Universidad
Autónoma del Estado de Morelos (UAEM)
Las
posibilidades pedagógicas de Las batallas
en el desierto: la literatura como fomento al pensamiento crítico
Recibido: 27.03.2017
Aceptado: 03.12.2017
¡Nooo! ¡Mariana!
Juan
A continuación, relato un estudio de caso en mi experiencia como docente humanista: Juan, de 17 años de edad, fue expulsado de la preparatoria en donde estudiaba el segundo año del nivel medio superior. Su madre me contactó para darle clases individuales de literatura. Acepté y comenzamos las clases, que más bien se volvieron asesorías. La palabra “clase”, en el campo semántico de la praxis docente en México, implica la dinámica tradicional de docente/alumno en donde el docente imparte una serie de conceptos y conocimientos y el alumno tiene la obligación de anotar esa información, memorizarla y finalmente comprobar, mediante una serie de pruebas, que ha adquirido dicho conocimiento. La asesoría, en cambio, es más bien una consulta bilateral, la cual brinda la oportunidad de crear espacios de diálogo y cuestionamiento.
Así pues, iniciamos las asesorías. La primera no fue tan bien, sin embargo, le pregunté a Juan cómo era su relación con la literatura, cuya respuesta me dio toda una gama de posibilidades, puesto que la respuesta fue que no tenía relación alguna con ella. En el tiempo que llevo dando clases y asesorías, específicamente para personas interesadas en hacer literatura, en escribir, en crear textos, nunca había encontrado a alguien que no hubiera leído por gusto y que no hubiera escrito por gusto. Así que inicié una inquisición sobre las prácticas docentes de profesores anteriores que pudieron haber minado o incluso exterminado su curiosidad por la lectura, particularmente en tanto a la literatura. Fue muy simple encontrar dicha razón: tenía por obligación leer. Es decir, aún no conocía el gusto de leer. ¿Cuántas veces nos hemos encontrado ante la obligación de hacer o de ser, y nos rehusamos a hacerlo? Su respuesta ante mis sugerencias de lecturas o ejercicios asemejaba a aquellas palabras de Bartleby, el escribiente: “Preferiría no hacerlo” (Melville 2010: 6).
Intenté numerosas lecturas con Juan, a lo que respondía con una clara actitud de apatía, que muy lejos de ofenderme, producía más cuestionamientos acerca de la relación que el sistema educativo tradicional o no tradicional, incluso, fomenta en los estudiantes. Propuesta tras propuesta, todas eran no-recibidas por él. A lo que me refiero es que: no las negaba, ni me decía directamente: “No lo voy a leer”. Decía sí a todo, pero no lo llevaba a cabo. Me encontré desarmada por completo, las herramientas pedagógicas que conocía hasta ese momento me parecían obsoletas e insuficientes. Así que, al igual que él, entré en la apatía. Sin embargo, en una última búsqueda, al leer el texto La resistencia a la teoría, de Paul de Man, encontré una respuesta que, aunque hubiera parecido obvia, no lo fue hasta que la leí y la llevé a la práctica:
A pesar de opiniones demasiado simplistas, la enseñanza no es principalmente una relación intersubjetiva entre personas, sino un proceso cognitivo en el que uno mismo y el otro se relacionan sólo tangencialmente y por contigüidad. La única docencia que merece tal nombre es la investigadora, no la personal […] La investigación tiene que ser, por principio, eminentemente enseñable. (De Man 1990: 1)
De esta forma, recordé que estaba realizando una labor de
investigación y que tenía al alcance
lecturas recientes acerca de la obra de Michel Foucault. Por lo tanto, pensé en
la importancia de la escritura para
todo ser humano, que es el de “retener la flecha de la muerte”. Leímos y comentamos en una asesoría
un fragmento del libro Foucault y el
poder, cuya lectura, aunque si bien es filosófica, también contiene figuras alegóricas y otros tropos que atrapan al lector:
Hablamos y escribimos para no morir: en tanto estemos en relación con el lenguaje, en tanto se hable o se escriba, se está inmerso en la vida. Hablamos y escribimos para sabernos vivos, para enfrentar la muerte. […] El lenguaje, para frenar el paso a la muerte, debe continuarse a sí mismo sin detención ni freno, debe apresurarse para ganarle un espacio a la muerte que se halla allí para detener la palabra. […] Tal como lo muestra Las mil y una noches, en que Scherezada vuelve a recomenzar su narración en la noche mil uno […] para detener el cumplimiento de su muerte que se mantiene a la espera el tiempo que dure su relato: si su relato se detiene, la muerte caerá sobre ella inexorablemente. (Foucault apud García Canal 2002: 28, 29)
Discutimos acerca de la relación de la escritura y la lectura con la muerte. Me percaté de que Juan, anterior a esto, no se había hecho consciente de la muerte y, por lo tanto, tampoco había advertido la relación de la finitud del humano con el alcance de la literatura como medio de comunicación, de expresión y de pensamiento, aún pese a la muerte. A partir de aquel día, su vocabulario y su expresión rebasaron los monosílabos para transformarse en expresión de ideas completas, cuestionamientos y propuestas.
