Colindancias (2013) 4: 255-264
Alejandro Rodríguez Díaz del Real
Universidad de Ljubljana
Eslovenia
Metáfora en Persona y democracia
de María Zambrano
Recibido 24 de marzo de 2013 / Aceptado 19 de junio de 2013
1. Introducción
Este
artículo es una aproximación al tema de la metáfora
en una obra concreta de María
Zambrano. La cuestión abordada es tan
compleja que se hace sumamente difícil llegar a conclusiones cerradas. Además, no es
el objeto de este estudio compilar con celo de coleccionista todo tipo de metáforas, enumerarlas y analizarlas, sino que se seleccionan solo algunas de ellas, significativas, dejando otras de lado. El artículo forma parte de un estudio
general más amplio en la tesis doctoral correspondiente.
En la década
de los setenta del siglo XX, Paul Ricoeur, aun desconociendo
la obra de Ortega y por supuesto
la de Zambrano, lanza su famosa metáfora viva, en la que tematizas aspectos muy próximos a los de la razón poética, concepto medular del pensamiento zambraniano en cuanto al uso de la metáfora como procedimiento epistémico1.
La metáfora se presenta como una estrategia de discurso que, preservando
y desarrollando la capacidad
creadora del lenguaje, preserva y desarrolla la capacidad heurística de la ficción (Ricoeur 1975: 5). Subyace en toda metáfora una ficción embrionaria o in nuce, en la
que la palabra, la palabra estética,
se convierte en símbolo de
la misma existencia humana. Cuando Zambrano usa el término poesía o palabra poética
lo hace tomando
el sentido amplio de póiesis (del griego clásico ποίησις, ‘creación’), y no
solo el subgénero literario
mucho más limitado de “poesía lírica”, tal y como se entiende comúnmente hoy día el término
“poesía” en castellano2.
Si la metáfora es, además
de una pieza clave de la razón
poética3, “un poema en miniatura” (Ricoeur 1975: 125), los precedentes ―dejando a un lado
la discusión de su misma existencia―
de la tradición metafórica
en María Zambrano habría de suponerlos como adscritos a dos grandes períodos o tradiciones semióticas, que son, partiendo de una detallada observación de los autores y títulos
que conforman su biblioteca personal4, la Antigüedad clásica por un lado y el Barroco, con Góngora y la metafísica matérica de Quevedo a la cabeza, por otro.
Mencionar la Antigüedad
en relación con la metáfora
es aludir a la inauguración misma de su estudio teórico
por Aristóteles tanto en la
Poética como en la Retórica, donde el estagirita habla de transporte de una cosa que designa otra, bien del género
a la especie, o de la especie
al género, de la especie a
la especie, o finalmente por analogía
(la predilecta para Aristóteles, pues
le confiere el mayor grado
de perfección). Pero por supuesto también alude a todo el saber griego,
y no solo filosófico, que Zambrano asume como hogar natural o alma mater en su
toda trayectoria
intelectual.
En cuanto a la tradición barroca, fuentes primarias como Góngora en la mencionada
biblioteca (Romances y letrillas, Poemas y sonetos), junto a otras obras
(Poemas de la imaginación
barroca, de J. Castillo,
Emblemas morales, de
S. de Covarrubias, Góngora y la tradición de los
emblemas, de H. Ciocchini)
hacen pensar en una recepción comparativamente moderada de lo que podemos
llamar “herencia metafórica”, aunque es obligado considerar
este dato con el escepticismo
que nos impone
el hecho de ser conscientes
de dos cosas: por un lado y
ante todo, la propia procedencia clásica de la metaforicidad barroca en una inconmensurable pero indudable medida y, por otro, que gran
parte de los libros y escritos que sedujeron
o influyeron en Zambrano quedaron esparcidos por toda América y Europa, razón por la que acaso un tercio de los mismos siga estando accesible al investigador que acude a Vélez-Málaga.
