Colindancias (2018) 9: 117-128
Universidad Autónoma de Barcelona
/ Universidad Toulouse-Jean Jaurés
Geocrítica migratoria de la basura en la poesía de Fabio Morábito
Migratory geocriticism of the rubbish in
Fabio Morábito's poetry
Recibido: 10.07.2018 / Aceptado:
16.11.2018
Ningún
lugar está aquí o está ahí todo lugar es proyectado desde adentro todo lugar es
superpuesto en el espacio
-Oscar Hahn
Al estudiar a
poetas cuyo locus se ha visto desplazado, debemos abordar prioritariamente el
rastro de las coordenadas espaciales que se alojan en los textos; determinar su
extraterritorialidad. El viaje y la posterior residencia en la extranjería
conllevan siempre una perturbación geográfica. Una dispersión espacial que
traduce al poeta en un ser migrante que frecuenta el nuevo estar bajo una
mirada de asombro o de rechazo. "El papel del espacio no es ser un mero
decorado o escenario sino estimular la actividad del personaje" (Peñate
2014: 339). Así, el espacio prevalece de forma indirecta o indirecta como huella
de la extranjería. Ya Pablo Neruda exploró la relevancia del espacio sobre las
coordenadas temporales, recordemos el poema "El futuro es espacio"
(1999: 1329):
El futuro es
espacio, espacio color tierra, color de nube, color de agua, de aire, espacio
negro para muchos sueños, espacio blanco para toda la nieve, para toda la
música.
Los versos de
Neruda derriban el tradicional equilibrio entre el espacio y el tiempo. El
arraigo al estar sobresale por encima de la permanencia del ser. El
"futuro", en este caso el de los desplazados, convoca un lugar, se
instala adoptando los relieves físicos del entorno. El tiempo se
territorializa.
Para afrontar
entonces las referencias espaciales de la poesía del desplazamiento surgen
dudas en torno a la relación entre el espacio y la literatura (Collot 2014: 10). Cuando hablamos de espacio y literatura
¿nos referimos al espacio referencial e histórico ajeno al texto o hablamos de
la construcción espacial de la obra? , ¿aludimos a su
significado o al lugar de edición y divulgación del poema?
La respuesta de
Michel Collot consiste en reordenar los estudios
realizados en el pasado por Albert Thibaudet o André
Ferré, entre otros, articulándolos sobre dos ejes fundamentales: la literatura
en el espacio, cuya mirada es geográfica, y el estudio del espacio en la
literatura, que acciona la mirada poética y crítica. De modo que se puedan
afrontar como objetos de estudios vertebra estos dos ejes en tres escuelas;
tres acercamientos distintos que interiorizan los componentes del "signo
lingüístico" dentro del espacio: el "significado", el
"significante" y el "referente" (2014: 11) [1][2]
La GéograPhie littéraire
("Geografía literaria") refleja el elemento "referencial"
del signo, establece una relación directa con la cartografía y con los
"sistemas de lugares"2 . La Géocritique ("Geocrítica")
asigna el fundamento del "significado"; no profundiza en los
referentes geográficos, sino en las imágenes y significaciones que evoca dicho
espaci0[3] . Por último, la Géopoétique ("Geopoética") se relaciona con el
"significante". Collot centra su estudio en
el material físico del texto, su presentación espacial en la página; aborda
esquemas formales (2014: 105-129)[4]
El
desarrollo de cada enfoque sobre el espacio y la literatura facilita las
múltiples posibilidades que alberga el análisis del espacio poético, asociando
y aproximando el topos a la literatura migratoria. Un
espacio que no se configura únicamente como motivo o estímulo poético
extratextual en virtud de un desplazamiento exclusivamente físico, sino que
desde el poema resuelve una evocación geopoética más
amplia.
En el caso
que nos ocupa, cuyo objetivo se centra en la revisión geocrítica
de la basura y su imaginario migratorio, trasladamos nuestro estudio hacia la
idea del significado del espacio (Collot 2014: 11).
