Colindancias (2013) 4: 143-162
Josep Esquerrà i Nonell
Universidad de
Kragujevac
Serbia
Motamid, último rey de Sevilla:
Drama histórico de Blas Infante
Recibido 19 de marzo de 2013 / Aceptado
4 de junio de 2013
Resumen: El personaje de Motamid
ha estado presente en nuestra literatura española a través de los siglos.
La obra teatral de Blas
Infante recupera su espíritu
poético, identificado con
el nacionalismo solidario
andaluz, y se vincula de manera
muy especial con otro libro escrito
por Infante, líder del nacionalismo andaluz en la primera
mitad del siglo XX, en el mismo periodo: La Dictadura Pedagógica.
Palabras clave: al-Ándalus, Motamid,
poesía, realeza, teatro.
Abstract:
Motamid’s character has been present
in our Spanish literature through the centuries. The play of Blas Infante regains his poetic spirit, identified with nationalism Andalusian solidarity, and is linked
in a special way with another book written
by Infante, Andalusian nationalist leader in the first half of the twentieth century,
in the same period: The Pedagogical Dictatorship.
Key words: al-Andalus, Motamid, poetry, royalty, theatre.
Pocas veces
la poesía ha conocido un momento tan intenso
como el que se mantuvo durante el periodo de la taifa de Sevilla bajo el reinado de al-Mutamid (1069 -1091). Y es que todo lo
que rodea a la vida de este monarca,
desde el menor acontecimiento a la alegría mayor, pasando por la nostalgia, los hechos de armas
o incluso el mismo destierro que padeció
allá en el lejano Agmat africano, tras su derrota frente
a los almorávides, está revestido de una misma pasión poética
en su inagotable manantial de belleza. Recordemos, a guisa de ejemplo, aquellos versos compuestos por el poeta andalusí de Denia, llamado Ibn
al-Labbana (cast. “el hijo
de la lechera”), en la célebre
casida que se nos ha conservado, expresando el dolor por la
partida de la corte taifal
de al-Mutamid de Sevilla, con su
mujer Rumaykiyya y sus hijas, desde el puerto de Triana al destierro tras la conquista almorávide de la ciudad. Esta es la extraordinaria
traducción en endecasílabos
realizada por Don Emilio García Gómez:
Jamás olvidaré la amanecida
junto al Guadalquivir, cuando las naves
estaban como muertos en sus
fosas.
La gente se apretaba
en las riberas
mirando aquellas perlas que flotaban
sobre los blancos lechos de la espuma.
Descuidadas las vírgenes, los velos
destapaban los rostros, que, cruelmente,
más que los mantos, el dolor rasgaba.
Cuando llegó el momento,
¡qué tumulto
de adioses!, ¡qué clamor el que a porfía
las doncellas lanzaban
y galanes!
Partieron, con sollozos, los bajeles,
como la caravana perezosa
que arrea con su canto
el camellero.
¡Ay, cuánto llanto se llevaba el agua!
¡Ay, cuántos corazones se iban rotos
en aquellas galeras insensibles! (García Gómez 1945: 293)
Tras la caída del Califato
Omeya de Córdoba, Sevilla pasó a convertirse en un reino independiente, en una taifa, bajo la soberanía de una aristocrática
familia de la provincia: los Banu Abbad.
Nadie como Abbad ibn Muhammad, más conocido como
al-Mutamid, vino a encarnar en al-Ándalus la figura del rey-poeta. Esta bella elegía
de Ibn al-Labanna de Denia, en que
lloró toda Sevilla a orillas del Guadalquivir, contenía además un hecho transcendente en la historia de al-Ándalus: el fin de la verdadera civilización arábigoespañola1, en la medida
en que
1 El estadounidense
de Chicago afincado en Granada, Miguel José Hagerty Fox, émulo de Washington Irving, aunque con más conocimientos de árabe, en el siglo XX, juzgó esta afirmación
hecha por Don Emilio García Gómez, es
decir, que “con Mutamid desaparecía nada menos que la verdadera
civilización arábigoespañola”
(García Gómez 1945: 294) de
manera negativa y con cierta
petulancia, añadiendo que Don Emilio padecía de “miopía histórica en todos los sentidos”, además de criticar
la denominada y mal llamada,
en su opinión, “civilización arábigo-española”, por la correcta
de “andalusí”, (cfr. Al-Mutamid 2006: 20). Lo primero que
debemos criticar de Hagerty es su
desconocimiento de la historia de al-Ándalus, toda vez
que las palabras de Don Emilio García Gómez
son el resultado de su
lectura del gran arabista holandés Reinhart P. Dozy, quien afirmaba certeramente lo siguiente: [Motamid] “Tuvo, además, la fortuna de ser el último rey indígena que
representó digna, brillantemente, una nacionalidad
y una cultura intelectual que sucumbieron
o poco menos bajo la dominación de los bárbaros que habían
invadido el país” (cfr. Dozy 1920:
260). Por otra parte, el hecho
de denominar a la civilización
andalusí como arábigo-española, no es producto de la casualidad o de los presupuestos ideológicos de Don Emilio, sino la herencia y continuación de una tradición, la de la primera escuela de arabistas españoles surgida en el siglo XVIII y formada en torno al gran maestro
Miguel Casiri de Gartia, miembro de la Real Academia de la Historia, quien publicó un importante catálogo en dos tomos titulado: Bibliotheca Arabico-Hispana Escurialensis,
1760-1770, llegando a clasificar
por temas 1851 manuscritos árabes. A todo esto, hemos de añadir el orgullo manifiesto de Abu-l-Walid al-Saqundi en su Risala fi fadl al-Andalus (s. XIII) quien, con motivo de una controversia habida
en Ceuta acerca de la rivalidad
entre al-Ándalus y Berbería, cada uno de los contendientes compuso un tratado o epístola (ar. risala), Abu Yahya ibn al-Muallim al-Tanyi (el tangerino) y nuestro Abu-l-Walid al-Saqundi, nisba ( ar. ةب سن) por la que se le conoce
y que deriva de Secunda,
pequeña villa hispanorromana situada frente a Córdoba en la orilla izquierda del Guadalquivir. Esta risala
fue traducida por Don Emilio, quien en el prólogo afirmaba lo siguiente: “de la disputa entablada en aquella tertulia de Ceuta salió una de
las obras maestras de la
literatura andaluza: la Risala de Abu-l-Walid Ismail b. Muhammad al-Saqundi”,
fíjese bien que dice “literatura andaluza”,
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Sevilla dejaría
de ser cabeza de reino para
convertirse en una provincia más
del imperio africano con capital en Marrakech. El nuevo
y rudo emperador norteafricano, Yussuf-ben-Tasfchín,
además de dominar escasamente el árabe, no pudo comprender
jamás las delicadezas de la
poesía andaluza y menos aún la extraordinaria sensibilidad, refinamiento, valor y liberalidad del destronado rey sevillano, Muhammad ibn ‘Abbad al-Mu‘tamid
(en árabe دمحم ن ب دا بع
د متعملا).
El rey al-Mutamid se convirtió verdaderamente en un héroe de leyenda hasta el punto que su vida inspiró
todo un ciclo literario, tanto en la historiografía hispano-árabe, como propiamente en la literatura
española en lengua castellana, puesto que su figura ha sido y es una fuente
de inspiración para poetas
y músicos, principalmente. Recordemos que además entra de lleno en nuestras letras, y no solo por su conocida moaxaja
de cinco estrofas con preludio y jarcha romance que conservamos,
puesta en labios del propio rey-poeta,
cuando tras una noche de orgía su amada
le despierta con un beso y
exclama:
QULTU: “’AS TUHAIYl
BOKELLA HELWA MITL ES”
DIJE: “¡CÓMO HACE REVIVIR UNA BOQUITA DULCE COMO
ÉSA!” (García Gómez 1975:
285)
Esta jarcha
andaluza o copla mozárabe
en árabe vulgar con palabras
romances, aunque solo dos
de las siete, pues las otras cinco son árabes, por lo que la proporción romance viene a ser de un cuarto, es, en opinión de su traductor, invención del propio
Mutamid, sin que tenga como origen
un cantar romance preexistente, como
sucede en otras jarchas (García Gómez 1954: 380).
