María Ema Llorente

Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM)

 

 

Los aforismos en la literatura española actual.

La dimensión ética de la escritura

Recibido: 13.05.2017

Aceptado: 29.10.2017

 


En los últimos años, la escritura de aforismos en la literatura española se ha visto incrementada de manera considerable, tal como demuestra la existencia de un elevado número de libros dedicados a este tema como, por ejemplo, El mundo hecho pedazos, de Lorenzo Oliván (1999); El equilibrista. (Aforismos y microensayos), de Andrés Neuman (2005); Electrones (Aforismos), de Carlos Marzal (2007); Pura lógica (500 aforismos), de Benjamín Prado (2012); Las islas sumergidas, de Eduardo García (2014); o Aire de comedia, de Ramón Eder (2015), por citar sólo algunos de ellos.

El aumento de este tipo de escritura aforística ha propiciado también la aparición de estudios monográficos y antologías, como la de José Ramón González, Pensar por lo breve (2013), que recoge aforismos de diferentes autores y obras publicadas en España entre 1980 y 2012. En esta recopilación se habla de “una expansión sostenida y


silenciosa del género aforístico” (González 2013: 13-14), género que se ha llegado a calificar incluso como “el género del siglo XXI” (Pérez 2013)[1].

Como posibles causas de este resurgimiento de la escritura aforística se han apuntado, por ejemplo, la existencia de las redes sociales y la brevedad que imponen a la expresión; las circunstancias y preferencias del mercado editorial actual; o el reciente fin de siglo, que pudo haber otorgado una pulsión fragmentaria y filosófica a la escritura literaria (cfr. Martínez 2012a: 16).

Además de estas razones, creo que podría señalarse también como un posible motivo de este desarrollo de lo aforístico la tendencia en la poesía actual a la reflexión; la orientación hacia preocupaciones filosóficas y existenciales y determinadas formas de crítica y compromiso social[2], tendencia acorde con el contenido que suelen manifestar los aforismos de tipo filosófico o moral, a cuyo análisis se dedicará el presente trabajo.

Antes de iniciar el análisis de este tipo de aforismos resulta necesario, sin embargo, hacer ciertas matizaciones en relación con algunos de los problemas centrales que suscita el estudio de estas formas literarias, aspectos que resultan relevantes o pertinentes para las cuestiones que se plantearán en las páginas siguientes.


En primer lugar, habría que mencionar la dificultad que plantea el aforismo en cuanto a su definición, así como la proximidad que guarda con otras formas breves. No siempre resulta fácil establecer los límites que separan los aforismos de otras manifestaciones como los apotegmas, los adagios, las sentencias, los proverbios, los refranes, las máximas, los epigramas o los axiomas, dificultad que se incrementa con la

1Aunque los géneros breves, en forma de máximas, sentencias y proverbios, han estado siempre presentes de una u otra manera en la producción literaria española y han llegado a considerarse incluso como algo “propio a lo español”, como decía Juan Ramón Jiménez, la escritura de aforismos se incrementó de manera especial a principios de siglo XX, con las obras de Antonio Machado, José Bergamín, Ramón Gómez de la Serna y Ramón J. Sender (cfr. Neila 2008). A este primer impulso o repunte de la escritura aforística contemporánea vendría a sumarse otro más reciente, efectuado en las últimas décadas, haciendo que pueda hablarse así, como hace Érika Martínez, de “dos auges del aforismo español, uno acontecido durante el primer tercio del siglo XX y otro que va desde los pasados años noventa hasta la actualidad” (2012a: 15).

2En la poesía publicada en España en los últimos años puede observarse un aumento de las expresiones críticas y comprometidas, que tanto desde unos contenidos orientados hacia la realidad social y sus circunstancias, como desde unas formas de expresión que se separan de la norma y de la división de géneros y disciplinas, cuestionan el discurso artístico establecido mediante la puesta en práctica de lo que algunos autores han denominado una “estética de la otredad” (Saldaña 1999). Este tipo de propuestas también han recibido los calificativos de “poesía entrometida”, en palabras de Fernando Beltrán (1989); “nueva poesía social”; “poesía de la conciencia crítica”; “escritura del conflicto”; “literatura activista” o “poesía en resistencia”, en el panorama que ofrece Enrique Falcón (2007: 11), y su presencia puede apreciarse en el aumento de estudios y antologías que se centran en este tipo de manifestaciones, como, por ejemplo, Poesía en pie de paz. Modos del compromiso hacia el tercer milenio, de Luis Bagué Quílez (2006); Once poetas críticos en la poesía española reciente, del mencionado Enrique Falcón (2007); Humanismo solidario. Poesía y compromiso en la sociedad contemporánea, de Remedios Sánchez García (2014); o Poesía en acción: poemas críticos en la España contemporánea (2014), de Marina Llorente.


aparición de términos originales y novedosos, entre los que pueden incluirse desde las greguerías de Ramón Gómez de la Serna, hasta formulaciones más recientes, como los electrones, de Carlos Marzal; los aforemas, de Miguel Ángel Arcas; las pompas de jabón, de Ramón Eder; o los barbarismos, de Andrés Neuman.

