Ilinca Ilian Ţăranu
Universidad de Oeste de Timişoara
Rumanía
¿Se acerca el apocalipsis cultural? Tres perspectivas hispánicas
Recibido 16 de febrero de 2013 / Aceptado 17 de mayo de 2013
Resumen: El presente
artículo indaga en la
perspectiva de tres autores
latinoamericanos sobre la situación
de la cultura actual, cuya principal característica sería el conflicto aparentemente irreconciliable entre un arte
elitista y el consumismo promocionado
por el mercado editorial y artístico.
Vargas Llosa, en un ensayo publicado
en 2012, aboga por la vuelta
a una valoración del papel del intelectual y del artista como guías de las masas, sin observar las contradicciones que acarrea esta
posición. Daniel Tabarovski
escribe un alegato a favor
de una “literatura de izquierda” que
resulta ser
un manifiesto
vanguardista escrito, paradójicamente, con la conciencia
de la desaparición total del
espíritu vanguardista.
Roberto Bolaño, por fin, tiene
una visión profundamente
pesimista tanto sobre la cultura elitista como sobre la cultura masificada.
Las tres perspectivas mencionadas delatan un común descontento con respecto a la transformación insoslayable de la cultura occidental, que,
al considerarse desde otro ángulo, no
ha hecho sino volverse más democrática.
Palabras clave: postmodernidad, postvanguardismo, Mario Vargas Llosa, Daniel Tabarovsky, Roberto Bolaño.
Abstract: This
present paper investigates the perspective of three Latin-American authors on contemporary culture and its defining
trait: the apparently irreconcilable
conflict between the
elitist artist and consumerism
promoted by the editorial and artistic
market. Vargas Llosa, in an essay published
in 2012, calls for a reassessment
of the role of the artist and the intellectual
as guides for the masses, but without observing the contradiction
that this position entails. Daniel Tabarovski writes a plea for a “left-winged literature” which turns into an avant-garde
manifesto, written, paradoxically, with an awareness of the total disappearance of the avant-garde spirit. Last, but not least, Roberto Bolaño has a profoundly
pessimistic view of both elitist and mass culture. The three perspectives mentioned reveal a common discontent with regard to the
inevitable transformation
of Western culture, which, viewed from a different
angle, has only become more democratic.
Key words: postmodernity, post-vanguardism, Mario Vargas Llosa, Daniel Tabarovsky,
Roberto Bolaño.
¿Se acerca el apocalipsis
cultural? Tres perspectivas
hispánicas
El título de este artículo puede parecer jocoso, irónico o solemne, según lo vea cada uno, pero
me gustaría señalar desde el principio que las mentadas “tres perspectivas hispánicas” no van a traer ninguna respuesta firme a la
sonora pregunta que me atreví a enunciar.
De hecho, hay dos preguntas aquí: 1) ¿se acerca de veras el apocalipsis cultural y la cultura tal como
la conocíamos desaparecerá
para siempre?; 2) ¿Sigue existiendo una perspectiva específicamente
hispánica, o sea hay todavía un espacio hispánico bien delimitado en el mapa literario globalizado? En lo que toca a la primera pregunta, la respuesta es variable, aunque
uno de los tres ensayos que
comentaré, el de Vargas Llosa, declara la crisis como incuestionable
y de pronóstico fatal. En cuanto
a la segunda pregunta, se puede contestar de forma más unánime: la tendencia de los escritores importantes de la actualidad que escriben en español es la de continuar un proceso empezado en los años sesenta
y setenta del siglo XX, cuando el éxito internacional del boom latinoamericano mostró que precisamente
los autores más cosmopolitas, que muchas veces
vivieron y escribieron fuera de los países
de origen y fueron atacados por eso mismo, consiguieron anular el complejo de la “marginalidad”, “provincialismo” y “minoridad”
cultural que vino marcando estas literaturas hasta mediados del siglo XX. En Latinoamérica se habla de una
literatura “post-nacional”1, y las luchas
por la afirmación de una “identidad”
nacional o continental, que
representaban un punto de convergencia de los escritores del boom,
se han atemperado puesto que se comprendieron de dos hechos fundamentales: 1) los estudios post-coloniales practicados en el estilo norteamericano, que enfatizan las preocupaciones por la recuperación
de la “identidad” aniquilada
por los colonialistas, son inadecuados para un espacio donde no existe un “colonialismo” de tipo africano o asiático, ya que
esos países dejaron de ser colonias desde hace siglos
(o incluso nunca lo fueron)2, 2) las luchas
ideológicas que se servían –a veces de forma manipuladora– del concepto de “identidad”, han cesado y su lugar
fue ocupado por un relativo consenso con respecto al funcionamiento del mercado de los bienes simbólicos
en un régimen democrático.