Es en la obra del Infante Don Juan Manuel titulada Libro de los enxiemplos del Conde Lucanor
e de Patronio (1335), considerada
como la pieza maestra de la
prosa didáctica castellana (s.
XIV), donde encontramos una
expresa mención al rey al-Mutamid en boca de Patronio, concretamente en el exemplo XXX: De lo que contesçió al rey Abenabet de Sevilla con Ramaiquía, su muger.
Don Juan Manuel lo llama Abenabet porque pertenecía a la familia de los Beni-Abbad. Este cuento contiene dos de los episodios más
célebres y literarios de la
pasión amorosa y la delicadeza que sentía al-Mutamid hacia Rumaykiyya, esclava ascendida a esposa favorita del rey, hasta el punto
de satisfacer todos sus caprichos de una manera realmente
poética, como solo podía ser así en él, en tanto perfecto
amador cortés. Son los siguientes:
(García
Gómez 1934: 12). Y es que, en definitiva, hay algo peor que
la supuesta “miopía” que Hagerty atribuye
a Don Emilio, y es la total
ceguera e ignorancia de nuestras cosas.
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1) Ante el deseo
de Rumaykiyya de ver la nieve, al-Mutamid hizo plantar almendros que una vez floridos
en la sierra de Córdoba destacaban por su blancor2
2) Cuando Rumaykiyya
quiso pisar barro y hacer adobes, al-Mutamid hizo llenar
una alberca de sustancias olorosas, especies y perfumes3.
Ignoramos de qué
fuentes arábigas convertidas quizás ya en relatos legendarios
se sirvió Don Juan Manuel para su
relato, mas lo cierto es que
parece ser el primero en transmitirlas, cuando menos en lengua castellana, y digo esto, porque la fuente principal arábiga que nos los
transmite es al-Maqqari, historiador argelino del siglo XVI que
se valió de diferentes fuentes historiográficas en su Nafh at-tib min gusn al-Andalus ar-ratib wa dikri
waziriha Lisan Addin b. Al-Hatib (Exhalación del olor suave del ramo verde del Alándalus e historia del visir Lisan ed
din ben Aljathib). Obra conocida también
como Analectas4.
Una muestra de que Don Juan Manuel debió basarse en fuentes arábigas es que incluye
en su exemplo XXX una frase en “algaravía” puesta en boca del propio
al-Mutamid para consolar a
una apesadumbrada como llorosa Rumaykiyya, recordándole ante un nuevo antojo que no
era cierta su queja, dado que
siempre había tratado de satisfacer sus caprichos, por lo que le espetó lo
siguiente: “V.a. le mahar aten”, e quiere dezir: “¿E non el día del lodo?”
(Manuel 1990: 211)5.
En cualquier caso, el exemplo XXX de Don Juan Manuel termina con una moraleja explícita y su consabido afán
didáctico que podríamos expresar así: “Por quien desconoce tu bien hecho, no dejes
de buscar tu provecho”6.
La proverbial fama de al-Mutamid iba a mantenerse viva hasta el último suspiro del poder
andalusí en España, ya que tenemos
constancia de una risala (cast. epístola) escrita
por el poeta áulico Muhammad al-Arabi al-‘Uqayli, dirigida al sultán de Fez Muhammad al-Sayj al-Wattasi de parte de Abu
Abd Allah (que en el dialecto
árabe granadino debía pronunciarse como Bu Abdil-lah),
más conocido en nuestras letras como Boabdil el Zogoibi (del
árabe
يبا غزلا , cast. “El desventuraillo”),
de la estirpe de los Banu Nasr, último rey
de Granada, y que lleva por
título: Al Rawd al-atir al- anfas fi-l-tawassul ilà l-Mawlà al-Imam Sultan Fas (El jardín que perfuma
las almas para implorar
[la ayuda] de nuestro Señor el Imán Sultán de Fez). El motivo de esta extensa risala no
es otro que
la petición de asilo político que solicita el rey Boabdil al sultán de Fez para él y su séquito,
tras la pérdida de Granada en 897/1492. Ignoramos el
2 “El rey,
por le fazer plazer, fizo poner almendrales
por toda la xierra de Córdoba; porque, pues Córdoba es
tierra caliente e non nieva y cada año, que en ’l febrero paresciessen los almendrales floridos, que semejan nieve,
por la fazer perder el deseo de la nieve” (Manuel 1990:
210).
3 “[...] por le fazer plazer, mandó
el rey fenchir de agua rosada aquella
grand albuhera de Córdoba en lugar de agua, e en lugar de tierra fízola fenchir
de açúcar e de canela e espic
e clavos e musgo e ambra e algalina, e de todas buenas espeçias e buenos olores que
pudían seer” (Manuel 1990:
210).
4 Conservamos una versión
resumida y reordenada de la
primera parte de esta magna
obra traducida entre 1840-1843 al inglés por
Pascual Gayangos, primer catedrático de árabe en España (cfr. Al-Maqqari 2002).
5 Cfr. Nykl
(1942: 12-15); Corrientes (2006: 111); este episodio del lodo/barro se encuentra también presente en Dozy
(1920: 128): “¿Ni tampoco el día del barro?
–le preguntó Motamid con
dulce y tierna voz”.
6 Con la intención
de hallar un símil actual
en nuestro refranero, bien podríamos aplicar con un significado parecido el siguiente refrán: “Al desagradecido, desprecio y olvido”, o dicho de otra manera
distinta, aunque con una intención moral semejante: “El agradecido, no olvida el bien recibido”.
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momento exacto
y el lugar en que fue redactada, aunque probablemente fuese en la taha de Andarax, en las Alpujarras, meses antes de su definitivo exilio
desde tierras andaluzas hasta el otro lado del
Estrecho (octubre de 1493).
Tampoco conocemos la respuesta del sultán.
La primera parte de dicha risala la constituye una casida de 128 versos que es
un verdadero panegírico o madih al sultán de Fez, dentro de la categoría literaria conocida como qasida sultaniyya (poema de elogio dirigido a un sultán). La segunda parte, en prosa rimada, es una continuación
de la justificación que hace Boabdil “el chico” por la amarga pérdida de su reino
y su solicitud de asilo. A partir de la traducción de dos textos de al-Maqqari, historiador ya citado, más concretamente,
Azhar al-riyad y Nafh al-fib, Celia
del Moral nos da a conocer el contenido de la mencionada risala, último documento
diplomático enviado por el rey Boabdil aún
desde el territorio de al-Ándalus, verdadero “canto de cisne” de la literatura andalusí.
En los versos 87-88 de la qasida sultaniyya que forma parte de la primera
parte de la risala
encontramos una referencia explícita al rey al-Mutamid: “Superó entre ellos a al-Mu‘tamid y al-Mu‘tadid,/ y sobresalió de Qa‘im y de al-Mu‘tasim” (Moral Molina 2002: 246).
El poeta alude en estos dos versos a cuatro soberanos poderosos que fueron amantes
de la poesía: al-Mutamid rey de Sevilla, su padre al-Mutadid, el califa abbasí al-Qaim y al-Mutasim de Almería, a fin de compararlos con
el sultán wattasi de Fez Ibn Abi Zakariyya,
padre de Muhammad al-Sayj,
a quien va dirigida la risala, pues, en su opinión,
los supera en el arte poético, dicho con la intención expresa de halagar a su hijo y que
su corazón se apiade ante la demanda de asilo político del desventuraillo.