Además de esta indeterminación terminológica, y con respecto al contenido que expresan y con el momento histórico en que aparecen estas formas de escritura, algunos críticos distinguen entre los aforismos que podrían considerarse “clásicos”, más próximos, como señala Paulo Gatica, a fórmulas sapienciales de transmisión de un conocimiento “universal”, y los aforismos “modernos”, cuyo origen podría situarse al inicio de las manifestaciones románticas (Gatica 2016: 27). La diferencia entre ambos residiría, como indica José Ramón González, en la función o la intención de cada uno de ellos. Mientras los aforismos clásicos están orientados a la transmisión de un saber general o universal, los aforismos modernos tienden a la expresión de verdades particulares o individuales y su validez resulta efímera y temporal. A diferencia de éstos, y como el mismo autor señala, los aforismos clásicos

tratan de establecer verdades universales e intemporales, cuya validez es independiente de la voz que las formula. Enuncian una verdad que no vale sólo para un individuo singular, sino para el hombre universal, y por eso recurren con frecuencia a fórmulas impersonales y emplean términos de valor colectivo […] (Se trata de un) enunciado transpersonal, que apunta a una verdad compartida por una comunidad, cuya enunciación parece igualmente impersonal, y en la que el efecto de universalidad se suma al de veracidad, o al menos, de verosimilitud y probabilidad. (González 2013: 25)

 

Esta concepción del aforismo en relación con el saber, el conocimiento y la verdad o la veracidad permite asociarlos, como hacen algunos autores, con los proverbios[3] y las máximas, tal como puede comprobarse en algunas de las definiciones existentes del término. Julio Casares, por ejemplo, define el aforismo como “una sentencia breve y doctrinal que se propone como máxima” (Galán 2014: 127), definición semejante a la que se encuentra en el Diccionario de retórica, crítica y terminología literaria de Marchese y Forradellas: “Breve máxima que encierra, en la mayor parte de los casos, un ideal de sabiduría o una reflexión ética o estética” (Galán 2014: 127).

 

 


3Justo Serna se refiere a los proverbios de la Antigüedad en términos muy similares a los utilizados por José Ramón González en la definición anterior: “En la Antigüedad y después, los proverbios fueron el pensamiento popular que condensaba y fijaba enseñanzas tradicionales, prescripciones colectivas. Se basaban en el sentido común, en la evidencia incontestada de las cosas. Los proverbios eran así, aserciones prácticas de doctrina. Cada perla era la cuenta de un collar. Había un todo conocido ―esa doctrina―, el todo del que el proverbio era un detalle” (2012: 8).


Por el contrario, los aforismos considerados “modernos” tienden, como ya se indicó, a la expresión de verdades individuales y particulares y a la manifestación de las opiniones personales y subjetivas de quien los formula, aspecto central para lo que aquí se plantea y que se analizará por extenso en el primer apartado de este trabajo.

Además de las matizaciones anteriores, algunos estudios distinguen también entre los aforismos metafóricos o poéticos y los aforismos filosóficos o metafísicos (Heilmich 2006). Esta distinción no siempre resulta fácil, pues, tanto por su definición genérica, como por tradición, el aforismo se presenta como una forma mixta o híbrida que puede contener aspectos de ambos géneros y discursos, el filosófico y el poético, tal como señala Ana Bundgaard, refiriéndose concretamente a estas formas de expresión: “el generólogo encuentra difícil la clasificación de una forma genérica híbrida de naturaleza literaria dudosa en unos casos, mientras que, en otros, es eminentemente poética” (2002: 74-75).

Sobre esta ambigüedad o hibridez constitutiva del aforismo reflexiona Javier Recas más extensamente:

La formulación aguda e ingeniosa del aforismo envuelve un núcleo a la vez poético y filosófico. Literatura y filosofía, arte y reflexión, terrenos colindantes que se fusionan en el genuino aforismo […] Siempre desde ese intento intrínsecamente poético de decir con palabras lo que no se puede expresar, de decir más de lo que con ellas se expone. En esto reside también el arte del aforismo, aunque, a diferencia de la poesía, no fluye, es un bloque compacto, una pieza de peso y aristas cortantes.

Del aforismo se ha dicho que es una forma de expresión intrínsecamente en prosa. Nada hay en la poesía contradictorio con la escueta reflexión, ni en esta con la textura poética. Y ello, no sólo porque es demasiado delgada la línea divisoria entre poesía y prosa, sino por la naturaleza misma de numerosos versos. (2014: 19)

 

Las consecuencias que se derivan de la adscripción a uno u otro género serán fundamentales a la hora de caracterizar al sujeto enunciador de los aforismos, como se verá más por extenso en el siguiente apartado. A pesar de la dificultad de separar radicalmente unos aforismos de otros, algunos autores, entre los que se incluye la misma Bundgaard, aceptan en la práctica la distinción entre ambos tipos de formulaciones: “Desde el punto de vista del contenido se podría diferenciar entre el aforismo filosófico que aspira a expresar la verdad y el puramente literario abierto y con potencia de expresión inconmensurable” (2002: 74-75).

El primer grupo, el de los aforismos filosóficos, se particulariza o se concreta un poco más en el caso de los aforismos de tipo ético o moral, que Manuel Neila describe de la siguiente manera:


Se trata de una modalidad preocupada por los problemas comunitarios: una moralística de sociedad mediante la que el sujeto aprende a ser mortal en el cumplimiento de los deberes cívicos […] Estos aforistas se ocupan ante todo de problemas éticos o de costumbres, conforme a las normas y preceptos establecidos en la moralística clásica francesa, actualizada con rasgos intimistas y temas nuevos. (2008: 3)

 

Centrándome en este último tipo de aforismos, y siguiendo el modelo de análisis propuesto por Kurt Spang en su estudio de las relaciones entre ética y literatura (1988), analizaré la presencia de este contenido o esta dimensión ética o moral en cada uno de los tres elementos o niveles de la comunicación literaria, tanto en el autor, como en la obra o el texto, y en el lector, esperando que este análisis, y la revisión teórica de los aspectos fundamentales de este tipo de escritura que conlleva, permita una nueva reflexión sobre los aforismos en general y sobre sus particularidades y posibilidades de expresión.

