causa
son cometidos" (2011: 269)
Melibea, por su
parte, con su muerte buscada responde perfectamente al perfil de entrega y sumisión
absoluta que la comedia romana otorgaba a las jóvenes enamoradas respecto a
quien creían su enamorado. Ya avisa la hija de Pleberio de este modo de ser en
el Auto XIV, por ejemplo: "Es tu sierva, es tu cautiva es la que más tu
vida que la suya estima. iOh, mi señor, no saltes de
tan alto, que me moriré en verlo! Baja, baja poco a poco por la escala. 'INO
vengas con tanta presura!" (2011: 272).
El resultado (y veredicto) final de todo ese entramado no puede ser otro
que las lúgubres palabras de Pleberio. Pleberio se convierte así en el
"deus ex machina", una especie de aparato final para dar sentido a la
conclusión de los hechos. Su alocución no representa en absoluto el impedimento
y ajuste social, que, por otra parte, no se ha echado en falta durante toda la
obra, ni la admonición de que los amores de los protagonistas, por ser
furtivos, tengan que ser necesariamente nefastos.
El objeto de
reflexión es el delgado y frágil sostén de la existencia y de los asuntos
humanos ante esta flor de un día que es el sentimiento amoroso, tan alocado y
egoísta como efímero y banal. Nada diferente de lo que puede deducirse de la
propia lectura de las vidas librescas transmitidas por Plauto y Terencio.
La razón humana es
inapelable: la vida es una trampa sin salida, alimentada por egoísmos e
intereses; el ser humano es un juguete de las circunstancias que sobrevienen,
dándole y quitándole aquello que más pueda apreciar. La sabiduría profana, tan
valorada en el Renacimiento por su antigüedad, es decir, por su palabra más
antigua y, por tanto, al estar más próxima al origen de todo, más veraz, le
transmite a Rojas un balance de la realidad así: la vida es cruda, egoísta,
interesada, hecha y deshecha por los lances del azar, tal como se aprecia en
las comedias de los autores romanos.
Por eso, también
los amores de Celestina, como sus modelos, son atemporales, clásicos,
resistentes al tiempo, y se expresan libremente, extraídos de la tradición
literaria, ajenos en su proceder a encorsetamiento alguno o moralina religiosa
de la época. Es, en su amplio sentido, una comedia "terenciana", que
celebra con la llegada de la imprenta la nueva mirada renacentista surgida de
la imitación innovadora del teatro de Plauto y Terencio. Y, de manera minuciosa
y concienzuda, hace un seguimiento e interpretación lógica y actualizada de su
contenido. Por eso, sus personajes no son retratos realistas al estilo de la
novela del XIX y XX, ni su puesta en escena noticiario veraz de la realidad del
momento como hacemos en nuestro siglo, sino que toda ella es magnífica y
exclusivamente literatura en estado puro. Su presencia en las letras hispanas
constituye un eslabón importantísimo, al vincular estrechamente la producción
literaria moderna con textos procedentes de la antigüedad profana. Cien años
más tarde Cervantes, renacentista tardío, hará acopio de todo el material
bibliográfico del mundo grecolatino a su alcance para construir la obra cumbre
de la literatura española. En el uso y originalísima adaptación de las fuentes
clásicas para construir la Tragicomedia pensamos que radicaba el lado
"divino" que el autor del Quijote observó con admiración en su breve
comentario de Celestina.
Celesti-, libro en mi opinión divisi
encubriera más lo huma-. (Rico Manrique 2004: I, 30)
Esa admiración la
causaba el "deleite de hallar en La Celestina tanta reminiscencia"
—de Plauto, de Terencio, de Lucano, de Séneca, de Ovidio y de tantos otros—;
deleite que llevó a Ma Rosa Lida a acercarse y ser capaz de
comprender y explicar el éxito de la obra de Rojas a través del estudio de sus
fuentes: "porque pienso que en la época en que La Celestina salió a la luz
y en los siglos inmediatos en que perduró su éxito, ese deleite debió
constituir uno de los más eficaces atractivos para la enorme mayoría de los
lectores, dadas las condiciones culturales vigentes" (Lida de Malkiel 1970: 723-724).
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