Le pedí que leyera Las batallas en el desierto, de José Emilio Pacheco. Pensando en la extensión y su amena lectura, creí que sería buena idea que Juan lo leyera en el lapso de una semana. Al encontrarnos de nuevo, le pregunté si había leído. Podía ver en su mirada esquiva un claro “No”. Así que, en ese instante, le di tiempo para que leyera el primer capítulo. Terminado, le pedí que hiciera una ilustración. Aquí, cabe aclarar que dentro de sus habilidades y gustos está el dibujo. Hizo lo que se observa a continuación:
“Las batallas en el desierto. Capítulo I”, “J”
Al terminar el dibujo, lo comentamos. Me dijo que le llamaba la atención cómo la cultura estadounidense se iba apropiando de México en aquel tiempo y que él, habiendo vivido un año en Estados Unidos, también consumía hamburguesas y todo tipo de comida y marca de la cultura estadounidense, sin preguntarse por qué lo hacía aun estando de nuevo en México. “Vivimos pensando que podemos fingir ser alguien más, y no lo somos”1, fue el argumento que me dio ante la ilustración que recién había terminado. Le pedí que leyera el segundo capítulo para luego ilustrarlo y comentarlo con el dibujo, después el tercero, y se terminó el tiempo de la asesoría. Finalmente, él propuso continuar con esta dinámica en su casa para terminar de leer la novela.
La siguiente ocasión me mostró siete dibujos. Pregunté inmediatamente si había terminado la novela. Me miró, no bajó la cabeza, ni se limitó a contestar con monosílabos, sino que explicó: “Al llegar al séptimo capítulo no tenía material para dibujar, y no quería quedarme sin saber qué pasaba. Así que terminé de leer todo”2. No esperó a que le hiciera preguntas y dio comentarios sin cesar:
¿Por qué Mariana se muere? Cuando llegué a esa parte dije: “¡Nooo! ¡Mariana!” Jim me caía muy mal. Me llamó la atención que todos los adultos, se supone que son más maduros que Carlitos, y que deberían ayudarlo, y son los peores, son inmaduros y se la pasan juzgando a Carlitos. Mariana sí lo trata muy bien, como deben ser los adultos, le explica por qué no puede pasar nada entre ellos y no se burla de él como Carlitos pensaba que pasaría. Otra parte que me llamó la atención fue cuando los psicólogos lo analizan, como si él no estuviera ahí. Pero a su hermano, que se aprovecha de las muchachas, lo tratan como si no pasara nada, como si fuera algo normal, y en vez de regañarlo o llevarlo también al psicólogo o con el cura, despiden a las muchachas. Y cuando descubren que Carlitos está enamorado de Mariana hasta lo ponen en cuarto aparte, para que esté aislado de los demás, como si fuera un depravado3.
Al ver el resto de las ilustraciones, Juan confirmó con sus descripciones y comentarios el ejercicio de pensamiento que estaba elaborando él mismo. A continuación, se muestran las ilustraciones y daré los comentarios Juan.
En la ilustración del Capítulo II, Juan hizo referencia al Hombre del Costal, el gran Robachicos que, de acuerdo con la voz narradora de Las batallas…, “Si vas a Romita, niño, te secuestran, te sacan los ojos, te cortan las manos y la lengua, te ponen a pedir caridad y el Hombre del Costal se queda con todo. De día es un mendigo; de noche un millonario
1 Asesoría “J”, Morelos (2016).
2 Ídem.
3 Ídem.
elegantísimo gracias a la explotación de sus víctimas” (Pacheco 1999: 14). Juan comentó: “Me sorprendió que desde aquel entonces existiera ya eso y más aún que todavía exista. Gente que trafica con gente”4.
“Capítulo II”, “J”
En la ilustración del Capítulo III, Juan dibujó al centro de la imagen una televisión, un sofá y una persona que podemos asumir que ve el aparato mientras ríe. Afuera a lo lejos hay una bomba explotando, siendo ignorada. En Las batallas… se lee:
En la guerra asesinaban a millones de madres. Pero no lo sabía, no lloraba por ellas ni por sus hijos; aunque en el Cinelandia —junto a las caricaturas del Pato Donald, el Ratón Mickey, Popeye el Marino, el Pájaro Loco y Bugs Bunny— pasaban los noticieros: bombas cayendo a plomo sobre las ciudades, cañones, batallas, incendios, ruinas, cadáveres. (Pacheco 1999: 21)
Juan dijo al respecto de su ilustración: “No me había dado cuenta de que la gente muere. No me había dado cuenta de que cuando era más niño había todo un mundo afuera, que había catástrofes. Ese niño viendo la tele, ignorando el mundo, soy yo”5.