Nuestra tesis
es que María
Zambrano bebe más de la herencia metafórica de la Grecia clásica que de la propia literatura escrita en su propia lengua
materna, a la que sería fiel hasta su
muerte independientemente del exilio. Entra
así en la primera línea de autores pioneros en el pensamiento contemporáneo, colectivo tradicionalmente considerado escuálido en España, junto a su venerado
Miguel de Unamuno (padre espiritual
adoptivo, podría decirse) y a José Ortega y
Gasset (padre espiritual,
este sí, directo), que además
son helenófilos y conocedores
de la lengua griega en ambos casos, y que comparten la misma tendencia a hibridar filosofía y literatura
mediante una lengua voluptuosamente
plástica, espacial y visual, un aspecto estilístico que ha sido estudiado, aunque poco o de manera particularmente volcada en Ortega
(Senabre Sempere 1964;
Gabriel Stheeman 2000; Karagiannis
2005).
Después de que
la metáfora fuera relegada por la escolástica
medieval a simple e inofensiva pieza más de un largo elenco de tropos ―fenómeno también
observado y criticado por Ricoeur (1975)―, la orientación
de la lengua española culta
durante el Humanismo, posteriormente también la del Barroco, adoptó
el modelo latino o mejor dicho latinizante, antes que helenizante. Concretamente el Barroco, del que Góngora
es una figura poética tan icónica, persigue
el ornamento y la ostentación
verbal que caracteriza al culteranismo,
desprovista de la componente heurística
que tanto interesa a Zambrano, deslumbrada por la sacralización o divinización de
la palabra que caracteriza a la cultura griega arcaica clásica hasta el divorcio entre poesía y filosofía, efectivo desde el repudio de Platón a los poetas5. Es la función
de la metáfora la que establece un estrecho vínculo con la razón poética, lo cual tiene una doble lectura, filosófica y filológica, que es la que nos
interesa aquí.
La premonición orteguiana (Ensayo de Estética a manera de prólogo, 1914) de lo afirmado sesenta
años después por Ricoeur radicó en el descubrimiento de una tensión dialéctica entre el ser y el no-ser de algo. La metáfora consiste en el des-alejamiento de ambos términos mediante la des-realización de uno (Ortega y
Gasset 2004: 675). Pero más
allá de las diferencias entre la representación de un objeto y el objeto mismo, la lengua constituye ya en sí misma un procedimiento
en el que la metáfora adquiere centralidad, tanto en el caso de existir arbitrariedad entre significante y significado, premisa
estructuralista que
se cumple en las lenguas lineares y alfabéticas (pues en ninguna parte tiene el ciprés escrito que es
ciprés, por seguir con el conocido ejemplo orteguiano tomado de un poeta de Levante, el señor
López Picó), como en el caso de no existir dicha
arbitrariedad (si se toman
por ejemplo los caracteres ―no así
los sonidos―
del mandarín).
De manera análoga a lo que hace
con las metáforas de la esfinge
y el desierto en Delirio y destino al hablar
de España6, en Persona y democracia, Zambrano
recurre a la metáfora del sacrificio,
o la historia sacrifical, como
escribe exactamente, para explicar ciertas constantes que demuestran el fracaso de la razón para redimir al hombre. La razón ha sacrificado, y no redimido, a la humanidad, desvinculándola de su razón vital y de la verdad poética, esa de la que habla Heidegger cuando escribe: Las plantas del botánico
no son las flores en la ladera, el “nacimiento” geográfico de un río no es la “fuente
soterraña” (Heidegger 2007: 79)7.
1 La metáfora
es “algo que le llega al nombre”, una figura de palabra, un tropo.
Se define en “términos de movimiento”, como ya anticipa Aristóteles y se basa en un sentido prestado que se opone al sentido primero y literal. Implica tanto
una noción de desviación de
sentido como una idea de préstamo, íntimamente relacionado con la idea de sustitución:
préstamo de una palabra presente
y sustitución por una palabra ausente.
La metáfora no se circunscribe así a una, sino a un par de palabras que la constituyen ―sobre
todo en la analogía, tipo predilecto de metáfora en Aristóteles― destruyéndose un sentido y restableciéndolo en otro nuevo, lo cual
produce una redescripción de la realidad.