Nuestro personaje habría de reaparecer nuevamente en época romántica, propicia para la exaltación del pasado medieval, la visión idealizada del musulmán andaluz, el colorismo descriptivo y elementos pintorescos que, además de un hondo sentimentalismo, son objeto de reelaboración literaria, tal llevará a cabo Rafael Ramírez de Arellano en sendos números de la Revista de Almería
(Ramírez de Arellano 1879). El autor recrea en su
relato histórico-legendario titulado La Corte de Al-Motamid la figura del rey-poeta, llevado de la concepción histórica de los románticos, es decir, conforme a tradiciones arraigadas en leyendas o relatos populares. Y es así como afirmaba
lo siguiente:
Allí donde
he encontrado una tradición bellamente engalanada por la inspiración
fecunda de la poesía popular y la he
visto próxima a perderse, a ocultarse entre los pliegues
del manto del olvido, entre
las ondas cenagosas del temido Leteo,
he escrito una leyenda en desaliñadas frases, y he procurado
guardarla, no para engalanarme con ella, no para aumentar el caudal riquísimo de la literatura española,
sino únicamente porque los que
detrás de mí han de venir, la encuentren perfectamente conservada y puedan, ayudados de las luces del genio,
dar forma elegante y bella a lo
que yo he
guardado sin pulimentar. (Giménez Caro 2004: 229)
El personaje de
al-Mutamid iba también a seducir incluso a los historiadores
más rigurosos en el siglo XX, como sucedió a Don Claudio Sánchez-Albornoz
dado que compuso la única versión novelada que se le conoce: Ben Ammar de
Sevilla (Una tragedia en la España de los taifas) (1972). Cabe también tener presente
cómo de la vertiente legendaria en torno a su figura,
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el rey-poeta
acabará convirtiéndose en
un mito andaluz, sevillano
por excelencia, siendo así que José María
de Mena recogió en esencia los episodios
más literarios y conocidos de su vida en su breve composición: Al-Mutamid e Itimad. Leyenda Popular (Mena Calvo 2006: 255-259)7. La vitalidad
del mito no ha hecho más
que acrecentarse, y es así como
la historiadora segoviana especializada en el mundo andalusí, Clara Arahuetes Pérez, ha compuesto en este mismo año una biografía
en honor del rey-poeta (Arahuetes Pérez 2012).
En este largo recorrido multisecular he expuesto, hasta nuestros días, tanto la breve aportación del personaje de al-Mutamid a nuestras letras romances (jarcha), su mención en la última misiva de Boabdil, así como su
presencia en tanto sujeto de reelaboración literaria en castellano, dejando para el final su inclusión en el mundo del teatro, gracias
a la elegancia de la pluma
de Blas Infante, ya en el siglo XX. Don Blas Infante Pérez de Vargas (1885-1936), “Padre
de la Patria Andaluza”, según reconoció
el Parlamento de Andalucía
en un acto de justicia histórica el 14 de abril de 1983,
hizo de la figura de al-Mutamid
un símbolo eterno de Andalucía. Su fascinación
por el rey poeta le llevará
a componer su Motamid, último Rey de Sevilla en la Biblioteca Avante,
Sevilla, 1920, al precio de 4 pesetas
(Infante 1921)8.
Blas Infante iba
a encontrar en al-Ándalus
la continuación del viejo espíritu helénico de la Bética que la conquista vino a interrumpir. Al-Ándalus se convertiría, en consecuencia, en la piedra de toque del nacionalismo
–o regionalismo universalista– infantiano.
Y es que este debe ser entendido de muy diferente manera
al expresado por el Principio
de las Nacionalidades, mediante el cual se define la nación por la existencia histórica de un Estado, puesto que solo puede ser debidamente comprendido por el Principio de
las Culturas. Es decir, los pueblos son entes no políticos,
sino culturales y, por tanto, a la hora de fundamentar teóricamente Andalucía, Blas Infante lo hará por el Principio de las Culturas, ya que
no se propone fundamentar una nación, concepto impreciso y de contenido difuso, sino un Ser9. Puede que, en cierta medida, su encuentro
con el nacionalismo catalán,
en la persona de Francesc Cambó
i Batlle, fundador de la Lliga Regionalista de Catalunya, haya influido en el giro político experimentado
por Infante, pasando de su regionalismo inicial hacia posiciones andalucistas de carácter
federalista más avanzadas. Lo cierto es
que, a diferencia del
7 Recogida, asimismo, por vez primera en Mena Calvo (1968).
8 Última página no numerada, donde
entre otros títulos de la Biblioteca Avante aparece el de Motamid, último Rey de Sevilla. Exposición dramática del reinado del
Príncipe Ben Abbad, 4 pesetas.
9 “Andalucía
fue siempre un pueblo cultural, creador de las culturas más intensas
y originales de Occidente. Fue siempre un pueblo antibélico y acogedor. En su territorio, siempre que fue libre
(la última vez, durante la época musulmana), se operaron las grandes síntesis, prácticas o industriales, y doctrinales y científicas, de Europa. [...] En Europa está
vigente el bárbaro principio de las nacionalidades, comodín que viene
a justificar la rapacidad
de los Estados; las salvajes exclusiones determinantes del nacionalismo (nación es para ese principio,
un mero pretexto o justificación del Estado); y, en Andalucía, que no es
Europa, que es Europa y África (en el secundario la Penibética formaba con África una unidad, hasta el Atlas: esa unidad natural no se ha roto, ni puede romperse por ser natural; a pesar
de que se hayan quebrantado o disuelto las correspondencias unitarias políticas, morales y sociales, que en otros tiempos vinieron
a expresar la existencia de
un solo país), por haber sido pueblo cultural, no puede llegar
aquel principio a alcanzar una vigencia rectora del ánimo
de las gentes. Nuestra
historia ha estado regida y
continuará siendo regida por el Principio de las Culturas, no esencialmente
político o excluyente, sino humano y universalista”
(Infante 2008: 126-128).
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nacionalismo burgués
de Cambó, el nacionalismo infantiano toma como eje de referencia
al campesinado andaluz, dada la situación
de miseria a que se hallaba expuesto, lo que reafirmará
sus convicciones acerca del carácter popular del andalucismo que propugna10. Es interesante recordar
que, pese a que no nombra explícitamente
a Cambó, todo apunta a que alude a él,
según se desprende del siguiente pasaje que a continuación reproducimos por su indudable interés y las consecuencias que tendría en su pensamiento
y obra, incluyendo, claro está, su
labor como dramaturgo: “[Un destacadísimo político catalán]. Recuerdo que en cierta ocasión, ya hace muchos
años, llegó a preguntarme: ‘¿Os fundáis vosotros en Al-Ándalus?’ Y que muy parcamente,
sin añadir una palabra más,
yo hube de contestarle: ¡Sí!” (Infante 1979:
71).
Se observa una evolución clara y contundente en
la trayectoria política de Blas Infante hacia 1918 en la Asamblea de Ronda11 (con la reivindicación
y actualización de la Constitución
de Antequera, 1883), cuando
superada ya su etapa inicial de reformismo burgués regionalista
con la publicación de El Ideal Andaluz (1915), se manifiesta luego abiertamente por el reconocimiento de una realidad nacional andaluza, defendiendo la
autodeterminación de su pueblo dentro de la futura federación hispánica. Es así como poco después Infante redacta
el 1 de enero de 1919 el Manifiesto Andalucista de Córdoba
(refrendado por la Asamblea
Autonomista el 25 de marzo del
mismo año), firmando el primero. He aquí un fragmento de dicho manifiesto en el que se propone reanudar con el pasado esplendor de al-Ándalus, la Andalucía del porvenir
alumbrada por la fertilidad
de su genio creador:
No habiendo sido jamás
Andalucía entregada a si misma desde la conquista y dominación cristiana que vino a absorber
nuestros jugos vitales y a esterilizar nuestro genio creador,
no puede decirse que sea
Andalucía incapaz de regirse bajo las nuevas condiciones. Cuantas veces fue
libre, creó nuestra Región las únicas maravillosas civilizaciones que existieron en España. En su último período
de libertad, el Andalus salvó de la barbarie europea la
cultura occidental e inspiró a Europa la civilización con que cuenta hoy en el mundo. (Ruiz Lagos 2012)
Hay que
tener presente que dicho manifiesto
se enmarca en el contexto del final de la Gran Guerra y la enunciación hecha por el presidente de los EEUU, Thomas Woodrow Wilson, de sus Catorce Puntos con el
Principio de las Nacionalidades
y su autodeterminación
(8-I-1918).