La “identidad” vista como “particularidad”
literaria y equivalente en cierto momento al “realismo mágico” provoca también rechazo entre ciertos escritores,
ya que es
vista como la asunción de un papel denigrante
de bufones tercermundistas que fomentan las tendencias a la evasión por el exotismo y la extravagancia del público de los países avanzados.
Es sintomático el hecho de que los escritores
de la así llamada generación post-boom que se declaran inmunes a las atracciones de lo comercial tienen
una actitud tan reservada sobre los escritores
como Isabel Allende, Zoé Valdés, Luis Sepúlveda, Laura Esquivel, Ángeles Mastretta etc., tildados de escritores “comerciales” que aceptan alimentar el mercado editorial con obras marcadas por un aire realista-mágico que no
desestabilizan la
1 Bernat Castany
Prado titula un libro de 2007 La literatura posnacional, donde
propone una clasificación
de la nueva literatura pluricéntrica.
Véase también el artículo de Marisa Martínez Pérsico (2012), “Contemporáneos, nómadas, plurilingües. La posnacionalidad
de la narrativa latinoamericana actual”.
2 Véase la argumentación
de Nestor García Canclini: “El
impacto del pensamiento poscolonial asiático en los Estados Unidos ha llevado a que un sector de los latinoamericanistas que trabajaban en universidades norteamericanas traslade al estudio de América Latina la caracterización
de poscolonialidad para explicar
la etapa actual. En consecuencia, redefinen
conflictos de fin del siglo XX como si tuvieran una estructura y opciones políticas semejantes a las de la India o de países
africanos” (1999: 82). El hecho
de que existe todavía una
vasta literatura crítica sobre este tema no contradice la tesis de Canclini, sino que demuestra
las inercias de un medio académico que ha ocupado cierta posición en un determinado nicho (el de los estudios culturales postcoloniales en este caso) y no se permite perderla.
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acostumbrada recepción
de la literatura latinoamericana3. Es significativa también la tendencia al cosmopolitismo de los escritores importantes del post-boom, que formaron grupos con nombres irónicos como McOndo o crack y que
bien ubican la acción de sus novelas en países y períodos distintos de los frecuentados por sus maestros, bien revisitan sus medios vitales para evidenciar las transformaciones traídas por la cultura pop, la generalización
del estilo de vida norteamericano, la disolución
postmoderna de los patrones
de la “identidad”4.
La cultura globalizada deja de tomar
mucho en cuenta una nacionalidad que, como apunta con humor Jorge Volpi,
no representa más que un dato
anecdótico en las solapas del libro (Bolaño
et al. 2004: 221). Solo que parece
que esta cultura globalizada entró en crisis, al menos así lo proclaman con vehemencia varios escritores, muchos de ellos admirables y premios Nobel, como es el caso de Mario Vargas Llosa.