En dicha función heurística, la metáfora ya no es
producida por el lenguaje, sino que es
ella la que lo produce. A partir de ahí, Ricoeur se lanza a una tipología de la lexis, consistente en cierta
forma de pensar llamada “empresa de instrucción” que sirve de acercamiento
entre dos cosas alejadas aparentemente tras evidenciar la similitud entre las cosas. La “lexis retórica” oscila entre la argumentación y la persuasión, la “lexis poética” en el montaje de versos,
interaccionando con el muthos, al que
exterioriza. De ahí que
para el pensador francés la
poesía, que cuenta “lo que
podría haber ocurrido”, revista mayor importancia que la retórica, que cuenta
“lo que ha ocurrido”. La dialéctica de la metáfora es un movimiento pendular entre la sumisión a la realidad y la invención fabulosa (Ricoeur 1975). La traducción y el
resumen son nuestros.
2 Expresión y creación
unidas constituyen lo que Zambrano
entiende por poíesis: unión “sagrada”, “religiosa” ―religioso entendido en
un sentido más próximo al significado del término ‘religatio’
(acción de ligar) que aquel otro,
más legítimo al parecer etimológicamente, de ‘religio’ (escrúpulo) (Maillard 1992: 31).
3 Zambrano (2011: 449): “[...] el hombre occidental tiende, sin que de ello se dé cuenta, a fundamentar
toda finalidad en el origen; al modo como la lógica tradicional construye sus racionamientos. La verdad enunciada es la base, el punto de partida. Mas la
historia no es asunto lógico, simplemente porque tiene su lógica
propia. Su orden que no
se puede reducir al orden construido tan simplemente por el pensamiento racionalista, es un orden que
es necesario descubrir. La historia es ella misma sistema, según muestra la razón histórica de Ortega y
Gasset. Mas este sistema no se construye
al modo de premisas y consecuencias, sino en la forma
de una razón narrativa, donde no hay
introducción, sino visión y descubrimiento.”
4 Palacio de Beniel, Vélez-Málaga,
sede de la Fundación María Zambrano.
5 República II, III y
X.
2. Usos representativos
de la metáfora en Persona
y democracia
Más allá
de la mención explícita de
la metáfora, que se produce
cinco veces en un ensayo relativamente breve como es Persona y democracia, las metafóricas más recurrentes a la luz de la cuantificación empírica son en un
principio reconociblemente orteguianas: “Europa como equilibrio” (La rebelión de las masas), o la “aurora”,
emparentada con la “Aurora de la razón
histórica”, proyecto de libro que Ortega no llevó a cabo,
lo cual, según nos testimonia
Paulino Garagorri, “entristecía a Ortega y Gasset hasta
hacerle enmudecer” (1985). Debe mencionarse también la relevancia de lo deportivo, incluyendo
una mención a los Juegos Olímpicos de la Antigüedad:
Pues siendo
el tiempo nuestro medio vital por excelencia, habríamos de saberlo respirar como el aire. Saber respirar
es la primera condición de saber moverse, caminar, atravesar el espacio. Los atletas han debido de saberlo siempre. Y hay una relación entre el saberse mover físicamente y el saberse mover en la historia. Por
algo en Grecia, los Juegos Olímpicos tuvieron carácter nacional y sagrado al mismo tiempo, el carácter de rito de la ciudadanía. (Zambrano 2011: 391)
Zambrano nos
remite implícita e intertextualmente
al conocido ensayo orteguiano titulado El origen deportivo del estado,
al menos a su segunda mitad, en la que Ortega relaciona fiesta, caza
y guerra, pasando rápidamente ―”atropelladamente”, según él mismo
confiesa― a las sociedades primitivas,
y de estas a Grecia y Roma, donde
ya cristaliza el mismo edificio del Derecho
Romano en el que se ha sustentado una parte importante de la civilización
occidental.