No deja de ser sintomático que cuando Blas Infante llevaba a cabo la empresa autonomista andaluza a través
del organismo de Acción Pro-Estatuto de Andalucía, en junio de 1936, venga a afirmar en su manifiesto o llamamiento A todos los andaluces,
lo siguiente: “La
10 “En 1913 Francesc
Cambó, líder de la Lliga catalana, representante de uno de los nacionalismos
del Norte, visita el Ateneo de Sevilla. De él vendrá una propuesta
de alianza que reportaría apoyo económico. Infante tuvo en sus manos la solución para las arcas vacías de los Centros Andaluces
cuando Cambó volvió de nuevo en 1917. [...] Pero rompe con el tipo de nacionalismo que Cambó importaba a Andalucía al verle comer con ‘gente burguesa de tripa ecuánime’” (Iniesta 1981: 38).
11 En la Asamblea
de Ronda (1918) se aprobaron los
actuales símbolos (del griego sün, unidad
y ballo , lanzar, etimológicamente símbolo es lo
que junta en la acción, la expresión conjunta de una fuerza que se mueve)
himno, bandera y escudo de Andalucía por la acción decidida y fecunda de Blas
Infante.
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grandeza no
bélica de España coincidió siempre con las eras de libertad andaluza”
(Infante 1983a: 290).
Parece como
si el propio Blas Infante quisiera de nuevo retomar el espíritu del Manifiesto Andalucista de Córdoba (1919), dado que como según
él mismo decía: “Andalucía, no puede ni podrá llegar a ser jamás separatista de
España. La razón es obvia: ella
es, y será siempre, la esencia de España” (Infante 2008: 143).
En este contexto, la concepción solidaria del nacionalismo
andaluz, cuyos orígenes no pueden en modo
alguno desvincularse de la influencia histórica del pensamiento ilustrado, resulta evidente y
clara en el emblema mismo que
figura a los pies del escudo: “Andalucía por sí, para España y la Humanidad”. Hay que recordar, a este respecto, que Infante poseía una vastísima cultura y conocía muy bien
la función que la
literatura emblemática había
cumplido en el siglo de Oro.
La publicación de La Dictadura Pedagógica en 1921,
un año después de la aparición de su primera pieza teatral, Motamid, último Rey de Sevilla, obra en la que Infante plantea un nuevo modelo de sociedad universal llevado de un considerable grado de utopía, nos ayudará
a comprender mejor las claves de su pensamiento.
Se trata de un texto fundamentalmente
filosófico en el que se defiende un proceso de renovación de la Humanidad por medio de una decidida labor educativa encaminada a la transformación de una organización
social universal regida por pedagogos.
Infante es uno de los primeros en intuir el carácter despótico y excluyente que ejercerán la burocracia y el ejército por medio de las directrices del Partido Comunista sobre la naciente Unión Soviética, porque “la creación del alma
de la Sociedad comunista no
puede ser obra de un Poder ordenado por la conciencia particularista de una clase social” (Infante
1921: 48). Infante se halla más
próximo al comunismo libertario de los anarquistas, por lo que solo a partir del desarrollo de los conceptos de igualdad y libertad se avanzará hacia la paz y solidaridad libre entre todos
los seres humanos. Ahí radica
el verdadero espíritu de lo que Blas
Infante denomina “el alma de la sociedad
comunista”. Es solo ahora cuando
estamos en condiciones de comprender mejor, desde la perspectiva filosófica que ofrece la riqueza
del pensamiento universal y
universalista infantiano (Molina García
2012), la cuestión del
emblema identitario andaluz que
el autor vuelve a traer a colación nuevamente para reafirmar su concepción
de un nacionalismo solidario
andaluz: “Andalucía por sí;
pero no para sí, sino para la Humanidad” (Infante 1921: 231).
Ciertamente, las posiciones
en materia política de Blas
Infante van fluctuando desde
un tímido regionalismo inicial a un nacionalismo manifiesto, aunque siempre dentro de una apuesta firme por un estado
federal que reconociera la pluralidad de los diferentes pueblos que lo componen.
Paulatinamente, como vemos, su posición
política derivará cada vez más hacia
una especie de nacionalismo
transcendental, antiburgués y universalista alejado de la historia concreta y específica
de Andalucía, rechazando tanto el regionalismo de su primera etapa como el nacionalismo convencional de la segunda. Y es que no
podemos traducir el andalucismo del pensamiento de Blas Infante por
un mero nacionalismo a secas.
En realidad, el movimiento “regeneracionista” del andalucismo histórico debe mucho a Joaquín
Costa Martínez, el autor de Colectivismo agrario en España
(1898) y Oligarquía y
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caciquismo como la forma actual de gobierno
en España: Urgencia y modo de cambiarla (1901). De hecho, Blas Infante se declararía abiertamente seguidor del maestro
aragonés12. Ambos
comparten una preocupación idéntica por el problema de la tierra
y el desarrollo pedagógico,
así como un mismo rechazo hacia
la España de la Restauración
borbónica y su realidad oligárquica y caciquil.
Ante una clase
media inexistente, Blas Infante se verá atrapado entre
una oligarquía terrateniente
y un campesinado sin tierra
bajo la enorme influencia del sindicato anarquista
CNT. El mensaje redencionista
del andalucismo nacionalista se mantuvo en un populismo moderado y escasamente emancipatorio frente a las radicales medidas de transformación social que predicaban los anarquistas. Es así como podemos
resumir la acción de los intelectuales andalucistas con las palabras precisas de José Acosta Sánchez:
A comienzos de este siglo, carecían del carácter
de intelectuales orgánicos
de la burguesía andaluza: se representaban
a sí mismos, es decir, a su
propia clase, la pequeña burguesía. A los rasgos propios de dicha clase se deben, claro es, las especificidades
ideológicas del movimiento andalucista...la mezcla de elementos idealistas y materialistas, bajo la metafísica del “ser” andaluz. Y es que cuando la pequeña
burguesía carece o pierde
la condición de representante
orgánica, intelectual, de otra
clase más fuerte...queda inmersa en sus propios intereses contradictorios y ensaya siempre el eclecticismo ideológico. (Acosta Sánchez 1987:
115)
El andalucismo histórico que abanderaba Blas Infante en los treinta y seis primeros años del
siglo XX perdió, lamentablente, “la oportunidad de
elaborar en su ideología nacionalista una fórmula política que le permitiera actuar como representante orgánico de las clases populares en su lucha contra el capitalismo” (González de Molina, Sevilla Guzmán
1987: 94).
Por lo que respecta a su labor cultural, Blas Infante iba a optar decididamente por el teatro, en tanto espectáculo participativo, como método más
apropiado a sus fines pedagógicos, ya que resultaba idóneo
para llegar a un número amplio de personas. Es así como compuso
su tragedia Motamid, último Rey de Sevilla (1920).
El drama histórico-alegórico de Infante consta de tres jornadas –cada una subtitulada–, con desigual número de pasajes y un epílogo: jornada primera (“realeza libre y realeza
esclava”); jornada segunda (“el triunfo de la
realeza”) y jornada tercera
(“la agonía de la realeza”). El epílogo
está inspirado en la peregrinación a la tumba de al-Motamid
llevada a cabo por Ibn al-Jatib, hagib (cast. “primer ministro o conserje ”) del rey de Granada, dos siglos y medio después de la muerte del rey -poeta. Al final del libro encontramos
una singular advertencia,
donde Infante confiesa que “la narración se inspira en
la historia de Abu-l-Qasim [al-Mutamid]
ofrecida por el historiador
holandés Dozy” (Infante
1983b: 185).