El ensayo La civilización del
espectáculo del escritor peruano-español premio Nobel de 2010 apareció en
la primavera de 2012 en la editorial más importante del mundo hispánico, Alfaguara, y se convirtió, de
forma nada sorprendente, en el libro
más vendido del mes de abril
en España y México. El tema
del libro es más que
banal y se inscribe en la vasta producción
de lamentaciones acerca de los desastres provocados
por la democratización de la cultura y la pérdida de las normas que podrían distinguir
la “alta cultura” de la “cultura de masas”. La tesis del libro
es bien clara y tajante: hay que
seguir promoviendo la “alta
cultura”, para contrarrestar la gangrena de la frivolidad que atacó todas las manifestaciones de la vida actual, desde
la política hasta la sexualidad, y que transformó Occidente en una “civilización del espectáculo”. ¿Quién tiene la culpa? Los intelectuales,
mass-media, la laicización, el internet, pero sobre todo la deslegitimación, a partir de las revueltas del 68, de una élite que hasta
aquel momento había conseguido guiar las masas por el buen camino, o sea hasta la democracia
y el respeto por los derechos humanos. En los buenos tiempos,
dice Vargas Llosa con una melancolía
conmovedora, la cultura era una brújula,
una guía que permitía a los seres humanos orientarse
en la espesa maraña de los conocimientos sin perder la dirección y teniendo más o menos claras, en su incesante trayectoria,
las prelaciones, la diferencia
entre lo que es importante y lo que no lo es, entre
el camino principal y las desviaciones
inútiles. (70-1)5
3 Son edificantes
los textos incluidos en la antología Palabra de América donde
los “jóvenes” escritores latinoamericanos invitados al Encuentro de los Autores Latinoamericanos
de Sevilla, 2003, declaran sin excepción
su rechazo del “realismo mágico”.
Basta con leer unos ejemplos: “yo me
defino como una irrealista lógico […] El irrealismo lógico propone una realidad pública puntuada por reflejos fantásticos, mi irrealismo lógico apuesta por una irrealidad privada en la que, de tanto en tanto, es bombardeada por las esquirlas del orden”
(Rodrigo Fresán, en Bolaño
et al. 2004: 63); “En cualquier caso,
el boom latinoamericano le proporcionó
al gran público español las pautas para leer una literatura que transcurría en lugares exóticos, gobernados por dictadores extravagantes y donde la miseria más abyecta consentía
verdaderos agujeros negros en la realidad. Por eso la literatura latinoamericana atrae
esencialmente a dos tipos
de lectores: a los que buscan el realismo
mágico y a quienes prefieren una literatura con credenciales
revolucionarias” (Fernando Iwasaki,
en Bolaño et al. 2004: 117).
4 Por ejemplo,
la Alemania nazi en las novelas En busca de Klingsor de Jorge Volpi
o Amphytrion de Ignacio Padilla,
el Bizancio del siglo III en La soldadesca ebria
del emperador de Pablo Soler
Frost, la Rusia de los años
90 en Enciclopedia
de una vida en Rusia de José Manuel Prieto. La noche
es virgen de Jaime
Bayly es una buena ilustración de la segunda
tendencia, por la radiografía
hecha a una Lima de los años 90 totalmente distinta de la
descrita por Vargas Llosa en la Conversación en la Catedral de los
años 60.
5 Se indican entre paréntesis las páginas del libro de Mario Vargas Llosa, La civilización
del espectáculo, Alfaguara,
Madrid, 2012.
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cultural? Tres perspectivas
hispánicas
Ahora, en cambio,
“en la era de la especialización y el derrumbe de la cultura las jerarquías
han desaparecido en una amorfa mescolanza
en la que […] no hay modo alguno
de discernir con un mínimo
de objetividad qué es bello en el arte y qué no lo es”
(71). La mera referencia a
las guerras culturales llevadas entre los academistas y los impresionistas a principios del siglo XX basta para poner en tela de juicio esta afirmación. De hecho, la posición elitista y nostálgica de Vargas Llosa es atacable desde todos los lados
y pasar revista a las contradicciones
flagrantes que genera tal discurso sería no solo aburrido sino que inevitablemente
parecería malicioso.