En
cuanto a la aurora,
imagen frecuentísima en la prosa zambraniana, en Persona y democracia
la filósofa se vale de esta
metáfora justo después de hablar de crisis: “[...] la historia
toda se diría que es una especie
de aurora reiterada y no lograda, liberada al futuro” (Zambrano 2011: 395). El origen de la aurora en toda la obra zambraniana está estrechamente vinculado con su admirado poeta místico San Juan
de la Cruz y la “maravillosa unidad
de poesía, pensamiento y religión” que representa
su Cántico espiritual8.
Es Ortega quien había proclamado
el inicio de un nuevo tiempo, con la “aurora de la razón
histórica”, convencido de que la cultura cartesiana había llegado a su fin. Zambrano, por su parte, interpretó la Segunda República española, con la que colaboró muy activamente
hasta su trágico final, como “una Aurora nueva, como el resurgir de una España niña”. Una aurora que fue “ahogada en sangre, en sangre destinada a la vida. Y sepultada más viva todavía, como un germen. Una razón
germinativa, germinante en lo
escondido de la historia, en su
centro vivo” (Zambrano 1977: 14).
Avanzando en la lectura de Persona y democracia
volvemos a tropezar en tan recurrente metáfora, aunque esta vez Zambrano
usa un sinónimo, alba:
[...] el conflicto
amenazador entre todos hoy es
el que proviene de una sociedad no suficientemente
humanizada todavía, no apta para que el hombre prosiga su alba inacabable. Y el crimen, los crímenes,
han sido ya cometidos. (Zambrano 2011: 403)
Aunque es
verdad que los crímenes referidos
están frescos9, Zambrano deja entrever una posición de convencimiento, más allá de la circunstancia coyuntural, un inevitable pesimismo, verificado en todo devenir histórico.
A
continuación nos introduce
un símil arquitectónico cuando se pregunta “¿Cuál es el dintel
que hemos de sobrepasar?”, relacionándolo con
las fases de crecimiento y desarrollo vital e intelectual del
ser humano. Afines a esta metáfora serían
también la del anhelo y la del abismo de la interioridad humana, de matriz igualmente orteguiana, según ella misma
afirma: “vivir es anhelar”, un anhelar que se abisma o ahonda hacia la esperanza, raíz última del
anhelo, como el movimiento íntimo de la interioridad humana (María Luisa Maillard García 2011, en Zambrano 2011:
1283). Ricardo Senabre Sempere,
en su monumental Lengua y estilo de José Ortega y Gasset (1964),
clasifica ampliamente los tipos de metáforas e imágenes usados por el filósofo y escritor madrileño en un determinado número de obras enumeradas al inicio del estudio.
Las más frecuentes son la metáfora atributiva, la aposicional,
la de complemento preposicional,
la pura o de sustitución simple, con casos especiales de ramificación verbal o adverbial, y por supuesto
la metáfora por comparación.
También menciona Senabre Sempere la metáfora impresionista, sinestesia,
metáforas antropomórficas y
animales, encadenamiento de
metáforas, punto en el que nos detendremos.
En varias ocasiones hallamos una sucesión de metáforas en las que falta el elemento real y que proceden de una identidad básica o una comparación anunciada anteriormente. Se trata, por tanto,
de verdaderas alegorías, aunque de estructura muy sencilla:
La
imagen del pasado filosófico que aún tenemos
a la vista es un paisaje alpino en jornada de neblina. Vemos en lo alto
los picachos de los más altos
cerros, aislados entre sí y flotando
ingrávidos e irreales sobre
el blando caos de la bruma. (Senabre
Sempere 1964: 138)
Creemos que
es este el tipo de recurso metafórico de Ortega que más huella dejó
en Zambrano, no la metáfora aislada. Podemos adoptar la terminología de Senabre Sempere para referirnos a ella como alegorías
sencillas. Esta gradación conceptual desde la metáfora hasta la alegoría nos permite hablar de una dinamización, ya que si partimos
de una metáfora, y la cultivamos mediante la sucesión de otras sémica, semántica o semiológicamente afines, se
produce un movimiento, o más
bien una proyección que evoca un sentido diferente de la metáfora inicial, ―de
la que tampoco podemos decir que
sea estática, ya que la naturaleza
misma de la metáfora lo impide―
al generarse una aceleración
o acumulación de significado.