 

1) El género aforístico y el autor. Opinión, subjetividad y autobiografía

En primer lugar, considero que la elección misma de esta forma de escritura por parte de los autores manifiesta ya una determinada postura crítica y ética, por las posibilidades que ofrece para la expresión de opiniones y juicios en relación con determinados aspectos de la realidad

Como se vio en el apartado anterior, lo que importa o lo que se valora en este tipo de aforismos modernos, a diferencia de lo que ocurría en los aforismos clásicos y otras formas breves de expresión, es, precisamente, la visión o la opinión personal y particular de un autor individual. José Ramón González afirma en este sentido que “el moderno aforismo renuncia casi siempre a la impersonalidad y a la intemporalidad y se ofrece ante el lector como la palabra de un sujeto singular, en un momento determinado” (2013: 26). Se trataría así de: “La expresión de verdades parciales y provisionales, propias de un autor y de un momento y una circunstancia concreta” que, en la opinión de este mismo autor, funcionan como “testimonio del momento preciso en el que se hacen presentes a la conciencia enunciadora” (2013: 28-29).

También Roukhomovsky (2001: 111) hace referencia a cómo el escritor de aforismos actuales no habla por toda una colectividad, o desde una experiencia común o compartida, como podía hacer el escritor de aforismos en la Antigüedad, sino que su expresión procede de una individualidad y una subjetividad más personales.

En definitiva, se trata en esta escritura, como afirmará más adelante Justo Serna, de la “expresión del yo ante el mundo” (2012: 9), del enfrentamiento o la oposición de lo


individual a lo colectivo, lo que supone necesariamente una toma de postura ante determinadas situaciones, hechos e ideas, que se formula o se transmite, en este caso, a través de la expresión lingüística y literaria.

En muchos de los aforismos este acto de expresión y enunciación adopta matices críticos y de denuncia, y se presenta como un discurso disidente que se opone a la opinión dominante y que cuestiona los valores establecidos. Como señala Julio César Galán en este sentido:

Tanto en un texto argumentativo como en un aforismo se toma una posición y en algunos casos al igual que en ese tipo de textualidades se establece un juicio, sobre todo en aquellos que atesoran una dimensión ética […] esta postura crece cuando se está en desacuerdo con la opinión del poderoso, sea cual sea su rostro. (2014: 129)

 

Los aforismos se presentan así, muchas veces, como la manifestación de una inconformidad en función de lo existente y lo impuesto, lo que ha llevado a algunos autores a considerarlos como una forma de expresión “que tiende a la discrepancia”, ya sea de manera “semántica, formal, poética, ideológica, espiritual, sensible, filosófica, etc.” (Martínez 2012b: 289).

Julio César Galán manifiesta la misma idea en su visión particular de este género: “Los aforismos discrepan con el mundo e incluso consigo mismos (de ahí su tendencia a la paradoja). Discrepan filosófica, narrativa y poéticamente” (2014: 136), idea que Benjamín Prado expresa, por su parte, mediante la formulación de un aforismo: “Opinar es un acto de indisciplina” (2012: 20).

Esta discrepancia y esta indisciplina que se señalan como características propias de esta forma de escritura pueden responder, por un lado, a la necesidad de provocar y movilizar, que resulta propia del género, pero también pueden considerarse, como se verá más adelante, y como han hecho ya algunos autores, como una reacción al exceso de corrección que predomina en la expresión actual, que ante una “progresiva institucionalización de lo políticamente correcto”, encuentra en la libertad desafiante y cuestionadora del aforismo nuevos cauces de expresión (Martínez 2012a: 16).

En cualquiera de los dos casos, ya se trate de una característica intrínseca o permanente o motivada por las circunstancias actuales, la concepción de los aforismos como expresión particular de un sujeto concreto que se posiciona ante el mundo que le rodea dirige o enfoca la atención sobre el acto de la enunciación y sobre la figura del autor, cuyo estatuto ―como autor real, para unos, o como figura textual para otros―, vuelve a constituir el centro de las reflexiones teóricas y literarias.


Para Santiago Acosta, por ejemplo, la consideración de los aforismos como expresión de la subjetividad del autor conduce a una recuperación del sujeto del texto, entendido no ya como sujeto gramatical, sino como el sujeto real del autor (y también del lector, como se verá), pues, en opinión de este crítico: “Hablar de ética en literatura nos lleva a la recuperación del sujeto. No hay actividad humana sin sujeto” (2011: 227). Esta idea de la recuperación del sujeto en los textos aforísticos permite reflexionar, como han hecho ya algunos autores, sobre la autenticidad, verdad (cfr. Bundgaard 2002:

76) y no ficcionalidad (cfr. Helmich 2006: 31) de este tipo de enunciados.