Se adentra en la apreciación subjetiva, donde el poeta construye su imaginario
espacial. Porque la geocrítica parte
indiscutiblemente del yo. Es participación fenomenológica del estar, como
vínculo con el ser, donde se estimula el reflejo léxico geo-ego. La imagen
espacial individualizada define los presupuestos de una egogeografía[5], o geocrítica.
Este espacio
desprende el contenido referencial del lugar nombrado, prescindiendo de ecos
toponímicos, para adoptar una mirada alusiva, asimilada a la evocación del
sujeto. "El espacio se configura como lugar significado y ese proceso de
significación le brinda
proyección simbólica", señala acertadamente Fernando Aínsa (2006: 18).
En tal caso, la configuración del "lugar significado" depende de la
percepción y de la intencionalidad del poeta:
Si toda la literatura supone un proceso de extrañamiento, un deliberado
desdoblamiento del escritor en un álter ego que observa desde fuera, la
experiencia antropológica del viaje supone un similar recorrido: un alejarse de
lo familiar, una confrontación con el otro y lo diverso y, por ende, una
conquista de la propia identidad y una visión más completa de sí mismos. (Aínsa
2012: 167)
La geocrítica se distanciará de la geografía de
la literatura por cuanto ahonda en una geografía imaginada y en las
significaciones que puede evocar el poeta a partir del cambio de escenario.
Supone la experiencia de lo real, no su descripción. El paisaje se apoya,
entonces, en experiencias interiorizadas por la condición migratoria (Oliva
Cruz 2010: 293). El afuera se vincula directamente con la revisión del adentro.
La vivencia declama interiorización, y la interiorización declama expresión:
Para la poesía, el más activo de los cinco sentidos es la visión. En torno
a la visión elabora sus razones una física poética: razones de verso, de ritmo,
de confrontación con el límite de la lengua y del pensamiento. El mirador de la
poesía no sólo se asoma sobre el paisaje, sobre lejanías que se diluyen en lo
invisible sino también al país de la interioridad, un país que tiene luces y
sombras, aludes, súbitos relámpagos, llanuras y colinas. Un país cuyos
horizontes limitan con el vacío y con lo imposible. (Prete
2010: 207)
Antonio Prete reclama la existencia de una poesía
de la mirada, que recorre espacios del adentro y del afuera, tematizando y
conversando con los dos polos que configuran la subjetividad. El paisaje se
refleja dentro del sujeto como territorio de la subjetividad, lo que resulta
útil para encomendarnos a interrogar la proyección de lo externo en lo interno,
de mirar hacia adentro.
Desde esta
revisión teórica, la geocrítica se apropia del
espacio externo como equiparación del estado interno del sujeto. "Todo
paisaje existe para la mirada que lo descubre. Presupone al menos la existencia
de un observador", apunta el antropólogo Marc Augé
(2003:85). La mirada del poeta articula un puente entre ambos territorios, el
espacio geográfico y el espacio del yo.
La poesía del
desplazamiento desarrolla elementos que estimulan la relación entre el adentro
y el afuera en torno a un locus, no siempre referenciado. La geocrítica interpreta el lugar. "No hay paisaje sin
mirada, sin conciencia del paisaje", explica Augé
(2003:46).
El sujeto asume el espacio circundante como propio, como centro de la
experiencia migratoria:
Para que haya paisaje, no solo hace falta que haya mirada, sino que haya
percepción consciente, juicio y, finalmente, descripción. El paisaje es el
espacio que un hombre describe a otros hombres. Esta descripción puede aspirar
a la objetividad, a la evocación poética, indirecta, metafórica. (Augé 2003: 85)
El yo no se diluye en el mundo, sino que da forma al mundo. Hay una
apropiación del escenario. "Derrière
chaque fragment détaché du monde se trouve un corps qui lui confère
l'existence" (Onfray 2007: 86) 6 . El poeta no se adapta a la recreación espacial, la reconstruye, sitúa el
lugar en un plano de significación personal.