12 Esta es
la imagen que Infante nos da de la España de la Restauración: “Las funciones de cuidar la Patria eran consideradas por los españoles directores o dirigidos [...] como funciones de una natural rapacidad,
en las cuales turnaban los partidos gubernamentales
y sus miserables clientelas,
piezas de un mecanismo
fatal, ordenado a extraer
la sangre de la nación”
(Infante 1916: 28).
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Motamid, último rey de Sevilla: Drama histórico
de Blas Infante
Efectivamente, la obra
es, en gran medida, una adaptación literaria inspirada en la historiografía decimonónica escrita por el prestigioso arabista holandés Reinhart Pieter Anne Dozy, más concretamente, de su obra cumbre,
titulada: Historia
de los musulmanes de España hasta la conquista de los almorávides13. Por último,
en el drama de Infante, se incluye una breve dedicatoria a su
esposa María de las Angustias García Parias.
Dos son, principalmente,
las lecturas que podemos extraer del texto dramático
de Blas
Infante:
1) Una lectura exotérica o histórica en la que alienta un propósito pedagógico y aleccionador que nos lega Infante: la lección de Andalucía como pueblo cultural. Su intuición poética le lleva a identificarse con nuestro personaje, Motamid, y redescubrir en él la tragedia
vital del pueblo andaluz. Motamid, el rey que acabará preso
en Agmat, viene a encarnar su propia
y viva creencia, esa que viene a restablecer
el viejo espíritu andaluz
de la Bética helénica14, contraria al racionalismo romano y luego francogermánico, en una sucesión de estilo que arranca desde
la antigua Tartessos. La taifa de Sevilla es víctima de dos enemigos: las fuerzas desatadas de la barbarie norteafricana en el frente sur de
su reino (almorávides), llevadas de su fanatismo religioso y purificador, y la presión norteña de los reinos cristianos, igualmente destructora e
intransigente, representada por los
castellano-leoneses con su imperio de la cruz y de la espada. En medio, Andalucía librepensadora, ejemplo de convivencia, cultura, pacifismo y democracia, alejada de ambos extremos irreconciliables. No le faltará razón a Manuel Ruiz Lagos
al afirmar que la tragedia
de Infante constituye “una recreación
del alma andaluza como pueblo” (Infante 1983b: 8).
2) Una lectura esotérica o alegórica en la que el personaje de Motamid se convierte en una metáfora para hacer visible lo
que solo es conceptual, obedeciendo a una intención didáctica: la regeneración del espíritu andaluz. La vida de Motamid se explica en el drama como
un episodio transcendental del
gran ciclo del universo: choque
de las fuerzas del bien (Andalucía) contra las fuerzas del mal (almorávides y castellano-leoneses),
plano real; choque entre el principio espiritual ejemplificado como Luz/Verdad/Belleza/Amor/Ritmo y Armonía como supremo
fin en el orden de la Vida Universal y el antagónico o material del antiespíritu, ejemplificado como Sombras/Barbarie/Destrucción/Odio/Inarmónico, plano imaginario. La heterodoxia andaluza frente
a la ortodoxia almorávide-castellana va a suponer, en definitiva, algo más que la caída
de un determinado reino: la
taifa sevillana, en nuestro
caso, sino el verdadero “ocaso de una creencia”. Es decir, el panteísmo arábigo-andaluz con transfondo teosófico y místico que transpira a lo largo de la pieza dramática es lo
más opuesto al estrecho
13 Acaso Blas
Infante pudo servirse de la
versión española de 1920, Tomo IV, en la traducción
del francés hecha por Magdalena Fuentes. No obstante,
la primera traducción en cuatro tomos en 8ª fue la realizada por Federico de
Castro, Sevilla: Biblioteca científico-literaria,
1877.
14 “Andalucía,
de alma griega, incendiada a veces por orientales esplendores, repugna
el exotismo y la extravagancia
y ama el ritmo, hasta el punto de quererlo traducir aún en el andar del pueblo”
(Infante 1983a: 313) (Publicado en la revista Andalucía, nº174,
año V, Córdoba, 6-I-1920).
Se trata del único artículo literario de Blas Infante, cuyo contenido gira en torno a las vanguardias y su repercusión en la lírica
andaluza, más concretamente
en torno al Ultraísmo y la recién aparecida revista Grecia (Sevilla-Madrid), si bien el autor se muestra crítico con las últimas tendencias.
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credo dogmático
del integrismo islámico-cristiano que acabará por imponerse, aunque no perecerá
jamás del todo, pues Motamid
representará la reencarnación
del espíritu divino que nunca
muere y reaparece constantemente manifestándose en nuevas y futuras generaciones15. En resumidas
cuentas, dicho de nuevo en palabras de Manuel Ruiz
Lagos: “el drama Motamid se ofrece
al espectador como un método de catharsis
que provoca una meditación
sobre el estado y esencia
de Andalucía, interpretada
por Infante a años luz del tópico romántico,
forma habitual en los textos
literarios de su época, e ideologizada dentro de la opción de pensamiento de la utopía” (Ruiz
Lagos 1987: 59). Es por todo esto
que Blas Infante concibe el teatro -dentro de su acción
cultural- como un medio de expresión de dirección espiritual.
Blas Infante defenderá
con especial énfasis el papel rector de los intelectuales en la sociedad para
llevar a cabo la regeneración espiritual de Andalucía, tal como se adivina en la voz del consejero y amigo del rey-poeta,
Ben Ammar, cuyas palabras vienen a traslucir el pensamiento de raíz ilustrada del propio autor:
No hay pueblo en el cual no exista muchedumbre. En todo pueblo, la minoría es el pueblo, la mayoría es la muchedumbre,
sin conciencia. Y, a la muchedumbre,
la fuerza organizada le parece augusta, cuando la potencia de esta fuerza es superior a su potencia inconsciente.
La muchedumbre es como el agua que,
no pudiendo romper el dique, discurre esclava por el cauce que viniera a abrirla,
un organizado poder.
(Pasaje IV, jornada primera)
(Infante 1983b: 30)
El drama histórico-alegórico de Infante: Motamid, último Rey de
Sevilla (1920) pertenece al denominado
teatro poético que se caracteriza, fundamentalmente,
por dos rasgos: ambientación
medieval y estética modernista. Esta
modalidad teatral de la composición
de dramas en los que predomina el verso, se inició
con Las hijas del Cid (1908) del catalán Eduardo Marquina. Otros autores de la calidad de Ramón María del Valle-Inclán,
Francisco Villaespesa y
Jacinto Grau, entre otros nombres ilustres,
iban pronto a secundarle. Dicho teatro histórico modernista de inspiración medieval tendría una amplia aceptación durante el primer tercio del siglo
XX.
Conviene resaltar
hasta tres obras teatrales por sus especiales vinculaciones con el primer drama de Infante, como
son: El alcázar
de las perlas (1911) o Aben-Humeya (1913) de Francisco Villaespesa y Flores y Blancaflor
(1927) de Luis Fernández Ardavín.
Las tres piezas dramáticas en verso comparten con
la prosa poética de Motamid un léxico suntuoso, artificios retóricos, sonoridad y un refinamiento de la expresión, en
la medida en que a sus autores “el exotismo propio del movimiento
modernista les lleva a recrear el mundo arábigo-andaluz,
15 Veamos cómo
la lección espiritual que extrae Infante, dentro de su labor
cultural, encuentra su paralelismo en la política,
mediante la otra gran obra que escribía
por aquel entonces; cfr. Infante (1921: 14): “Rusia, aislada y combatida por la Liga
de las Naciones burguesas, afirmará dentro de sí la Revolución, y se lanzará sobre el mundo entero. Y aunque, accidentalmente, pudiera ser vencido este sistema revolucionario
en Rusia, los gérmenes que lanzó al mundo
oriental y occidental, volverán a florecer
en un triunfo universal y relativamente
definitivo de su Revolución”. Todo esto conducirá
de nuevo, una década más tarde (1931), a que Infante se reafirme en el mismo
sentido; cfr. Infante
(1979: 37): “el Espíritu
es el único revolucionario verdadero”.