Se trata, para usar una imagen
característicamente orteguiana,
de un vector que
parte de la metáfora para llegar
a la alegoría. Y no se limitaría a salir de un punto para llegar a otro, sino que
por debajo de la categoría
de la metáfora se situaría todo el proceso y aspectos de gestación de la misma (cópula, tensión ontológica, desvío etimológico, inagotabilidad, etc.) que están presentes con frecuencia en una sola palabra, insospechadamente,
si por ejemplo se trata de una metáfora
muerta. Por encima de la alegoría entraríamos en consideraciones de tipo narratológico.
He aquí ese verdadero vector heurístico que Zambrano reivindica
a cada paso en sus escritos, transidos
de fe en la palabra. Veamos
un ejemplo:
Las palabras se reúnen y agrupan en constelaciones como los astros;
pero más móviles que ellos
se separan y entran en relación otras de las que estuvieron separadas. Y, como las constelaciones celestes, presiden el tiempo, una época o una civilización al igual que los
signos del zodiaco, según creencias extendidas en la antigüedad. Es la palabra “persona” la que
hoy viene a integrar la constelación de la
palabra democracia, o a la inversa. (Zambrano 2011: 476)
De procedencia heideggeriana parecen
ser las construcciones perifrásticas
con personificación o dinamización,
como ilustra el ejemplo “en
tiempos de crisis los acontecimientos se nos echan encima”
frente al “presente dilatado” de cuando no hay crisis.
O bien dinamizar la vida como un “ir hacia adelante”, que podría ser ejemplo paradigmático
de la moderna teoría de la metáfora, encabezada por Lakoff y Johnson
en la ya célebre Metaphors we live by (1980). La influencia de
Heidegger en la concepción zambraniana
de la temporalidad
de la vida es innegable, según nos informa Maillard (1992: 21).
La originalidad metafórica de María Zambrano en Persona y democracia
estriba en haber fusionado el abismo orteguiano con la inquietud metafísica de Heidegger cuando
afirma que la condición humana se hace eso, “abismática”. Zambrano toma el abismo como metáfora
del no-ser, suicidio necesario que, según ella,
respondería a cierta “concepción sacrificial de la historia”, de facto subtítulo de todo el ensayo, y que responde
a una visión muy particular
de la historia como tragedia (“Historia como tragedia” es precisamente el título del capítulo III de Persona y democracia).
Uno de sus aportes fundamentales consiste en la idea de que
dicha historia ha conseguido
sacrificar a los pueblos e individuos que los mismos
despotismos racionalistas habían pretendido redimir, teoría esta muy cercana
a la de la influyente Dialektik der Aufklärung,
publicada en Amsterdam por Theodor Adorno y Max Horkheimer no mucho
antes, en 1947.
En Delirio y destino, que Zambrano escribe en La Habana en
1952, puede leerse:
El pensamiento, por lo visto, tiende a hacerse sangre. Por eso pensar es
cosa tan grave, o quizá es que la sangre
ha de responder del pensamiento [...]. Y así sucede que el pensamiento
se hace sangre; entra en la sangre y la obliga a derramarse, porque no se le puede negar simplemente [...]. Y España en aquella hora de 1929 no podía negar
ya por más tiempo que sobre ella se había ido vertiendo. España, que ha tenido siempre
sangre en demasía, exceso de sangre. [...] Diríase que una creencia fundamental no explícita limita el vuelo del pensamiento entre españoles. [...] aquel grupo de muchachos [...] querían a España así, con alegría; querían que existiese, que acabase de existir. Era, fue un crimen. Como tal habrían de pagarlo; con su sangre, con su muerte, con su vida. (Zambrano 1989: 49-51)
Aunque en España, sueño y verdad
(1959) habla también de ofrenda y sacrificio, refiriéndose al método unamuniano (Zambrano 2011: 764), es sobre todo en Delirio y destino donde desarrolla más ampliamente el concepto del sacrificio,
y esta vez yendo más allá de los autores pertenecientes a la Edad de Plata:
Pero, ¿Qué
había pasado en verdad en España? Desde el siglo XIX se fue intensificando y ensanchando la conciencia de España, del conflicto