Algunas incongruencias
son no obstante dignas de señalar, porque reflejan una posición ambigua en el campo de
la cultura: a un militante contra el autoritarismo político de Castro, Chávez,
Fujimori no le parece
contradictoria la defensa de un autoritarismo
cultural, porque este se basa,
sugiere él, en valores ciertos y no en cuestiones de clase y poder.
El segundo problema grave está relacionado con la valoración de
la lucha ideológica: Vargas
Llosa se desvió hacia la derecha en un momento cuando la intelligentsia estaba animada por los ideales de la izquierda, pero su actitud hacia
la posición revolucionaria delata sus nostalgias izquierdistas. La actitud de los revolucionarios capaces de sacrificar su vida por un ideal, aunque fuera erróneo, como el de la Revolución
comunista, le parece preferible
a la indiferencia política propia de la “civilización del espectáculo”. Al elogiar, con razón, la “primavera árabe”, continúa en tonalidad moralizadora:
Ahora bien,
frente a lo que ocurre allí, preguntémonos:
¿cuántos jóvenes occidentales estarían hoy dispuestos a arrostrar el martirio por la
cultura democrática como lo
han hecho o están haciendo los libios,
tunecinos, egipcios, yemenitas, sirios y otros? […] Muy pocos, por la sencilla razón de que la sociedad democrática y liberal,
pese a haber creado los más altos
niveles de vida de la historia y reducido
más la violencia social, la
explotación y la discriminación,
en vez de despertar adhesiones entusiastas, suele provocar a sus beneficiarios aburrimiento y desdén cuando no
una hostilidad sistemática.
(143)
La inexistencia en los últimos decenios de unos ataques directos
contra la democracia en los
países de la Europa Occidental hace
difícil de decidir si la hipótesis de Vargas Llosa es
justa, en cambio la rápida detención en 2000 de la ascensión
de Jorg Heider en Austria y los
mítines organizados en Hungría, Rumania e incluso en Rusia, en 2011-2012, en el momento
en que empezaron a perfilarse tendencias anti democráticas en la política de estos países, parece
hacer más bien inconsistente esta suposición. El apoyo rápido y efectivo, muchas veces dado
por los ciudadanos europeos y no por los gobiernos, a los rebeldes de los países árabes
(por ejemplo, el acceso al
internet, que Vargas Llosa condena
como principal factor de la barbarie), muestra que el ideal de la democracia está lejos de esfumarse por causa de
la frivolidad de la cultura actual. Es sugestiva también, en este orden de ideas, la inversión total de su punto de vista
sobre el mercado negro: en
un artículo de 1987, publicado
en inglés en New York Times e inspirado
de las ideas del informal
economista peruano Hernando
de Soto, Vargas Llosa consideraba
que el mercado negro representa una solución pasajera válida para los ciudadanos pobres de un país con una burocracia morosa y unas leyes
que aventajan a las élites pudientes como el Perú (Vargas
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Llosa
1987). En 2012 lanza unos ataques desmesurados contra el mercado negro que
comercializa libros, discos
y películas piratas, en detrimento del mercado editorial legal y de los autores intelectuales, fenómeno que ve
como la consecuencia de una
“generalizada indiferencia
con respecto a la legalidad”
(150).
¿Qué decir de la actitud aristocrática del escritor con respecto a la religión? A los pocos elegidos,
como él mismo,
la religión ya no le dice nada, pero para las masas que no alcanzaron
la altitud moral suficiente para encontrar
en la cultura la fuente de la vida espiritual, la religión es muy útil.