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Motamid, último rey de Sevilla: Drama histórico
de Blas Infante
sensual y abigarrado”
(Cabrales 1989: 28). Si bien El alcázar de las perlas
del almeriense Villaespesa ha sido considerada por la crítica como “la culminación de la vertiente exotista y
orientalizante del Modernismo
en el teatro” (Cabrales
1989: 18), no debemos escatimar elogios a su Aben -Humeya. Tragedia morisca
en cuatro actos, estrenada con notable éxito en el Teatro Cervantes de
Granada en la noche del 18
de noviembre de 1913, toda vez que cuenta
además con una breve, pero
excelente aportación musical del
granadino Ángel Barrios inspirada en la homónima tragedia
y titulada: Aben Humeya (Momentos musicales: Danza árabe, Villancico y Trova) (Barrios 2010: xxx)16, a fin de amenizar la obra teatral en una
perfecta combinación de luz, color y sonido.
Por lo que respecta a Flores y Blancaflor
del madrileño Luis Fernández Ardavín, estrenada el 2 de diciembre de
1927 en el Teatro Calderón
de Madrid, se trata de una recreación modernista de
clara filiación romántica hecha a partir de una vieja leyenda medieval francesa (siglo XII) del ciclo carolingio,
muy popularizada en España, y en la que se narran las aventuras y desventuras de Flores, hijo de un
rey moro y Blancaflor, hija de una noble cautiva cristiana. El autor
antepuso “la eficacia escénica y el desbordamiento de su estro”, dicho
en palabras del crítico teatral de Blanco
y Negro (Santorello 1927: 84), a la propia fidelidad de la leyenda. Sirva como muestra de la calidad de sus versos la descripción del suntuoso salón palaciego del alcázar
moruno, al comienzo del Acto Primero:
El techo, de mocárabes, una gruta calada.
Se deshace de amor en
cada estalactita.
Con su lámpara persa, vidriada y esmaltada,
si no fuera un palacio, sería una mezquita. (Fernández Ardavín 1928: 4)
A la exuberancia y colorismo del verso modernista, en su verdadero culto a la forma, se une también el rasgo de estilo que le es más
perceptible y característico:
el uso exagerado de la sinestesia en una exaltación
constante de la belleza sensorial,
tal como se aprecia también
en la prosa poética que emplea Blas
Infante. He aquí a guisa de
ejemplo la acotación inicial de la jornada primera de su Motamid:
La Primavera, borracha de resplandores, tiene un sueño de infinitas irisaciones, en el espacio terso y deslumbrador, como verbos refulgentes
que vinieron a encarnar en los infinitos colores, con las flores, paridos por la tierra. La polifonía de las voces que asciende
de la tierra, rima un himno
con la policromía de la luz
que desciende del cielo. Sonidos
y luces, cantos y perfumes, se encuentran en el espacio radiante; se besan y aman
y estallan en loca explosión
de alegría que responde a la alegría bulliciosa del Sol. Las aguas transparentes del Río discurren
lentas y perezosas, como si les angustiara
16 Dos son, por fortuna, las versiones originales de la partitura que conservamos, cuya transcripción es fielmente reproducida y estudiada en esta edición, incluyendo además las viñetas ilustradas de estilo modernista realizadas por Gregorio Vicente y una hermosa
portada original de la obra
de Villaespesa a todo
color, también del mismo dibujante, representando la escena final de Aben-Humeya muerto en el suelo a los pies
de Zahara.
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alejarse para siempre de las márgenes floridas de la Pradera de Plata... (Infante 1983b: 18)
Ahora bien,
lo que distingue
a Blas Infante, como dramaturgo, de Francisco Villaespesa o Luis Fernández Ardavín es la conciencia
que como intelectual tenía de la función social del teatro y de su capacidad como
instrumento educativo, no puramente con una finalidad ornamental y esteticista.
El principal defecto que se
advierte en las obras que pertenecen al teatro poético modernista de inspiración medieval, pese a su calidad formal y sus artificios retóricos,
es, sin duda, su falta de originalidad debido a su filiación
romántica, principalmente.
Cuando el
personaje de Motamid se encuentra
con Itimad, más conocida como la esclava Romaiquía17, prendado de su genio lírico
así como de su hermosura, ella
adquiere enseguida la categoría de personaje-símbolo al
convertirse en la poesía misma que el rey-poeta
tan afanosamente andaba buscando, por lo que Motamid
le responde: “Tú lo has dicho:
la poesía eres tú” (Infante
1983b: 40), de claro acento
becqueriano (Rima
XXI). Previamente, Motamid,
en compañia de Ibn Ammar, su consejero, le había propuesto resolver a Romaiquía las sutiles contradicciones de un
poema inacabado, cuya temática gira en torno a la visión en la tierra de una hurí del paraíso, a lo que la muchacha
contesta presa de un arrebato poético,
recitando de improviso con voz
de iluminada y completando así el sentido del poema, por lo que conmueve totalmente a Motamid. Algunas de las efusiones líricas desplegadas por la joven poetisa andalusí en estado de trance merecen ahora mi atención: “-Mujeres, destellos de
mujer celeste -de celeste mujer,
matices distintos, -irisaciones de una belleza, -luz que sois
varia, una en el seno- de la blanca
luz de Feminidad-” (Infante
1983b: 38).
Esa “blanca
luz de Feminidad” de “mujer celeste” nos remite inequívocamente de nuevo (sea o no de manera
directa o indirecta en Blas Infante) a una influencia postromántica y
sevillana tan reconocible como es Gustavo Adolfo Bécquer y su hermosa leyenda titulada Rayo de Luna. Motamid, como Manrique
–el protagonista de la leyenda becqueriana–,
coinciden en sus
tendencias soñadoras y en
el objeto de sus sueños:
una mujer ideal o hurí del
paraíso; pero mientras que Motamid
la encuentra en el personaje-símbolo
de Romaiquía, Manrique se
da cuenta que la suya es tan
solo un rayo de luna, “blanca
luz de feminidad”. Veamos cómo se expresa Manrique ante la posibilidad de reencontrarse con la mujer ideal que anhela:
Y esa mujer, que
es hermosa como el más hermoso
de mis sueños de adolescente,
que piensa como yo pienso,
que gusta de lo que yo gusto,
que odia lo que yo
odio, que es un espíritu hermano de mi espíritu, que es el complemento
de mi ser, ¿no se ha de sentir
conmovida al encontrarme?
¿No me ha de amar como yo la amaré, como
la amo
17 “Me
llamo Itimad –respondió-; pero ordinariamente me llaman Romaiquia, porque soy esclava
de Romaic, y en cuanto a mi
profesión, soy muletera” (Dozy 1920: 125). El
personaje de Romaiquia por sus gracias
naturales, no parece apartarse mucho de aquellas “puellae gaditanae” de
que hablaba el hispanorromano de Bílbilis
(actual Calatayud) Marco Valerio Marcial (Liber XIV Apophoreta, 203 de sus epigramas), no tanto por su
destreza para el baile, que desconocemos, pero sí por su
talento poético y, presumiblemente, también para el
canto. Por otra parte, el nombre
del mercader, Romaic, si se me permite la conjetura, no parece
ser de origen árabe, sino de procedencia
romano-oriental asentado en al-Ándalus.
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Motamid, último rey de Sevilla: Drama histórico
de Blas Infante
ya, con todas
las fuerzas de mi vida, con todas
las facultades de mi alma?
(Bécquer 1986: 259-260)
El anhelo romántico que anima al amante en su deseo de unión con la persona amada, propio de toda verdadera pasión amorosa, es de naturaleza simbólica en ambos casos, aunque con resultados muy distintos: satisfactorio para Motamid que verá
colmadas las exigencias de su alma poética,
pero insatisfactorio para Manrique al desvanecerse sus sueños percatándose de que su amada
es solamente un pálido reflejo de un rayo de luna.