Como herramienta
de análisis geocrítico, Gaston
Bachelard incorpora previamente el concepto de "topofilia"
a los estudios de crítica (1975: 22). Con él, se intensifica la posibilidad de
apropiarse de un paisaje específico, un espacio concreto, por mediación del
sujeto lírico. El espacio se establece como continuidad del ser. Así, el ser
tiene su reflejo en la imagen del estar:
El espacio captado por la imaginación no puede seguir siendo el espacio
indiferente entregado a la medida y a la reflexión del geómatra.
Es vivido. Y es vivido, no en su positividad, sino con todas las parcialidades
de la imaginación. (Bachelard 1975: 22)
No obstante, el
tratamiento del espacio como significación del sujeto puede, y debe ser
analizado desde diferentes perspectivas. "Tanto la topografía de espacios
geográficos . ] como la descripción de los estados de ánimos
padecidos en ellos formará núcleos esenciales de investigación", señala
Susana Bachmann (2002: 12-13). Hay topos y hay grafía. Lo cual conlleva a una
reflexión de la escritura en la representación de los lugares recorridos.
Ciertamente, la geocrítica puede recurrir a la "topofilia"
de Bachelard, y a la "topografía" de Bachmann. De hecho, se considera
la "topografía" como herramienta perteneciente a los estudios de la
retórica (Collot 2014: 100), y ha sido incluida en
las figuras retóricas de pensamiento, comprometiendo así la descripción de los
trazos del lugar (Luján 2007: 160). También se ha definido como
"descripción de lugares reales, mientras que la 'topotesia'
evoca lugares fingidos" (Mayoral 1994: 187).
Descifrando los
mecanismos teóricos que articulan la geocrítica,
podemos observar que muchos poetas migratorios latinoamericanos coinciden en
una representación de los espacios por construir o los espacios en ruinas, como
reflejo del territorio de la periferia
Traducción: "Tras cada fragmento destacado del mundo se encuentra un
cuerpo que le brinda existencia".
y del centro de las ciudades, de los arrabales y de los espacios históricos
del interior de la urbe. Este es el caso de Fabio Morábito,
que aquí analizamos, pero también del argentino Jorge Boccanera,
del peruano Eduardo Chirinos, o del chileno Omar Lara, entre otros. Una marca
que se identifica con la frenética actividad urbana del siglo MC, motivada por
migraciones, revoluciones y cambios políticos. Lo señala Marc Augé:
La urbanización del mundo va acompañada de modificaciones en lo que podemos
definir como "urbano". Estas modificaciones guardan, naturalmente,
relación con la organización de la circulación, de las migraciones y de los desplazamientos
de población, con la organización de la confrontación entre la riqueza y la
pobreza, pero podemos considerarlas, en sentido más amplio, como una expansión
de la violencia bélica, política y social. (2003: 100)
Las migraciones
confrontan el desplazamiento y el asentamiento, el asilo en el nuevo lugar. El
hábitat urbano de la periferia, el arrabal, se identifica como el espacio
escogido por la mayoría de los migrantes, aunque no todos son externalizados en
los límites de la ciudad, ya que muchos escritores se incorporan directamente
al interior de la ciudad.