Y un último ejemplo: una de las características de la civilización
del espectáculo es, según Vargas Llosa, la desaparición del intelectual como director de opinión en los debates públicos,
ya que su
lugar fue tomado por las figuras mediáticas más grotescas (en lugar de Unamuno y
Ortega y Gasset, Oprah Winfrey). Por otra parte, los intelectuales posmodernos, desde Foucault,
Derrida, De Man, hasta Baudrillard y Lipovetsky son el blanco de un ataque feroz, que
casi los aniquila. Son acusados por el hermetismo de su estilo, que provocó
una ruptura total entre los
“especialistas” y el gran público interesado por la
literatura y la filosofía, así
como por haber lanzado conceptos que no solo son falsos sino también
perniciosos. A un practicante talentoso
del realismo como es Vargas Llosa le repele la concepción derrideana
de la autorreflexividad del
lenguaje y en cuanto a la teoría de Baudrillard sobre los simulacros, esta no le parece un diagnóstico lúcido sino más bien
una causa del culto actual
de la imagen, en perjuicio
de la cultura escrita. Por haberse
separado del público cultivado y complacido en artificios intelectuales
sofísticos, he aquí a los intelectuales
pasados por las armas:
nadie ha contribuido
tanto a enturbiar nuestro entendimiento de lo que de veras está
pasando en el mundo, ni siquiera las supercherías mediáticas, como ciertas teorías intelectuales que, al igual que los
sabios de una de las hermosas
fantasías borgianas, pretenden incrustar en la vida el
juego especulativo y los sueños de la ficción. (79)
Es indiscutible el hecho de que el ensayo de Vargas Llosa fue leído y comentado
tanto porque llevaba la autoría del premio Nobel. El libro no es
interesante sino porque nos brinda la oportunidad
de releer al admirado escritor, aunque lo vemos en una postura un poco desagradable,
al engrosar las filas de los que, como
notaba un escritor catalán, por “su apocalipsis doméstico ciegan las vías de remedio práctico y racional para las taras que las novedades, como las tradiciones, comportan” (García 2011: 7). O bien, como sin énfasis apuntaba Jean-Marie Schaeffer (2000), no observan que:
el
recurrente conflicto a partir del siglo
XIX entre ‘el gran arte’ y ‘el
arte de masas’ no es sino un efecto
del paso de las sociedades europeas hacia una estructura social más igualitaria que la que generó el arte clásico. Por eso – continúa el filósofo francés – es un poco paradójico que muchos defensores de la igualdad social lamentan al mismo tiempo la supuesta ‘decadencia’ del gusto o su
‘masificación’ (nuestra traducción).
Si las lamentaciones
tan comunes de Vargas Llosa
se escuchan y comentan es porque el escritor
acumuló un capital cultural que
le trae dividendos por cualquier cosa que
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cultural? Tres perspectivas
hispánicas
escribiera y porque
el tema de la decadencia de la cultura todavía sigue “pegando”. Daniel Tabarovsky, un
autor argentino menos célebre, publica en 2010 en una editorial más pequeña, como
Periférica, un ensayo intitulado La literatura de izquierda. Es un texto
en cierta forma más
interesante, aunque, al fin y al cabo,
las ideas que expone se pueden reducir a una nueva tentativa de resucitar una actitud vanguardista, con la peculiaridad
de que su discurso nace de la propia desconfianza en la vanguardia. Se trata de un manifiesto
por una literatura fuera de la literatura, por un escritor sin público, por una comprensión de la escritura como ejercicio ligado al fracaso garantizado, a la soledad total y
a la aceptación de la crisis
incesante. La literatura de izquierda
es de hecho una literatura anarquista: “allí donde hay un canon, hay que cargar
contra él, cualquiera que sea el canon. No se trata de cambiar un paradigma por otro, sino de derribar la idea misma de paradigma” (39)6. Es una literatura que rehúsa los
dos polos de la consagración
que señala Tabarovsky, esto es la academia y el mercado. Y entonces ¿cuál es el lugar de los escritores de izquierda? Su lugar
está en ninguna parte: “Ese escritor está
solo, lejos del pasado, fuera del
presente, sin futuro. Sin público. Ya no
puede aspirar a cambiar el mundo, pero el mundo tampoco
es su lugar”
(108). Pero ¿existe realmente una literatura que no se transforma en mercancía (como la que produce el mercado) y tampoco se vuelve obra (como la percibe
la academia)? Parece que sí, y Tabarovsky da una serie de títulos de la literatura argentina