El concepto de la realeza que
Infante tiene omnipresente
a lo largo de su drama, no se ciñe a la convencional de la sangre y puramente heredada a través de una línea dinástica, sino espiritual. A este respecto, justo es traer
a colación las palabras que Motamid dirige
a su pueblo en el pasaje
VII y último de la primera jornada: “Has de saber, pueblo, que es función
del verdadero soberano investigar y alumbrar la realeza oculta. Y, en esta
tienda, se alojaba una
realeza escondida” (Infante 1983b: 48).
La “realeza escondida” a que se refiere el emir sevillano no es otra
que la de Itimad, por quien adopta el nombre suyo transformado en nombre de varón: Motamid, dado que
hasta ese momento ha aparecido en la obra de Infante bajo el nombre de Abul-Kasim Ben Abbad. No obstante, dicha realeza, pese a ser universal, es
solo virtud de hombres superiores descubrirla y alcanzarla en el fondo de sí mismos mediante la educación, el esfuerzo y el cultivo de su espíritu
libre, alentando con decidida firmeza a sus semejantes a emprender esta vía para el perfeccionamiento de la Humanidad
en función de su capacidad rectora, tal como se deduce de las palabras de
Infante en La Dictadura
Pedagógica: “Ellos (dictadores pedagogos) serán los que
hasta su realeza elevarán los espíritus
de los demás hombres. Ellos en cada hombre tallarán un Rey. Ellos serán
los que vendrán
a crear la Humanidad Rey, emancipada de toda dictadura” (Infante 1921:
92-93).
Cuando durante el asedio de la capital hispalense, el Gran Faquí y el Cadí de la Aljama de Sevilla intentan persuadir al rey Motamid que
se rinda ante las tropas almorávides de Yussuf-ben-Tasfchín,
condenando además al rey-poeta y a su esposa Itimad por su heterodoxia en materia religiosa,
puesto que vivían en una corte rodeada de poetas y filósofos, el rey airado ordena su
detención a fin de que sean ejecutados. Solo la magnanimidad de Itimad evitará la tragedia; pero ante la
insistencia del Gran Faquí y el Cadí de que ella interceda en el ánimo de su esposo,
ella les responde de este modo:
Un reino no es
una corona y un manto de púrpura
y un rebaño de súbditos o servidores. Quien no ejerce una dominación
espiritual no es rey, a pesar
de todo esto...
Vosotros seríais
reyes si tuviérais la libertad y la inspiración de un espíritu real. (Pasaje VII, jornada
tercera) (Infante 1983b: 114)
Ciertamente, Infante creía
en la necesidad de conformar
una élite dirigente o aristo-democracia,
en la que los educadores sustituyan a los políticos, pero la fuerza de su discurso radica
aquí más en la necesidad de llevar a cabo la regeneración espiritual de Andalucía y, por ende, de la Humanidad, solo así comprenderemos el significado real de sus palabras
y su noble
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aspiración a una sociedad
sin clases. De esta manera, estamos ya en situación de captar la hondura de su mensaje, puesto
de nuevo en boca de Itimad-Romaiquía, en clave utópica
y universal:
Los hombres, como los
soles, girarán sin chocar entre sí,
en sus propias órbitas, y
la solidaridad de los hombres será como
la de los astros: enjambre de radiantes mariposas que por las negruras del éter
volarán juntos hacia un eterno e ignoto foco de luz; faro pérdido
en la obscuridad de la noche
insondable. (Pasaje VIII, jornada
segunda) (Infante 1983b: 78)
Este ideal filosófico que resucita la vieja idea pitagórica de la armonía de las esferas, mediante la cual el universo está gobernado
según proporciones numéricas armoniosas y que el movimiento de los cuerpos celestes
se rige conforme a proporciones
musicales, se enlaza ahora con la solidaridad de los hombres hasta
alcanzar la luz de la divinidad, y es así como resuenan
en nuestros oídos aquellos vivos compases de la letra del Himno de Andalucía,
compuesto por Blas Infante:
Los andaluces queremos
volver a ser lo que fuimos:
hombres de luz, que a los hombres,
alma de hombres les dimos
Para alcanzar el hombre esa iluminación y propagarla preciso es recurrir a la vía mística, tanto
por medio del inextinguible anhelo de belleza divina revelada a su naturaleza esencial,
como también del amor cuando el ansia sexual y el anhelo espiritual se manifiestan a la vez en los amantes,
dado que el deseo puede conducirles
a la plena fusión mística, según se desprende de las propias palabras del rey-
poeta: “¡Ah, cuando una mujer
es Diosa, cómo excita a obrar al Dios que el amado
lleva vivo, en el Santuario de un espíritu real!”
(Pasaje XIII, jornada segunda)
(Infante 1983b: 92).
Resulta una tentación
evocar ahora aquel maravilloso poema narrativo del siglo
XII, más conocido como La historia de Layla y Majnún (ar. ى ليل نو نجملاو), del poeta clásico
persa Nizâmî. No obstante, adentrarse aquí en el frondoso laberinto de su compleja y rica simbología mística-sufí no es nuestro
objetivo: Layla (cast. “noche”) y Majnún (cast. “loco”, lit. “poseído por un jinn” –genio–). El poema es una alegoría de la relación mística entre el hombre y Dios a través de un simbolismo erótico.
La historia trágica de amor eterno
que exalta el concepto de
amor ‘udrí –cuyo equivalente cristiano en Occidente sería la fin’amors trovadoresca– en estos enamorados, se remonta a una vieja
leyenda árabe cuyo origen parece
ser del siglo VII. La hondura mística del sentimiento del joven Qays
(Majnún) hacia Layla en esa “noche
oscura del alma” –para citar un verso de San
Juan de la Cruz de indudable influencia
sufí–, que se dirige a la unión con la amada/Dios, solo puede ser captada por sutiles enamorados, semejantes a Motamid e Itimad, y es que,
como dice Nizâmî: “para comprender la belleza de Layla hay que tener
los ojos de Majnún” (Nizami 1991: 7), lo cual resulta también
aplicable a Motamid con
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Motamid, último rey de Sevilla: Drama histórico
de Blas Infante
respecto a Itimad-Romaiquía,
pues hablan, en definitiva,
“como dos consumados sufiés” (Ruiz Lagos 1987: 49).
Como contrapunto
al amor sublime de Motamid-Itimad, encontramos la relación entre El-Djaili, poeta de la corte, y Habibah, doncella de la reina, que se expresa como un amor humilde, fieramente humano, pero de naturaleza romántica y apasionada, más allá de la muerte a que les condena
su situación ante la llegada de los almorávides y su defensa numantina de la taifa sevillana. Y es así como se cumple
finalmente la premonición que
hiciera Ben Ammar en el
pasaje IV de la jornada primera,
anteriormente citada, pues al verlo todo
perdido, el populacho, la muchedumbre de Sevilla, reacciona
contra Motamid, por lo que este expresa su rechazo: “Son los incapaces de soltar bocado de pan, por absorber Belleza y besar la Gloria”
(Pasaje XVI, jornada tercera)
(Infante 1983b: 141).
El epílogo del drama infantiano relata el viaje de Ibn
al-Jatib, intelectual, filósofo
y poeta granadino, al cementerio
de Agmat para visitar la
tumba del rey-poeta más de dos siglos y medio después de su muerte (1095), por lo que está
ambientado a mediados del siglo XIV. Infante despliega de nuevo su prosa poética
modernista en una acotación escénica
previa al pasaje I:
Es un atardecer nacarado del estío. Una muchedumbre, de labradores cansados, adviene del campo a la ciudad, por el camino polvoriento. Las mujeres se cubren con grandes sombreros de palmiteras. Los hombres, con harapos manchados, a guisa de turbantes. Las chilabas pardas y blancas, que en bermejas convirtió la mugre, cubren cuerpos sudorosos, de semblantes tostados por el Sol, y de piernas
ennegrecidas rematadas por los pies descalzos,
y cubiertos de polvo, o enfundados en babuchas astrosas de color indefinible.