“Capítulo III”, “J”
En la ilustración del Capítulo IV, hace referencia al contraste que muestra el autor de la novela con respecto a las clases sociales a la hora de reunirse a comer. Dice Carlitos: “Millonario frente a Rosales, frente a Harry Atherton yo era un mendigo” (Pacheco 1999: 24). Carlitos va a comer con esos dos compañeros a sus respectivas casas en diferentes momentos. En uno es excluido porque la familia de Harry habla sólo en inglés y tienen etiqueta en la mesa. En la familia de Rosales, se siente obligado a comer quesadillas de sesos que le dan asco. Al respecto de la ilustración, Juan dijo: “Los tres cerdos son las dos familias. Carlitos es diferente, no pertenece a ninguna de las dos casas”6.
“Capítulo IV”, “J”
La ilustración del Capítulo V muestra un “plato volador”, un sándwich asado en el aparato dibujado atrás, platillo que cocina Mariana para Jim y Carlitos, cuya descripción en la novela afirma que era “todo lo contrario del pozole, la birria, las tostadas de pata, el chicharrón en salsa verde […]” (Pacheco 1999: 29). Le pregunté al sujeto “J” por qué era importante ese dibujo. Él contestó:
6 Ídem.
“Porque es cuando conoce a Mariana, y es cuando todo se pone mucho más interesante. Luego de ese capítulo ya no quería dibujar, quería seguir leyendo. No me había pasado antes con un libro, siempre los dejo botados, nunca los termino, aunque sean cortitos. Pero seguí dibujando dos capítulos más”7.
“Capítulo V”, “J”
En el capítulo VI, “Obsesión”, leemos:
Volví a ser niño y regresé a la plaza Ajusco a jugar solo con mis carritos de madera. […] Jugaba en la plaza Ajusco y una parte de mí razonaba: ¿Cómo puedes haberte enamorado de Mariana si sólo la has visto una vez y por su edad podría ser tu madre? […] Pero otra parte, la más fuerte, no escuchaba razones: sólo repetía su nombre como si el pronunciarlo fuera a acercarla. (Pacheco 1999: 33, 34)
Dijo Juan: “Yo no me he enamorado de alguien mayor que yo, pero sí [sé cómo es eso] me he enamorado, y es horrible que estás haciendo una cosa, o intentas hacerlo, y ahí está en los pensamientos, y no se va, y no te deja en paz”8.
“Capítulo VI”, “J”
En la ilustración del Capítulo VII hay una sola figura a diferencia de los demás dibujos. Este capítulo, “Hoy como nunca”, podemos considerarlo el punto clímax de la novela, en donde Carlitos no soporta el silencio y se atreve a escapar de la escuela para ir a casa de Mariana y confesar sus sentimientos. Mondragón, el profesor de Carlitos, va con Jim a la casa de Mariana y la tensión crece en la narración. Juan, en relación a su ilustración, afirmó: “Así es [como se siente] el amor”9.
“Capítulo VII”, “J”
Me preguntó: “En la escuela, mi hermano leyó el libro, y el
profesor les dijo a todos los alumnos que al final todo había sido un sueño. ¿Fue un sueño?”10. Lo miré asombrada
por la poca perspicacia de tal profesor,
o bien, por su gran astucia para intentar esconder
aquella gran crítica que contiene la novela en tanto a las
contradicciones y absurdos de la sociedad,
la política y la moral. Le contesté: “¿Tú crees que es un sueño? Sí, hay
razones para creerlo, como el hecho
de que Carlitos entre al edificio y absolutamente todos nieguen la existencia de Mariana…”11. Interrumpió Juan: “¡Sí los compró el papá de Jim, a todos!
Él la mató, lo disfrazó de suicidio. Y así es, los corruptos
compran la verdad, ocultan lo que
9 Ídem.
10 Ídem.
11
Ídem.
no les conviene, matan a los que no están de acuerdo. Carlitos cuenta la historia para retener la muerte de Mariana”12. Vio hacia el infinito, hizo una pausa, finalmente volvió su mirada y dijo: “¿Ahora qué libro vamos a leer?”13.
DE MAN, Paul. La
resistencia a la teoría. Ed. de Wlad Godzich, trad. de Elena Elorriaga y Oriol Francés.
Madrid: Visor, 1990.
GARCÍA CANAL, María Inés. “1. La relación entre el lenguaje y la muerte”. Foucault y el poder. México: UAM-X, 200. 28‐30.
MELVILLE, Herman. “Bartleby, el
escribiente”. Biblioteca Virtual
Universal. Argentina: Editorial
del Cardo, 2010.
PACHECO, José Emilio.
Las batallas en el desierto, 2a. ed. México:
Era, 1999.
Asesoría “J”. Morelos, primer semestre 2016.