En este sentido, Erika Martínez sintetiza de la siguiente manera las características que para esta autora tiene esta forma de escritura:

Frente a la poesía, se escriben en prosa. Frente al microrrelato, puede decirse que no son ficcionales ni narrativos. Recopilando lo dicho hasta ahora, un aforismo sería un texto en prosa extremadamente breve, de carácter gnómico, no narrativo y no ficcional, que tiende a la discrepancia. (Martínez 2012b: 289)

 

La inclusión de los aforismos dentro de la categoría de lo no-ficcional permite relacionar este tipo de expresión con las escrituras autobiográficas y diarísticas, tal como hace José Ramón González (2013: 32), y considerar por lo tanto sus contenidos no ya como una invención o una ficción, sino como anotaciones veraces de una conciencia histórica.

En esta misma línea, Roland Barthes no considera al escritor de máximas y aforismos como un escritor, pues no crea o inventa, sino que dice la verdad, o al menos, como dice el autor, “tiene ese proyecto explícito”, por lo que se encontraría más cerca de la figura del intelectual (1996: 118).

El entendimiento o la aceptación de los contenidos expresados en los aforismos como opiniones o juicios verdaderos o reales de su autor supone concederles, de alguna manera, el estatuto de lo autobiográfico. En este sentido, es frecuente encontrar, en los intentos de definición del género, una asociación directa entre lo textual y lo real, y ver los aforismos como expresiones que reflejan fielmente la vida y el pensamiento de sus autores.

En relación con esta idea, Javier Recas hace una reflexión que considero muy pertinente e iluminadora en este sentido:

Desde su humilde silueta, cada una de estas miniaturas son auténticas radiografías de su autor. En pocos géneros existe tan íntima conexión entre vida y obra. Nietzsche quiso declarar expresamente su implicación en cada aforismo: “yo estoy en ellos con todo lo que me fue hostil”, constituían, como él dijo, su yo más íntimo (ego ipssimus). Lo cual no


contradice el hecho de que, en el fondo, hablan de todos y cada uno de nosotros, porque, como escribió Borges, “las cosas que le ocurren a un hombre le ocurren a todos”. (2014: 21)

 

Desde un punto de vista similar, también Carlos Marzal relaciona los contenidos de los aforismos con el mundo y con la realidad, subrayando la relación que existe entre la enseñanza o la sabiduría que transmiten y la experiencia vital:

la voz del aforismo se disfraza de sabiduría, se permite la licencia de investirse de una condición experta. El aforista, cuando ejerce de tal, es un hombre de mundo, un hombre del mundo, que nos alecciona sobre el mundo del hombre. De ahí que yo entienda como aforismo especialmente la sentencia de carácter moral, la fórmula de intención ejemplarizante (2010: 148)[4].

 

Y el mismo autor expresa esta idea en uno de sus aforismos: “Mis aforismos son puro autobiografísmo” (2013: 115), declaración que adopta un matiz más preciso e interesante en otra formulación del mismo escritor: “Con mis aforismos se podría reconstruir el mapa de los días de mi conciencia” (2013: 161).

Teniendo en cuenta este tipo de consideraciones, resulta posible o incluso inevitable atribuir un contenido o una dimensión ética al acto de opinar que realizan los autores de aforismos y al enjuiciamiento general que hacen del mundo y de los individuos. Estas expresiones se revelan así como una escritura cuyo eje central o su razón de ser la constituye el hecho mismo de la enunciación y que gira o descansa sobre la figura de un sujeto, sea éste real o fingido, o coincida con el autor biográfico o sea una construcción intencional, que observa determinados aspectos de la realidad del momento histórico en el que se escriben y reacciona ante ellos a través de una valoración, una crítica, o una denuncia.

Independientemente del estatuto que se otorgue a la figura de este enunciador, en los aforismos se percibe la presencia de una “conciencia en proceso” (González 2013: 32), que se ofrece como una voz individual que reflexiona sobre el mundo desde un punto de vista crítico y que adopta, como se verá a continuación, una postura ética.

 

2)  El contenido de los aforismos. Corrección de la tradición y defensa de la acción

Unido a la elección de este género o esta forma de escritura y al hecho de expresar mediante ella la opinión personal de quien escribe, el mismo contenido de los aforismos se orienta también, en muchas ocasiones, hacia la denuncia, la crítica y el

 

 


4Las cursivas son del original.


enjuiciamiento de una serie de ideas, situaciones y acontecimientos, lo que deja ver la dimensión ética y moral de estas composiciones.

Como ya se adelantó, según la propia concepción del género, los aforismos filosóficos o morales giran en torno a la valoración de los comportamientos y acciones humanas, siendo habitual en ellos la alabanza de ciertas virtudes y la crítica de determinados vicios. Se trataría, en definitiva, del contenido moralizante o ejemplarizante de los aforismos al que hacía referencia Carlos Marzal en algunas de las afirmaciones recogidas páginas atrás.

En este acto de enjuiciamiento se pone de manifiesto, por un lado, la adscripción inevitable de esta escritura a una tradición particular de pensamiento, cultura y creencias, pero también se evidencia, al mismo tiempo, el grado de separación o discrepancia que las nuevas formulaciones mantienen con respecto a esta tradición, con lo que puede observarse el cambio y la evolución experimentados por una sociedad concreta en un momento determinado.