Desde el lugar de
llegada el poeta configura su experiencia migratoria a partir de una
interpretación del espacio circundante, su mirada se orienta al escrutinio del
otro, pero también al arrabal o al lugar apartado y en ruinas. Un espacio que
suele ser dotado de originalidad desde su mirada como foráneos. Los poetas
alejan su interés de los no-lugares, del mundo de lo "demasiado
lleno". Aquellos espacios de abundancia que se repiten y colectivizan la
experiencia espacial, como calles principales o centros comerciales[6] . Lugares a los que Augé contrasta los espacios
de "lo vacío":
Lo lleno y lo vacío se frecuentan. Eriales, terrenos improductivos, zonas
aparentemente carentes de calificación concreta rodean la ciudad o se infiltran
en ella, dibujando en hueco-grabado unas zonas de
incertidumbre que dejan sin respuesta la cuestión de saber dónde empieza la
ciudad y dónde acaba. (Augé 2003: 104)
En la poesía
migratoria de Morábito, perteneciente a la obra Lotes
baldíos (1984), corpus principal de este estudio, encontramos la importancia
del arrabal y del solar vacío, así como la identificación geocrítica
de la basura, relacionados con la migración. Afincado en una geografía
literaria que le instala en México, el poeta italo-mexicano
asume la significación del espacio periférico, apartado, como reflejo de su
condición migratoria, de su ser "residual".
Recordemos que Morábito está marcado por la
historia reciente de las migraciones. Su nacimiento en Alejandría, en 1955, en
el seno de una familia italiana, miembro de
la
segunda generación de italianos nacidos en la ciudad egipcia, le distancia del
resto de escritores italianos y de los mexicanos de su generación. El poeta y
su familia parten muy pronto hacia Italia, repitiendo el trayecto que tomó en
décadas anteriores otro poeta coterráneo criado en la misma ciudad, Giuseppe
Ungaretti, mientras se aleja de la existencia del escritor más reconocido de
Alejandría, Constantino Cavafis, que permanecerá en
Alejandría casi toda su vida.
Morábito reside
posteriormente en Milán, hasta los quince años, época en la que se interesa por
la escritura. Bernardo Martín alude a los modelos italianos que persigue en
estos primeros pasos, "a escribir poesía se animó tras leer a Umberto Saba
[. . . ]. Ese fue su padre espiritual. Y sus
referentes, la transparencia de Giuseppe Ungaretti y el sombreado de Eugenio
Montale" (Marín 2014). Es entonces cuando se produce una alteración en el
orden espacial del poeta, cuando su padre emigra a México por razones
laborales. Una avanzadilla que, pasado un tiempo prudencial, traslada a toda la
familia a Ciudad de México. Viajes, instalaciones y desubicación que se
convierten en marca biográfica presente en numerosas composiciones de Morábito, como el poema "Luna llena" incluido en
De lunes todo el año (1992), donde evoca la mudanza: "La vida así, sin
nuestro padre / y sin los muebles, / era un paréntesis" (Morábito 2006: 93).
La lectura geocrítica de Lotes baldíos de Morábito
se instala ya en el título de la obra, donde se refiere a solares sin
construir, a "lotes"8 vacíos, espacios yermos. Estamos ante una obra
que reflexiona sobre el proceso de migración y mediación de la identidad en el
viaje. En ella nos interesamos por dos textos extensos: "Seis
lagartijas" y "Canto del lote baldío", cuyo significado
subjetivo de la experiencia migratoria alude a un cambio de emplazamiento.
"Seis
lagartijas" se compone de seis cantos o partes, con trece versos cada una.
"Canto del lote baldío" tiene cien versos estructurados en veinte
estrofas de cinco versos, respectivamente, donde el poeta nos asoma a los
territorios vacíos de la ciudad. El concepto de "lote baldío" se
convierte en el elemento espacial que atraviesa los dos textos y se recrea como
emplazamiento metafórico a partir de un punto-yo que evoca la ambigüedad de lo
lleno y lo vacío en el trámite de ir completándose. Veamos la sección
"II" de "Seis lagartijas".
La ciudad tiene lugares donde no sucede nada, lotes baldíos ocultos tras una barda. Afuera, un número de teléfono 5 se despinta, nadie compra.