de ser español. Individuos aislados, escritores, conciencias solitarias como Larra, que
se suicidó a los veintinueve años de mal de amores, dicen, más en verdad, de mal de España. Ángel Ganivet
suicida también en la lejana Finlandia, medio siglo más
tarde, en el momento histórico de 1898, por enfermedad
dicen sí, por enfermedad de España. Ser español era tan doloroso, una herida abierta que algunos
no podían soportar. (Zambrano 1989: 65)
De la arquitectura afirma que es el arte que más metáforas ha proporcionado a la historia (Zambrano
2011: 437). Recurre al edificio
de El Escorial para ilustrar
la mole aplastante e inamovible de una verdad asumida como indiscutible
y absoluta, en este caso la visión
del mundo de la monarquía católica planetaria que fue la España de Felipe II:
Si se hubiese de elegir un edificio que simbolizase el absolutismo de Occidente, ningún otro quizá
como el Palacio-Panteón de
San Lorenzo de El Escorial, fundado
y dirigido cuidadosamente
por Felipe II, en las proximidades de Madrid y al pie de una de las estribaciones
de la Sierra de Guadarrama. Es una mole maciza, imponente
a la vista: su forma es la de una parrilla en homenaje al matrimonio del fuego que
sufrió su santo patrón. Se alza sobre una plataforma en la llanura que se extiende hasta Madrid y queda así bajo
ella. Señala el centro geográfico de España, y España era, cuando se erigió, el centro de la historia mundial, en
“cuyos dominios no se ponía el sol”. En suma, era
el centro del mundo. Nos trae
a la mente las imágenes de esas
construcciones del antiguo imperio chino llamadas “el centro del mundo”.
Y por su calidad de Panteón de los Reyes de España evoca un tanto esas extrañas
construcciones de origen etrusco llamadas “omphalos” ―existe una en el Palatino
de Roma―, lugar en el que se establecía la comunicación con los muertos. (Zambrano 2011: 437-438)
A
partir de El Escorial, pues, podemos decir
que Zambrano pasa a otro concepto, tan medular como la razón poética o la concepción sacrificial de la historia y la sociedad: el de centro, mediante
la mención del ónfalo, como el existente en Roma
o en Delfi10, destacándose la cercanía que la autora parece
sentir por la visión
oriental del mundo,
circular y concéntrica, frente
a la tradición lineal de Occidente.
Al menos en lo que al pensamiento histórico se refiere.
Finaliza el libro con el contraste entre democracia, más cercana en realidad a una melodía que a una arquitectura, a pesar de haber sido esta ―como
se vio antes― la que
proporciona más metáforas a la historia, frente
al tam tam hitleriano (y, por extensión,
suponemos que a todos los totalitarismos).
En esta conclusión, escrita pocos años
después de la derrota del nazismo, y con Franco aun ejerciendo
un tipo de poder tan absoluto como el de Hitler, pero arropado ahora
además por la nueva superpotencia norteamericana, puede detectarse la amargura de un destierro que terminaría durando cuarenta y cinco años y la preocupación casi obsesiva por un
país al que, hablando orteguianamente, una rebelión de masa asesinó con un proyecto cargado de ilusión colectiva y sancionado
por las urnas en 1931, el de la II República.
6 P. 64: “España
es un enigma, especie de esfinge en el desierto que atrae y hechiza
a cientos de viajeros y
ante la que muy pocos sienten el amor suficiente
para acercarse a dialogar.
¿Quién se atreve a dialogar con una Esfinge? Y la Esfinge está condenada
a serlo hasta que alguien no
entre de verdad en diálogo con ella.” P. 102: “¿Cómo Felipe II no edificó por aquí el Monasterio de ‘El Escorial’? Hubiera sido aún
más majestuoso, más visible su
significación teocrática, pues los desiertos
son lugares donde surge una historia teocrática,
una historia nacida como todas las de la tierra, pero en vista del
horizonte ‘Señor del horizonte’. ¿No es uno de los
títulos de Amon Ra? Y en un desierto,
Moisés dio la Ley a su pueblo,
que Dios puso en sus manos. En el desierto es imposible
el politeísmo, [...] sólo es aceptable la fe en el Dios uno
y único.”