Podría decirse que el aforismo se sitúa, así, entre la tradición y la innovación; que guarda una tensión o un equilibrio entre la conservación de un determinado estado de cosas y su modificación, lo que equivale a decir, en definitiva, que opone o enfrenta una visión individual y puntual a una corriente general o un pensamiento histórico y colectivo mediante la percepción de lo diferente dentro de lo semejante:

La tradición nos enseña que el aforismo se cultiva para delatar o manifestar todo tipo de estados o juicios. Por un lado, la expresión del yo ante el mundo, la indagación de un individuo que se sabe perteneciente a la humanidad y que a la vez se ve distinto; por otro, la valoración de ese mundo y de la conducta individual. Un observador y un juicio moral: eso es lo que predomina en el género. Alguien que sabe las reglas, que sabe lo que sus mayores hicieron, que sabe cuál es el sentido colectivo que se da a las cosas, pero también alguien que ve lo insólito, lo inaudito, lo paradójico de la vida y de sus normas. (Serna 2012: 9)

 

En el caso de los aforismos españoles contemporáneos, que podrían englobarse, como se vio, dentro de ese gran grupo de los aforismos “modernos”, esta discrepancia o separación de la tradición y de lo heredado se manifiesta básicamente mediante dos procedimientos fundamentales: la negación, corrección o reescritura de aforismos y expresiones anteriores, y la adaptación de sus contenidos a aspectos que resultan más relevantes o que están más en consonancia con las preocupaciones contemporáneas.

En relación con el primer caso, la modificación o alteración de frases hechas se revela como uno de los mecanismos compositivos más frecuentes o recurrentes de este


tipo de composiciones, que funcionan “defraudando lugares comunes” y “traicionando expectativas” (Martínez 2012b: 288).

Esta idea de escritura como corrección y reescritura de lo anterior puede verse en aforismos de Benjamín Prado como los siguientes: “Cortar los árboles es lo que no deja ver el bosque” (2012: 24); “La fe primero ciega y después mueve montañas” (2012: 51); o: “Rectificar no te convierte en sabio” (2013: 41).

Todas estas expresiones y otras similares de otros autores basan su efecto en la modificación de frases ya existentes y aceptadas, que funcionan aquí a modo de un intertexto que el lector debe conocer para poder valorar las variaciones o las modificaciones realizadas y entender el nuevo significado. El intertexto que se utiliza como base de estas alteraciones proviene del acervo o el imaginario cultural compartido, y en muchas de estas expresiones se escuchan ecos de la Biblia, de la filosofía, de la literatura y del refranero popular.

Este tipo de alteraciones resulta ser un mecanismo compositivo muy fructífero y productivo en la escritura de aforismos contemporáneos, como demuestra su alto grado de aparición en distintos autores y obras, con resultados similares a los anteriores. Además de los ejemplos mencionados de Benjamín Prado, este mecanismo de corrección aparece también en algunos aforismos de La arquitectura del aire, de Carlos Marzal, como, por ejemplo: “Con el sudor de la frente uno debería poder ganarse no sólo el pan, sino también la guarnición” (2013: 179); “Un consuelo de tontos no es jamás un tonto consuelo” (2013: 21); o “Parece mentira que haya prosperado tanto la puerilidad de que la vida es sueño y el sueño vida” (2013: 97), frase que corrige o matiza el autor en una nueva formulación: “Lo asombroso no es que la vida sea un sueño, sino que siendo real equivalga a un sueño” (2013: 223).

Correcciones o reajustes similares aparecen en Hilo de nadie, de Lorenzo Oliván: “Si Dios aprieta pero no ahoga, ¿puede haber quien vea en ello un consuelo?” (2008: 75). Y de igual manera en La vida ondulante, de Ramón Eder, “Contra el patético quiero y no puedo, nada mejor que practicar el elegante puedo y no quiero” (2012: 55); “Si se pretende ser sublime sin interrupción se acaba siendo ridículo ininterrumpidamente” (66); “Después de la tempestad viene la calma, y el recuento de cadáveres” (2012: 32); “Uno no se puede ahogar dos veces en el mismo río” (2012: 110); o “el fin justifica los miedos” (2012: 43), en el que puede verse un caso de corrección por alteración fonética o paronomasia.


Con estas modificaciones no sólo se alteran unas formulaciones lingüísticas específicas, sino que se produce un reajuste y un reordenamiento del mundo que, partiendo de una determinada tradición de pensamiento, adapta al momento presente ideas y afirmaciones que ya no se consideran válidas o no resultan operativas.

Además de este tipo de alteraciones, y con relación al segundo procedimiento señalado, en muchos de los aforismos actuales puede verse un proceso de orientación de los contenidos tradicionales hacia determinados temas, que dejan ver la inclinación de sus autores hacia la denuncia y la crítica social. Los objetivos contra los que se orienta esta crítica de manera más frecuente son, por ejemplo, el capitalismo, las diferencias sociales, el racismo, la intolerancia, el rechazo a la inmigración o el desempleo, por citar algunos de los temas más recurrentes.

Estas preocupaciones pueden advertirse en aforismos de Benjamín Prado como los siguientes: “Un mercado libre es una suma de ciudadanos presos” (2012: 14); “Un banco es un atraco al revés, de dentro afuera” (2012: 45); “El racismo es la estupidez a flor de piel” (2012: 86); y “Cada vez hay menos fronteras y más vallas” (2012: 95). Lo mismo ocurre con aforismos de Carlos Marzal: “Muchos de nuestros compatriotas son nuestros simpatriotas (2013: 144); y “Cuando el matrimonio no es una empresa de dos, suele ser el negocio de uno” (2007: 39); o Ramón Eder: “Nunca los esclavos han tenido tanta libertad como hoy en día” (2012: 53).