8 Incluimos la definición dada por el DRAE: "ADJ. Dicho de la
tierra: Q1e no está labrada ni adehesada. U.t.c.s.m.
| 2. Vano, sin motivo ni fundamento. Discurso baldío. I II. M. 3. Am. solar (l
porción de terreno)". Como se aprecia en la última entrada,
"lote" en América corresponde a "solar"
Protegidos por el
muro, asciende la lagartija, se espesa el matorral entre basuras. Si hay otra
vida, 10 que sea así. Atrás de un muro
ser sólo botellas rotas, latas rendidas de lluvia. (2006: 16)
El texto explora
el valor poético del solar vacío, del espacio sin aparente significación,
rodeado de basura, a la vez que asienta parte del contenido migratorio, que
será recurrente en la obra de Morábito: la existencia
de un signo estático, "muro" que es señal de construcción y de
delimitación. Ahora bien, compartimos que "la poesía se revela
indiferentemente en el cielo o en el bote de la basura", como defendía
Luis Cardoza y Aragón (1977: 472) —y asumía también Baudelaire en "Le Cygne" • la idea de integrar dos espacios distintos,
la "ciudad" y los "lotes baldíos ocultos" donde el sujeto
interactúa, reclama un escenario dialéctico entre el afuera y el adentro, una
mirada singular al espacio urbano.
La incorporación
del bestiario, "la lagartija", también actúa como canalizador de los
territorios del afuera y del adentro. La estrofa que mejor refleja el entre-deux, o espacio intermedio, en el que podemos
comprender la existencia migratoria del joven Morábito,
nos sitúa en los últimos cuatro versos, donde tras una descripción física del
espacio, el poeta acude a una oración condicional de tono existencial: "Si
hay otra vida, / que sea así", empatizando con el espacio que transita en
la ciudad sin un significado definitivo.
Retomando las teorías de Gina Saraceni, quien concibe la obra de Morábito a partir de una dialéctica entre construcción y
mudanza (2008: 131), como permanente estado de indecisión, de búsqueda de
arraigo y de descentramiento, identificamos en el último fragmento del poema,
"VI", la necesidad de instalación, de creación de contenido.
Un llenado de lo vacío:
Bien. Ya tenemos muro; hay que
mirarlo, ahora, imaginar la casa; es el mejor momento de una
edificación: 5 todo es limpio y posible,
todo es un don del aire, todavía no hay nada que contar, sólo sueños. Qyedémonos un poco en esta prehistoria, esta tierra de
nadie donde el muro es de todos. (2006: 18)
"Seis
lagartijas" concluye, así, con la referencia a un proyecto de
"casa" que ocupe en la imaginación ese espacio "baldío".
Trasciende la necesidad de "edificación" hasta lograr que el terreno
adquiera existencia. Los lotes baldíos, "esta tierra de nadie", se
alejan de su rechazo y construyen una mirada comunitaria. El "muro"
al que aludíamos antes aloja aquí la fijeza y el estatismo, donde arraiga el yo
junto a los otros.
A través delpunto-yo geocrítico se aporta
relevancia al "lote baldío" como significado migratorio. Los espacios
que no han podido concluir son en verdad lugares a medias. Si el poeta arraiga
en ellos, si su mirada se entrega a territorios que pasamos de largo, terrenos
ausentes o escombreras a las que no damos importancia, debemos consignarlos
como rastros existenciales de su obra: representaciones de su ser y de su
estar. Como reclamaba Angel Rama, destaca el valor
testimonial que adquieren los espacios cotidianos aparentemente irrelevantes en
manos de escritores que sepan entender su lectura:
Las ciudades despliegan suntuosamente un lenguaje mediante dos redes diferentes
y superpuestas: la física que el visitante común recorre hasta perderse en la
multiplicidad y fragmentación, y la simbólica que la ordena e interpreta,
aunque sólo para aquellos espíritus afines capaces de leer como significaciones
los que no son nada más que significantes sensibles para los demás, y, merced a
esa lectura, reconstruir el orden. Hay un laberinto de calles que sólo la
aventura personal puede penetrar y un laberinto de los signos que sólo la
inteligencia razonante puede descifrar, encontrando su orden. (1988: 40)
La habilidad de Morábito consiste en percibir el significado poético de los
espacios y de los objetos, con el objetivo de proponer un diálogo
fenomenológico con lo que le rodea. El poeta vincula al observador y al
participante del lugar poetizado, al sujeto lírico, con la respiración
existencial que evoca el espacio vacío.