7 Heidegger, Martin (Traducción de Jorge Eduardo Rivera,
p. 79). Die Pflanzen des Botanikers
sind nicht die Blumen am Rain, das geografisch fixierte Entspringen eines Flusses ist nicht die Quelle im
Grund. Sein und
Zeit (1927).
8 “Zambrano
cree posible reconciliar vida y razón, poesía y filosofía, salvar incluso su aparente contradicción [...].
La razón poética es propuesta por Zambrano como forma total de conocimiento, superación de formas parciales en la unidad de un saber a la vez racional y pasional que resumiría el doble impulso del
ser humano: razón que es expectativa, retiro, pasión que es participación.
La razón-poética es así un “saber de reconciliación” que intenta paliar extremismos. Más que análisis
es desciframiento, y descifrar requiere una apertura y
apunta a un acuerdo; es estar abierto y a la vez preparado, atento, es visión
de lo habido, sincronía del propio
ser y proyección en la palabra. Por eso la razón-poética es “razón amplia
y total [...] a la par metafísica y religiosa”“ (Maillard 1992:
28-29).
9
La sangre y también el sacrificio en forma de destierro
de toda una generación al servicio de ese amanecer que para María Zambrano significó la República, el horror
de la guerra cainita entre españoles y la posterior ampliación mundial de la misma hasta alcanzar
cotas de destrucción desconocidas incluso en la Gran Guerra, y la prolongación del horror mediante un nuevo tipo
de amenaza, la posibilidad
real de aniquilación del mundo con la era atómica.
3. Conclusión
Existen algunas
dificultades a la hora de extraer
conclusiones para evaluar
la forma, función y procedencia
de la metáfora en Persona
y democracia. La primera
de ellas es la extrema versatilidad de un texto que puede ser leído
como ensayo, filosofía, pensamiento político, reflexión histórica, literatura, psicología
o estética11.
En esto el lector puede captar
sin ningún
esfuerzo intelectual desmesurado
la impronta orteguiana, tanto en el contenido como en la forma. Lo complejo del análisis
filológico, más allá de limitar y separar la expresión y el contenido, tarea siempre difícil y mucho más tratándose de pensamiento filosófico, no debe ser un obstáculo para constatar que la metáfora zambraniana no se inserta tanto en la tradición literaria española como cabría
esperar. En Persona
y democracia la procedencia
de la expresión figurada es helénica, cuando
no arcaica, arcaizante o incluso
orientalizante, además de recibir
la influencia de la tradición
mística occidental, impregnada
también de un sentido metafísico, trascendente y cristiano. Conceptos como póiesis,
sacrificio,
aurora, dintel o centro prueban
tal adscripción. De manera análoga a lo que
ocurre con el recurso etimológico en Ortega
(Gabriel Stheeman 2000), Zambrano
desplaza o varía la intensidad semántica de algunas palabras, que pasan a engrosar
la lista de términos medulares
en su pensamiento. En el caso de poesía, le confiere ―no
siempre, es verdad― toda la carga de “palabra con ambición estética”, ya se trate de teatro, novela, prosa ensayística o lírica, huyendo de estrecheces conceptuales. Vemos incluso en el mismo término palabra
un fenómeno muy similar, pues casi nunca
se limita a denotar en Zambrano
una “unidad léxica” elemental con la que construimos enunciados mayores, sino que
se trata más bien de la expresión vital del hombre, lo que
le conforma como sujeto histórico, algo muy próximo a lo
que se pretende hacer entender cuando se dice “dar la palabra”, giro metonímico más que metafórico
en este caso. Con sacrificio no
puede decirse lo mismo, pues
conserva su carga semántica más o menos intacta, siendo aquí destacable la aplicación por parte de Zambrano
a sucesivas generaciones de
españoles que quisieron inyectar entusiasmo y vitalidad en el sombrío devenir de su historia patria; es un concepto, además, no muy distante de los términos holocausto y hecatombe. Sendas etimologías
(“sacrificio israelita en que
se quemaba a toda la
persona” y “sacrificio de cien
reses vacunas que hacían los
antiguos a los dioses”, respectivamente, según reza el DRAE) corroboran y apuntalan la tesis arcaizante de la metáfora zambraniana, que por otro lado
parece haber influido en La pell de brau, de Salvador Espriu, obra que
se sirve de toda una serie
de metáforas táuricas y rituales para simbolizar el enfrentamiento de una España
dictatorial contra una Cataluña sacrificada
en la arena.