Este tipo de expresiones pone evidencia, como se indicaba más arriba, que los aforismos constituyen un género que, a pesar de estar ligado a la historia y la tradición, mantiene también una estrecha relación con su entorno y con su época, y para el que resultan relevantes el contexto y las circunstancias que rodean su aparición.

En este sentido, y dentro de la preferencia de temas mencionada, muchos de los aforismos contemporáneos giran en torno a la actividad o la pasividad de los individuos y a la oposición o el contraste entre la acción y la inacción, contrastes en los que se valoran positivamente los primeros términos y se condenan los segundos.

Dentro de lo activo o de la acción se incluyen, por ejemplo, distintos actos relacionados con la atención consciente y voluntaria, como el mirar o dirigir la mirada, en contraposición con el hecho involuntario de ver, como ocurre en un aforismo de Benjamín Prado: “Uno no es culpable de lo que no ve, pero de lo que no mira” (2012: 19).


De la misma forma, se oponen escuchar o no escuchar, frente a simplemente oír, tal como aparece formulado en otro aforismo del mismo autor: “Taparse los oídos no hace desaparecer los tambores” (2012: 61).

Matices similares se aprecian también en relación con distintos actos de habla entendidos como acciones, que van desde la distinción general entre el hablar y el callar, como en: “El silencio de las víctimas es la mejor coartada de los verdugos” (2012: 49); hasta precisiones más específicas entre acciones como opinar, denunciar protestar o quejarse, en aforismos como: “La mayor parte de las personas no protestan, sólo se quejan” (Prado 2012: 17).

Además de lo anterior, en muchos de estos textos aforísticos también se considera como acción cualquier forma de intervención física, en oposición a la pasividad del pensamiento y la reflexión, que se consideran de forma negativa. Esta idea aparece repetida en aforismos de Eduardo García: “Quien se sienta a pensar no se pone en camino” (2014: 54); o: “Quien piensa demasiado entrega sin saberlo la plaza al enemigo” (2014: 62); Benjamín Prado: “Si te lo piensas dos veces, te equivocas el doble” (2012: 15); Lorenzo Oliván: “La acción quizás impida pensar, pero nos pone en marcha hacia ideas más fuertes” (2008: 36); Carlos Marzal: “Si uno fuese sensato hasta la clarividencia, no haría nada: y eso sería un insensatez” (2013: 221); y Ramón Eder: “El que se duerme en los laureles se despierta en un campo de minas” (2012: 63), o “No dejes para la otra vida lo que puedes hacer en esta” (2012: 57).

Esta preferencia por la acción conduce a valorar positivamente la valentía, el atrevimiento y el riesgo, en expresiones del tipo: “Si no juegas con fuego te morirás de frío” (Prado 2012: 52), que invierte, como se mencionó arriba, una conocida frase hecha; o: “Triste el que nunca cae porque nunca ha subido a una montaña” (Prado 2012: 70). En estas afirmaciones los nuevos comportamientos desplazan a valores en otro tiempo considerados como virtudes, como la sensatez, que ahora se cuestiona: “A veces la sensatez está más cerca de la prudencia y a veces más cerca de la cobardía” (Prado 2012: 45). También se cuestiona la prudencia, que llega a verse incluso como un vicio, como ocurre en la expresión: “La prudencia es el vicio del cobarde” (Prado 2012: 83).

Finalmente, y de forma coherente con lo anterior, la omisión o la ausencia total de acción también se consideran de manera negativa, como se deduce de la expresión: “Uno también es responsable de todo lo que no hace” (Prado 2012: 37).

Además de constatar esta defensa de la acción en la escritura aforística actual, resulta interesante observar hacia dónde se dirige esta acción en cada caso concreto, o qué tipo


de acciones se promueven o se valoran, porque no toda acción se considera siempre positiva, sea del tipo que sea, sino sólo aquélla que resulta coherente con el sistema de valores de una sociedad determinada.

En el caso de los textos analizados, la acción recibe connotaciones peyorativas cuando afecta a otros negativamente o supone algún tipo de violencia o agresión.

Así lo expresan nuevamente autores como Benjamín Prado: “No dejes que hacer daño no te duela” (2012: 82); Luis Felipe Comendador: “¿Armas?, no te equivoques, que mata la mano” (2009: 27); y José Luis Gallero, “Las cosas que podíamos haber hecho y no hicimos. Peor aún: las cosas que pudimos no haber hecho e hicimos” (González 2013: 213).

Según los ejemplos anteriores, puede verse cómo en los aforismos contemporáneos la valoración de la acción frente a la pasividad, propia del pensamiento occidental, se enlaza con las necesidades particulares de la época actual para realizar una crítica a la pasividad y a la apatía de la sociedad y de sus individuos, censurados por su falta de iniciativas y de respuestas ante unas vidas regidas por la comodidad, el miedo, la costumbre o la indiferencia, con lo que se pone de manifiesto el compromiso de esta escritura y su dimensión ética.

 

3)  Los aforismos y el lector. Interpretación y participación

La valoración de la acción por encima de la inacción que aparece en muchos de los aforismos contemporáneos y la intención, más o menos explícita, de provocar una reflexión y un cambio de actitud o de comportamiento en el lector permite ver cómo el aspecto ético de estas composiciones incluye también a este último elemento de la comunicación literaria, confirmando la idea apuntada por Santiago Acosta en cuanto a la recuperación de los sujetos en este tipo de manifestaciones.