En "Canto del
lote baldío", la última composición de Lotes baldíos, el poeta recorre la
mayor parte de los aspectos temáticos y formales de todo el poemario. En una
versificación regular compuesta por heptasílabos y pentasílabos, la voz lírica
adopta una escenografía juglaresca en la declamación a un público-lector. Morábito resuelve aquí una defensa de los espacios
marginales, de lo incomprendido. Asistimos a la poetización de la basura y de
la naturaleza salvaje, que establece puentes de conexión con los espacios
apartados del pasaporte de lo urbano. Debido a la extensión del texto, con
veinte estrofas de cinco versos cada una, solo presentamos los fragmentos más
significativos desde el punto de vista geocrítico: aquí,
lugar violado por los perros, las ratas y los amantes pobres de este barrio, paisaje amorfo y sin historia.
Lo vi pasando y quise entrar como de chico entraba en una iglesia. Me atrajo
el santo olor de hierba y de basura. 15 (2006: 56)
Las dos estrofas,
la segunda y la tercera del poema, sitúan al sujeto lírico en el lote baldío
como punto-yo: "aquí, lugar violado". El lote es descrito desde su
marginalidad, mientras que la adjetivación lo identifica como espacio sin
forma, sin tiempo y sin historia. De este modo, el paisaje queda a expensas de
ser llenado, de incorporarle vida.
La hierba
representa también un reflejo de lo salvaje y lo natural, es aliada de los
despojos, de los residuos, como ya hiciera en "Seis lagartijas", en
los versos 9 y 10 de la sección "II" concibiendo la conexión entre
los matorrales y la basura. Es decir, a la vez que la basura refleja el despojo
y el elemento desprendido, la hierba perfila en el significado del "lote
baldío" una mezcla de existencia y deterioro:
'IO ser como esta
lata de cerveza, de nuevo hueca, de nuevo amiga, de nuevo en relación con mi
imaginación! 50
Llevarla a casa. No, mejor dejarla viva acorde con el todo, aquí habría que
traer la casa y la familia, 55 (2006: 57)
Si en las
anteriores estrofas Morábito indaga en el solar
vacío, en estas dos estrofas, que ocupan un lugar intermedio del texto, se
procede a la comunión entre el sujeto y la "lata de cerveza", objeto
que intensifica lo vacío de la periferia, la basura, el escombro. El sujeto
integra un elemento que simboliza el rechazo y el vaciado. Morábito
resuelve las posibilidades representativas de la "lata",
convirtiéndola en reflejo de una realidad que debe terminar de tomar forma. Una
realidad que se mantiene en un permanente estado de indeterminación:
"llevarla a casa. No, / mejor dejarla viva". El sujeto lírico evoca
así una tensión entre la espacialidad inmediata y familiar, y la posibilidad de
ser el yo quien asuma la condición marginal y confluya con el "lote":
un ir y venir existencial o entredeux identitario.
Por todo ello,
parece lógico afirmar que las posibilidades artísticas de estos espacios
singulares, y de los lugares utilizados para dejar basura, convenientemente
descritos por Marc Augé, trazan una analogía con la
obra de Morábito:
El encanto de las obras en construcción, de los solares en situación de
espera, ha seducido a los cineastas, a los novelistas, a los poetas.
Actualmente, este encanto se debe, en mi opinión, a su anacronismo. En contra
de las evidencias, escenifica la incertidumbre. En contra del presente, subraya
a un tiempo la presencia aún palpable de un pasado perdido y la inminencia
incierta de lo que puede suceder. [. . .]. Las obras en construcción, en su
caso al coste de una ilusión, son espacios poéticos en el sentido etimológico:
es posible hacer algo en ellas; su estado inacabado depende de una promesa.