(Infante 1983b: 160)
Si la obra comenzaba con el simbolismo radiante de una mañana
de primavera, nos encontramos aquí, llegados al término de la misma, con el simbolismo del ocaso del
sol en un atardecer de verano,
ya como augurio
de una era de tinieblas que
se adivina. Es como si el propio Blas Infante hubiera querido evocarnos una imagen semejante a la que describe en El Ideal
Andaluz con respecto a los
pobres jornaleros sin
tierra18.
18 “Yo
tengo clavada en la conciencia, desde mi infancia, la visión sombría del jornalero.
Yo le he visto pasear su
hambre por las calles del pueblo, confundiendo
su agonía con la agonía triste de las tardes invernales; he presenciado cómo son repartidos entre los vecinos acomodados,
para que éstos les otorguen una limosna de trabajo, tan sólo por fueros
de caridad; los he contemplado en los cortijos, desarrollando
una vida que se confunde con la de las bestias; les he
visto dormir hacinados en sus sucias gañanías, comer el negro pan de los esclavos, esponjado en el gazpacho mal oliente, y servido, como a manadas de siervos, en el dornillo común; trabajar de sol a sol, empapados
por la lluvia en el invierno,
caldeados en la siega por los ardores de la canícula; y he sentido indignación al ver que sus mujeres
se deforman consumidas por
la miseria en las rudas faenas del campo;
al contemplar cómo sus hijos perecen faltos
de higiene y de pan; cómo sus inteligencias
se pierden, atrofiadas por
la virtud de una bárbara pedagogía, que tiene un templo digno en escuelas como cuadras, o permaneciendo totalmente incultas,
requerida toda la actividad, desde la más tierna niñez,
por el cuidado de la propia
subsistencia, al conocer todas, absolutamente todas, las estrecheces y miserias de sus hogares desolados” (Infante 1976: 122).
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J. Esquerrà i Nonell
Ante la extrañeza de los moradores de Agmat al ver al peregrino Ibn al-Jatib rendir honores
en el lugar donde reposan las cenizas del rey-poeta, este les relata su historia y conocemos su triste final en
Sevilla y su posterior destierro
como prisionero. Al referirles que Motamid procedía de la tribu de Lakm, uno de los oyentes,
Kador, reducido ahora a la condición de esclavo de un señor con grandes dominios, Abdallah, se
declara, sorprendido, descendiente
del rey sevillano.
Es entonces cuando Ibn al-Jatib, con la intención de despertar su conciencia
y alumbrar su “realeza escondida”, como “dictador pedagogo”, le incita a rebelarse para conquistar su libertad: “El hombre es el Rey
de la creación; el hombre Rey. ¿Te conformarías, tú, si a serlo llegaras, si así te conocieras, con ser el esclavo de
un hombre que jamás lo fue?”
(Pasaje IV, epílogo) (Infante 1983b: 172).
Dicha revelación
afectaba vivamente a la propia identidad de Kador (símbolo del pueblo andaluz), e Infante
era plenamente consciente
de la vieja función dramática que cumplía
esta anagnórisis (del gr. άναγνώρισις, acción
de reconocer). Se trataba
de establecer un paralelismo
con la mísera situación del jornalero andaluz, hombre sin tierra, sometido al poder de los grandes terratenientes
castellanos. No obstante,
la respuesta de Kador nos deja indecisos y sumidos en un hondo escepticismo: “-¿Yo, rey? ¡Tengo hambre...!
“ (Infante 1983b: 173), añadiendo, más tarde, en su
última intervención “riendo con inconsciencia dolorosa”, como precisa Infante, lo siguiente : “¡Tengo hambre y odio! No sé más...
No sé más” (Infante 1983b:
181).
Este odio latente es el resultado de siglos de explotación y aparece como un presagio de revolución pendiente y necesaria, ya que
de no resolverse satisfactoriamente el problema del
reparto de la tierra, se convierte en una señal de mal augurio ante el temor de una solución violenta; la sierra blanca de los almendros
floridos que plantara Motamid había enrojecido
al desvanecerse en una llanura
roja en la que han florecido los alhelíes,
como le recordara Itimad, “una llanura inmensa de sangre: de Dolor” (Infante 1983b: 179), según
el relato de Ibn al-Jatib
tras la conquista de Sevilla por los
almorávides.
Cuatro años
después de escribir su primera pieza
dramática, en plena dictadura de Primo de Rivera y en la fase más aguda de la guerra de Marruecos, Infante emprendió rumbo al desierto de Agmat para localizar la tumba del último rey
de Sevilla:
El año 1924, me determiné
a reanudar las peregrinaciones
que nuestros padres hicieron durante algún tiempo
a la tumba de uno de los hombres más representativos
del espíritu de nuestra tierra: Abul Kassen Ibn Abbad, Al Motamid, Rey verdadero
de Sevilla, Córdoba, Málaga
y del Algarbe. El último peregrino había sido un hijo
de mi Serranía de Ronda, Algatib,
Ministro del Sultán de Granada, en el siglo
XIV. Seis siglos sin que Andalucía enviase
un saudad en el cuerpo vivo de uno de sus hijos al sepulcro del Rey Poeta, que murió en el destierro lejano invocándola en sus versos dolorosos.
[...] En mi viaje me acompañaba
un intrépido muchacho catalán, gran espíritu,
José Luis García Vidal, hoy
residente en Oporto. Llegamos a Agmat el día 15 de septiembre. Allí no había
europeos, civiles ni militares cuyas líneas habíamos dejado atrá. (Infante 2008: 117)
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Motamid, último rey de Sevilla: Drama histórico
de Blas Infante
El lugar en concreto
se conoce como la tumba del forastero (ar. qabr al-garib) debido al epitafio que el mismo rey-poeta
escribió y que empieza así: “Tumba de forastero, /Que la llovizna vespertina y la matinal
te rieguen, /Ya que has conquistado
los restos de al-Mutamid bn. Abbad”
(Al-Mutamid 2006: 223).
Allí en el lejano Agmat, Blas
Infante, junto con José Luis García
Vidal, en calidad de fotógrafo,
y acompañados de su chófer e intérprete oraní, Ben Abú Ben Musa, llegaron hasta las mismas piedras que señalaban el enterramiento del rey-poeta. Fue entonces cuando conocieron a Omar Dukali, viva encarnación del personaje de Infante, Kador, descendiente verdadero de Motamid.
Posteriormente, en 1928, Blas Infante fue
invitado a la hermosa ciudad portuguesa de Silves con motivo de un homenaje dedicado al rey-poeta. Lo que
nunca pudo imaginarse fue la encendida polémica que se suscitó luego no solo en la localidad del Algarbe,
sino en todo Portugal, como el mismo Infante nos refiere:
los periódicos retrógrados
de Lisboa, emprendieron una
activa campaña: y, después
de haber llegado a estar fijada la fecha del homenaje;
de manufacturadas las lápidas,
cuya colocación, en lugares adecuados, servirían de motivo al acto; y aun de invitadas las representaciones intelectuales andaluzas, que al mismo se disponían a asistir, dieron a través, como se decía antes,
con la fiesta, y ésta no se
llegó a celebrar, porque “o senhor Blaz Infante
era um islamita” (?) y de lo que se trataba
era de plantar la Media Luna rematando la torre de la Catedral de Silves. (Infante 1979: 84)
Afortunadamente, los tiempos han cambiado y los portugueses están en condiciones de saber apreciar hoy el legado cultural andaluz del reinado de Motamid:
A época de al-Mu‘tamid marca uma confrontação com o rigorismo religioso dos ulemas mas, simultaneamente, uma abertura tolerante, a que não é alheio
o facto, raro na Idade Média, de haver alguns grandes espíritos versados nos diversos sistemas
religiosos, incluindo o cristianismo, como foi o caso de Ibn Hazm e de Abu-l-Walid al-Baji. (Alves 1996: 34)
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