Aunque la necesidad de un receptor o un interlocutor es general a toda la literatura y a todos los géneros, pues sin un lector y sin la actualización de la obra que éste realiza no tendría razón de ser, parece que la existencia de un destinatario que complete el texto se hace todavía más necesaria en el caso de las formulaciones breves de contenido ético y filosófico.

Con respecto a esta idea, se ha señalado ya cómo los aforismos demandan una alta complicidad del lector, debido a las exigencias que plantea su formulación concisa, su brevedad y la condensación de su pensamiento:


Toda obra literaria requiere de la participación del lector. Quizás las formas breves exijan esta misma participación pero de manera más intensa. Y quizás esto sea así porque trabajan con la sugestión, la elipsis y los sobrentendidos, esas cartas que el escritor da por supuesto que tiene el lector para luego jugársela. (Martínez 2012b: 288-289)

 

Debido a los diferentes elementos y mecanismos formales que se ponen en juego en la formulación del aforismo y a la frecuente complicación de su expresión, se hace necesario que el lector complete los espacios vacíos, paradójicos o imposibles que el aforismo plantea.

Como decía Pierre Charron, alumno de Montaigne, los aforismos son “simientes del lenguaje” y el fruto debe brotar en el lector (cfr. Galán 2014: 134), metáfora con la que se sugiere la idea de prolongación o continuación del aforismo más allá de sí mismo y se destaca la importancia del receptor y de la recepción de este tipo de formulaciones.

De esta forma, el lector se revela como el objetivo último del aforismo, aquél sobre el que se espera que operen o impacten las ideas expresadas y se produzca una reflexión y una toma de conciencia, tanto en relación consigo mismo como con el mundo. Javier Recas desarrolla esta misma idea utilizando la metáfora del relevo o el testigo:

tras su enérgica exposición se esconde una invitación a cuestionar lo que pensamos y hacemos, lejos de fomentar el crudo asentimiento, suscita y promueve su prolongación entregándonos el testigo de la reflexión. Un factor, por cierto, en profunda sintonía con la estética literaria de la recepción y su concepción de la obra como una creación abierta, necesitada de la complicidad del lector. (2014: 18)

 

También Carlos Marzal llama la atención sobre esta misma idea, en un aforismo de tipo metaliterario: “El aforismo, a veces, no está en el aforismo, sino en lo que está cuando el aforismo ha terminado” (2013: 213).

En el caso de los aforismos morales, los contenidos y opiniones que expresan hacen que resulte difícil permanecer impasible ante ellos y que provoquen, de manera más inmediata o evidente que en otros textos, una reacción o una respuesta en el lector. Esta capacidad de provocación constituye para Javier Recas uno de los aspectos fundamentales de todos los aforismos, que está presente en las formulaciones mejor conseguidas de este género:

El genuino aforismo no navega en aguas tranquilas, infla sus velas con los fuertes vientos que azotan nuestra existencia. Sus provocadoras punzadas nada tienen que ver con las amables frases para consumo a granel de tarjetas de felicitación o libros de autoayuda. El auténtico aforismo es mucho más que una cita. Cuando nos auxilia es porque nos asalta, si nos estimula es porque nos provoca. Si no es provocador no es un aforismo logrado. (2014: 23)


Esta reflexión insiste nuevamente en el carácter subversivo del aforismo y lo sitúa en el terreno de un discurso al margen, que se sale de la corriente general, que se aparta, según señalaba arriba Erika Martínez, de la corrección política y que no busca, en definitiva, la tranquilidad o la complacencia del lector.

Este tipo de afirmaciones pone de manifiesto el carácter dinámico del aforismo y su relación con el movimiento, ya sea intelectual, en la adhesión o el rechazo de lo leído, o físico, que se traduce en un cambio de de actitud, de acción o de comportamiento.

Algunos pensadores y críticos han llamado ya la atención sobre esta cualidad o este carácter dinámico del aforismo y la relación que guarda con el movimiento y con lo cinético. Ramón Eder afirma, por ejemplo, que “El aforismo es un género literario que no gusta a los escritores pasivos” (2012: 37), y Carlos Marzal señala también que “escribir aforismos es una actividad cinética: ver avanzar la máquina del pensamiento” (2013: 77). La misma idea la había formulado el mismo Marzal unos años antes, en un texto donde llegaba a considerar precisamente el movimiento y la marcha, tanto literal como metafórica, como una característica propia de este tipo de expresiones:

He llegado a pensar que el aforismo es el género en marcha por definición, el género que genera la propia marcha, el movimiento, el paseo del espíritu. El género inquieto por naturaleza, el que no debe detenerse jamás. En mí, en mi manera de abordarlo y vivirlo, resulta lo cinético puro: aquello que se produce durante el desplazamiento físico y que provoca el desplazamiento mental. Aquello que no sabe estarse quieto, que precisa saltar de un asunto a otro, que quiere curiosear en todos (sic) y cada una de las obsesiones de la imaginación. Lo que salta, lo que está a la que salta. (2010: 156)[5]

 

Estas características de dinamismo y movimiento pueden postularse como constituyentes esenciales de los aforismos, pues están presentes tanto en su concepción o formulación como en las ideas que expresan y en el efecto o la reacción que pretenden conseguir en el lector.