(2003: 106)
El poeta italo-mexicano refleja su identificación migratoria en el
"lote" transponiendo el significado de su desplazamiento a México a
través de una ecuación que evoca lo vacío a la espera de ser llenado. Lo
"significado" que espera significar, la incertidumbre y el desafío
que buscan la identificación.
El sujeto lírico
transita el estar de lo que aún no está, el ser que ha dejado de ser.
Representa una permanente búsqueda de ubicación y la necesidad de una nueva
identidad que mezcle lo salvaje (natural) y el pasado (el residuo, la basura,
lo que ha dejado de ser).
De una forma
sutil, sin referentes cartográficos, la mirada geocrítica
de Fabio Morábito explora el diálogo del sujeto con
el lugar, vivido en tal caso desde la experiencia, no desde la descripción o el
balizamiento realista. Acude a una instantánea del interior del nuevo paisaje,
donde sitúa al sujeto poético.
El espacio del
despojo y del vacío metaforizan entonces el desplazamiento y el
"asentamiento". Permiten al poeta instalar su lejanía gradualmente e
identificar su desprendimiento migratorio con lo que le rodea, sin reivindicar
una residencia definitiva, apenas dejando entrever que no es la noción de
centro lo que promulga su poética migratoria.
Ciertamente, Morábito evoca un horizonte de
medianía. Un lugar intermedio sobre el que transita insistentemente, trazando
equilibrios entre lo vacío y lo lleno, entre lo periférico y el kilómetro cero
de la ciudad. Discurriendo entre el espacio salvaje y el domesticado. El poeta
se afirma como una voz del entre-deux migratorio que
no se vincula a un lado o a otro del ser y del estar.
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[1] Esta triada ya tiene un precedente cercano en la teoría de Octavio Paz que evoca los elementos del poema: "El poema, no es ese espacio vibrante sobre el cual se proyecta un puñado
de signos como un ideograma que fuese un surtidor de significaciones. Espacio, proyección,
ideograma: estas tres palabras aluden a una operación que consiste en desplegar un lugar, un aquí, que reciba y sostenga una escritura: fragmentos que se reagrupan y buscan constituir
una figura, un núcleo de significados" (Paz 2008:270).
[2] Se fundamenta principalmente en los estudios de geografía y topografía, en el componente físico, a pesar de que puede reflejar lugares imaginarios, como
el juego de disfraces
múltiples de Las ciudades invisibles (1998) de Italo Calvino. El espacio
explícito sirve como soporte para la obra (Collot 2014: 59-86).
[3] Figura aquí la interacción del espacio humano con la literatura a partir de elementos que convergen en el punto-yo (Aínsa 2006: 27). Para Michel Collot, el yo desarrolla el reflejo del paisaje, y
el paisaje es reflejo del yo (2014: 87-104).
[4] La denominación "geopoética" es
reivindicada desde dos escuelas poéticas, por Michel Deguy
y por
Keneth White, que
defienden propuestas
literarias diferentes. Siguiendo la lectura de Collot, Michael Deguy indaga en el sentido, en la búsqueda de signos, en un desciframiento del entorno (2014:117), mientras Keneth
White se interesa por la fusión en los escritores entre espacio e historia, la influencia del espacio en la escritura, "la nature de
l'ecriture" (2014:119).
[5] Hemos querido traducir aquí el concepto que Michel Collot
denomina "égogéographie"
(2014: 103).
[6] Para Marc Augé, "vivimos en un mundo de la redundancia, en el mundo de lo demasiado lleno, en el mundo de la evidencia. Los espacios de paso, de tránsito, son aquéllos en los que se exhiben con mayor insistencia
los signos del presente"
(2003: 102-103).