actual, sin dejar de subrayar
que no se trata de un nuevo grupo o de una nueva generación, sino que simplemente
se trata de los miembros de
una “comunidad inoperante”. ¿Existe tal comunidad? Parece no obstante que
esta comunidad es un conjunto autocontradictorio: “Quien pertenece a la literatura de la comunidad
inoperante, integra la comunidad de los que no
tienen comunidad” (27). Las
paradojas de este tipo proliferan
en el libro de Tabarovsky, que, hay que
decirlo, no carece de cierta profundidad. El escritor es cultivado, ha tomado en serio las teorías posmodernas, ha leído a Derrida y Deleuze y de cierta forma no yerra cuando observa la pérdida del interés
por preservar la autonomía del arte que, según
Pierre Bourdieu en su trabajo Las reglas
del arte, ha sido el máximo logro de los artistas modernos:
“Salvo en situaciones revolucionarias, siempre es decepcionante cuando la literatura encarna los mismos sueños
que la sociedad” (64), dice el escritor argentino. Su alegato
a favor de continuar con el experimentalismo
en la literatura, pero desde
una posición que también rechaza el experimentalismo como fin en sí mismo o como
criterio de valor, no puede sino
llevar a un asumido hundimiento en las paradojas. Tiene razón no
obstante cuando observa la tendencia a volver a un realismo decimonónico, la inclinación a igualar la
literatura con una suerte de educación
cívica, la ausencia del esfuerzo por comprender la implosión de la vanguardia y el cataclismo provocado por los grandes modernos7. Pero ¿se propone algo concreto?
Sí, una utopía de la abstracción en la literatura8. ¿Cuál
es el objeto de la
literatura
6 Se indican entre paréntesis las páginas del libro
de Daniel Tabarovsky, La literatura de izquierda, Cáceres,
Periférica, 2010.
7 Tampoco son impertinentes
las clasificaciones que hace (115-131), al menos con más humor que Vargas Llosa, con respecto a los espacios hegemónicos culturales: por un lado la
literatura “bien escrita”,
de agradable lectura, pero no necesariamente carente de veleidades experimentales y que se adapta al nivel de instrucción,
más alto que hace décadas,
de la gente letrada; por otra parte, el vanguardismo académico que produce libros al gusto de los más sofisticados
profesores universitarios;
por fin, la línea de los ensayos conservadores que lamentan la pérdida de los valores burgueses.
8 Es evidente la ascendencia flaubertiana de la proclamada
“literatura de izquierda” y la última
sección del libro es un homenaje
a Flaubert, pero obviamente
a otro Flaubert que el incomparable artesano celebrado por el realista
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de izquierda?
Lo imposible. ¿Más precisamente? “Cuando esta
literatura ocurre, cuando
se lleva a cabo, es imposible saber
qué ha sucedido (los saberes se disuelven), se instala la confusión
(no hay parámetros),
se borra el sentido (se pone el sentido entre paréntesis)” (69)9. ¿Existe una crisis de la literatura? Sí,
afirma sin vacilar Tabarovsky,
solo que la literatura “hace
de la crisis – del riesgo de extinción – su razón de ser” (62).
El escritor argentino criticaba el hecho de que, ante el exceso
experimentalista, volvieron a proclamarse
los valores seguros del realismo
y que los jóvenes escritores “serios”, enfrentados con la transformación
de la antigua transgresión
en una norma, adoptaron la siguiente
posición: “¿El nuevo canon está a punto de convertirse en norma? Entonces volvamos a la norma pura y dura” (47). Desgraciadamente,
su propia propuesta no es
más que una vuelta a una concepción radical
con respecto a la autonomía
del arte. Se trata entonces,
de nuevo, de una visión
sobre un arte que, para preservar
su pureza, está dispuesto a renunciar a toda referencialidad y, como en algunas manifestaciones de la neovanguardia de los años sesenta, está
dispuesto a desligarse por completo de la sociedad o a limitarse a agredirla incesantemente. No se puede negar que Tabarovsky
reconoce sus deudas con la vanguardia, aunque es consciente de su extinción. La diferencia sería la siguiente:
El peso de tener atrás a las vanguardias parece insoportable. Pero lo verdaderamente insoportable no es que
las vanguardias hayan fracasado o se hayan diluido, sino la dificultad de ser hoy vanguardia. La literatura contemporánea
profundiza esa imposibilidad. La condición de la
vanguardia consistía en llevar una posibilidad hasta su extremo.