En el prólogo al libro de aforismos de Luis Felipe Comendador, Fernando de la Flor relaciona esta idea precisamente con lo que denomina “una filosofía de la acción”:

tal género ostenta la virtud de que define con precisión el campo de inscripción en el que el sujeto está alojado, y evalúa también las condiciones en que debe (o no) ejercitarse una acción, proponiéndose como marco de una conducta vital. Ello compromete el territorio delicado de una moral, pues verdaderamente amamos el aforismo […] y ello porque apunta directamente al corazón o sistema de las tomas de posición de mundo, y además nos recuerdan que urge esa toma de posición, que es inaplazable el construirlo y que no puede pasar un momento más sin determinarse, sin ejercer una decisión, sin instrumentar una lección de vida que nos saque de la indeterminación y del ir para aquí y para allá como si fuéramos hojas. (De la Flor 2009: 11)

 


5 Las cursivas son del original.


Movimiento, cambio, reflexión, desplazamiento, decisión, acción parecen ser así las líneas o los ejes sobre los que se estructura o se construye gran parte de la escritura aforística contemporánea.

Según esto, los aforismos ayudan o contribuyen, precisamente, y de forma acorde con los contenidos y los temas analizados en el apartado anterior, a terminar con la indeterminación, el conformismo, la apatía y la inactividad de la sociedad actual, aspectos que aparecen resumidos, por ejemplo, tanto en el irónico título del libro de Luis Felipe Comendador comentado: No pasa nada si a mí no me pasa nada, como en uno de los aforismos de Eduardo García, autor que alude a esta misma necesidad de acción con una mezcla de humorismo y gravedad: “España: ese simpático país en donde todos salen a la calle a celebrar una fiesta perpetua mientras ponen a refrescar en la nevera a los cadáveres” (2014: 42).

Después de todo lo anterior, y como conclusión, pude decirse que, a diferencia de lo que apuntaban algunos de los autores señalados al inicio, la elección o la preferencia por este género en la literatura española actual no responde únicamente a cuestiones o circunstancias externas, como la conveniencia del mercado editorial o la facilidad de su difusión en las redes sociales, sino que está determinada también por las características propias de este tipo de escritura y por las posibilidades que ofrece a las poéticas contemporáneas. A pesar de su brevedad y de la larga tradición de escritura en la que se inscriben, estos aforismos permiten reflexionar sobre problemas actuales, tanto teóricos, como literarios y sociales.

En primer lugar, los aforismos de contenido filosófico o moral reactualizan el debate sobre la figura del autor y su papel o su función en el texto, al ofrecerse como una escritura que se sitúa entre lo ficcional o lo metafórico y lo no ficcional, filosófico o ensayístico. El escritor de aforismos no inventa ficciones, no narra, no describe, sino que expresa una opinión y un juicio sobre determinados hechos, personas o situaciones, así como sobre sí mismo, por lo que se han relacionado en algunas ocasiones con lo diarístico y lo autobiográfico.

Además de lo anterior, emitir o expresar este tipo de opiniones supone muchas veces confrontar o desmentir una serie de ideas, afirmaciones o saberes aceptados como válidos, lo que implica un proceso de revisión, modificación o corrección de la tradición, que al mismo tiempo la perpetúa y la actualiza. Los nuevos aforismos señalan, así, lo que ya no funciona, no es operativo o necesita corregirse e indican


aquello sobre lo que debería reflexionarse o que merece la atención en este momento concreto.

Según esto, este tipo de aforismos se revela como un género que se presenta como fijo o determinado en su función o su intención principal, que es la valoración o el juicio filosófico o moral, pero cuyo contenido es relativo y variable y depende del momento de su escritura. Como señala Roland Barthes (1996: 109), los aforismos muestran un mundo escindido o dividido entre lo bueno y lo malo, o lo conveniente y lo inconveniente; vicios y virtudes que componen, en palabras de este autor, ese universo confrontado de las irrealia de lo deseable pero inexistente, y las realia de esos objetos y valores que componen el mundo real y del que las virtudes son solo sueños. Sin embargo, los contenidos que conforman cada uno de estos dos bloques del eje valorativo no son fijos ni estables, sino variables, pues dependen de distintas situaciones y distintos momentos históricos. De esta forma, el aforismo revela su potencia expresiva y su capacidad comunicativa, por ser un género siempre actualizable y reutilizable.

En este sentido, llama la atención cómo en el caso de los aforismos españoles analizados existe, en general, cierta coherencia y homogeneidad en relación con los temas tratados y con los aspectos que se denuncian, lo que no invalida la individualidad o la particularidad de los distintos autores y el estilo personal de cada una de sus formulaciones.

Por último, los aforismos se revelan como una escritura que más que complacer o tranquilizar busca la reflexión del lector e intenta provocar un cambio, ya sea de pensamiento o de acción. Se trata, en definitiva, de un género orientado a la mejora de una situación dada, en el que la expresión literaria se une al contenido filosófico y ético, en una propuesta no ficcional, cuyos efectos, que incluyen al autor y al lector o lectores, se extienden o se prolongan más allá del texto e incitan a la reflexión, a la toma de una postura determinada o a diferentes tipos de acción o movimiento.

En los tres aspectos o niveles analizados, el aforismo se muestra como una expresión de carácter dinámico, tanto en su concepción o ideación como en su expresión o formulación y en los efectos que produce, que cuestiona y desafía no sólo un determinado estado de cosas, sino también los límites mismos de lo literario como tal y los roles de las figuras que intervienen o participan en su proceso de comunicación, por lo que resulta un género muy productivo, en consonancia con las preocupaciones y las reflexiones propias de la época contemporánea.


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