En
cuanto a la aurora, para Elena Laurenzi,
no es solo una imagen, un símbolo o una metáfora. Es “ella, precisamente ella”: “una presencia real que impregna la escritura de sus apariciones de
sus silencios y rumores, de
sus matices” (2001: 23). Laurenzi
sostiene que la búsqueda de un lenguaje filosóficamente inédito ―en
el que las cosas den su consenso abierto a la escucha y a la revelación―
también se profundiza hasta su disolución
en la palabra pura, que por momentos se hace sonido, respiración,
modulación, temblor, anhelo (Laurenzi 2001: 23).
Una
metáfora que combina la dinamicidad del movimiento y la estaticidad de la
arquitectura es la del dintel. A diferencia
de otras metáforas arquitectónicas estáticas, como la del monasterio
escurialense, el dintel es un elemento que adquiere simbolismo
no tanto por lo que es
en concreto sino por el hecho de que hay
que pasar bajo él. Según
María
siempre, me
pedían que eligiese entre la literatura, la filosofía y la política. Pero yo no
podía. Desde siempre he tenido
una vocación arraigada,
profunda [...]. La filosofía era para mí irrenunciable, pero todavía más
irrenunciable era la vida, el mundo.
No podía aislarme de lo que sucedía
en el mundo, ni considerarme
aparte; no podía estar sola, desvinculada, ni podía limitarme a una única actividad [...] siempre he estado
en el límite.” Cit. de Elena Laurenzi
(2001: 21).
Zambrano, la historia es ‘drama’ y pasa por ‘dinteles’
(Zambrano 2011: 403), pero también recurre a una temática bien diferente
de la histórica cuando se pregunta cuál es
el dintel que hemos de sobrepasar a lo largo de las diferentes etapas de nuestra existencia: la niñez, la adolescencia y la madurez (Zambrano 2011: 411). Es decir,
tras la edad de la irrealidad que
sería la niñez, el joven parte al encuentro, a la conquista, debatiéndose entre la realidad, no pudiendo evitar
hacer cosas de verdad, y
la ficción, al inventar su propia historia, acaso la narración de sí mismo, con objeto de salir del aquí
y el ahora.
Por último, subrayar que la labor especulativa
de certificar una huella metafórica en una autora como Zambrano, empeñada no solo en hacer pensamiento de manera coherente y profesional, como
diríamos hoy, sino también preocupada
por el valor estético que producen sus propios escritos, no puede evitar
parecerse a la tarea del descifrador de palimpsestos. La dificultad principal estriba en
la accidentada trayectoria
vital de la autora, lo cual nos impide
hacer aseveraciones demasiado categóricas sobre las fuentes de inspiración poética o posibles intertextos. Las consecuencias del exilio y del
cambio frecuente de domicilio han dejado una impronta igualmente errática en su prosa, que sin duda la enriquece tanto como la dificulta.
10 Quizá se explica por ello la placa conmemorativa que actualmente hay colocada en el edificio moderno que ocupa el solar donde estuvo la casa natal de María Zambrano, en la que puede leerse
“La pasión central de la vida es
el amor”.
11 En la entrevista
concedida a Juan Carlos Marset
por su 85 cumpleaños y un año después de la concesión del Premio
Cervantes (ABC, 23 de abril de 1989, pp. 70-71) Zambrano confiesa: “las personas que me
amaban, desde
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264 | Colindancias:
Revista de la Red Regional de Hispanistas
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