La condición de la literatura contemporánea
consiste en llevar su propia imposibilidad hasta el extremo. (101)
Las vanguardias impusieron el anti humanismo y esta es la dirección en que se inscribe la literatura de izquierda: “Gombrowicz: ‘Contra el humanismo,
el arte se escribe con minúscula’.
La literatura es un arte bajo.
Ya no más
pompa, altura, nobleza, sentido; al contrario, esa literatura es un reptil: se arrastra e inyecta su veneno,
es ácida, corroe” (102).
Parece que
todos los caminos han sido recorridos y que la disolución de las vanguardias ha llevado a una alternativa tajante:
por una parte, la adopción de una postura moralizadora que denuncia sus estragos e invita a
una vuelta atrás, a los felices tiempos
cuando una élite ilustrada no se dejaba engañar por los impostores, por otra parte, la instalación en una
suerte de sombra de la vanguardia, donde la creatividad se manifiesta plenamente, pero queda libre de toda sujeción mundana. Claro que las dos posiciones tienen como punto de referencia
un mercado de los bienes simbólicos, la moralizadora para fustigar sus mecanismos de promoción de la “subcultura”,
la otra (neo-anti-ultra-vanguardista)
para tratarlo con un desdén
superior a la hora de negarse a pactar
con él. Las contradicciones
son evidentes de un lado y
de otro: Vargas Llosa está
en una postura un
Vargas Llosa en La orgía
perpetua.
Se trata de la utopía del libro “sobre nada”. La literatura de izquierda
se anuncia como un “sistema
de exclusiones” (81), de la cual
desaparecen el tiempo, el espacio, los personajes
etc. Los novelistas franceses
del Nouveau Roman
rendían un culto parecido a Flaubert.
9 Las preguntas
podrían continuar, Tabarovsky responde a todas. ¿Cómo se vería, por ejemplo, tal
literatura? Sería una que pone de nuevo en tela de juicio las posibilidades de narrar después de la “fractura de la narración”
y la “pérdida de la inocencia
narrativa” (91), lo que no está mal pero
está lejos de contrarrestar la orientación
actual del gusto del público por la narraciones bien hechas.
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poco penosa, la del nostálgico quejoso, pareciendo dar a entender que su fama
en el mercado editorial es
solo una cuestión de talento
y que el papel del mass-media fue nulo en su caso,
Tabarovsky sostiene con vehemencia que “la literatura se opone al libro” y, olvidando que acaba
de publicar un tomo,
degrada al escritor que se
interesa por el producto de su
escritura al rango de “publicador de libros” (99).
Queda no
obstante el dilema entre,
por un lado, la aceptación
de los mecanismos del mercado, con la esperanza secreta de que, por la crítica continua, él se autorregulará y, por otro lado, el retiro orgulloso de este espacio maloliente. Roberto Bolaño, el último escritor al que me referiré
en este espacio y que es tal vez uno
de los más destacados de los últimos años, no
tiene reparos en atacar con virulencia la superficialidad de una “sociedad del espectáculo”, pero revela en unos cuentos y novelas admirables su suspicacia
acerca del elitismo de la “alta cultura”. Bolaño,
un representante típico del cosmopolitismo latinoamericano actual, es
inclemente con los autores
de éxito, bien se trata de
la serie de autores que siguen practicando, con variaciones, el “realismo mágico”, bien se trate de escritores antaño dignos de ser tomados como ejemplos, pero que en los
últimos decenios han producido textos más que dudosos,
como es el caso de García Márquez y Vargas Llosa. La actitud
del escritor originario de Chile está lejos de ser el reflejo de un parricidio o de una vanidad
elitista. El problema, en la posmodernidad, es más profundo,
sugiere él. ¿Trae la “alta cultura” promovida desde el siglo XIX hasta hoy, al menos
una forma de felicidad? Sin duda no,
ella no hace
sino abrir una caja de Pandora desde donde sale el horror, un horror que
parece no obstante preferible al aburrimiento cotidiano. El verso
de Baudelaire “¡En desiertos de tedio,
un oasis de horror” es el más lúcido diagnóstico
dado al hombre moderno, escribe Bolaño en un ensayo incluido en El gaucho insufrible (2003). Comenta de esta forma la exclamación de
Baudelaire:
Y con ese verso [de Baudelaire], la verdad,
ya tenemos más que suficiente. En medio de un desierto de aburrimiento, un oasis de horror.
No hay diagnóstico más lúcido para expresar la enfermedad del hombre moderno.
Para salir del aburrimiento, para escapar del punto muerto,
lo único que tenemos a mano, y no tan a mano,
también en esto hay que esforzarse,
es el horror, es decir el mal. O vivimos como zombis, como
esclavos alimentados con
soma, o nos convertimos en esclavizadores, en seres malignos. (151)10
¿Es
en cambio más conveniente
la búsqueda de una felicidad
individual, sin el enfrentamiento con el horror, la enfermedad y la muerte? Tanto menos. He aquí lo que dice
al comentar una frase de
Victor Hugo de Los miserables:
la gente oscura, la gente atroz, es
capaz de experimentar una felicidad oscura, una felicidad atroz. […] Esa gente atroz
[…] cuya felicidad es atroz […] encarnan
a la perfección no sólo el mal y la mezquindad de cierta pequeña burguesía o de aquello que aspira a formar parte de la pequeña
burguesía, sino que con el paso del tiempo y los avances
del progreso encarnan, a estas alturas de la historia, a casi la
totalidad
10 Se indican entre paréntesis las páginas del libro El gaucho insufrible, Barcelona, Anagrama, 2003.
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de lo que hoy llamamos
clase media, una clase media de izquierda o de derecha, culta o analfabeta, ladrona
o de apariencia proba. (142)
La dualidad parece irresoluble: por un lado, el mal revelado por los artistas capaces de instalarse en el medio del horror y del abismo no solo hará más infeliz
a la gente, sino que además se extenderá
como una enfermedad letal que destruirá a la especie; por otra parte, la felicidad prometida por el arte
kitsch, promovida activamente
en el mercado editorial, transformará
la sociedad en una masa infame que
evitará por todos los medios las pruebas del abismo
a fin de gozar de una felicidad
atroz construida sobre la base de la indiferencia total y del gusto por el divertimiento y el espectáculo.
La última frase del último libro
publicado por Bolaño en vida
ilustra el máximo pesimismo
de un autor que asiste a la confiscación
del arte debido al esfuerzo de un público vanidoso y hedonista junto con un
mercado editorial que promueve el libro accesible, legible, fácil de entender:
Sigamos pues
los dictados de García Márquez y leamos a Alejandro Dumas. Hagámosle caso a Pérez Dragó o a García Conte y leamos a Pérez-Reverte. En el folletón está la salvación del lector (y de paso de la industria editorial). Quién nos lo iba
a decir. Mucho presumir de Proust, mucho estudiar las páginas de Joyce que cuelgan de un alambre, y la respuesta estaba en el folletón. Ay, el folletón. Pero somos malos
para la cama y probablemente volveremos
a meter la pata. Todo lleva a pensar que esto no
tiene salida. (177)
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91 | Colindancias: Revista
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